Presidir es ser el primero en la caridad
Hay que hablar también de la atención pastoral a la comunidad. Los presbíteros que están al frente de una comunidad parroquial son los responsables de dirigirla, de animar a los hermanos en el seguimiento de Jesús y en el compromiso evangélico. Ellos son los impulsores de la unidad; los promotores incansables del amor fraterno. A ellos corresponde, por supuesto, despertar en los hermanos una conciencia social abierta y solidaria, un cultivo permanente de la misericordia y de la compasión, sensible siempre a las necesidades de los hermanos. Ellos, los pastores que dirigen a la comunidad, deben ser los primeros en el compromiso, en el testimonio, en la caridad. Presidir a la comunidad es ser los primeros en el amor.
Sólo desde la presidencia en el amor y en el compromiso, los presbíteros han de asumir su ministerio de presidir la eucaristía. Ellos presiden la asamblea celebrante porque son quienes la presiden en la vida y en el servicio de la palabra. No hay que separar esas tareas. Van unidas, inseparables. Un sacerdote no se acerca a una comunidad parroquial, reunida para la misa dominical, como si fuera un funcionario disciplinado que acude a desempeñar un encargo profesional. Lo ideal es que quien preside la eucaristía el día del Señor sea el que comparte la vida de la comunidad a lo largo de toda la semana, el que vive la cercanía de lo cotidiano y familiar, el que comparte alegrías, preocupaciones y tristezas. Desde ahí tiene sentido el servicio, la tarea de servir a la comunidad. No es un privilegio, ni una función honorífica, ni un gesto de poder.
Presidir es servir. Presidir, no desde arriba sino desde la humildad. Presidir en el altar, sí; pero aún más presidir en la santidad y en el amor.El Concilio no se cansa de afirmar que quien preside lo hace «in persona Christi», representando a Cristo. Esa es la grandeza del ministerio de presidir, hacer presente al Señor; asumir los sentimientos y actitudes de Jesús de Nazaret: la misericordia, la compasión, la cercanía, el desvelo por los demás. Sólo quien está dispuesto a entregar la vida, como Jesús, es digno de presidir. Ahí es nada. Una gran vocación, la de los presbíteros; pero también un hermoso ideal y un reto.