Bergoglio, que venía de la Biblia (no de la Academia) y de la calle de una gran ciudad Las palabras de Francisco: Primerear, involucrarse, acompañar, como Iglesia en salida
Bergoglio ha puesto la Iglesia en camino, a través de principios como el de la 'cultura del encuentro'; ha querido que salgamos de nuestro recinto amurallado
Quiere que abandonemos la iglesia‒museo, donde muchos obispos-presbíteros parecen “generales derrotados”
La iglesia es como un río que a lo largo de tiempos y lugares ha venido recogiendo aguas de diversos afluentes
La iglesia es como un río que a lo largo de tiempos y lugares ha venido recogiendo aguas de diversos afluentes
El Papa Francisco nos ha vuelto a decir desde Japón las palabras primordiales de su pontificado, las palabras de Jesús, en la línea del programa y camino que RD está promoviendo con el lema "Súmate al movimiento. Teología para una Iglesia en Salida". Desde ese fondo quiero recoger en este tiempo, al final del año litúrgico y cristiano 2019, las palabras primordiales de Jesús, según el Papa Francisco: Primerear, involucrarse...para formular después las claves de lo que significa, a mi juicio, una iglesia en salida.
Primerear, involucrarse, acompañar… Primeras palabras de Francisco
Nos sorprendió su programa, expuesto en la exhortación Evangelii Gaudium que debía recoger los trabajos del Sínodo, propuesto y presidido por Benedicto XVI, sobre la Evangelización (2012). Pero Benedicto renunció el 2013, y ese mismo año retomó el tema Francisco, recogiendo algunas de propuestas del Sínodo, pero formulándolas de un modo propio, abierto a un futuro aún no cumplido de la Iglesia.
Benedicto XVI quiso ser y fue un papa teólogo, pero no pudo culminar su propuesta en línea académica, y así renunció al papado, apartándose a un lado del camino, y le sustituyó Francisco que venía de la Biblia (no de la Academia) y de la calle de una gran ciudad, con los problemas de una humanidad convulsa, y de la tierra amenazada por la inercia de unos, el cansancio de otros y el egoísmo brutal de los más poderosos.
"Francisco no quiere que guardemos tumbas, como si fuéramos momias del pasado, sino que emprendamos una tarea de transformación integral"
Benedicto había querido mantenernos resguardados en la Santa Iglesia. Francisco, en cambio, ha querido que ella salga de su recinto amurallado, propio de una fortaleza defensiva, con un culto cerrado, una moral de imposición y un orden inmutable. Así quiere hacernos “callejeros” de la fe, que abandonemos la iglesia‒museo, donde muchos obispos-presbíteros parecen “generales derrotados”, volviendo a la tarea de los caminantes de la vida, desde Galilea al mundo entero.
Francisco no quiere que guardemos tumbas, como si fuéramos momias del pasado, sino que ofrezcamos con Jesús nuevos relatos de vida para la ciudad del evangelio, como programa y tarea de transformación integral.En ese contexto sigue resonando su propuesta, como si Jesús hablara por su boca, diciendo: no a la cultura del descarte, no a una teoría del derrame, no al fetichismo del dinero, no a la inequidad…, que engendra violencia y después condena a los violentos que nacen de ella, no a los que culpan a los pobres de serlo, no a la falsa teoría de la buena-mano del mercado…
Desde hace siglos no se oían en la iglesia unas palabras tan recias, tan teológicas y humanas, como voz inmediata de Jesús en los nuevos caminos de la Iglesia, con Dios frente a Mammón, con la alegría creadora de Jesús frente a los miedos de una iglesia tentada a encerrarse en sus leyes, mientras un nuevo diluvio de injusticia y muerte amenaza no sólo a los cristianos, sino a todos los hombres y mujeres de la tierra.
