Justicia. Leyes. Demagogias 9-I.2019
El derecho –de ordinario- abona el viaje hacia la justicia; pero no es forzosamente la justicia. De hecho, no es infrecuente verlo al margen o en contra de la justicia. Está llamado a ser a la justicia lo que el camino es a la meta y al final del viaje.
La demagogia no es la democracia. Es el falso carnet que usan los totalitarios para hacerse ver demócratas, siendo solamente aduladores del pueblo para hacerle creer que es el que manda.
Las leyes son –en idea de Cicerón- el precio de libertad que ha de pagarse para poder ser libres.
+++
El pasado dos de enero –el segundo día de 2019-, tras los efluvios del cava y el atragantón de las doce uvas, de los brindis de rigor por la “vida nueva” y el “cambio” y de los airosos pasos marciales de la Marcha Radesky del concierto de Viena, una mujer era asesinada en Laredo (Cantabria) a manos del salvaje de turno.
El motivo es lo de menos ahora; lo que importa sobre todo es el hecho.
Y el hecho es que la negra sombra de las casi cincuenta mujeres privadas de la vida en 2018 se alarga un trecho más, en un contraste, más que sorprendente, macabro, con los ecos –todavía sonoros- de los “buenos propósitos”, rituales cada nuevo año, más por exigencias del guión como parece por estos hechos que por verdadero propósito de enmienda.
Más al fondo del suceso en cuestión queda la -así mismo- negra marea de los malos tratos, de los desprecios, de los acosos, de los ninguneos y vejámenes que, por ser mujeres, se vuelcan sobre ellas en esta sociedad que algunos llaman “machista” y yo, genéricamente, calificaría de “menos que humana”, por desnortada y vacía de contenidos altruistas. Llamarle “machista” a secas me parece menos exacto porque la cosa va más allá de lo que pueda perpetrar, en singular, un individuo “machista”. Más que individual –que también lo es sin duda- hay un problema social, que ha de abordarse, analizarse y, a ser posible, resolverse socialmente.
Nomenclaturas y terminologías aparte, lo cierto y más serio y preocupante es, de todos modos, que, sin dar tiempo al respiro, nada más comenzado 2019, ¡zás!; y otro asesinato de mujer se cuela en los noticieros, y la actualidad se tiñe de negro y rojo con la desvergüenza, la ignominia, la injusticia, los odios desatados y a flor de piel, la vesania y el desafío social, que revelan estos recurrentes e inacabables episodios.
Inacabables, a pesar de todo. De la repugnancia intrínseca que el asesinato o la humillación, hasta el desprecio y la degradación de un semejante, ha de producir en la conciencia individual y colectiva. A pesar de las leyes penales que sancionan estos crímenes. A pesar de las alarmas sociales desencadenadas desde hace tiempo por esta crecida de la sangre en esta sociedad. A pesar de todo, la riada que no cesa…. ¿Por qué?, nos habremos de preguntar, si nos tenemos por racionales y sensibles ….
¿Es que algo falla en los remedios arbitrados para ponerle fin? ¿Es que –a parte de las maldades o las psicopatías o los excesos de viejas culturas supremacistas del “macho”- hay algo más que vuelve inoperantes los ”golpes legislativos” con que, desde hace años, se ha buscado gestionar y erradicar esta lacra social abominable? ¿Por qué, en este campo, se resisten tanto a surtir efecto los remedios?.
Como estos días la cuestión se ha reactivado por mor de los “polítiqueos” de partido, a cuenta de postulados como el de Vox ante la formación del nuevo gobierno andaluz, y se ha cuestionado la plena bondad de la ley llamada de la “violencia de género”, que no a todos gusta por lo que puede tener de desmesura legal -el título, a mí personalmente, me gusta menos que la finalidad de la ley-, y con todo ello las ideas se disparan en todas direcciones, obvio parece darle cancha de unas reflexiones al paso de la polvareda, mediática sobre todo. Acabo de oír, por ejemplo, a una mujer decir que “tratar todas las violencias de la misma manera es “machismo”, como dando a entender que hay “violencias de primera clase” –las que van contra la mujer- y otras de segunda o tercera –las que van contra personas distintas de las mujeres….
