La España sin complejos, una revolución

La peor dictadura es la que se disfraza de democracia (Francisco Serrano)


El profesor y psicólogo Martin Seligman describe un fenómeno muy real: la “indefensión aprendida”. Frente a los ataques de otras personas o grupos, no pocos reaccionan con pasividad y sumisión a estos ataques, creyendo que ese es su mejor modo de autoprotección.

Asumen que merecen ser castigados si discrepan de la persona o grupo dominante. Las consecuencias para la autoestima son desastrosas, pues acaban además creyéndose incapaces de evitar su infelicidad y rechazan por ello las oportunidades de cambio que se les presentan.Este fenómeno lo han padecido muchos grupos a lo largo de la Historia, desde los negros hasta los indígenas bajo dominación blanca o criolla, pasando por las minorías religiosas u homosexuales. Es consecuencia de ese humano y animal instinto de dominación de unos sobre otros.

En España sabemos en nuestra reciente historia mucho de este apocamiento o acomplejamiento como Nación. Consentimos que escribieran y nos interpretaran nuestra historia los extranjeros (generalmente hispanófobos por ser rivales políticos nuestros, ingleses, franceses y holandeses). El español se ha creído merecedor de sus males históricos. Somos una Nación bastante excepcional en ese sentido en occidente. Nadie como los españoles para despreciarse tanto a sí mismos y sobrevalorar siempre a las otras naciones occidentales.

Tal es así, que el mismo George Orwell narrando sus experiencias como brigadista internacional en el frente de Cataluña se sorprendía de cómo los soldados y milicianos republicanos siempre valoraban más la calidad y valor de los equipos y voluntarios que venían del extranjero, que los suyos propios.

Este apocamiento y acomplejamiento viene de atrás. Puede remontarse a la consciente decadencia del imperio español desde el siglo XVII. Pero el desastre de 1898 creo que acabó condenando a muchas generaciones a ser un pueblo que se auto-desprecia. Y lo hace también hoy fundamentalmente porque ignora su Historia, ignora por ejemplo que España nunca tuvo colonias sino provincias, con súbditos y no con colonos e indígenas.

Esa puede ser una explicación a lo extraordinariamente que cuajaron en el siglo XX el socialismo y el anarquismo internacionalistas. Pero ya había un internacionalismo español, si bien de trasfondo cultural católico. España, que es una Nación joven (1812), y su más preciosa obra, la Hispanidad, forman parte de un proyecto internacional inacabado.

El imperio español fue siempre una empresa evangélicamente política. España mira mucho al exterior, siempre lo ha hecho. Si los romanos romanizaban allá donde iban, los españoles hispanizaban de igual manera. No se trataba de expoliar los recursos de los nuevos territorios para lo cual había que eliminar a la competencia indígena, se trataba de asimilar e integrar pues la política imperial la diseñaron los teólogos, no las grandes compañías comerciales. Hemos de estar orgullosos de una empresa, la Hispanidad, que hace que los hermanos mestizos e indígenas de Plus Ultra piensen enEspaña como la Madre Patria. Eso no pasa en Sudáfrica, Nigeria o Hong Kong, respecto de los británicos, o en Mali o Vietnam respecto de los franceses.

El desconocimiento de la propia Historia y de la de otros países nos ha hecho sumisos esbirros de los mitos falsos, y un pueblo acomplejado por ignorancia, que es la más destructiva esclavitud.

La cuestión histórica no resuelta nos explica entonces por qué somos un pueblo acomplejado.

El socialismo y el anarquismo en España han cuajado en este pueblo español porque es fácil con ese reseteo cultural que produce el auto-desprecio, que estas ideas contrarias al Estado-Nación, puedan implantarse mejor. Su primera gran intentona de hacerse hegemónicos fracasó en la II República, que fue un intento de sovietizar al Estado, y tras su derrota en la guerra civil.

Después de la dictadura y ya en la etapa democrática se puede decir que hemos vivido durante cuarenta años bajo la Hegemonía cultural de la izquierda o progresista como se auto-denominan. Y eso hoy está cambiando.

Varios hechos han provocado la reacción de españoles de todas las ideas, hartos de esa pasividad y asunción de castigos de ese doble estamento progre político y periodístico, de que somos un pueblo atrasado y retrógrado. Es mentira, somos un pueblo abierto y por lo general hospitalario, generoso y tolerante, hasta unos límites, más amplios en nuestro caso que en el de otros pueblos occidentales.

Muchos millones de españoles ya han viajado o incluso vivido o estudiado en el extranjero. Una vez allí las comparaciones que hacemos de lo que hay allí y aquí nos hacen ver que hemos avanzado mucho y rápido, y que es la misma conclusión que sacan muchos extranjeros que nos conocen. Además, esos complejos no han sido capaces de anular el profundo aprecio que sentimos por nuestro país, pese a que cuente con muchas cosas aún por mejorar. Somos además muy competitivos y seguimos ambicionando un crecimiento económico y político que nos sitúe como potencia en el exterior, a la manera que lo hacemos ya en los deportes. Somos un pueblo por tendente a la visceralidad, expansivo.

