Tú me sondeas y me conoces. El salmo del cielo (Sal 138)

            El autor y cantante de Sal 138 reconoce que Dios le conoce y que, al hacerlo le    llena de la mayor felicidad posible. En la línea de este salmo, el autor de 1 Co13 afirma que ahora conocemos a Dios  de un modo borroso pero que, llegando la plenitud, le conocemos perfectamente, igual que nos conoce: Conoceremos como somos conocidos. Visiòn beatífica, conocimiento como diálogo de Dios, en amor. Eso es el cielo,eso somos como cielo[1].

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Salmo 138.  1Yahvé, tú me sondeas y me conoces.

2 Me conoces cuando me siento o me levanto, | de lejos penetras mis pensamientos;3 distingues mi camino y mi descanso, | todas mis sendas te son familiares.

4 No ha llegado la palabra a mi lengua, | y ya, Yahvé, te la sabes toda.5 Me estrechas detrás y delante, | me cubres con tu palma.6 Tanto saber me sobrepasa, | es sublime, y no lo abarco.

7 ¿Adónde iré lejos de tu aliento, | adónde escaparé de tu mirada?

8 Si escalo el cielo, allí estás tú; | si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;9 si vuelo hasta el margen de la aurora, | si emigro hasta el confín del mar,10 allí me alcanzará tu izquierda, | me agarrará tu derecha.

11 Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,que la luz se haga noche en torno a mí»,12 ni la tiniebla es oscura para ti, | la noche es clara como el día,la tiniebla es como luz para ti.

13 Tú has plasmado mis entrañas, | me has tejido en el seno materno.

14 Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,porque son admirables tus obras: | mi alma lo reconoce agradecida,15 no desconocías mis huesos. |

Cuando, en lo oculto,me ibas formando, | y entretejiendo en lo profundo de la tierra,16 tus ojos veían mi ser aún informe,todos mis días estaban escritos en tu libro,estaban calculados antes que llegase el primero.

17 ¡Qué incomparables encuentro tus designios,Dios mío ¡qué inmenso es su conjunto!18 Si me pongo a contarlos, son más que arena;si los doy por terminados, aún me quedas tú.

ooooo

19 ¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados! | Apártense de mí los sanguinarios,

20 pues hablan de ti dolosamente, | y tus adversarios cuchichean en vano.21 ¿No odiaré a quienes te odian, Yahvé?

¿no detestaré a quienes se levantan contra ti?22 Los odio con odio sin límites, | los tengo por enemigos.23 Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón,ponme a prueba y conoce mis sentimientos,24 mira si mi camino se desvía, | guíame por el camino eterno.

 (Pikaza, Comentario: Salmos, Diccionario Biblia).

Divido el salmo en cuatro partes que van trazando el sentido (la dinámica y el posible desafío) del conocimiento humano de Dios y del conocimiento divino del hombre.  (1) Afirmación (139, 1-6): Tú me sondeas y me conoces. (2) Pregunta (139,7-12) ¿Adónde iré lejos de tu aliento? Nadie puede escapar de Dios, esto es, de sí mismo. (3) Reconocimiento (139,13-18). Tú has plasmado mis entrañas. (4) Petición (139, 19-24). ¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados! 

Meditación con el icono de Jesucristo – La Belleza de los Iconos

Afirmación (139, 1-6): Tú me sondeas y me conoces. Ésta es la sorpresa: Lo primero que el hombre descubre no es el dolor, como diría Buda, ni la admiración ante las cosas, como dice la tradición filosófica (desde los griegos hasta los racionalistas europeos del siglo XVII o XVIII). Lo primero que descubre es que hay “uno” que le mira, le acoge y le conoce, empezando por la madre y siguiendo por aquellos que siguen “educando”.

No soy porque “pienso” (Descartes), sino porque “me han pensado”, esto es, porque me han “concebido”, en el sentido radical de la palabra, en un plano biológico, pero, sobre todo, intelectual y afectivo. Eso significa que, en el fondo y principio, soy porque Yahvé (El que es), me sondea y me conoce ([d"(Tew: ynIT;ªr>q;x]÷ hw"ïhy>). No soy “el que soy”, sino más bien, si se permite esa palabra, el “que soy sido”; porque Yahvé me conoce (me concibe), de tal forma que, en la línea de este salmo, tal como dirá Pablo en el Areópago de Atenas: “En él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28).