Pues como ahora mismo, en la materia, lo que más intriga pudiera ser la justa racionalidad de la llamada “ley de violencia de género”, achiquemos un tanto el espacio de la reflexión para echar la mirada tan sólo a esta ley, con el fin de preguntarnos si la misma –en cuanto ley humana, hija de una circunstancia concreta- ha de permitir críticas razonables y razonadas, o si ha de ser portada bajo palio, con aureola divina y, en consecuencia, asumida a ciegas, cerrando los ojos y acatando lo que diga el que manda, admitiendo –ig talmente a ciegas y sin rechistar- que “quien manda”, al dar una ley, inventa con ella la justicia del caso y la exime de toda posibilidad justa de crítica, censura o matices. Porque matizar no es corregir, ni menos aún desestimar. Y hacer de la justicia y del derecho patrimonio o territorio particular del que manda es como acondicionarse un coto privado de caza en el que uno mismo se legitima para disparar contra todo lo que se mueva si el disparo va en la dirección de los personales intereses; del que manda, claro!.
Este va a ser, pues, el perfil más directo de esta reflexión de hoy, con fondo en este fenómeno lamentable de las violencias contra la mujer y particularmente contra esa especie salvaje de violencia que recala en el asesinato. Con independencia de lo que haya podido ser o hacer un ser humano, nunca se le puede faltar al respeto -respeto lo tomo aquí como salvoconducto de la justicia-, y menos si se tratara de esa falta de respeto mayor que es el mal-trato y no digamos las agresiones que atentan contra la vida de “otro”, de la manera que sea o por los motivos que fuere.
Que la coyuntura de las violencias contra la mujer exige “golpes legislativos”, no cabe duda. Que esos “golpes legislativos” han de ser duros, rigurosos y proporcionados a la realidad muy grave del fenómeno y de los hechos, tampoco se puede dudar. Que esos mismos “golpes”, aparejados para defensa de la mujer tienen la justicia enteramente de su lado, parece incuestionable.
Sin embargo, me planteo –y creo que con razón- si esa ley –justa por completo en lo que atañe a la defensa justa frente a la violencia contra la mujer-, sigue siendo justa en lo que puede tener de discriminatoria respecto de otras violencias de la misma clase o especie, pero dirigidas hacia otras personas, incluso las propiciadas por mujeres. O, lo que es lo mismo, si esta ley admite matices y, en su caso, reservas, no en cuanto a bajar la guardia frente a las violencias contra la mujer, sino en lo que se refiere a otras violencias de la misma especie que parecen olvidadas o depreciadas y minusvaloradas por ella. O si esa ley, al defender a la mujer, con exclusividad y con el “favor del derecho” -jurídica y judicialmente-, como lo hace-, oblicuamente no lesiona o puede lesionar derechos de otros situados en –exactamente- las mismas condiciones de la mujer favorecida. O la cuestión no desdeñable los abusos hipotéticamente cometidos a la sombra de los “derechos” que con esa ley se protegen y que pudieran desbordar o hipotecar los más que loables fines de la misma.
Estos aspectos negativos no se quedan en una mera cuestión de teoría, sino de práctica, porque a nadie se le oculta, si es razonable, el mal uso que algunas mujeres han hecho –ellas mismas o inducidas por abogadilos de tres al cuarto- para tomarse ventajas en supuestos de separación o divorcio, o de guarda y custodia de los hijos, a la sombra de una ley tan positivamente discriminatoria para la mujer como negativamente pudiera serlo para otros en similares circunstancias.
Esta realidad la conocemos todos, porque la hemos palpado todos, sobre todo cuando nos hemos hallado metidos en estas lides. Concedamos que no sea lo más usual, pero es real.
He de insistir en algo para evitar malas interpretaciones o recelos. Abomino de todo mal trato a la mujer; y más aún lo abomino si el mal-trato atenta contra su vida. Pero no dejaré de reconocer que las leyes, para ser justas, han de acomodarse a la “justicia”, a la distributiva y social también, y hacerlo de tal modo que no se dejen portillos abiertos a la injusticia. Y hay leyes que no se acomodan o no se acomodan del todo a la justicia al dejar flancos abiertos por los que se puede colar la injusticia.
