Corrupción social e ideología
Me gustan mucho las palabras del Papa pronunciadas este verano en Asunción:
Hay otras cosas que no dejan pensar a un pueblo:
1) La subordinación de la realidad a los medios de comunicación como si lo que no apareciera enellos no existiese, sólo se admite como real lo que es noticia;
2) La falta de un principio rector de juicio crítico entre jóvenes y adultos en su educación y en su formación;
3) Nuestra falta de tiempo por culpa de un alienante capitalismo y por una disociación entre ocio y pensamiento;
4) Una inquietante dictadura de las emociones y del abuso del eufemismo lingüístico, que impide la reflexión racional de los acontecimientos.
5) La formación deficiente del pueblo.
6) La escasa relevancia de referentes morales públicos.
Sólo los períodos de crisis y desierto estimulan por necesidad el pensamiento y el juicio crítico.
La sociedad española ha contribuido activamente al elevado grado de corrupción institucional de los últimos años.
Si en la sociedad española no se dieran de forma generalizada las conductas que se citan seguidamente, hubiera sido muy difícil la otra corrupción. Todos nos hemos cruzado directa o indirectamente con ellas y son:
1.- Fraude fiscal, a la Seguridad Social y de subvenciones.
2.- Vender por encima del precio tasado una vivienda de Protección Oficial.
3.- El enchufismo laboral que frustra las legítimas expectativas de que el que se esfuerce obtenga su recompensa.
4.- Acceder a ayudas sociales (vivienda y prestaciones) por separado, por parte de parejas de hecho, que debían estar registradas y computar como unidad económica familiar.
5.- Defraudar a las compañías de seguros.
6.- Realizar denuncias falsas.
Los factores que han extendido esta corrupción han sido económicos e ideológicos.
ECONÓMICOS, porque España ha pasado en muy poco tiempo (en menos de 50 años) de ser predominantemente una sociedad rural y agrícola a ser una sociedad urbana y consumista. Ni las dos desamortizaciones, ni las reformas subsiguientes dieron fruto porque las élites de este país eran muy mediocres y porque el pueblo español fue transformado en masa impersonal y anónima, pese a detentar la soberanía.
Monarquía, aristocracia, burguesía y clero, celosos de sus privilegios, casi nunca buscaron ni se movieron por el Bien Común. Tampoco esa minoría ilustrada que oponía con una revolución lo que exigía regeneración.
Aquí durante siglos “mandan los de siempre”. Con la transición democrática no ha habido regeneración tan sólo una alternante suplantación de castas (clase dominante que se sucede, que es hereditaria); concepto que acuñó el conservador italiano (tenía que ser italiano) Gaetano Mosca (1848-1951), y no Pablo Iglesias.
Pese a ello, a partir de la segunda mitad del siglo XX se produjo el milagro económico español, que transforma a la sociedad española en una sociedad de consumo, fuertemente materialista. Hemos experimentado cambios radicales en muy poco tiempo, y no nos ha dado tiempo a digerirlos. Nos ha faltado como pueblo un sano y crítico discernimiento acerca de estas rápidas transformaciones.
IDEOLÓGICOS, porque España nunca ha gozado de un período tan largo de paz política. Ésto ha contribuido a crear un optimismo antropológico y una sensación de autocomplacencia que son pilares esenciales de eso que se llama Progresismo, y que es el agente ideológico de secularización más importante de la sociedad española.
A ello unimos los vicios que a mi parecer reproducimos recurrentemente los españoles:
a) Echarle la culpa a los demás de decisiones personales erróneas;
b) La envidia y la falta del reconocimiento al mérito del otro;
c) La recurrente falta de respeto a la opinión distinta del otro;
d) Simplificar por incultura;
e) El maniqueísmo sectario que distingue entre buenos y malos;
Por ello y por nuestro carácter poco reflexivo y pese a las apariencias, sumiso, resulta fácil que la corrupción social que potencia la institucional pase desapercibida, entre otras cosas porque no sale en los medios y porque asentimos frente a ella cuando nos toca a nosotros o a los nuestros.
La dificultad de ganarse la vida en este país justifica la picaresca pero no la corrupción.
La politización de la sociedad española ha sido para mí el factor más notable de extensión social de la corrupción. La inexperiencia democrática de los españoles, la debilidad de la sociedad civil, que depende excesivamente de los poderes públicos, ocasionan graves problemas de admisión de la pluralidad y la diversidad de opinión, que sí se muestran en la realidad, pero con no pocas e inquietantes dificultades.
La corrupción institucional nos ha dado una lección valiosa: las élites con comportamiento vergonzoso arrastran a la sociedad a reproducir una corrupción, que se ha reforzado porque la sensación de impunidad es generalizada.
Lo que me asombra es la falta de honestidad de los españoles para evaluar el estado de corrupción. Todos esos que han robado o abusado salen de la sociedad, la misma que ha extendido la maldita frase: "Si yo estuviera en su lugar...haría lo mismo".
