Primeras brisas de aire fresco en Bangui

(JCR)
Cuando el pasado miércoles 23, de madrugada, salí del avión de Air Maroc que me llevó de Casablanca a Bangui y una bocanada de calor sofocante me dio la bienvenida, el lugar me resultó familiar. Aún me acordaba de una visita a la República Centroafricana realizada allá por 1989 en la que alguien me apartó de la fila del control de pasaportes para indicarme que fuera a vacunarme de no sé qué en la oficina de salud, donde me encontré con tres hombres bebiendo cerveza que se rieron cuando les mostré mi cartilla de inmunización y me exigieron una propina antes de dejarme marchar. Me dio la impresión de que el lugar no ha cambiado nada, y yo por si acaso me aparté de la salita de marras por si aquellos tres hombres aún seguían por allí y se acordaban de mi cara de incauto.

Otros recuerdos de aquella primera visita me resultaron más agradables. Una de las primeras personas a las que encontré por la mañana fue el obispo de Bangassou, el comboniano Juan José Aguirre, quien se alegró al saber que me preparaba para ir a trabajar unos meses en un remoto lugar situado en el territorio de su diócesis. Él me rescató del descaradamente caro y poco agradable hotel donde pasé mi primera noche y me llevó a la casita que su diócesis tiene en la capital. Allí las tres monjas centroafricanas que se ocupan de la acogida de huéspedes me prepararon una habitación limpia, sencilla y cómoda que he agradecido las dos primeras noches que he dormido en ella. El obispo tuvo un infarto hace pocos meses, y al día siguiente de encontrarle salió para hacerse un control en España. Su cardiólogo parece que le ha prometido que no le hará salir de su querida selva más de lo que sea estrictamente necesario. Volverá dentro de pocos días, acompañado de un oftalmólogo de su Córdoba natal que pasará su mes de vacaciones realizando operaciones a destajo en el hospital que la diócesis tiene en uno de los muchos lugares aislados y paupérrimos donde la Iglesia predica y da trigo en abundancia.

Antes de marchar para el interior preparo el trabajo y durante el único tiempo libre que tengo, muy de mañana antes del amanecer, voy a correr por la orilla del río Oubangui, desde donde veo salir el sol y contemplo enfrente de mí, en la otra orilla, la ribera de la provincia del Equateur de la República Democrática del Congo. Pero en el África profunda, además de disfrutar de la luz y los olores de su tierra, el mejor entretenimiento es charlar con la gente y ayer por la noche tuve ocasión de escuchar la historia de la hermana Hortensia, la superiora de la comunidad de hermanas Oblatas de Nuestra Señora de Lourdes que se ocupan de la casa donde me hospedo durante mis primeros días en este país.

En contraste con las dos otras hermanas, que son muy jóvenes, Hortensia ya es algo mayor. Hace tanto calor en Bangui en esta época del año, antes de las lluvias, que por la noche lo mejor es salir al fresco a cenar. Sentados en los escalones delante del comedor, junto a una bola de harina de maíz hervida y hojas de mandioca, me interrogó con consumada diplomacia femenina como sólo las mujeres africanas saben hacerlo y tras sonsacarme todo lo que pudo sobre mí y mi pasado de sacerdote comboniano quiso saber si en mi opinión la vida de matrimonio es más fácil o más difícil que la vida religiosa. “Ahora cumplo el voto de obediencia mucho más que antes”, le dije, y ella se rió con ganas. Me preguntó por mis hijos y entonces ella me dijo que también ella era madre de un muchacho del que se sentía orgullosa.

“Verás, es que yo he hecho la misma experiencia que tú, sólo que a la inversa”, me reveló finalmente. Hortensia es de la región de la Lobaye, en el sur del país. Era una adolescente cuando se casó, o yo diría que tal vez la casaron con un hombre bastante mayor que ella. Tuvieron un hijo y al cabo de unos años ambos se separaron y después el hombre murió. Ella pasó entonces muchos años trabajando de catequista en su parroquia y un día pidió entrar al noviciado de las hermanas oblatas. Hizo sus votos en 1999 y desde entonces ha trabajado en Bambari y ahora en Bangui. Cuando su hijo se hizo mayor entró al seminario y ahora hace su año de experiencia pastoral antes de terminar la Teología y dar el paso final de ordenarse sacerdote.

Me imagino mañana a la madre y el hijo, ella religiosa y él sacerdote, felices y juntos de dedicar su vida al servicio de Dios y de sus hermanos en este país de África. Una imagen sin duda poco común. Una vez más, África me muestra cómo se pueden romper esquemas y presenciar escenas poco habituales como esta.
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