Soy, además, del criterio de que el legislador no crea la justicia, sino que la actúa al unirla al supuesto de hecho de una ley. Y nunca he creído que el legislador o el que manda tengan la llave maestra de lo justo y de lo injusto, como si de algo que de su omnímoda voluntad se tratara, porque –de ser así- todo lo que “se mandara” sería justo, aunque fuera el mandato de un tirano, de un déspota, de un dictador o del mismo Hitler, por ejemplo, que subió al Poder en Alemania, como se sabe, por el voto mayoritario de los alemanes.
+++
Dicho esto y para cerrar estas reflexiones de hoy –mañana será otro, día- algunas “entregas” sobre la justicia, la ley y las demagogias que –para halagar al pueblo o a una parte del mismo- orquestan leyes o decretos-ley con más oportunismo que verdad y razón justa.
- Tomo la primera del Digesto de Justiniano, una de las fuentes de la “recta razón” romana, de la “ratio scripta” o “la razón puesta en letras- como se ha dado en llamar a sus leyes y criterios legales. “Iuri operam daturum. prius nosse oportet unde nomen iuris descendat; est autem a iustitia appellatum, nam ut eleganter Celsus definit, ius est ars boni et aequi”. Que viene a decir que el derecho se emparenta con la justicia, como “arte” que debe ser para descubrir la justicia o la injusticia de los hechos a que el jurista –como quiera que sea o se llame- ha de aplicar sus dotes de buscador y artista de lo justo. Es un verdadero artista de la justicia; “sacerdote de la justicia” le llama el Digesto en ese mismo pasaje. Y poco después, entre los primeros principios y supremos valores del Derecho, incluye el “suum cuique tribuere”, el “dar a cada cual “lo suyo”, en lo que consiste precisamente la justicia objetivada y puesta en las manos del “artista”, que la detecte, la refine y concrete y la traduzca en leyes justas y en unas aplicaciones no menos justas de las mismas (cfr. Digesto, 1.1.1 y 1.1.10)
- Victor Hugo, en una de las escenas de su comedia El hombre que rie (1869) -2ª parte, libro 1º, cap. X-, capta perfectamente las claves radicales de lo justo y de lo injusto con sólo asomarse al interior del hombre y ver de medir sus aperturas a una cosa y a la otra, hasta decir por boca de su personaje que “aterra pensar que eso que llevamos dentro de nosotros, el juicio, no es la justicia”; porque “el juicio es lo relativo y la justicia es lo absoluto”. Y –en consecuencia- pide reflexionar en serio sobre “la distancia que puede existir entre ser juez y ser justo”.
-Y por fin la gran ironía de Kant –no exenta de dramatismo o quizás de fatal impotencia-, cuando lamentaba que los juristas no hayan sido capaces aún de ponerse de acuerdo sobre algo tan primario en una ciencia como el concepto de la misma: “Noch suchen die Juristen eine Definition zu ihrem Begriffe vom Rechte”. Las abismales distancias que puede haber entre los que cultivan el derecho sobre el propio ser o no ser del mismo no deja de ser una tragedia para la causa de la justicia.
Es terrible que –después de la Soah y los Gulag, de las dictaduras que no cesan y de las democracias que no cuajan del todo- sigan los juristas recreando a cada paso su propio concepto del derecho. Y peor es aún, a mi ver, que prevalezca el número de los que se adhieren al totalitario “esto es justo porque yo lo mando” sobre el de los que –a la sombra de un “iusnaturalismo” de base humana- limita los arbitrios del Poder (legislativo, judicial o ejecutivo) adosando al derecho sólo lo que es justo con arreglo a unas bases objetivas radicadas en el hombre y en sus derechos humanos básicos y con anterioridad y por encima de la sola voluntad o capricho del que manda.
Pero como presumo que no va a tener remedio, aquí y ahora, por arte de birlibirloque, lo que no lo ha tenido en siglos, no dejaré de mostrarme a favor de aquellos juristas que no se sienten ni amos ni dueños de la justicia, sino tan sólo servidores y artistas de ella, y que al dercho lo miran y ven como instrumento –el más cualificado- de la misma y de su entera razón de ser en una sociedad de hombres.
