Igualdad - Libertad - Fraternidad 6 - I - 2019
“Hizo Dios el ser humano a su imagen -varón y hembra los creó- y los bendijo y les mandó crecer y multiplicarse, llenar la tierra y someterla, dominar sobre los peces, las aves, los reptiles y las plantas” (Gen., 1, 27-29)
“Que se acabe el pecado; que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra” (Himno de Laudes).
“Señor, no te canses de haberme hecho libre” (Oración matinal de Concha Sierra, una mujer libre).
+++
El Cristianismo –en su ideario de liberación del hombre caído- es pionero y audaz: rompe las amarras de los particularismos entecos y suelta o afloja las ataduras excluyentes.
En este sentido, la fiesta de unos Reyes -oriundos de tierras lejanas- llegando al Portal en pos de una estrella cierra el arco abierto por el mensaje dibujado en el aire la noche de Navidad.
La idea-madre en esta celebración de los Magos o Reyes de Oriente es la “universalidad” de la salvación y la demolición de las barreras que separan a los hombres por raza, sexo, lengua o religión. “Universalidad” ya iniciada la Nochebuena con el canto de los ángeles a una paz universal, de todos con todos. Porque, si -la noche del 24 de diciembre- sonaba en el aire un canto a la paz, dirigido a todo hombre receptivo y abierto a ella, es decir de buena voluntad y buen corazón, como reza la letra, hoy se anuncia otra posibilidad y oportunidad así mismo universal: la de alistarse a candidatos al gran valor y bien de liberarse, de redimirse, de colmar las ansias innatas en el hombre de ser más, de salvarse. Estos Magos representan hoy la otra orilla del plan de Dios sobre la suerte futura del hombre. La de los de “cerca”, la de los de “lejos”. La de los “pastores” que rondan la noche. La de los que han de venir de lejos o muy lejos para verse ante aquel Niño de la “promesa” de un “nuevo orden” tan gratuito como exquisito.
Las rúbricas y señales del nuevo divino diseño vendrán más tarde para ir complementando este primer adelanto del mensaje: más en concreto y más personalizado y detallado. He aquí algunas muestras.
- Ya no hay judío ni griego, libre ni esclavo, rico ni pobre, tontos o listos; ni satrapías compuestas a golpes de arbitrarios y privilegiados escalafones; sino la radical igualdad de todos ante Dios…
- Puesto que “los suyos” no se dignaron reconocerle –al Dios hecho Hombre, a la Palabra hecha carne humana-, las puertas fueron abiertas de par en par para que tuvieran presencia los que quisieran entrar…
- Los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los sordos oyen y a todos –sin distinciones- se les anuncia el reino de Dios…
Discute con los escribas y fariseos –la “crême” oficial- y es discutido y masl visto porque come y alterna con publicanos y pecadores y anuncia que “las prostitutas” pudieran preceder en el reino de Dios a muchos abanderados de hipocresías o farsas…
- Llama venturosos a los que sufren, lloran, son pobres o son perseguidos por defender la verdad, la dignidad, la justicia…
Pero esa radical unidad de todos, que programa y proclama el cristianismo, se llama libertad. La paz universal cantada en Belén y las puertas abiertas que traspasan los Reyes de lejanas tierras son, además de igualdad y unidad, libertad. No son matemáticas ni filosofías. Son atributos de “buena voluntad” y “buen corazón”; son cosa de fiarse en medio de la noche y de cabalgar siguiendo la estrella que muestra y abre caminos inéditos e insospechados. Claro que, sin voluntad y corazón, ni los cantos de un ángel sirven para tirarse de la cama y buscar en la noche, ni -por claras que sean las marcas- los caminos son caminos para quien rehusa transitar por ellos.
Es decir, Dios se nos da, pero no a costa de la voluntad y de la libertad del hombre. Dios es fiel, precisamente porque Dios es bueno, es decir, respetuoso con el hombre, a pesar de todo. Un respeto hecho de lealtad y fidelidad a algo: a su “compromiso” de autor precisamente.
Por ello, el camino que va de la noche de la Navidad a la noche de Reyes es el que va del canto mayúsculo a la paz al canto, no menos grande, a la libertad. Lo primero es condición de lo segundo. La ruptura de la paz es crisis y ruptura de la libertad, y, al revés, de modo parecido. Muere la paz porque ha muerto la libertad; y fenece la libertad con los atentados a la paz.
