“Pero Jesús no le contestó nada”

Viernes Santo – Ciclo C (Juan 18 – 19,42) – 19 de abril de 2019

Jesús asumió una actitud humilde y se quiso presentar como un hombre manso. Vivió lo que el profeta Isaías señalaba del Siervo de Yahvé: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, pasar que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas” (Isaías 42, 1-4).

Esta es la actitud que Juan destaca en su versión de la Pasión que hoy escuchamos. No grita, no vocea, no rompe, no apaga. Vive su misión con humildad, confiado en que Dios es quien lo guía y sostiene. El derecho es su fuerza y la fidelidad del Señor es su garantía. Esta actitud, se puede encontrar también en algunas de las cartas de san Pablo, como ejemplo para una comunidad: “¿Qué prefieren, que vaya a ustedes con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Corintios 4, 21). Por otra parte, es una de las invitaciones que Pablo hace a los cristianos de Éfeso: “Los exhorto, pues, yo preso por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Efesios 4, 1-3).

Hay una realidad que subyace a esta actitud de humildad y sencillez, de esta mansedumbre y paciencia que caracteriza a la persona que vive una espiritualidad de la no violencia, y es la confianza total en el amor de Dios que siempre terminará triunfando sobre el pecado. Fray Timothy Radcliffe, antiguo Maestro General de la Orden de los Predicadores o más conocidos como Dominicos, ante la pregunta de un periodista por lo que los cristianos pueden aportar al mundo de hoy y la manera como él podría definir la ‘buena nueva’ de la que somos portadores, dijo lo siguiente:

“No puedo pretender ‘definirla’ y menos en pocas palabras. Pero puedo decir esto: la víspera de su ejecución por los nazis, el 9 de Abril de 1944, en el campo de concentración de Flossenburg, aquel gran hombre, el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer envió a uno de sus amigos ingleses, el obispo anglicano de Chichester, George Bell, este mensaje: ‘la victoria será segura’.

Ante el sufrimiento de la humanidad, con la guerra, la pobreza y el odio, también nosotros podemos decir: ‘la victoria será segura’. Ante el genocidio de Ruanda, ante las tragedias de los Balcanes, cuando la derrota de la humanidad parece tota, podemos decir: ‘la victoria será segura’. En la vida de cada uno de nosotros, incluso cuando nuestra capacidad de amor y nuestro entusiasmo parecen destruidos, podemos decir: ‘la victoria será segura’. Cuando la muerte se lleve a alguien a quien amamos y parece que allí no hay futuro, descubriremos que eso no es cierto. La mañana de Pascua, los discípulos descubrieron que el amor había vencido al odio, la amistad a la traición, que el sentido había triunfado sobre la falta de sentido, que el Dios fuerte nos hace fuertes a nosotros: ‘la victoria será segura’. En una iglesia de Estambul vi una vez un fresco muy bonito del siglo quince que mostraba a Cristo resucitado rompiendo las cadenas de la muerte y liberando a Adán y Eva. Cualquiera que sean las cadenas que nos aten, la prisión donde estemos encerrados, podemos alegrarnos y decir: ‘la victoria será segura”[1].

Esta es la seguridad que tiene Jesús y lo que le da la fuerza para asumir su propia misión sin levantar su mano contra los que lo están injuriando y golpeando. Esta es la razón profunda de su noviolencia activa. Otro buen ejemplo de esto es una historia que trae Anthony de Mello en su libro “Un minuto para el absurdo”:

“Dijo un día el maestro: «No estaréis preparados para ‘combatir’ el mal mientras no seáis capaces de ver el bien que produce». Aquello supuso para los discípulos una enorme confusión que el Maestro no intentó siquiera disipar. Al día siguiente les enseñó una oración que había aparecido garabateada en un trozo de papel de estraza hallado en el campo de concentración de Ravensburg:

«Acuérdate, Señor, no sólo de los hombres y mujeres de buena voluntad, sino también de los de mala voluntad. No recuerdes tan sólo todo el sufrimiento que nos han causado; recuerda también los frutos que hemos dado gracias a ese sufrimiento; la camaradería, la lealtad, la humildad, el valor, la generosidad, la grandeza de ánimo que todo ello ha conseguido inspirar. Y cuando los llames a ellos a juicio, haz que todos esos frutos que hemos dado sirvan para su recompensa y su perdón»”[2].

No podemos dejar de sentirnos conmovidos ante estas palabras, escritas desde el infierno de los campos de concentración nazi, como tampoco podemos dejar de conmovernos ante la pasión del Señor, que seguimos completando hoy, a través de nuestras propias pasiones y la pasión del mundo. Dios nos de la capacidad de esperar siempre en Él, para perseverar en nuestras luchas hasta el final, manteniendo una actitud noviolenta, porque estamos convencidos de que ‘la victoria será segura’.

* Sacerdote jesuita, Delegado para la Misión. Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina – Lima

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[1]Timothy Radcliffe, Os llamo amigos, San Esteban, Salamanca, 2001, 95-96.

[2]Anthony de Mello, Un minuto para el absurdo, Sal Terrae, Santander, 51996, 299.

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