No se ha perdido el sentido de pertenencia a la Nación española, estaba tan sólo dormido por tanta indefensión aprendida, y por eso a muchos millones de españoles les ha indignado sobremanera lo ocurrido en Cataluña. El más grave conflicto que ha sufrido nuestra joven democracia ha puesto a prueba la capacidad de nuestros partidos políticos y de nuestro Estado de Derecho para controlarlo, con desigual eficacia. Podemos presumir de ser el primer Estado moderno en occidente en sufrir un primer golpe de Estado y una gravísima crisis económica, ambas sin víctimas mortales.

Existe una derecha con complejos y otra sin complejos, una derecha débil y otra fuerte, de la misma manera que también existe una izquierda con complejos y débil frente a otra sin complejos y fuerte. Una derecha ha asumido el acomplejamiento y pasividad frente a los ataques de la izquierda, otra se ha rebelado. Ese es el fenómeno VOX, que es una escisión del PP casi exclusivamente por estas razones.

A la izquierda le pasa otro tanto. La virulencia con la que ataca a la derecha, no la emplea por acomplejamiento con las fuerzas nacionalistas, que se sienten seguras tras su identidad nacional (que es otro mito) que no han dudado en imponer de forma excluyente y con actos tan radicales como delictivos (desde el terrorismo de ETA a la declaración unilateral de independencia). La izquierda mantiene su ideario bolchevique de permanencia en el poder y de hegemonía cultural, y admira por ello en los nacionalistas la determinación y contundencia de sus imposiciones, y su valor a la hora de saltarse un ordenamiento jurídico que ambos rechazan por considerarlo reaccionario y de origen franquista, es decir por no hecho a su medida, por ser resultado del acuerdo y no de la imposición.

Estamos en un apasionante período de transición cultural y política que es impulsado tanto por el relevo entre generaciones que sí y no han conocido la dictadura, como por la presión de los acontecimientos, ciertamente graves. Persiste el peligro de secesión, y la crisis económica amenaza con agravarse pillándonos sin margen de endeudamiento con el que maniobrar. Se huele la insolvencia del Estado, peligran las pensiones. Las previsiones de mayores ingresos son irreales. El desigual reparto presupuestario entre regiones se hace inaceptable.

Y eso es creo, lo que ha impulsado esa reacción tan perceptible contra un bipartidismo incapaz y corrupto, contra un nacionalismo periférico corrupto y ultramontano, y contra un discurso predominantemente de izquierdas y autoritario a la hora de fijar o cerrar los debates o de marcar el pensamiento correcto en la opinión pública.

Hay mucho hartazgo que se comunica a través de las redes sociales, y que produce un efecto expansivo de indignación, fenómeno verdaderamente transversal.

Los españoles somos conscientes de que estamos siendo retados por circunstancias excepcionales, y que quienes pilotan la nave son la peor clase dirigente con la que podíamos contar.

Si España acaba en la quiebra o en la ruptura territorial, no pocos esperarán sacar ventaja de ello. Desde especuladores en el extranjero (Soros y otros grandes acreedores de Deuda española, entre ellos los chinos) que acudirán como buitres a cobrarse lo suyo, y a costa de condiciones ruinosas para los servicios públicos, hasta rivales fronterizos como Marruecos, Gran Bretaña y Francia, que siempre han temido la fortaleza del Estado español en el exterior, y su crecimiento económico.

La izquierda ha contado por ello con toda clase de apoyos externos. Si las encuestas marcan su declive, proponen a su “Macron español”, Albert Rivera, y si les aparece un reaccionario competidor, VOX, entonces hay que utilizar toda la enorme propaganda mediática para descalificarlo.

Sin embargo, controlar las emociones es cosa distinta a controlar las mentes.

La reacción ha llegado tarde, pero ha llegado.

El miedo se ha transformado en indignación y reacción a lo que siempre ha habido. Y ya no se transige con nada que suene a lo de siempre. Se discute abiertamente todo lo que parecía asumido.

Se ha roto la espiral de complejos ideológicos y pasividad masoquista aceptada. No surten efecto los descalificativos de facha o retrógrado. Los castigos o estigmas morales ya no duelen, endurecen.

No pudieron eliminar así la reacción anti-separatista en Cataluña y no lo podrán hacer en el resto de España.

Han despertado a un animal tan furioso como sufrido, la Nación española.

No queremos dejar de ser lo que somos, españoles, y no queremos que nos digan lo que tenemos que pensar. Dos premisas sólidamente racionales, identidad y libertad, desde las que se mueve la Historia de los pueblos.
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