            Somos pues “conocimiento de Dios”, como sigue diciendo este salmo, de un modo poético esencial: Dios conoce lo que hago (si me siento o me levanto), lo que pienso, lo que digo, mis lugares, mis caminos. No lo sabe porque me vigila desde arriba y de esa forma descubre “a posteriori” lo que hago, tras haberlo visto, sino porque es él mismo quien lo hace, conmigo (en mí), como han mostrado con gran rigor los “maestros” de controversia “de auxiliis”, del siglo XVI d.C., sobre todo D. Báñez y L. Molina.

No hacemos primero las cosas y luego Dios las conoces, sino que las hacemos y somos porque Dios nos conoce y “existe” en nosotros. Este “saber/ser” de Dios en nosotros es salmista el principio de toda admiración, la maravilla de las maravillas, el gran prodigio (hY"ail.Pi), de forma que ante eso todo lo demás (como sería el paso de los hebreos por el Mar Rojo o la misma presencia de Yahvé en el templo) pasa y queda en un segundo plano.

Pregunta (139,7-12) ¿Adónde iré lejos de tu aliento? Nadie puede escapar de Dios, porque él no está fuera, sino que es el interior de nuestra misma realidad. Conforme a la imagen que viene Gen 2, 7, los hombres somos respiración de Dios (neshama), su aliento (ruah), y si él dejara de alentar dejaríamos de ser. Por eso, en el principio no está el sujeto (soy por mí mismo), ni el objeto (ni el objeto, soy una cosa, producto de otros), sino la presencia y la comunicación, presencia de Dios, esto es, Dios hecho aliento de vida, de amor compartido en el mundo. Allí donde vayamos, al alto del cielo (~yIm;v'â) o la hondura del mundo, en el infierno o sheol (lAaåV.) el será en nosotros,   de forma que, incluso si nos matamos lo haremos en y por el “espíritu” de Dios.

            En algunos salmos más antiguos daba la impresión de que el infierno (la muerte, el sheol, la oscuridad) estaba fuera de Dios (cf. canto de Ezequías, en Is 38, 10-20; Sal 30 y 88). Pero, como sabe el 2º Isaías, nada existe fuera de Dios, de tal forma que ni la tiniebla, ni el sheol, ni la muerte pueden separarnos de él, como dirá más tarde san Pablo, con el impulso de ese salmo (ni la muerte ni la vida, ni la altura ni la profundidad podrá separarnos del amor de Dios en Cristo: Rom 8, 38-39 ). A partir de aquí se plantea el tema de las formas de existir en Dios, un tema que será objeto de gran atención y estudio, tanto en la tradición judía posterior como en el cristianismo.

Enséñanos a orar

(3) Reconocimiento (139,13-18). Tú has plasmado mis entrañas.  Esta presencia de Dios que somos viene de la misma creación. Parece que a otras “cosas” Dios las deja fuera de él. A nosotros, en cambio, nos hace, nos plasma en sí mismo, en su vientre de madre. El mayor de los “prodigios” de Dios es la creación o, mejor dicho, el “engendramiento” inintradivino del hombre, que puede decirle: Tú me has hecho (t'ynIåq' hT'a;).

            Dios aparece en estos versos como aquel que actúa y expresa (realiza) su conocimiento creador en el útero materno. No hablan de la semilla/semen del varón, ni de la unión sexual del hombre y la mujer como conocimiento creador, sino del seno de la madre (yMi(ai !j,b,), como si Dios mismo fuera ese “seno” en el que va surgiendo, plasmándose cada ser humano.

