Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu No tiene manos, tus manos son las de Dios
La Séptima Palabra
1ª palabra: Manuel Becerro Cereceda, médico y psicólogo clínico.
2ª palabra: Cristina González Knowles, profesora titular de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas de Salamanca.
3ª palabra: Lauren Risueño, cantante, pregonero de la Semana Santa de Ciudad Rodrigo.
4ª palabra: Domingo Montero, capuchino, especialista en Sagrada Escritura.
5º palabra: Santiago Juanes, periodista, director de Radio Salamanca.
6ª palabra: Josefina Cuesta Bustillo, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Salamanca.
7ª palabra: Xabier Pikaza, teólogo, profesor durante muchos años en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca
(Imagen 1: Los predicadores de las siete palabras hace 5 ó seis años. 3º por la derecha el Prof. Modesto Berciano, q.e.p.d; el quinto un servidor)
Con esta ocasión he preparado un texto base, que me servirá de referencia. Acudan, los que puedan, los de Salamanca. Para los demás ofrezco aquí el esquema base, que consta de dos partes: (a) La primera expone la palabra de Jesús, según Lc 23, 46. (b) La segunda indica que nosotros mismos somos las manos de Dios, conforme a una palabra que en USA atribuyen a Santa Teresa.
Ésta es tradicionalmente la última de las siete palabras de Jesús de en la cruz, y en algún sentido recoge y completa el argumento de todas las se han venido exponiendo en el sermón, según los evangelios. Jesús acaba de decir “todo está consumado” (Jn 19, 30); sólo queda añadir “en tus manos encomienzo mi Espíritu” (Lc 23, 46).
Hace 40 años, con Juan de Anchieta. Morir en manos de Dios Padre
La última vez que participé en este sermón de las siete palabras, hace unos cinco o seis años, me tocó la anterior “todo está consumando”. Pero no recuerdo nada de lo que entonces dije, no he podido encontrar el texto o borrador de mi intervención.
Recuerdo sin embargo, con toda nitidez, una intervención anterior. Creo que fue hace 40 años. Puede haber sido hace 38 o 39. Esta hermandad del Cristo del Amor y de la Paz me pidió que explicara la misma palabra que hoy expongo. Debíamos ser todos más jóvenes. Había otra sensación religiosa y social en el ambiente. Acabábamos de estrenar democracia, había un espíritu distinto de Iglesia, de libertad joven, de transformación social.
Recuerdo muy bien las palabras del alcalde de entonces, un hombre comprometido por la transformación de Salamanca. Comentó la palabra “tengo sed”, y habló de la sed de los barrios de Salamanca, casi sin agua potable, con barro en las calles, sin agua en las casas… y se comprometió a traer agua limpia y
Yo me sentí entonces un poco avergonzado después de sus palabras, pues había preparado un discurso sobre el Cristo muerto en las manos del Padre eterno, obra de Juan de Anchieta, uno de los grandes escultores hispanos del renacimiento. Era de Azpeitia, pariente de San Ignacio de Loyola y había estudiado escultura en Roma donde aprendió de Miguel Ángel y, entre otras muchas obras, tiene una gran estatua de la Compasión del Padre, en la que rehace la figura de Moisés, acogiendo en sus manos al Cristo Muerto en Cruz.
Si vais por Jaca no dejéis de visitar la capilla de los Trinitarios, presidida por esa estatua. Por entonces yo enseñaba teología trinitaria, y tenía como alumno y compañero a Gerardo Sánchez Cruz, también artista, a quien conocéis bien en esta parroquia. Le pedí que me hiciera una versión pintada y grabada de esa estatua de la Compasión del Padre, acogiendo en sus manos al Hijo muerto en Cruz, y así la hizo y yo la comenté en un libro de imágenes de Dios que anda por ahí.
Entonces, aquel año, presenté en esa línea el misterio de las manos de Dios Padre Todopoderoso, un Dios‒Moisés, Gran Sacerdote que acoge en sus fuertes manos de piedad infinita al Hijo que le acaba de Pedir. Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu!
Y así hablé de la Trinidad, del Dios que acoge a todos, y a nosotros también, cuando pedimos y decimos: Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu, para morir de esa manera y descansar en las manos y en el seno de Dios, como dice Miguel Unamuno en el nicho que custodia sus restos a la entrada izquierda del cementerio de Salamanca:
Acógeme, Padre Eterno, en tu pecho -- misterioso hogar.
Dormiré allí, pue vengo deshecho -- del duro bregar"
En las manos y en el seno del Padre Dios murió Jesús y así le representan las estatuas y pinturas que llamamos de la compasión del Padre (compassio Patris). Comparte el Padre Dios el dolor por Jesús y así le acoge en sus manos y en su seno, pero no para dormir y descansar como quería en un primer momento Don Miguel, sino para sino para acoger su Espíritu e impulsarle de nuevo, ofreciéndole más alta tarea de Presencia y Resurrección, que es lo que estamos aquí evocando esta tarde.
Suele aparecer el Padre como sacerdote fuerte y dolorido, como Moisés en el Antiguo Testamento con la tiara de su autoridad sobre sus sienes. No tiene el cuchillo en la derecha como Abraham cuando ha venido a ofrecer en la montaña al hijo prometido (cf. Gén 22). Tampoco lleva el mundo entre las manos poderosas, como suelen pintarle los pintores de grandeza. Lleva en las rodillas y en las manos a Jesús, el Hijo muerte, de manera que, siendo padre fuerte, es madre cariñosa y compasiva, como en la Piedad de Miguel Ángel.
