El beneficio de la Duda para el obispo de Mallorca

Tras haber estudiado el caso con curiosidad y cierto morbo, debo reconocer que siendo rebelde como soy a dejarme llevar por la corriente, me asalta la Duda en beneficio del obispo Monseñor Salinas.

Estamos tan mediatizados, tan vapuleados de información y emociones, que nos falta ese juicio crítico que nos pone frente al ser humano y sus debilidades y fortalezas.

Hay un marido celoso que culpa a un clérigo de su fracaso matrimonial, hay una mujer comprometida con la Iglesia y con la política pero también casada, hay un clérigo pero también un obispo, hay una gran amistad entre ellos dos, hay posiblemente despechados y no deja de haber el personaje más importante, las habladurías, las habladurías de todo aquel que más que escandalizarse se deleita con la confirmación de un prejuicio, una mala idea o una mala acción.

El episodio más extraordinario de esta historia para mí ha sido que un obispo designe a una mujer, al parecer brillante, y no a un laico o sacerdote varones, como secretaria y persona de máxima confianza. He aquí la extraordinaria irregularidad.

Muy tranquilo debía sentirse el obispo, no tanto en la designación de esta mujer, como en la repercusión en el aparato digestivo de su diócesis, y de una sociedad, la mallorquina, que es insular. Pero arriesgó o sobrestimó su confianza, o simplemente, obvió con inocencia las consecuencias.
De lo que lo que he leído, deducido, o conocido en las debilidades y fortalezas humanas, no he sacado claramente la conclusión de que la debilidad fuera la vida sexual entre los implicados, y no existiera más fortaleza que la del marido agraviado o la diócesis escandalizada.

Y por qué lo digo. Porque me creo y porque lo he vivido, que una amistad entre una mujer y un hombre puede ser limpia por desinteresada, puede ser grande por no ser estrecha, y puede ser casta porque sea elegida así.

Jesús de Nazaret comía y se relacionaba con mujeres, se acercaba a ellas (la samaritana) con escándalo de sus discípulos, pero ¿también se acostaba con ellas? Jesucristo estaba por encima de las habladurías, Él era auténtico.


Compadezco a quien sufre la enorme Cruz de las habladurías, pues ésa también la tuvo que llevar Jesús. ¿No fue que sus actos causaran constante escándalo entre los judíos lo que le encaminó a su persecución? ¿No fueron sus constantes escándalos los que le registraron como personaje real e histórico en las fuentes judías de la época?

¿Y si un cristiano causa escándalo, no porque su conducta sea inmoral, sino porque sea irregular, acertamos?

Razón y tristeza tenía San Ignacio de Loyola cuando dejó de confesar a las prostitutas de Roma por las habladurías. Y el rebote del vasco no fue poco que no hay rama femenina en los jesuitas.

No nos gusta que nadie esté por encima de nosotros, porque sea precisamente mejor que nosotros, y entre otras cosas, porque sea auténtico. Le queremos ver con debilidades, como nosotros, por eso “hablamos”, calumniamos.

Toleramos mal la autenticidad, la naturalidad, la simpleza, y por eso nos resistimos a Dios y no damos pie con bola a la hora de testimoniar nuestra Fe en el mundo.


Y sí, compadezco a este hombre y a esta mujer, por aguantar una cruz que pone de manifiesto graves debilidades pero también posibles fortalezas. ¿Las debilidades que puedan sentir un hombre y una mujer? No, las debilidades que vuelven a repetirse en la Historia de enjuiciar lo que no entendemos por estrechez de mente y vida, y por tener sucio el corazón.

Y así podemos entender que condenar a las personas es grave pecado, porque Jesucristo es redentor de todas las condenas. Se condenan las ideas, y condeno que en las comunidades cristianas e incluso en las instituciones vaticanas rija la más culpable de las debilidades, condenar la autenticidad.

No nos creemos la autenticidad y por eso la ponemos bajo sospecha morbosa y calumniosa, especialmente, porque no la vivimos.

Estar por encima de las habladurías llevó a Jesús a la Cruz y a la Gloria, y a no pocos cristianos a la Santidad. Ante la Dictadura de las habladurías, la Iglesia escoge sin mi sorpresa, las cadenas. Por eso pienso que la cruz de nuestro Pontífice es la que más hay que compadecer.

Y ya sabemos que cada uno con su cruz, creyente o no, una cosa es llevarla con Cristo y otra muy distinta, llevarla a solas.

¿Y si Monseñor Salinas y su buena amiga fueran inocentes? Yo, al contrario que la magnífica película de final abierto, les otorgo el beneficio de la Duda.
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