La liturgia expresa la fe de la Iglesia
Ahora voy a dar un salto en mi reflexión. Siendo este el planteamiento de base, me surgen serios interrogantes cuando asisto a celebraciones en las que los protagonistas, los que moderan y dirigen la liturgia, hacen alarde de creatividad a ultranza, se inventan las oraciones e incorporan elementos simbólicos o rituales de su propia cosecha. Cuando preguntas a los responsables por las motivaciones de fondo que avalan y justifican esos comportamientos, sus explicaciones apenas si revisten entidad específica alguna: nos gusta así, nos dice más, entendemos todo mejor, nos sentimos más a gusto, etc.
No voy a tomar en consideración el recurso a métodos pedagógicos dirigidos a promover la participación activa de los asistentes, el uso de símbolos con carácter didáctico, los juegos mimetizando escenas del evangelio, la incorporación de lecturas dialogadas sustituyendo a las lecturas bíblicas, etc. Todo ello merecería una reflexión específica aparte. Quiero, en cambio, prestar atención al contenido de las plegarias.
De un modo especial, es en la plegaria de acción de gracias, en la anáfora, donde expresamos nuestra fe. Por eso, la anáfora, además de acción de gracias y alabanza, es proclamación de nuestra fe [praedicatio fidei], confesión doxológica y agradecida de nuestra fe, anamnesis y memorial de los acontecimientos pascuales y celebración de los mismos. La plegaria eucarística es el elemento central de la eucaristía, su elemento más preciado y venerable. Todas las Iglesias de oriente y occidente han conservado con especial esmero y con respeto estas plegarias; ellas constituyen lo más importante de su tesoro, de su herencia sagrada. Roma ha conservado hasta hoy el Canon de la misa; lo ha conservado intacto, en su pureza original; redactado seguramente en el siglo IV, constituye la joya más preciada del patrimonio litúrgico romano.
La Iglesia, toda la Iglesia, la de oriente y occidente, conserva todo este patrimonio oracional, eucológico -dicho con palabras finas-, como un verdadero tesoro. Este tesoro recoge, plasmado en textos de oración y de alabanza, la forma más sublime de expresar la fe. No es producto de una sola mano, de una sola mente inspirada; el patrimonio litúrgico expresa el modo cómo la Iglesia, las Iglesias, a lo largo de los siglos, han sentido y han vivido la fe, su fidelidad a Jesucristo, su fidelidad al evangelio.