El espacio se acaba por hoy. Tiempo al tiempo que mañana, o al día siguiente, será otro día.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
La demagogia no es la democracia. Es el falso carnet que usan los totalitarios para hacerse ver demócratas, siendo solamente aduladores del pueblo para hacerle creer que es el que manda.
Las leyes son –en idea de Cicerón- el precio de libertad que ha de pagarse para poder ser libres.
+++
El pasado dos de enero –el segundo día de 2019-, tras los efluvios del cava y el atragantón de las doce uvas, de los brindis de rigor por la “vida nueva” y el “cambio” y de los airosos pasos marciales de la Marcha Radesky del concierto de Viena, una mujer era asesinada en Laredo (Cantabria) a manos del salvaje de turno.
El motivo es lo de menos ahora; lo que importa sobre todo es el hecho.
Y el hecho es que la negra sombra de las casi cincuenta mujeres privadas de la vida en 2018 se alarga un trecho más, en un contraste, más que sorprendente, macabro, con los ecos –todavía sonoros- de los “buenos propósitos”, rituales cada nuevo año, más por exigencias del guión como parece por estos hechos que por verdadero propósito de enmienda.
Más al fondo del suceso en cuestión queda la -así mismo- negra marea de los malos tratos, de los desprecios, de los acosos, de los ninguneos y vejámenes que, por ser mujeres, se vuelcan sobre ellas en esta sociedad que algunos llaman “machista” y yo, genéricamente, calificaría de “menos que humana”, por desnortada y vacía de contenidos altruistas. Llamarle “machista” a secas me parece menos exacto porque la cosa va más allá de lo que pueda perpetrar, en singular, un individuo “machista”. Más que individual –que también lo es sin duda- hay un problema social, que ha de abordarse, analizarse y, a ser posible, resolverse socialmente.
Nomenclaturas y terminologías aparte, lo cierto y más serio y preocupante es, de todos modos, que, sin dar tiempo al respiro, nada más comenzado 2019, ¡zás!; y otro asesinato de mujer se cuela en los noticieros, y la actualidad se tiñe de negro y rojo con la desvergüenza, la ignominia, la injusticia, los odios desatados y a flor de piel, la vesania y el desafío social, que revelan estos recurrentes e inacabables episodios.
Inacabables, a pesar de todo. De la repugnancia intrínseca que el asesinato o la humillación, hasta el desprecio y la degradación de un semejante, ha de producir en la conciencia individual y colectiva. A pesar de las leyes penales que sancionan estos crímenes. A pesar de las alarmas sociales desencadenadas desde hace tiempo por esta crecida de la sangre en esta sociedad. A pesar de todo, la riada que no cesa…. ¿Por qué?, nos habremos de preguntar, si nos tenemos por racionales y sensibles ….
¿Es que algo falla en los remedios arbitrados para ponerle fin? ¿Es que –a parte de las maldades o las psicopatías o los excesos de viejas culturas supremacistas del “macho”- hay algo más que vuelve inoperantes los ”golpes legislativos” con que, desde hace años, se ha buscado gestionar y erradicar esta lacra social abominable? ¿Por qué, en este campo, se resisten tanto a surtir efecto los remedios?.
Como estos días la cuestión se ha reactivado por mor de los “polítiqueos” de partido, a cuenta de postulados como el de Vox ante la formación del nuevo gobierno andaluz, y se ha cuestionado la plena bondad de la ley llamada de la “violencia de género”, que no a todos gusta por lo que puede tener de desmesura legal -el título, a mí personalmente, me gusta menos que la finalidad de la ley-, y con todo ello las ideas se disparan en todas direcciones, obvio parece darle cancha de unas reflexiones al paso de la polvareda, mediática sobre todo. Acabo de oír, por ejemplo, a una mujer decir que “tratar todas las violencias de la misma manera es “machismo”, como dando a entender que hay “violencias de primera clase” –las que van contra la mujer- y otras de segunda o tercera –las que van contra personas distintas de las mujeres….