Estas ideas que sugiere la fiesta de los Reyes en interacción positiva con la fiesta de la Navidad me llevan a pensar que la primera mundialización en la o globalización de la historia humana -que es la del acceso, posible, de todos a lo divino y a Dios; a los valores universales y conjuntos; a la radical igualdad de todos; a la fraternidad universal- está ya prefigurada y remetida en la esencia del cristianismo, que va con ese solemne y audible canto a la paz, a la igualdad de raíces y de oportunidades, a la libertad como instrumento insustituible de acceso a esos valores, a la fraternidad sin miradas por encima del hombro y demás limitaciones al uso hasta de los tiempos llamados ilustrados y modernos…. Ello se puso en marcha por primera vez y se patentó en ese tramo de misterios que va de la Navidad a los Reyes…
Pero concretemos algo más y pisemos tierra de otro modo.
A los hombres, la vida nos es dada vacía, siendo deber de cada uno llenarla. Y puesto que es un ser “menesteroso”, para cumplir tan primario deber, han de ser ayudados; mejor, necesitan ser ayudados. Ayudados, pero no sustituidos. Por nadie, ni por los más imperiosamente obligados a echar la mano, que son los padres. Mucho menos, por el Estado y ni siquiera por la Iglesia, patronos y ayudantes que son subsidiarios en la tarea.
Esta obra se llama “hacerse” y, para la misma, ha de entrar en escena la libertad de cada uno; la personal y también la colectiva, porque, siendo sociales los seres humanos por su misma condición, es en el seno de una sociedad libre donde podrá cumplirse adecuada y rectamente tan exigente deber personal. Y este es en esencia el campo y escenario prioritario del ejercicio de la libertad del hombre en marcha hacia su destino humano: el de la construcción de sí mismo.
La “Oratio de hominis dignitate”, del humanista italiano I. Pic de la Mirandola, enmarca en un cuadro ejemplar este deber del hombre de “hacerse” él a sí mismo.
“No te dí, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio, ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtuvieras según tu deseio y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera alguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que –casi libre y soberano artífice de ti mismo- te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hasta las cosas inferiores que son los brutos; y podrás –de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas” (Discurso sobre la dignidad del hombre)
Desde los años 1463 a 1494, de la vida del gran humanista, ha llovido mucho sin duda en términos de luchas y esfuerzo por blindar al ser humano frente a las conjuras de necios, arrivistas y malvados. Como de él apunta un presentador de su gran reto, “Il est celui qui va comprendre les secrets de la création, les expliquer aux hommes et ramener ainsi la paix sur la terre” (cfr. J.-C. Saladin, Bibliothèque humaniste idéale, Paris Les Belles Lettres, 2008, pag. 123). No tanto sin embargo que haya dejado arasado o baldío su acertado pronóstico, restablecer la paz con su cortejo de las virtudes, que diferencian lo humano esencial e todo lo que no es tal.
Igualdad – Libertad - Fraternidad. Creo firmemente que la causa universal de los Derechos humanos (de su proclama germinal y más radical) no tiene su partida de nacimiento en la Rev. francesa ni en su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Su matriz es otra; muy anterior. Son de raíz cristiana. Su eslogan de “igualdad-libertad-fraternidad” lo formula pero no lo compuso la Revolución. Y lo del “Dios con nosotros” es Dios con todos. Y, por eso mismo, las “ilustraciones” históricas, los “secularismos” copìstas, y las inventoras de sucedáneos harían bien, si fueran honestos, en reconocerlo así: que no son los originales del gran invento; que han copiado; y que siguen copiando –extrema maldad o cara dura!- precisamente de aquello que han denostado, perseguido con saña y no rara vez odiado.
Es el fenómeno que denuncia George Steiner cuando acusa al marxismo y a otras ideologías –llamadas “religiones laicas”- de perseguir al cristianismo, pero copiando de él lo que les interesa o importa para ocupar su lugar. “Religiones sustitutorias” les llama, pero dejando fuera lo que es el centro y la esencia de toda religión, Dios (cfr. G. Steiner, Nostalgia del Absoluto, Madrid Siruela, 2001, Los mesías seculares, pp. 13 a 33)
El silencio de Dios desconcierta y sorprende a muchos creyentes; y a muchos no creyentes les mueve a sacar de ello argumentos para negar su existencia. Pero, si bien se mira, no hay tal silencio. porque su Palabra –con mayúscula- ya está dicha, y las otras palabras que algunos pretenden escuchar para admitir a Dios no las va a pronunciar sólo porque a ellos les plazca oírlas. “Es doctrina segura-dice san Pablo-; si morimos con Él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2ª Tm. 2, 8,11-13). Y como no puede negarse a sí mismo, brinda su mensaje, respeta la libertad, guarda silencio, y espera. Y en esas estamos: a la espera de Dios.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
“Que se acabe el pecado; que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte de haberle dado un día las llaves de la tierra” (Himno de Laudes).
