¿Es bueno inventarse la celebración?
Al banquete se le quiere dar todo el realismo que merece. Por eso se depositan sobre la mesa una imponente hogaza de pan y un buen jarrón de vino. A mi juicio nos hemos pasado tres pueblos; porque del simulacro de banquete, mantenido en la Iglesia durante siglos, en el que ni la mesa era mesa, ni los manteles eran manteles, ni el pan era pan, ni el vino era vino, sino «vino de misa», químicamente puro, hemos pasado ahora a una comida desmesurada y burda, que rompe los más elementales esquemas de la estructura simbólica. Porque lo importante del símbolo, no es acaparar la atención sobre sí mismo, sino ser trasparente y remitir a algo más importante y prioritario. No sea que, como en el cuento, cuando alguien te señala la luna con el dedo, tú en vez de mirar la luna, quedas embobado mirando el dedo.
Siempre he apostado yo por la creatividad, en la línea del la reforma conciliar. Siempre he pensado que no existen modelos estándar de celebración, modelos fijos; sino que cada celebración debe ajustarse a las circunstancias y características concretas de la comunidad que va a celebrar. El celebrante no debe limitarse a leer el libro y seguir escrupulosamente las normas litúrgicas. La adaptación libre y juiciosa es necesaria; pero hacen falta criterios, motivaciones serias, meditadas y justas.
Todos los liturgistas sabemos que la Iglesia, durante sus cuatro primeros siglos de historia, no dispuso ni de libros litúrgicos oficiales, ni de textos de oración fijos, ni de estructuras celebrativas minuciosamente establecidas; sólo una tradición viva, respetada y seguida con fidelidad por todas las iglesias. Por eso contamos con una riqueza y con una variedad tan sorprendente de ritos y tradiciones; lo cual sólo es explicable reconociendo una primera época, en la historia de la liturgia, de libertad y de creatividad floreciente y fecunda.
Tengo pues que animar a los pastores a no verse encorsetados por las normas y por los textos; a impulsar celebraciones vivas, que respondan a las expectativas y a la sensibilidad de las comunidades. Porque no debemos tener miedo a la creatividad. Ahora bien, creatividad, sí; anarquía, no. Creatividad con conocimiento de causa, sí; improvisaciones sobre la marcha, no. Audacia, sí; tirar todo por la borda, no. Conectar con la vida, sí; respetar la tradición, también. La creatividad debe ser respetuosa, sensible, cultivada, de calidad, libre de improvisaciones y chabacanerías. No debemos pensar que lo improvisado es siempre mejor que lo que está en los libros. La creatividad nos libera de la tiranía de las normas, pero puede hacernos esclavos de las obsesiones del cura de turno.
Ese es mi criterio. Reconozco, y ésta es mi última reflexión, que hay mucha ignorancia, mucha desinformación, una lamentable ausencia de criterios y motivaciones justas. Es más, tengo la impresión de que cuanto mayor es la ignorancia, mayor todavía es la osadía. Estoy seguro de que, con una formación teológica y litúrgica elemental, la pastoral se ajustaría de manera más inteligente a la realidad y los abultados descalabros litúrgicos que estamos presenciando en estos últimos tiempos, irían seguramente remitiendo.