¿Sacramento de la confesión?

No es solo cuestión de palabras. Detrás de las expresiones y de las palabras hay siempre un trasfondo ideológico significativo, determinante. Porque estos días, al referirse al sacramento de la penitencia, he oído a varios eclesiásticos y también a algunos periodistas, llamar al de la penitencia “sacramento de la confesión”.

Para quienes todavía viven anclados en el pasado ese sacramento se ventila en torno a un curioso mueble que venimos llamando “confesionario” y el ministro sagrado que lo administra es el “confesor”. Vale la pena recordar que el oficio sagrado de “confesor” ha tenido en la historia de la Iglesia una gran prestancia. Todos recordamos a prestigiosos sacerdotes que culminaron su carrera eclesiástica siendo “confesores” de reinas y personajes de la nobleza. El franciscano Cisneros lo fue de Isabel la Católica. Otros fueron “confesores” de grandes santos. El teólogo dominico Domingo Bañez fue “confesor” de santa Teresa; aún contemplamos con una cierta veneración en el claustro del convento dominicano de santo Tomás de Avila el lugar donde el padre Bañez escuchaba en “confesión” a santa Teresa.

Lo que constituye solo una parte de la celebración del sacramento, la confesión o manifestación de los pecados al sacerdote, ha servido para denominar al conjunto de la celebración sacramental. Por otra parte, este momento de manifestar los pecados ha resultado siempre el más comprometido, el más costoso, el más desagradable para el penitente. No me cabe la menor duda de que, al optar por esta palabra, no nos libramos de un cierto morbo muy tentador. Además todos los puntillosos apuntes teológicos referentes a la integridad de la confesión, interpretados en su exigencia más radical, aportan un importante “plus” de inclemencia al acto de la “confesión”. Tengo el convencimiento de que el desafortunado uso pastoral de la “confesión” de los pecados está en el origen de la actual crisis del sacramento de la reconciliación.

Sin embargo el nuevo ritual de la reforma litúrgica conciliar no lo llama así. Lo designa como “Sacramento de la penitencia”. Es el nombre original, el oficial. Porque en las explicaciones que preceden al ritual, en los llamados Praenotanda, se habla del misterio o sacramento de la “reconciliación”. Es la expresión más afortunada, la que mejor expresa la hondura de este sacramento. Porque al celebrar la penitencia celebramos el maravilloso encuentro de Dios misericordioso con el pecador arrepentido; es el abrazo entrañable del Dios, Padre misericordioso, que recibe al hijo pródigo con los brazos abiertos, le perdona y le reúne con la comunidad de hermanos. Es el sacramento del perdón, de la misericordia del Padre, de la reconciliación. Este debiera ser el horizonte espiritual en que se mueve la designación de este sacramento.
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