La huella teológica de Odo Casel

Condensando el pensamiento de Casel y reduciéndolo casi a formulaciones telegráficas, voy a intentar recoger aquí los aspectos esenciales que más nos interesan. Me refiero al tema denominado habitualmente «Doctrina de los Misterios» o Mysterienlehre, expresión alemana utilizada por Odo Casel. Este es uno de los puntos centrales de su teología.

Según Casel, lo que se hace presente en las celebraciones sacramentales y litúrgicas, no es sólo la gracia, sin más, en su sentido teológico más pleno; sino también, y por encima de todo, los acontecimientos redentores, el acontecimiento pascual. No sólo en la eucaristía, sino en todos los sacramentos. Esto, dicho así, es probable que al lector inadvertido le parezca normal y libre de toda sospecha; sin embargo, a los teólogos formados en la vieja escuela, el planteamiento debe sonarles raro y fuera de lugar ya que, desde la teología clásica, siempre se vino diciendo que los sacramentos son «signos eficaces de la gracia». Y lo son. Pero, desde la teología de Casel, decimos algo más: No es sólo la gracia, como efecto del acto redentor, lo que se hace presente cuando la comunidad cristiana celebra los sacramentos; es el mismísimo acontecimiento redentor lo que se actualiza y reproduce en la celebración de los misterios.

«Bajo el velo de los ritos y símbolos del culto cristiano se hace efectivamente presente y actual la misma obra redentora de Cristo. El contenido del misterio cristiano no es solamente la gracia o el efecto de la redención, sino el mismo hecho de la redención, el mismo acto de su pasión» (Oñatibia) En este sentido dice textualmente Odo Casel: «El misterio no es una aplicación particular de las gracias que se derivan de la actividad redentora de Cristo en el pasado; el misterio produce en forma sacramental la misma realidad de la obra redentora». Por tanto, en los sacramentos no se trata precisamente, como a veces se dice, de aplicar los méritos o efectos redentores, sino de reproducir en el ritual (sacramentalmente) el mismo acontecimiento redentor que se concentra en la pascua. Como tampoco es adecuado decir que los sacramentos son fuentes o canales por los que la gracia se distribuye.

Dando un paso más, ahora hay que decir que en la celebración sacramental no es la presencia de la sola persona de Cristo lo que se actualiza o reproduce; sino, más exactamente, la presencia del Señor en sus acciones redentoras o salvíficas. En efecto, no es posible hablar de la presencia de la sola persona de Cristo en las celebraciones sacramentales, so pena de caer en una concepción estática e inerte de esa presencia; ni tampoco es posible hablar de la presencia de los actos, descolgándolos de la persona de la que esos actos dependen radicalmente y a cuya dimensión divina se atribuye la eficacia liberadora de los mismos.

En este intento de aclaración de conceptos y perfilando de manera más ajustada mi postura de cara a este problema quizás sea importante dejar aquí claro que el contenido de la celebración sacramental y lo que, en última instancia, se reproduce y hace presente en la misma no es ni solo la gracia sacramental, ni solo la presencia del Señor, ni solo el acontecimiento pascual. Al final de todo el proceso lo que cuenta y lo que se hace realidad viva y palpable es el encuentro personal del creyente y de toda la comunidad cultual con el Señor glorioso y resucitado, presente y actuante en sus misterios. A través de ese encuentro personal y gracias a él, la comunidad entra en comunión con el acontecimiento salvador para identificarse con él y reproducir en su vida la imagen pascual, doliente y resucitada, del Señor Jesús. De esta forma, si a todo este proceso, sublime y maravilloso, del encuentro místico con el Señor en sus misterios le llamamos «gracia», gracia sacramental o gracia santificante, podremos aceptar sin problemas que los sacramentos son signos eficaces de la gracia, como asegura la teología clásica.

Para explicar la presencia del acontecimiento pascual en el «ahora», en el «hoy» de la celebración sacramental y salir al paso al grave problema que plantea la irrepetibilidad de los acontecimientos históricos, la Doctrina de los misterios o Mysterienlehre subraya la dimensión supratemporal o meta-histórica de las acciones de Cristo. Son acciones humanas por proceder de la naturaleza humana de Jesús, condicionada por factores de tiempo y espacio. Sin embargo, al ser atribuidas estas acciones a la única persona divina del Verbo, estas acciones están dotadas además y sobre todo de una dimensión divina que transciende el tiempo y el espacio. En virtud de esa transcendencia las acciones de Cristo pueden hacerse objetivamente presentes en su realidad meta-histórica en cualquier tiempo y lugar. Algo así viene a decir Mircea Eliade cuando habla de la «contemporaneidad del cristiano con el illud tempus».

No se piense, por lo demás, que aquí se trata de una presencia un tanto imaginaria o poética, fruto de la fantasía colectiva enriquecida por cuentos o leyendas. Es una presencia real. A través de los símbolos rituales sí, pero decididamente real. La presencia simbólica no es una presencia hueca, falsa. Es una presencia real. Tan real como la vida misma.

Por otra parte, volviendo a la teología sacramental, dado el carácter central de la eucaristía a la cual remiten todos los sacramentos y todas las celebraciones cristianas; teniendo en cuenta, además, que la presencia del Señor en la eucaristía es una presencia real, como reconoce sin recelos toda la tradición; teniendo presente, finalmente, que la presencia del acontecimiento pascual en las celebraciones sacramentales no debe interpretarse de forma fraccionada sino como una realidad única que culmina en el sacramento del memorial, es evidente que el realismo de la presencia del Señor en sus misterios debe apreciarse por la indiscutible referencia de todos los sacramentos y celebraciones a la eucaristía. El sacramento del memorial y del banquete es, sin duda, el garante de la presencia real del Señor en todos sus misterios.

Volver arriba