“Señor, no te canses de haberme hecho libre” (Oración matinal de Concha Sierra, una mujer libre).
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El Cristianismo –en su ideario de liberación del hombre caído- es pionero y audaz: rompe las amarras de los particularismos entecos y suelta o afloja las ataduras excluyentes.
En este sentido, la fiesta de unos Reyes -oriundos de tierras lejanas- llegando al Portal en pos de una estrella cierra el arco abierto por el mensaje dibujado en el aire la noche de Navidad.
La idea-madre en esta celebración de los Magos o Reyes de Oriente es la “universalidad” de la salvación y la demolición de las barreras que separan a los hombres por raza, sexo, lengua o religión. “Universalidad” ya iniciada la Nochebuena con el canto de los ángeles a una paz universal, de todos con todos. Porque, si -la noche del 24 de diciembre- sonaba en el aire un canto a la paz, dirigido a todo hombre receptivo y abierto a ella, es decir de buena voluntad y buen corazón, como reza la letra, hoy se anuncia otra posibilidad y oportunidad así mismo universal: la de alistarse a candidatos al gran valor y bien de liberarse, de redimirse, de colmar las ansias innatas en el hombre de ser más, de salvarse. Estos Magos representan hoy la otra orilla del plan de Dios sobre la suerte futura del hombre. La de los de “cerca”, la de los de “lejos”. La de los “pastores” que rondan la noche. La de los que han de venir de lejos o muy lejos para verse ante aquel Niño de la “promesa” de un “nuevo orden” tan gratuito como exquisito.
Las rúbricas y señales del nuevo divino diseño vendrán más tarde para ir complementando este primer adelanto del mensaje: más en concreto y más personalizado y detallado. He aquí algunas muestras.
- Ya no hay judío ni griego, libre ni esclavo, rico ni pobre, tontos o listos; ni satrapías compuestas a golpes de arbitrarios y privilegiados escalafones; sino la radical igualdad de todos ante Dios…
- Puesto que “los suyos” no se dignaron reconocerle –al Dios hecho Hombre, a la Palabra hecha carne humana-, las puertas fueron abiertas de par en par para que tuvieran presencia los que quisieran entrar…
- Los ciegos ven, los mudos hablan, los cojos andan, los sordos oyen y a todos –sin distinciones- se les anuncia el reino de Dios…
Discute con los escribas y fariseos –la “crême” oficial- y es discutido y masl visto porque come y alterna con publicanos y pecadores y anuncia que “las prostitutas” pudieran preceder en el reino de Dios a muchos abanderados de hipocresías o farsas…
- Llama venturosos a los que sufren, lloran, son pobres o son perseguidos por defender la verdad, la dignidad, la justicia…
Pero esa radical unidad de todos, que programa y proclama el cristianismo, se llama libertad. La paz universal cantada en Belén y las puertas abiertas que traspasan los Reyes de lejanas tierras son, además de igualdad y unidad, libertad. No son matemáticas ni filosofías. Son atributos de “buena voluntad” y “buen corazón”; son cosa de fiarse en medio de la noche y de cabalgar siguiendo la estrella que muestra y abre caminos inéditos e insospechados. Claro que, sin voluntad y corazón, ni los cantos de un ángel sirven para tirarse de la cama y buscar en la noche, ni -por claras que sean las marcas- los caminos son caminos para quien rehusa transitar por ellos.
Es decir, Dios se nos da, pero no a costa de la voluntad y de la libertad del hombre. Dios es fiel, precisamente porque Dios es bueno, es decir, respetuoso con el hombre, a pesar de todo. Un respeto hecho de lealtad y fidelidad a algo: a su “compromiso” de autor precisamente.
Por ello, el camino que va de la noche de la Navidad a la noche de Reyes es el que va del canto mayúsculo a la paz al canto, no menos grande, a la libertad. Lo primero es condición de lo segundo. La ruptura de la paz es crisis y ruptura de la libertad, y, al revés, de modo parecido. Muere la paz porque ha muerto la libertad; y fenece la libertad con los atentados a la paz.
Estas ideas que sugiere la fiesta de los Reyes en interacción positiva con la fiesta de la Navidad me llevan a pensar que la primera mundialización en la o globalización de la historia humana -que es la del acceso, posible, de todos a lo divino y a Dios; a los valores universales y conjuntos; a la radical igualdad de todos; a la fraternidad universal- está ya prefigurada y remetida en la esencia del cristianismo, que va con ese solemne y audible canto a la paz, a la igualdad de raíces y de oportunidades, a la libertad como instrumento insustituible de acceso a esos valores, a la fraternidad sin miradas por encima del hombro y demás limitaciones al uso hasta de los tiempos llamados ilustrados y modernos…. Ello se puso en marcha por primera vez y se patentó en ese tramo de misterios que va de la Navidad a los Reyes…
Pero concretemos algo más y pisemos tierra de otro modo.