Este nuevo impulso de Francisco, que retoma los motivos y caminos de Jesús en Galilea se articula en cinco capítulos densos (misión de Dios, crisis, anuncio, dimensión social, espiritualidad) que aquí no puedo desarrollar; pero puedo y quiero evocar las cinco palabras centrales de su programa, que fueron entonces (2013) y siguen siendo ahora (2020) un testimonio fuerte de:
- Primerear, tomar la iniciativa. La iglesia no se puede hipotecar por su pasado teológico o sacral, sino que debe volver a Jesús que primerea en amor (cf. 1 Jn 4,10); por eso debe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro de los hombres, buscar a los alejados y ponerse en los cruces de los caminos para invitar a los excluidos de la vida de este mundo.
- Involucrarse, no quedarse fuera con simples palabras. Jesús se implicó, vivió entre los enfermos y excluidos, los posesos, los pobres (empobrecidos), comprometiéndose por ellos y con ellos. Frente a una iglesia de sacristía y alcanfor, que aconseja a los pobres con palabra vacías, Francisco quiere una iglesia de calle, con «olor a oveja», es decir, a humanidad.
- Acompañar, una misión de presencia. Una iglesia cerrada en sí ha dejado fuera a intelectuales y obreros, a emigrantes, a mujeres, corriendo así el riesgo de seguir hermosa pero vacía. Ha querido enseñar, como si tuviera una respuesta ya firmada de antemano; pero, a fin de hacerlo, ella debe empezar escuchando.
- Fructificar, un camino de fecundidad. Los frutos de la nueva iglesia no se cuantifican en dinero, ni en número de “practicantes” (oficinas, bautismos, misas), sino en humanidad, en vida regalada, compartida, esperanzada, superando en el camino un tipo de derecho canónico que tiende a cerrarse en sí mismo.
- La última palabra es festejar, esto es, celebrar la vida. La comunidad evangelizadora de la iglesia ha de ser un lugar de fiesta, de fe compartida, canto y gozo de amor, que se expresa en la eucaristía. Sin la celebración de la vida, desde el nacimiento hasta la despedida en amor y esperanza de resurrección, no existe Iglesia.
Una iglesia en salida 2019, con los del principio de la Iglesia: Galilea, Jerusalén
La iglesia es como un río que a lo largo de tiempos y lugares ha venido recogiendo aguas de diversos afluentes, que han enriquecido pero también amenazado el curso de su vida. Por eso es necesario volver a la fuente de Jesús que dijo “quien tenga sed que venga a mí y que beba… porque de su seno brotarán corrientes de agua viva” (cf. Jn 7, 37).
Esta es una cita clásica del evangelio Juan, pues tiene dos sentidos: (a) el agua para beber mana de Cristo, que es Dios hecho manantial para los hombres; (b) pero ella puede brotar también de los que fueron fundadores de su iglesia entre los que, conforme al Nuevo Testamento y a la tradición más antigua de la Iglesia, han destacado: María de Nazaret y María de Magdala, con las mujeres de la tumba vacía; Pedro de Betsaida y Pablo de Tarso, con los otros fundadores de iglesias, que se han extendido a lo largo de los siglos; el Discípulo amado y Santiago, hermano del Señor, a quien el Evangelio de Tomás presenta como testigo privilegiado de la Palabra de Salvación, con los otros maestros de las iglesias más gnósticas, centradas en el conocimiento interior de Dios.
Éstos y otros testigos aparecen al principio, al lado de la Fuente Jesús, como portadores y canales del Agua de su evangelio. Por eso, una iglesia en salida como la nuestra (año 2017), ha de recuperar su testimonio, no para encerrarse en alguno, sino para dialogar con todos, descubriendo y recibiendo así el agua multiforme de la vida cristiana, en la gran Iglesia que es Una en la diversidad de sus manifestaciones, que es Santa por su compromiso a favor de los excluidos, que es Católica por hallarse abierta a todos, y que es Apostólica por estar fundada en los primeros “apóstoles” o enviados de Jesús, que no son sólo los Doce de una tradición venerable, sino muchos otros, entre los que he citado a las dos Marías, con Pedro y Pablo, “Juan” y Santiago.
Una iglesia en salida tiene que volver a esos testigos y retomar con ellos el camino y la corriente de Jesús que recibe, como he dicho, la aportación de otros afluentes, que han podido ser muy caudalosos a lo largo de la historia, pero que a veces se han secado, no para cerrarse en algunos, sino para aprender de todos, a fin de que el Agua del Evangelio de Dios no se pare ni estanque, sino que nos lleve, en un camino de concordia, hacia el Puerto de la Vida, en la que hay espacio para todos.