            Estos versos implican ciertos conocimientos anatómicos, pero ofrecen, sobre todo, una profunda confesión de fe, que aparece en otros pasajes de la Biblia, que descubrimos también en otros textos de la Biblia, como Ecl 1,5; Job 10,9-10 y 2 Mac 7, 22. Dios mismo conoce y guía el surgimiento y despliegue de cada ser humano en el vientre de la madre, como si él mismo fuera ese “vientre”, como si los hombres fueran expresión y consecuencia (presencia y cuidado contante) de su conocimiento. Así tiene que ser, pues, a diferencia de los animales, que no saben (no conocen), los hombres brotan de conocimiento de Dios y así, por eso, pueden conocerle y responderle.

            En ese sentido se puede afirmar que cada proceso de “gestación” humana constituye un acto concreto de la presencia creadora de Dios. Y de esa forma la palabra “tu plasmaste mis entrañas”, esto es, mis riñones puede y debe entenderse en el sentido  más estricto como “creación en Dios”. Así como Dios ha creado/suscitado en el principio a la Sabiduría (cf. Prov 8, 23) así crea y suscita a cada ser humano, capaz de escuchar su palabra y responder. Éste es el prodigio supremo de su creación.

(4) Contrapunto (139, 19-24) ¡Ojalá mataras, oh Dios, a los malvados!Cuando parecía que el salmo podía haber terminado empieza de nuevo, de un modo que parece muy distinto. Por eso, más de un comentarista ha pensado que estos versos finales son un añadido, que no pertenecía al salmo primitivo, sino que ha sido introducido más tarde en circunstancias difíciles de determinar. Pero, si pensamos mejor el tema, a la luz de otros salmos, compuestos por partes igualmente distintas e implicadas, podemos y debemos admitir también este final, para entender así incluso mejor lo anterior.

Este final nos permite entender resituar todos los motivos anteriores. El salmista aparece ahora como un hombre al que han acusado de maldad. Tiene enemigos, se encuentra en peligro de muerte, en riesgo de ser condenado y ejecutado, pues le acusan de traición al pueblo de Dios y a su santuario. En esa situación, el salmista apela a Dios y, para demostrar su inocencia, afirma de un modo solemne que Dios le sondea y conoce, y que nunca ha podido escapar de su presencia y esconderse. Clara ante Dios ha estado y está toda su vida, y de esa forma se defiende de todos los que le acusan y persiguen, que posiblemente son como él israelitas.

            En esa línea, estos versos nos sitúan ante un duro talión teológico, semejante al que hemos visto en Sal 137 y en otros lugares. El salmista acusa a sus enemigos de malvados   y de sanguinarios  , hombres que quieren condenarle a muerte. Por eso, a fin de defenderse de ellos, ha tenido que apelar a Dios, como justo juez, que le conoce y sabe su inocencia. De esa manera, su confesión teológica (su vida clara ante Dios) se convierte en imprecación y maldición contra esos enemigos, que hablan mentirosamente contra Dios, cuchicheando en vano en contra de él, como si estuvieran tramando en secreto un crimen o pecado en contra del mismo Dios, más que en contra del salmista.

          En ese contexto, el salmista identifica su causa con la causa de Dios, como si el mismo Dios fuera el objeto de su odio, el destinatario de su “juicio”. No le atacan y combaten sólo a él (el salmista), sino atacan y combaten al mismo Dios, portándose como enemigos de   todo aquello que Dios significa, esto es, la transparencia y sentido de la vida humana. Desde aquí se entiende la pregunta del salmista: ¿No odiaré a quienes te odian, Yahvé? ¿no detestaré a quienes se levantan contra ti?  (139, 21).

            Yahvé aparece, así como transparencia total de su vida. Por eso, identificándose con él, el salmista tiene que odiar también a sus enemigos, como enemigos de Yahvé. Lógicamente, la confesión anterior de “identificación con Dios” viene a expresarse en forma de proclamación de odio: “Los odio con odio sin límites, los tengo por enemigos” (139, 21).

            Por eso, el salmista debe terminar su defensa retomando y ratifica las palabras del principio (139, 1: Tú me sondeas), pidiendo: “Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón, ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame por el camino eterno”. De esa forma termina su defensa en el juicio, esperando la sentencia que los sacerdotes han de dictar en la madrugada. Sus enemigos han pedido sentencia de muerte en contra de él; el salmista, a su vez, ha pedido sentencia de muerte contra sus acusadores. El juicio está pendiente de sentencia en los atrios del templo.