Esta sociedad ha perdido sus referentes morales, que en última instancia radican en la familia. Cuando la familia se encuentra en crisis, como es el caso (es corrector moral), la persona se encuentra desarmada no sólo para resistirse a las debilidades de su naturaleza (la corrupción no se extingue se minimiza) sino para guiarse en su vida por la Virtud, que es el único factor que espanta a la corrupción.
Hace gracia que una sociedad que se enerva con razón con la corrupción institucional que día sí y día también se traslada a los medios de comunicación, carezca de juicio crítico frente a esas otras corrupciones populares que son profundamente erosionadoras del Bien Común.
Los españoles hoy pastan en el terreno de la ideología, y se alimentan de un emocionalismo, que es útil para destruir pero incapaz de construir nada perdurable ni virtuoso.
Alienta la capacidad de las instituciones democráticas (que esencialmente radica en el principio de separación de poderes) de perseguir la corrupción, alienta la mayor sensibilidad social sobre un pecado estructural que ahora aflora porque nos encontramos en una grave crisis política y económica, sin embargo desalientan las intenciones con las que se denuncia la corrupción.
La corrupción se utiliza contra el contrario, como arma política y no en pos del reforzamiento de los valores éticos comunitarios.
De nuevo, los españoles desperdician una lección que mañana será Historia desaprovechada.
Sin liderazgo moral este país está condenado a las mareas de las emociones, y a las manipulaciones ideológicas. El pueblo español debe pensar sin delegaciones.
El pueblo español debe instaurar un liderazgo moral sólido.
La Iglesia católica española debe asumir sin complejos la parte de liderazgo moral que le corresponde y es importante. Debe ejercerla con audacia y valentía, y debe hacerla eficazmente presente. La Iglesia es objeto de recelo político, porque es rival en la asunción de ese liderazgo moral que los políticos pretenden.
La Iglesia es de las pocas instituciones que puede decirle honestamente a los españoles que no pueden exigir a otros lo que ellos no se exijan a sí mismos, que es la forma auténtica de ganarse un puesto de autoridad entre ellos.
Si queremos una democracia real, hemos de institucionalizar la pluralidad existente en la sociedad, la separación de los poderes del Estado y la exigencia de un liderazgo moral público y mediático separado de la política que actúe de contrapeso, sin que baste para ello la opinión pública, tan dividida hoy como lo están las Cortes. El liderazgo moral ha de ser asumido por personas e instituciones de prestigio.
Si existen buenos líderes existirá un buen pueblo. La Virtud no cae del cielo, la Virtud se educa y se muestra. La Virtud entonces, arrastra.
Las ideologías terminan mal, no sirven; piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo.
Hay otras cosas que no dejan pensar a un pueblo:
1) La subordinación de la realidad a los medios de comunicación como si lo que no apareciera enellos no existiese, sólo se admite como real lo que es noticia;
2) La falta de un principio rector de juicio crítico entre jóvenes y adultos en su educación y en su formación;
3) Nuestra falta de tiempo por culpa de un alienante capitalismo y por una disociación entre ocio y pensamiento;
4) Una inquietante dictadura de las emociones y del abuso del eufemismo lingüístico, que impide la reflexión racional de los acontecimientos.
5) La formación deficiente del pueblo.
6) La escasa relevancia de referentes morales públicos.
Sólo los períodos de crisis y desierto estimulan por necesidad el pensamiento y el juicio crítico.
La sociedad española ha contribuido activamente al elevado grado de corrupción institucional de los últimos años.
Si en la sociedad española no se dieran de forma generalizada las conductas que se citan seguidamente, hubiera sido muy difícil la otra corrupción. Todos nos hemos cruzado directa o indirectamente con ellas y son:
1.- Fraude fiscal, a la Seguridad Social y de subvenciones.
2.- Vender por encima del precio tasado una vivienda de Protección Oficial.
3.- El enchufismo laboral que frustra las legítimas expectativas de que el que se esfuerce obtenga su recompensa.
4.- Acceder a ayudas sociales (vivienda y prestaciones) por separado, por parte de parejas de hecho, que debían estar registradas y computar como unidad económica familiar.
5.- Defraudar a las compañías de seguros.
6.- Realizar denuncias falsas.
Los factores que han extendido esta corrupción han sido económicos e ideológicos.
ECONÓMICOS, porque España ha pasado en muy poco tiempo (en menos de 50 años) de ser predominantemente una sociedad rural y agrícola a ser una sociedad urbana y consumista. Ni las dos desamortizaciones, ni las reformas subsiguientes dieron fruto porque las élites de este país eran muy mediocres y porque el pueblo español fue transformado en masa impersonal y anónima, pese a detentar la soberanía.
Monarquía, aristocracia, burguesía y clero, celosos de sus privilegios, casi nunca buscaron ni se movieron por el Bien Común. Tampoco esa minoría ilustrada que oponía con una revolución lo que exigía regeneración.
