Estamos culminando el adviento. Pero la espera no termina; continúa. Porque la esperanza del adviento no termina con la fiesta de navidad. No debemos entender el adviento como una gran novena que nos prepara para la fiesta del nacimiento de Jesús en Belén. El adviento tiene una proyección mucho más ambiciosa, de mayor calado. Por ese motivo el primer domingo de adviento, que es como el pórtico de este hermoso periodo de tiempo, se abre con la imponente visión de la última venida del Señor, al final de los tiempos. Hacia ahí apunta la esperanza del adviento, hacia la última venida. Porque la última venida, la “parusía”, la entendemos como la culminación, la consolidación plena y definitiva de la venida de Jesús en Belén.
Paro la última venida del Señor, al final de los tiempos, no la entendemos en términos de gran catástrofe; como si se tratara de una especie de gran cataclismo cósmico, terrible y tremebundo, ambientado milagrosamente por la presencia de una multitud de ángeles tocando trompetas. Todo esto no es sino el revestimiento cultural de la simbólica apocalíptica hebrea. Para nosotros, a la luz de los comentarios de Pablo, la última venida representa la culminación del proceso de regeneración pascual, iniciado en el Resucitado, el primer hombre nuevo, regenerado y glorioso, el primogénito entre muchos hermanos, primicia de la nueva creación;
la última venida ha de coincidir con la instauración del hombre nuevo, de una nueva creación; cuando los hombres se reconozcan como hermanos en la paz y en la justicia. Será la realización plena y total de la utopía del Reino.
Pero los bienes escatológicos, los recogidos y prometidos en la utopía del Reino, hay que ir construyéndolos ya. Tenemos que adelantar la venida dl Señor. Tenemos que denunciar todo lo que se opone al proyecto de regeneración pascual de Jesús: la soberbia, el egoísmo, el odio, la violencia. Y tenemos que ir construyendo los grandes valores del Reino: la solidaridad, la justicia, la paz, el amor fraterno. Tenemos que ir construyendo la gran comunidad de los reunidos y reconciliados, de los invitados a la mesa del banquete mesiánico.
Nuestra espera no termina en Navidad. La esperanza es el alma de nuestra vida comprometida y luchadora. Toda nuestra vida debe ser un adviento; siempre a la espera del Señor que viene; siempre allanando caminos; siempre construyendo el Reino.