Sur Sudán: Razones para la independencia
(AE)
Es difícil condensar en unas pocas líneas lo que supone para esta región africana el alcanzar la independencia. Hay que hurgar bastante en la historia del país para poder comprender los serios
agravios que la población del Sur Sudán ha tenido que sufrir durante varios siglos a manos de las poblaciones árabes o arabizadas de la mitad norte del país.
Para los que hemos seguido la evolución del país, estaba claro que no había otra salida que la separación. No se trataba de buscar justificaciones fáciles que pudieran preparar el camino para un proceso administrativo y social tan complicado como el de la secesión de una buena parte de un país... a pesar de todos los esfuerzos de reconciliación y de superación de errores históricos, era lógico que no podían y no debían estar juntos los que históricamente han sido esclavizados y los que ancestralmente llevaron a cabo una campaña de exterminio y explotación contra la otra mitad del país que apenas era considerada humana.
La llegada de gobernantes de corte islamista a finales de los años 80 no hizo sino agravar una situación ya de por sí crítica y lacerante para la población del Sur. Para los esfuerzos de expansión del Islam en África Central, el Sur del Sudán supuso siempre un importante obstáculo que se quiso superar utilizando la fuerza bruta. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la mitad sur supuso entonces la guinda del pastel. Había que explotar esos recursos cuanto antes y con la menor resistencia posible.
Al principio fue un proceso meramente social, cultural y político de islamización y de arabización, en el cual se despreció hasta el infinito a las culturas locales, se sometió a tribus y a algunos de sus líderes, se descabezaron literalmente las expresiones mas díscolas de rebelión y de resistencia, se intentó aislar a la población para que recibieran la influencia árabe pero no la “occidental”... pero la estrategia en general no surtió efecto. Ya había demasiados sureños que habían conocido una realidad más allá de la que querían imponer los gobernantes. Muchos de ellos habían tenido acceso a las escuelas de los misioneros y estaban en posición de poder presentar resistencia incluso intelectual a unos avances cada vez más intolerantes.
Con el aliciente del petróleo, este proceso se convirtió también en una estrategia geopolítica ya que muchos países – sobre todo de Asia donde los derechos humanos en el contexto de las prospecciones petrolíferas no fueran algo demasiado al orden del día – estaban muy interesados en aprovecharse del crudo sudanés. Para tener completa libertad de actuación, el gobierno central aplicó en las zonas petrolíferas una política de tierra quemada y expulsó de allá a las tribus locales a base de ataques de repetidos misiles lanzados desde helicópteros. En pocos meses, esas zonas fueron cercadas y “ejércitos” de ingenieros chinos se apropiaron del paisaje.
La guerra civil sudanesa (o mejor dicho las guerras, ya que hubo dos periodos, del 1955 al 1973, del 1986 al 2005) no fue sino la consecuencia lógica de una reacción social ante el uso continuo de la fuerza bruta contra las poblaciones negras del Sur Sudán y la explotación cultural y económica que supuso, convirtiendo de hecho al Sudán en un país con dos clases sociales, viviendo de hecho un sistema de apartheid donde incluso los salarios se medían de acuerdo con el color de la piel (!), la lengua y la religión.
Se cuentan por millones las víctimas de la violencia en estos años. No todos murieron en el frente, ya que la represión contra los líderes sociales, religiosos y culturales tuvo lugar en pueblos y aldeas donde la autoridad colonial británica (a pesar de sus defectos, respetuosa con la población del sur) fue substituida en cuestión de pocos años por administradores locales árabes que impusieron las normas del gobierno central y en muchos casos aplicaron una política de mano de hierro, llegando incluso a ejecuciones sumarias de líderes o de personas sospechosas de sembrar animosidades antigubernamentales.
A partir del 9 de Julio, el Sur de Sudán será finalmente dueño de su propio destino, además será – por primera vez y 55 años después – un país realmente independiente. A partir de esta fecha no valdrá echarle las culpas a ningún opresor de dentro o de fuera. Para bien o para mal, la república del Sur Sudán tendrá que echar a andar por su propio pie... aunque no tenga estructuras, aunque no haya una tradición democrática, aunque muchos de sus habitantes sigan marcados y traumatizados debido a los muchos años de guerra, aunque quede tanto todavía para que ésta pueda llegar a ser una sociedad perfecta.
Como dijo una mujer sudanesa en el día del referendum sobre la autodeterminación: “hoy soy una ciudadana de primera en mi propio país.” ¿Acaso es eso demasiado pedir?
