Horizonte espiritual del adviento

Me parece que para muchos predicadores el adviento viene a ser una gran novena de varias semanas que nos prepara a la fiesta de navidad. Esta percepción, a mi juicio, no es exactamente justa. Porque la esperanza que predica el adviento nos abre a un horizonte mucho más amplio, más hondo, de dimensiones más abiertas.

Tampoco me parece muy acertada esa idea que suele atribuirse a san Bernardo. Me refiero a la propuesta de las tres venidas: la histórica en Belén, la escatológica al final de los tiempos y la presente, actualizada en la celebración. No me parece muy feliz la idea de multiplicar las venidas. Es una presentación muy estructurada, muy lógica, pero difícil de encajar en la experiencia litúrgica. Porque, a mi juicio, la esperanza del adviento se abre a una sola venida, la venida última y definitiva, cuando el Señor venga para hacer nuevas todas las cosas, cuando aparecerán el hombre nuevo y la creación nueva, definitivamente consolidados y llegados a su plenitud. Ya no habrá luto, ni lágrimas, ni tristeza. Porque la presencia del Señor será plena y definitiva. El adviento se convierte así en la gran caravana de peregrinos, en la multitud de caminantes que se dirige hacia el monte santo de Yahvé, como sugiere Isaías, donde el Mesías reunirá a todos los pueblos, sin distinción de lenguas, ni de razas, ni de pueblos, creando en torno suyo la gran comunidad mesiánica de los redimidos.

La aparición del Señor en Belén, en el seno de una familia, y su existencia como hombre en medio de nosotros, en nuestro entorno histórico, tendríamos que entenderlo como el inicio de un gran proceso pascual, desarrollado a lo largo de la historia. Es un proceso de transformación, de renovación progresiva del hombre y las estructuras, de liberación y pacificación. Este proceso culminará al final de los tiempos, cuando el Señor vuelva para hacer nuevas todas las cosas. Por eso yo pienso que no deberíamos hablar de dos venidas. La última venida del Señor, su retorno escatológico al final de la historia, debemos entenderlo como la culminación y consolidación plena y total de la venida histórica de Jesús en Belén.

Hacia esa venida plena y total se orienta la esperanza del adviento. Esa es la actitud que nos anima a los cristianos a peregrinar en esta vida, inmersos en la esperanza y en la lucha regeneradora. Porque toda nuestra vida es un adviento y en nuestra mente contemplamos siempre el futuro mesiánico, el futuro que se apoya en la firmeza de la palabra del Señor, una palabra que para nosotros siempre es promesa.
Por todo ello, teniendo en cuenta todas las matizaciones que acabo de señalar, tiene sentido, por supuesto, fijar nuestra mirada en la fiesta de navidad. Así lo hace la liturgia del adviento en las dos últimas semanas, especialmente a partir del día 18 de diciembre. Porque la esperanza del nacimiento del Señor la entendemos como una acogida del Señor que viene y se nos manifiesta; es como un dejarnos impactar y deslumbrar por el poderoso resplandor del Señor, que es Logos y luz resplandeciente. La espera de la aparición del Señor en navidad se abre, de este modo, se proyecta, hacia la gran esperanza escatológica, hacia el futuro de la promesa. Esperar navidad es esperar el futuro de Dios.

Cuando celebramos la liturgia del adviento la presencia del Señor que viene se hace viva e intensa. La celebración es un memorial activo, eficaz; no es un simple recuerdo de acontecimientos pasados; es una evocación eficaz, que actualiza la presencia del Señor, que hace presente, por la fuerza misteriosa de los símbolos sacramentales, el misterio insondable de su venida. En la liturgia de navidad, en virtud de la fuerza sacramental de los misterios, se hace presente la venida epifánica del Señor culminada para siempre al final de los tiempos. Por eso la memoria de navidad es, al mismo tiempo, un memorial de la manifestación del Señor en la historia y una anamnesis o memoria del futuro de la promesa, de la última aparición del Señor al final de los tiempos.

No quisiera que estas reflexiones fueran interpretadas como elucubraciones mentales fruto de la fantasía. Lo que sí me gustaría es que nuestras fiestas natalicias superaran el pegajoso riesgo de caer en la superficialidad y en el sentimentalismo fácil; mi deseo es que seamos capaces de entrar en la entraña de la fiesta, que experimentemos desde dentro , desde la raíz, el misterio del Señor que viene; que nos acerquemos a estas celebraciones desde los valores fontales, los que dan sentido e identidad a estas fiestas.
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