Pues como ahora mismo, en la materia, lo que más intriga pudiera ser la justa racionalidad de la llamada “ley de violencia de género”, achiquemos un tanto el espacio de la reflexión para echar la mirada tan sólo a esta ley, con el fin de preguntarnos si la misma –en cuanto ley humana, hija de una circunstancia concreta- ha de permitir críticas razonables y razonadas, o si ha de ser portada bajo palio, con aureola divina y, en consecuencia, asumida a ciegas, cerrando los ojos y acatando lo que diga el que manda, admitiendo –ig talmente a ciegas y sin rechistar- que “quien manda”, al dar una ley, inventa con ella la justicia del caso y la exime de toda posibilidad justa de crítica, censura o matices. Porque matizar no es corregir, ni menos aún desestimar. Y hacer de la justicia y del derecho patrimonio o territorio particular del que manda es como acondicionarse un coto privado de caza en el que uno mismo se legitima para disparar contra todo lo que se mueva si el disparo va en la dirección de los personales intereses; del que manda, claro!.
Este va a ser, pues, el perfil más directo de esta reflexión de hoy, con fondo en este fenómeno lamentable de las violencias contra la mujer y particularmente contra esa especie salvaje de violencia que recala en el asesinato. Con independencia de lo que haya podido ser o hacer un ser humano, nunca se le puede faltar al respeto -respeto lo tomo aquí como salvoconducto de la justicia-, y menos si se tratara de esa falta de respeto mayor que es el mal-trato y no digamos las agresiones que atentan contra la vida de “otro”, de la manera que sea o por los motivos que fuere.
Que la coyuntura de las violencias contra la mujer exige “golpes legislativos”, no cabe duda. Que esos “golpes legislativos” han de ser duros, rigurosos y proporcionados a la realidad muy grave del fenómeno y de los hechos, tampoco se puede dudar. Que esos mismos “golpes”, aparejados para defensa de la mujer tienen la justicia enteramente de su lado, parece incuestionable.
Sin embargo, me planteo –y creo que con razón- si esa ley –justa por completo en lo que atañe a la defensa justa frente a la violencia contra la mujer-, sigue siendo justa en lo que puede tener de discriminatoria respecto de otras violencias de la misma clase o especie, pero dirigidas hacia otras personas, incluso las propiciadas por mujeres. O, lo que es lo mismo, si esta ley admite matices y, en su caso, reservas, no en cuanto a bajar la guardia frente a las violencias contra la mujer, sino en lo que se refiere a otras violencias de la misma especie que parecen olvidadas o depreciadas y minusvaloradas por ella. O si esa ley, al defender a la mujer, con exclusividad y con el “favor del derecho” -jurídica y judicialmente-, como lo hace-, oblicuamente no lesiona o puede lesionar derechos de otros situados en –exactamente- las mismas condiciones de la mujer favorecida. O la cuestión no desdeñable los abusos hipotéticamente cometidos a la sombra de los “derechos” que con esa ley se protegen y que pudieran desbordar o hipotecar los más que loables fines de la misma.
Estos aspectos negativos no se quedan en una mera cuestión de teoría, sino de práctica, porque a nadie se le oculta, si es razonable, el mal uso que algunas mujeres han hecho –ellas mismas o inducidas por abogadilos de tres al cuarto- para tomarse ventajas en supuestos de separación o divorcio, o de guarda y custodia de los hijos, a la sombra de una ley tan positivamente discriminatoria para la mujer como negativamente pudiera serlo para otros en similares circunstancias.
Esta realidad la conocemos todos, porque la hemos palpado todos, sobre todo cuando nos hemos hallado metidos en estas lides. Concedamos que no sea lo más usual, pero es real.
He de insistir en algo para evitar malas interpretaciones o recelos. Abomino de todo mal trato a la mujer; y más aún lo abomino si el mal-trato atenta contra su vida. Pero no dejaré de reconocer que las leyes, para ser justas, han de acomodarse a la “justicia”, a la distributiva y social también, y hacerlo de tal modo que no se dejen portillos abiertos a la injusticia. Y hay leyes que no se acomodan o no se acomodan del todo a la justicia al dejar flancos abiertos por los que se puede colar la injusticia.