Aquí durante siglos “mandan los de siempre”. Con la transición democrática no ha habido regeneración tan sólo una alternante suplantación de castas (clase dominante que se sucede, que es hereditaria); concepto que acuñó el conservador italiano (tenía que ser italiano) Gaetano Mosca (1848-1951), y no Pablo Iglesias.
Pese a ello, a partir de la segunda mitad del siglo XX se produjo el milagro económico español, que transforma a la sociedad española en una sociedad de consumo, fuertemente materialista. Hemos experimentado cambios radicales en muy poco tiempo, y no nos ha dado tiempo a digerirlos. Nos ha faltado como pueblo un sano y crítico discernimiento acerca de estas rápidas transformaciones.
IDEOLÓGICOS, porque España nunca ha gozado de un período tan largo de paz política. Ésto ha contribuido a crear un optimismo antropológico y una sensación de autocomplacencia que son pilares esenciales de eso que se llama Progresismo, y que es el agente ideológico de secularización más importante de la sociedad española.
A ello unimos los vicios que a mi parecer reproducimos recurrentemente los españoles:
a) Echarle la culpa a los demás de decisiones personales erróneas;
b) La envidia y la falta del reconocimiento al mérito del otro;
c) La recurrente falta de respeto a la opinión distinta del otro;
d) Simplificar por incultura;
e) El maniqueísmo sectario que distingue entre buenos y malos;
Por ello y por nuestro carácter poco reflexivo y pese a las apariencias, sumiso, resulta fácil que la corrupción social que potencia la institucional pase desapercibida, entre otras cosas porque no sale en los medios y porque asentimos frente a ella cuando nos toca a nosotros o a los nuestros.
La dificultad de ganarse la vida en este país justifica la picaresca pero no la corrupción.
La politización de la sociedad española ha sido para mí el factor más notable de extensión social de la corrupción. La inexperiencia democrática de los españoles, la debilidad de la sociedad civil, que depende excesivamente de los poderes públicos, ocasionan graves problemas de admisión de la pluralidad y la diversidad de opinión, que sí se muestran en la realidad, pero con no pocas e inquietantes dificultades.
La corrupción institucional nos ha dado una lección valiosa: las élites con comportamiento vergonzoso arrastran a la sociedad a reproducir una corrupción, que se ha reforzado porque la sensación de impunidad es generalizada.
Lo que me asombra es la falta de honestidad de los españoles para evaluar el estado de corrupción. Todos esos que han robado o abusado salen de la sociedad, la misma que ha extendido la maldita frase: "Si yo estuviera en su lugar...haría lo mismo".
Esta sociedad ha perdido sus referentes morales, que en última instancia radican en la familia. Cuando la familia se encuentra en crisis, como es el caso (es corrector moral), la persona se encuentra desarmada no sólo para resistirse a las debilidades de su naturaleza (la corrupción no se extingue se minimiza) sino para guiarse en su vida por la Virtud, que es el único factor que espanta a la corrupción.
Hace gracia que una sociedad que se enerva con razón con la corrupción institucional que día sí y día también se traslada a los medios de comunicación, carezca de juicio crítico frente a esas otras corrupciones populares que son profundamente erosionadoras del Bien Común.
Los españoles hoy pastan en el terreno de la ideología, y se alimentan de un emocionalismo, que es útil para destruir pero incapaz de construir nada perdurable ni virtuoso.
Alienta la capacidad de las instituciones democráticas (que esencialmente radica en el principio de separación de poderes) de perseguir la corrupción, alienta la mayor sensibilidad social sobre un pecado estructural que ahora aflora porque nos encontramos en una grave crisis política y económica, sin embargo desalientan las intenciones con las que se denuncia la corrupción.
La corrupción se utiliza contra el contrario, como arma política y no en pos del reforzamiento de los valores éticos comunitarios.
De nuevo, los españoles desperdician una lección que mañana será Historia desaprovechada.
Sin liderazgo moral este país está condenado a las mareas de las emociones, y a las manipulaciones ideológicas. El pueblo español debe pensar sin delegaciones.
El pueblo español debe instaurar un liderazgo moral sólido.
La Iglesia católica española debe asumir sin complejos la parte de liderazgo moral que le corresponde y es importante. Debe ejercerla con audacia y valentía, y debe hacerla eficazmente presente. La Iglesia es objeto de recelo político, porque es rival en la asunción de ese liderazgo moral que los políticos pretenden.
La Iglesia es de las pocas instituciones que puede decirle honestamente a los españoles que no pueden exigir a otros lo que ellos no se exijan a sí mismos, que es la forma auténtica de ganarse un puesto de autoridad entre ellos.
Si queremos una democracia real, hemos de institucionalizar la pluralidad existente en la sociedad, la separación de los poderes del Estado y la exigencia de un liderazgo moral público y mediático separado de la política que actúe de contrapeso, sin que baste para ello la opinión pública, tan dividida hoy como lo están las Cortes. El liderazgo moral ha de ser asumido por personas e instituciones de prestigio.
Si existen buenos líderes existirá un buen pueblo. La Virtud no cae del cielo, la Virtud se educa y se muestra. La Virtud entonces, arrastra.