“Yo soy la puerta”

Cuarto Domingo de Pascua – Ciclo A (Juan 10, 1-10) 7 de mayo de 2017


Hace varios años, a las afueras de Villa Carrillo, un pequeño pueblo de la provincia de Jaén, en España, conocí a Francisco, un pastor que cuidaba un rebaño de unas 400 ovejas y algunas cabras que, efectivamente, están más locas que las ovejas... Pasé todo un día caminando con Francisco por valles y collados, pastoreando su rebaño. Fue un día lleno de novedad y enseñanzas para mi; experimentar de cerca la vida de un pastor, ver cómo conoce a sus ovejas y como las ovejas lo conocen a él; cuando se iban alejando demasiado del rebaño, Francisco les gritaba y todas, reconociendo su voz, volvían la cabeza y regresaban, mansamente, hacia el pastor. Fue un día maravilloso de contemplación de la naturaleza y de esa hermosa relación entre el pastor que guía a sus ovejas hacia fuentes tranquilas, y las conduce por verdes praderas, donde las hace recostar... Al caer la tarde me tocó ser testigo de la forma como las ovejas y las cabras, con una sumisión admirable, entraban, casi saltando de la dicha, al corral para pasar una noche tranquila y segura bajo el amparo del buen pastor. Evidentemente, las ovejas entran por una puerta, y las cabras por otra...

San Juan suele poner en boca de Jesús expresiones como: Yo soy la luz del mundo, yo soy el pan de vida, yo soy la vid verdadera, yo soy la resurrección y la vida, yo soy el camino, la verdad y la vida. Todas son expresiones que nos ayudan a entender la misión de Jesús como fuente de vida, y de una vida abundante. Sin embargo, casi nunca consideramos la identificación de Jesús con una puerta: La expresión, Yo soy la puerta, aparece dos veces en este evangelio: “Jesús volvió a decirles: ‘Esto les aseguro: Yo soy la puerta por donde pasan las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí, fueron unos ladrones y bandidos; pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que por mí entre, será salvo. Será como una oveja que entra y sale y encuentra pastos”.

Una puerta, como lo dice el mismo Jesús, sirve para entrar y salir... Hay un dicho popular que dice: “Si puerta, para qué abierta; y si abierta, para qué puerta”; sin embargo, la puerta tiene sentido en la medida en que permanezca abierta y cerrada; no tendría sentido una puerta que esté siempre cerrada, o una puerta que esté siempre abierta... Dejar entrar y dejar salir, es el sentido más profundo de la puerta... Tengo un compañero jesuita que, por principio, siempre tiene la puerta de su cuarto abierta de par en par; ha llegado incluso a molestar a sus vecinos por el ruido que genera con su música o cuando habla por teléfono. Hay otras personas que siempre están con su puerta cerrada y, no raras veces, hasta con seguro. ¿Cómo está tu puerta? ¿Permites a otros entrar y salir por tu puerta? ¿Estás tan abierto que no tienes espacio para tu propia intimidad y para permitir la intimidad de los demás? ¿Vives bajo llave, encerrado frente a lo distinto, frente a los otros?

Benjamín González Buelta, comienza una de sus poesías con estas palabras: “No quiero que mi casa sea de una sola puerta, entrada sin salida, como una trampa...”. Si quieres tener vida, y vida en abundancia, deja que otros entren y salgan por tu puerta y busca entrar por la Puerta que es Jesús, saltando de la dicha, como las ovejas y las cabras de Francisco, el pastor de Villa Carrillo.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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