María, la mujer que ha recibido al hijo muerto entre los brazos, viene a convertirse así en señal del Padre Dios, que le recibe en el seno de su amor. Por eso, los motivos de la piedad de María y la piedad del Padre por el Hijo muerto vienen a cruzarse y se intercambian muchas veces en la mente y en los mismos iconos de la iglesia.
Así lo ha visto Juan de Anchieta, cuando en vez de poner a Jesús muerto en manos de la Madre María, belleza eterna de mujer amante, le pone en brazos de un Dios de poder, como el Moisés de su maestro Miguel Ángel.
Este Padre‒Moisés, sacerdote compasivo que recibe en amor fuerte al Hijo muerto, no es ya el Moisés de la Ley de Miguel Ángel, que baja del monte con las Tablas, dejándolas caer lleno de ira. Este Dios‒Moisés de Juan de Anchieta no es ya Moisés de ley, no es poder de ira que dirige todo desde fuera y todo lo castiga, sino Padre de amor que acoge al Hijo muerto, y muere con él…a favor de todos los hombres, de todos nosotros, para así ofrecernos camino de resurrección.
Dios no tiene manos, dale tus manos a Dios
De lo anterior hable hace cuarenta o 39 ó 38 años, en este mismo lugar, invitándoos a poneros en manos de Dios Padre, a dar la vida y a morir con él, en piedad, en ternura, en esperanza. Pero han pasado los años… y los que éramos entonces jóvenes nos hemos hecho maduros.
Estamos de nuevo, ante la misma palabra. Un huracán ha barrido mil cosas de entonces. La ciudad es distinta, también el alcalde… Las iglesias que entonces se llenaban cada día se han casi vaciado. Sigue la Semana Santa, pero es más de folklore y de turistas Hemos ido, venido, cambiado… Por eso he querido darle a esta historia de Jesús un final diferente.
Ya no soy profesor de Trinidad, como era entonces. Tuve que dejar la Cátedra por razones escolares, doctrinales, personales… Ya no puedo hablaros como antaño del más bello de los bellos dogmas de la Iglesia, el de la Trinidad. La vida me ha puesto a ras de tierra, como a gran parte de vosotros, y así, desde el suelo tierra me atrevo a comentar de un modo diferente esta palabra.
Hace uno años tuve que traducir el comentario quizá más importante que hoy existe sobre el evangelio de Marcos. Su autor, Joel Marcos, un calvinista escocés que enseña en USA, ha escrito con un rigor casi “neurótico” ese comentario, con cientos y cientos de citas, precisando cada palabra, en griego, en hebreo, en arameo… Pero de pronto, en centro del discurso, pone una cita confundida sobre Santa Teresa de Jesús.
Está hablando de lo que hace Jesús… y de pronto, en una larga nota, se arranca y dice que la mejor manera de comentar lo que Jesús hacía (curar y sanar, enseñar y dar de comer, perdonar y animar…) es presentarle y entenderle como “las manos de Dios”.
Y en ese contexto añade que todo el evangelio de Marcos se resume en las palabras de Santa Teresa de Ávila, cuando afirmaba: «Dios no tiene manos, pues sus manos son las de Jesús; Dios no tiene manos, nosotros somos las manos de Dios» (Joel Marcus, Mark 1-8, New York 2000, 418: “God has no hand but our hands”).
Como buen calvinista, quizá Joel Marcus no podía citar con exactitud a Santa Teresa, pero en el fondo lo hace bien, lo que dice es cierto. Como he dicho, este Marcus es Calvinista, y se dice que los calvinistas (y en especial los de Escocia y Holanda) han sido los creadores del “capitalismo moderno”… Pero él quiere decir con esta cita que quizá las verdaderas obras de Dios no son las de un tipo de capitalismo que deja morir de hambre a los pobres, sino las de una Santa Teresa, que tenía manos para amar, para acariciar, para cambiar el corazón de las personas.
Como he dicho, no parece que esa cita se encuentre literalmente en las obras de Santa Teresa, aunque se le atribuye en diversos lugares, conforme a las palabras de un canto famoso, muy conocido en USA, utilizado por protestantes y católicos, en el que se dice:
«Christ (God) has no hands but our hand to do His work today. He has no feet but our feet to lead men in his way; He has no tongue but our tongue to tell men how he died, He has no help but our help to bring them to His side».
Dios (Cristo) no tiene manos, sino nuestras manos, para hacer hoy su tarea. Él no tiene pies, sino nuestros pies, para dirigir en su camino a los hombres. No tiene lengua, sino nuestra lengua, para decir a los hombres cómo han de vivir. No tiene ayuda directa, sino nuestra ayuda, para atraer a los hombres a su lado.
De esta forma se puede resumir y terminar nuestro pequeño discurso de esta tarde. Dios no tiene ojos, Dios no tiene manos, Dios no tiene oídos…Somos nosotros las manos, ojos y oídos de Dios. Eso significa que cuando Jesús dice a su Padre “Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu”… nos lo está encomendando su obra, pues somos las manos de Dios Padre en el mundo.
En el momento de su muerte, desde el alto de la cruz, con el último respiro, Jesús nos ha encomendado su obra: Nos ha dado su Espíritu para realizarla. Ciertamente, él acaba de decir todo está consumado… Pero al mismo tiempo nos dice consumadlo vosotros.
Volviendo ya a la imagen del principio, a la gran estatua de Juan de Anchieta en Jaca, Dios Padre toma en sus brazos a Jesús para decirnos: Aquí lo tenéis, tomado vosotros, y seguid su obra; que siga su Espíritu vivo en vuestro Espíritu; que sigáis realizando su obra.