No podemos cegar la memoria de María de Nazaret, la Madre, como han sabido casi todas las iglesias, pero, junto a ello, debemos acoger el testimonio de María de Magdala, discípula, amiga y compañera, cuyo testimonio, con el de otras mujeres, puso en marcha el río de vida de Jesús, en contra de aquellos que entonces (año 30) como hoy (2017) quieren encerrarlo en una tumba, quizá inmensa, preciosa, adornada de exvotos, pero muerta. En la nueva Iglesia en salida han de estar ellas, las mujeres, para todo, y no sólo como ahora, para puestos subalternos en la administración y misión de la Iglesia.
Debemos seguir acogiendo el testimonio y palabra de los apóstoles centrales, Pedro y Pablo, a quienes la tradición ha presentado como fundadores de las iglesias oficiales,presentando a Pedro como primera “piedra” del edificio (evangelio de Mateo) y a Pablo como impulsor de su misión universal (carta a los Efesios). Pedro sin Pablo podría enrocarse convirtiendo la Iglesia en una fortaleza cerrada (hoy casi abandonada). Pablo, sin Pedro, podría abandonar la gran corriente perdiéndose en multitud de riachuelos dispares y dispersos. Por eso debemos tomar a los dos, unidos en la tarea de un evangelio que empezó en Jerusalén y Antioquía para abrirse al mundo entero, representado entonces por Roma.
Hemos de volver, finalmente, a la gran salida de los evangelios escondidos y luminosos de la gran experiencia mística, retomando el camino del Discípulo Amado, a quien la tradición ha identificado con Juan Zebedeo, convertido al amor, a fin de templar y calentar, por amor, el fuego del Apocalipsis, para que el agua de la corriente de Jesús no se hiele, como ha podido suceder muchas veces en la historia de la Iglesia. Sin la libertad de este Discípulo Amado, que descubre a Jesús en la bruma de la madrugada del lago de Galilea, mientras los otros pescaban sin éxito, sigue siendo clave para la salida de la iglesia.
Pero, junto a todos éstos y otros, que debería citar, debo insistir en la memoria de Santiago, Hermano del Señor, signo de la Iglesia Judía de Jerusalén, que fue madre y fundadora de todas comunidades cristianas, expresión de un proyecto en gran parte truncado pues a lo largo de la historia apenas hemos dialogado con el judaísmo del que proviene Jesús y el evangelio. Retomar esa salida de Santiago, que en su carta identifica la religión con el servicio a los huérfanos y viudas y a todos los necesitados, significa volver al principio judío de Jesús, con Galilea y Jerusalén, no para quedar allí, sino para empezar nuevamente desde allí, para que se cumpla la gran esperanza que Pablo ha soñado y proyectado en Romanos (Rom 9-11), cuando afirma que es preciso salir hacia las naciones, para que todo Israel sea salvo, esto es, para que recuperemos con Israel la corriente viva del Agua de Dios que es Jesucristo.
Nosotros, los que venimos de la tradición católica y queremos avanzar con ella, tendremos que insistir en la “roca” de Pedro, una roca convertida en manantial del que proviene el agua de Jesús, recuperando, al mismo tiempo, el testimonio de las mujeres, a las que a veces hemos llamado con desprecio las “marías”, para que nos enseñan a “concebir” al Cristo de Dios, y descubrir que el sepulcro pascual está vacía, a fin de que el aroma del crucificado se extiende ya (=lo extendemos) a todas las naciones, con Pablo y todos los apóstoles (Mc 114, 3-9). Por eso debemos ponernos (mantenernos) en una iglesia en salida, sin olvidar en modo alguno al Discípulo Amado que, según Jn 21, sigue de algún modo por libre, aunque permaneciendo en la barca de los siete (=toda la humanidad) que es la Iglesia, en la que sigue siendo esencial el testimonio de Santiago, hermano del Señor, judío de ley, siendo testigo de la ley regia del amor y de la libertad.