A los hombres, la vida nos es dada vacía, siendo deber de cada uno llenarla. Y puesto que es un ser “menesteroso”, para cumplir tan primario deber, han de ser ayudados; mejor, necesitan ser ayudados. Ayudados, pero no sustituidos. Por nadie, ni por los más imperiosamente obligados a echar la mano, que son los padres. Mucho menos, por el Estado y ni siquiera por la Iglesia, patronos y ayudantes que son subsidiarios en la tarea.
Esta obra se llama “hacerse” y, para la misma, ha de entrar en escena la libertad de cada uno; la personal y también la colectiva, porque, siendo sociales los seres humanos por su misma condición, es en el seno de una sociedad libre donde podrá cumplirse adecuada y rectamente tan exigente deber personal. Y este es en esencia el campo y escenario prioritario del ejercicio de la libertad del hombre en marcha hacia su destino humano: el de la construcción de sí mismo.
La “Oratio de hominis dignitate”, del humanista italiano I. Pic de la Mirandola, enmarca en un cuadro ejemplar este deber del hombre de “hacerse” él a sí mismo.
“No te dí, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio, ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtuvieras según tu deseio y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por leyes que yo he dictado. La tuya, tú mismo la determinarás sin estar limitado por barrera alguna, por tu propia voluntad, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que –casi libre y soberano artífice de ti mismo- te plasmaras y te esculpieras en la forma que te hubieras elegido. Podrás degenerar hasta las cosas inferiores que son los brutos; y podrás –de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia las cosas superiores que son divinas” (Discurso sobre la dignidad del hombre)
Desde los años 1463 a 1494, de la vida del gran humanista, ha llovido mucho sin duda en términos de luchas y esfuerzo por blindar al ser humano frente a las conjuras de necios, arrivistas y malvados. Como de él apunta un presentador de su gran reto, “Il est celui qui va comprendre les secrets de la création, les expliquer aux hommes et ramener ainsi la paix sur la terre” (cfr. J.-C. Saladin, Bibliothèque humaniste idéale, Paris Les Belles Lettres, 2008, pag. 123). No tanto sin embargo que haya dejado arasado o baldío su acertado pronóstico, restablecer la paz con su cortejo de las virtudes, que diferencian lo humano esencial e todo lo que no es tal.
Igualdad – Libertad - Fraternidad. Creo firmemente que la causa universal de los Derechos humanos (de su proclama germinal y más radical) no tiene su partida de nacimiento en la Rev. francesa ni en su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Su matriz es otra; muy anterior. Son de raíz cristiana. Su eslogan de “igualdad-libertad-fraternidad” lo formula pero no lo compuso la Revolución. Y lo del “Dios con nosotros” es Dios con todos. Y, por eso mismo, las “ilustraciones” históricas, los “secularismos” copìstas, y las inventoras de sucedáneos harían bien, si fueran honestos, en reconocerlo así: que no son los originales del gran invento; que han copiado; y que siguen copiando –extrema maldad o cara dura!- precisamente de aquello que han denostado, perseguido con saña y no rara vez odiado.
Es el fenómeno que denuncia George Steiner cuando acusa al marxismo y a otras ideologías –llamadas “religiones laicas”- de perseguir al cristianismo, pero copiando de él lo que les interesa o importa para ocupar su lugar. “Religiones sustitutorias” les llama, pero dejando fuera lo que es el centro y la esencia de toda religión, Dios (cfr. G. Steiner, Nostalgia del Absoluto, Madrid Siruela, 2001, Los mesías seculares, pp. 13 a 33)
El silencio de Dios desconcierta y sorprende a muchos creyentes; y a muchos no creyentes les mueve a sacar de ello argumentos para negar su existencia. Pero, si bien se mira, no hay tal silencio. porque su Palabra –con mayúscula- ya está dicha, y las otras palabras que algunos pretenden escuchar para admitir a Dios no las va a pronunciar sólo porque a ellos les plazca oírlas. “Es doctrina segura-dice san Pablo-; si morimos con Él, viviremos con él; si perseveramos, reinaremos con Él; si le negamos, también Él nos negará; si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2ª Tm. 2, 8,11-13). Y como no puede negarse a sí mismo, brinda su mensaje, respeta la libertad, guarda silencio, y espera. Y en esas estamos: a la espera de Dios.
SANTIAGO PANIZO ORALLO