El indulto de Benedicto XVI a los nostálgicos de la liturgia tridentina

He publicado recientemente un estudio con este mismo título en la revista «Teología Espiritual», 57/170, 2013, 165-202. Ofrezco aquí, en el blog, un resumen del trabajo. Suficiente, creo, para que el lector se haga una idea clara del problema y de la solución que yo propongo.

Se trata de la facultad concedida por Benedicto XVI de poder seguir usando el viejo misal de San Pío V, reeditado en 1962 por el papa Juan XXIII, para la celebración de la misa. Este asunto me viene preocupando desde hace años. Justamente en junio de 2011 tuve la oportunidad de publicar un breve estudio sobre el tema en la revista «Vida Nueva». Durante este tiempo, sobre todo a partir del «Motu proprio» de Benedicto XVI «Summorum Pontificum», promulgado el 7 de Julio de 2007, han ido apareciendo numerosos comentarios haciéndose eco del documento. Estos comentarios no han pasado de ser reflexiones breves, intrascendentes, generalmente periodísticas y sin pretensiones críticas, sobre el documento. Casi siempre se han limitado a reproducir el contenido y la intención apaciguadora de Benedicto XVI.

Voy a resumir brevemente las ideas centrales de mi estudio y las conclusiones centrales a las que he llegado.

1) Antes de ofrecer conclusión alguna, deseo reconocer la grandeza de espíritu tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI. Ambos, en su momento, sufrieron en su alma de pastores el desgarro que suponía, ya entonces, la postura intransigente de Mons. Lefebvre y sus seguidores. Ambos intentaron dar pasos para propiciar un acercamiento. Ambos buscaron tender puentes de benevolencia. En ese marco hay que situar el indulto de Benedicto XVI y las demás actuaciones de la Santa Sede. Por otra parte, en ningún caso se puede poner en duda la potestad del Romano Pontífice para tomar las decisiones que considere oportunas a fin de resolver el problema. Ambas cosas son claras y así hay que reconocerlas.

2) Desde el primer momento quedó patente que la crisis provocada por los tradicionalistas de Lefebvre no era solo ni principalmente de carácter litúrgico. Había de por medio un problema de doctrina, de comunión en la fe y de ortodoxia. El tema del misal fue solo una excusa, un elemento emblemático, un punto de referencia, en el que se aglutinaba toda la complejidad de la crisis. Por tanto, la concesión del uso del viejo misal tridentino no resolvía en absoluto el problema. A lo sumo, y solo en algunos casos, podía apaciguar los ánimos.

3) Tampoco la facultad para usar el viejo misal, tan abundante y generosamente concedida, la debemos interpretar incautamente, como si fuera una concesión simple y sin trasfondo. Como he intentado explicar en uno de los puntos del artículo, conlleva, por una parte, un menosprecio del misal renovado del Vaticano II. De un modo u otro ese gesto implica una actitud de reserva, de discrepancia, frente al concilio. Porque la reforma, como he demostrado hasta la saciedad, es obra del Vaticano II. Rechazar la reforma litúrgica es rechazar el concilio.

4) Por otra parte, aceptar el uso del misal de san Pío V, es acogerlo con todas sus consecuencias. Lo cual nos lleva hasta el absurdo. Usar ese misal es, sin más, un retorno a la vieja liturgia preconciliar: es volver al latín; es volver a la misa solitaria, en la cual la asamblea permanece ausente; es volver a la misa de espaldas a los fieles; es volver al viejo leccionario de dos lecturas para la misa y un solo ciclo anual; es volver a la comunión bajo una sola especie de forma permanente; es volver a las misas sin homilía, sin oración de los fieles, sin abrazo de paz; es volver al viejo Canon Romano y al abandono de las nuevas plegarias eucarísticas; es volver al viejo calendario, de abultado ciclo santoral y escaso ciclo cristológico; es volver al viejo ritual del bautismo en el que se aglutinan, de forma absurda, ritos ideados para ser celebrados durante un largo periodo de tiempo. Podríamos ir desgranando toda una larga serie de formas y ritos litúrgicos abandonados y seguramente olvidados. Usar el viejo misal no se reduce a usar unos textos diferentes; es volver a una liturgia diferente.

5) La generosa amplitud con que se ha concedido la facultad de usar el viejo misal, administrada de forma casi ilimitada, no nos permite establecer una previsión aproximada del alcance de este indulto. Es posible adivinar, al menos en nuestro país, que los fieles a esta forma de celebrar la misa no representen un gran número. En cambio, en otros países su número puede representar un alto porcentaje. Sean cuales fueren estas previsiones, lo cierto es que, al menos en una hipótesis absurda, el número de grupos tradicionalistas decididos a volver al misal tridentino podría alcanzar un alto volumen, de proporciones imprevistas y de resultados nefastos para la praxis pastoral de la Iglesia. Porque el motu proprio «Summorum Pontificum» no solo no ha fijado límites a tal concesión sino que ha allanado el camino a los aspirantes tradicionalistas. Después de haber afirmado que entre los dos misales no existen diferencias esenciales y que el misal tridentino de san Pío V no ha sido abrogado, la puerta ha quedado completamente abierta a su reutilización.

6) Todo ello nos lleva a la conclusión final de que el mencionado indulto, al que me estoy refiriendo en todo este estudio, no sólo no va a conseguir su objetivo, el acercamiento a la Sede romana de los tradicionalistas de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, sino que puede causar lamentables destrozos a la Iglesia. Que no va a conseguir su objetivo lo estamos comprobando al observar la respuesta, tozudamente negativa de Mons. Fellay a la oferta de acercamiento propiciada por Roma. Los problemas que el indulto puede causar, en cambio, hay que cifrarlos en el desconcierto que ocasiona a los fieles la posibilidad de volver al viejo misal. Desconcierto que puede traducirse en descrédito y decepción respecto a la liturgia renovada por el concilio, tan desconsideradamente arrinconada y dejada de lado. Eso sin apuntar a la actitud de reserva camuflada respecto al mensaje global del Concilio, uno de cuyos objetivos centrales fue la reforma de la liturgia. En última instancia, si el viejo misal nunca ha sido abolido y si, por tanto, como dice el papa, es legítimo seguir usándolo, resulta un esfuerzo inútil e innecesario el intento por justificar la vuelta al viejo misal tridentino. Como dicen los castizos, se ha gastado la pólvora en salvas.

7) Termino con un guiño a la esperanza. Porque el Espíritu guía constantemente a su Iglesia y sus caminos no obedecen a ninguna lógica. La elección del papa Francisco es, sin duda, una puerta abierta a la esperanza. Seguramente la primavera conciliar volverá a reverdecer.

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