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Gran Diccionario de la Biblia

            Este final responde a la lógica de muchos salmos de juicio (cf. Sal 6; 7; 35; 36; 37; 38 43…), en los que el salmista espera la sentencia del tribunal del templo, es decir, del mismo Dio. Probablemente, el acusado ha sido absuelto, pues de lo contrario no se habría conservado su texto o argumento base en el salterio. Entendido así, este salmo responde a la lógica de una parte muy significativa del Antiguo Testamento, donde un tipo de piedad muy honda, casi mística, va unida a una exigencia y deseo de venganza, de tipo incluso teológico, en contra de unos enemigos a quienes se toma como enemigos de Dios.

En esa situación de juicio, el salmista se identifica con Dios, en cuya Vida ha vivido y sigue viviendo. Este salmista se sitúa así en la línea del Siervo de Isaías 2, pero, de un modo muy especial del mismo Jesucristo, juzgado por los sacerdotes del templo, esperando la sentencia de la madrugada.  Entendido así, este salmo nos sitúa ante el mismo Jesús que, por un lado, se identifica con Dios, en cuyas manos se pone, y por otra va a ser juzgado por los hombres. A diferencia de lo que parece suponer este salmo, a Jesús no le absuelven, sino que le entregan a la muerte, en manos del Dios de todo conocimiento. Desde la lógica de la justicia del talión, el salmista apela a “justicia” retributiva de Dios. Por todo lo que sabemos, por lo que ha sido su vida, por la experiencia radical de su resurrección en amor, Jesús no apela a la venganza, sino al amor más alto de Dios que perdona y ofrece vida a los mismos que le matan.

 Ahora vemos como en un espejo, en enigma (borrosamente); entonces, en cambio, veremos cara a cara. Ahora conozco sólo parcialmente, pero entonces conoceré como he sido conocido (por Dios) (1 Cor 13, 12‒13).

 Pablo sabe que el hombre desea ver a Dios, como quiso Moisés (Ex 33, 11), pues el “cielo” (Reino) es “visión beatífica”, de felicidad, comunión de vida en (con) Dios. Ahora vemos como en un cristal de adivinar y no podemos contemplar en plenitud la vida, que es Dios (siendo en él), como niños que aún no saben conocer las cosas (cf. Gal 4, 1‒4). Pues bien, en este mundo enigmático y esperanzado, aguardamos el despliegue del amor completo que es Dios. No vemos aun plenamente, pero podemos vivir y caminamos porque tenemos la esperanza de ver en plenitud a Dios y vernos (comunicarnos) unos a otros, cara a cara (persona a persona), en comunión de amor, sin fusión, sin ser absorbidos y al fin negados, en acogida y perfecto regalo, siendo de esa forma unos en otros, es decir, “resucitando” en Dios y en los hermanos.

Ver a Dios cara a cara significa encontrarle y encontrarnos en su amor, como abrazo de bodas (cf. Ap 21-22), de forma que al fin conoceremos como somos conocidos, veremos a Dios como él nos ve, absortos en la vida de su intimidad (su propio “ser”), siendo nosotros en él y él en nosotros. De esa forma pasamos de la esperanza del Reino a la esperanza de Jesús, como decía Pablo: “Os habéis convertido a Dios, abandonando a los ídolos… para servir del Dios vivo y verdadero y esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de los muertos” (1 Tes 1, 9-10; cf. cap. 21).

 Nota 

[1] Es un salmo universal, pero fue escrito por un israelita, porque sólo en Israel logró expresarse esta experiencia íntima del Dios que conoce y ama al hombre, definiéndole por dentro el sentido dialogal. Chinos e hindúes (con el Tao, la Bagavad Gita y Buda) pudieron expresar y extender otras formas de conocimiento, los griegos trazaron las bases de la filosofía racional y los romanos los principios del derecho, que garantiza el valor legal de las personas, pero sólo los judíos supieron que la verdad del hombre es el “conocimiento” de Dios. 

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