Es difícil condensar en unas pocas líneas lo que supone para esta región africana el alcanzar la independencia. Hay que hurgar bastante en la historia del país para poder comprender los serios
Para los que hemos seguido la evolución del país, estaba claro que no había otra salida que la separación. No se trataba de buscar justificaciones fáciles que pudieran preparar el camino para un proceso administrativo y social tan complicado como el de la secesión de una buena parte de un país... a pesar de todos los esfuerzos de reconciliación y de superación de errores históricos, era lógico que no podían y no debían estar juntos los que históricamente han sido esclavizados y los que ancestralmente llevaron a cabo una campaña de exterminio y explotación contra la otra mitad del país que apenas era considerada humana.
La llegada de gobernantes de corte islamista a finales de los años 80 no hizo sino agravar una situación ya de por sí crítica y lacerante para la población del Sur. Para los esfuerzos de expansión del Islam en África Central, el Sur del Sudán supuso siempre un importante obstáculo que se quiso superar utilizando la fuerza bruta. El descubrimiento de yacimientos petrolíferos en la mitad sur supuso entonces la guinda del pastel. Había que explotar esos recursos cuanto antes y con la menor resistencia posible.
Al principio fue un proceso meramente social, cultural y político de islamización y de arabización, en el cual se despreció hasta el infinito a las culturas locales, se sometió a tribus y a algunos de sus líderes, se descabezaron literalmente las expresiones mas díscolas de rebelión y de resistencia, se intentó aislar a la población para que recibieran la influencia árabe pero no la “occidental”... pero la estrategia en general no surtió efecto. Ya había demasiados sureños que habían conocido una realidad más allá de la que querían imponer los gobernantes. Muchos de ellos habían tenido acceso a las escuelas de los misioneros y estaban en posición de poder presentar resistencia incluso intelectual a unos avances cada vez más intolerantes.
Con el aliciente del petróleo, este proceso se convirtió también en una estrategia geopolítica ya que muchos países – sobre todo de Asia donde los derechos humanos en el contexto de las prospecciones petrolíferas no fueran algo demasiado al orden del día – estaban muy interesados en aprovecharse del crudo sudanés. Para tener completa libertad de actuación, el gobierno central aplicó en las zonas petrolíferas una política de tierra quemada y expulsó de allá a las tribus locales a base de ataques de repetidos misiles lanzados desde helicópteros. En pocos meses, esas zonas fueron cercadas y “ejércitos” de ingenieros chinos se apropiaron del paisaje.
La guerra civil sudanesa (o mejor dicho las guerras, ya que hubo dos periodos, del 1955 al 1973, del 1986 al 2005) no fue sino la consecuencia lógica de una reacción social ante el uso continuo de la fuerza bruta contra las poblaciones negras del Sur Sudán y la explotación cultural y económica que supuso, convirtiendo de hecho al Sudán en un país con dos clases sociales, viviendo de hecho un sistema de apartheid donde incluso los salarios se medían de acuerdo con el color de la piel (!), la lengua y la religión.
Se cuentan por millones las víctimas de la violencia en estos años. No todos murieron en el frente, ya que la represión contra los líderes sociales, religiosos y culturales tuvo lugar en pueblos y aldeas donde la autoridad colonial británica (a pesar de sus defectos, respetuosa con la población del sur) fue substituida en cuestión de pocos años por administradores locales árabes que impusieron las normas del gobierno central y en muchos casos aplicaron una política de mano de hierro, llegando incluso a ejecuciones sumarias de líderes o de personas sospechosas de sembrar animosidades antigubernamentales.
A partir del 9 de Julio, el Sur de Sudán será finalmente dueño de su propio destino, además será – por primera vez y 55 años después – un país realmente independiente. A partir de esta fecha no valdrá echarle las culpas a ningún opresor de dentro o de fuera. Para bien o para mal, la república del Sur Sudán tendrá que echar a andar por su propio pie... aunque no tenga estructuras, aunque no haya una tradición democrática, aunque muchos de sus habitantes sigan marcados y traumatizados debido a los muchos años de guerra, aunque quede tanto todavía para que ésta pueda llegar a ser una sociedad perfecta.
Como dijo una mujer sudanesa en el día del referendum sobre la autodeterminación: “hoy soy una ciudadana de primera en mi propio país.” ¿Acaso es eso demasiado pedir?