Soy, además, del criterio de que el legislador no crea la justicia, sino que la actúa al unirla al supuesto de hecho de una ley. Y nunca he creído que el legislador o el que manda tengan la llave maestra de lo justo y de lo injusto, como si de algo que de su omnímoda voluntad se tratara, porque –de ser así- todo lo que “se mandara” sería justo, aunque fuera el mandato de un tirano, de un déspota, de un dictador o del mismo Hitler, por ejemplo, que subió al Poder en Alemania, como se sabe, por el voto mayoritario de los alemanes.
+++
Dicho esto y para cerrar estas reflexiones de hoy –mañana será otro, día- algunas “entregas” sobre la justicia, la ley y las demagogias que –para halagar al pueblo o a una parte del mismo- orquestan leyes o decretos-ley con más oportunismo que verdad y razón justa.
- Tomo la primera del Digesto de Justiniano, una de las fuentes de la “recta razón” romana, de la “ratio scripta” o “la razón puesta en letras- como se ha dado en llamar a sus leyes y criterios legales. “Iuri operam daturum. prius nosse oportet unde nomen iuris descendat; est autem a iustitia appellatum, nam ut eleganter Celsus definit, ius est ars boni et aequi”. Que viene a decir que el derecho se emparenta con la justicia, como “arte” que debe ser para descubrir la justicia o la injusticia de los hechos a que el jurista –como quiera que sea o se llame- ha de aplicar sus dotes de buscador y artista de lo justo. Es un verdadero artista de la justicia; “sacerdote de la justicia” le llama el Digesto en ese mismo pasaje. Y poco después, entre los primeros principios y supremos valores del Derecho, incluye el “suum cuique tribuere”, el “dar a cada cual “lo suyo”, en lo que consiste precisamente la justicia objetivada y puesta en las manos del “artista”, que la detecte, la refine y concrete y la traduzca en leyes justas y en unas aplicaciones no menos justas de las mismas (cfr. Digesto, 1.1.1 y 1.1.10)
- Victor Hugo, en una de las escenas de su comedia El hombre que rie (1869) -2ª parte, libro 1º, cap. X-, capta perfectamente las claves radicales de lo justo y de lo injusto con sólo asomarse al interior del hombre y ver de medir sus aperturas a una cosa y a la otra, hasta decir por boca de su personaje que “aterra pensar que eso que llevamos dentro de nosotros, el juicio, no es la justicia”; porque “el juicio es lo relativo y la justicia es lo absoluto”. Y –en consecuencia- pide reflexionar en serio sobre “la distancia que puede existir entre ser juez y ser justo”.
-Y por fin la gran ironía de Kant –no exenta de dramatismo o quizás de fatal impotencia-, cuando lamentaba que los juristas no hayan sido capaces aún de ponerse de acuerdo sobre algo tan primario en una ciencia como el concepto de la misma: “Noch suchen die Juristen eine Definition zu ihrem Begriffe vom Rechte”. Las abismales distancias que puede haber entre los que cultivan el derecho sobre el propio ser o no ser del mismo no deja de ser una tragedia para la causa de la justicia.
Es terrible que –después de la Soah y los Gulag, de las dictaduras que no cesan y de las democracias que no cuajan del todo- sigan los juristas recreando a cada paso su propio concepto del derecho. Y peor es aún, a mi ver, que prevalezca el número de los que se adhieren al totalitario “esto es justo porque yo lo mando” sobre el de los que –a la sombra de un “iusnaturalismo” de base humana- limita los arbitrios del Poder (legislativo, judicial o ejecutivo) adosando al derecho sólo lo que es justo con arreglo a unas bases objetivas radicadas en el hombre y en sus derechos humanos básicos y con anterioridad y por encima de la sola voluntad o capricho del que manda.
Pero como presumo que no va a tener remedio, aquí y ahora, por arte de birlibirloque, lo que no lo ha tenido en siglos, no dejaré de mostrarme a favor de aquellos juristas que no se sienten ni amos ni dueños de la justicia, sino tan sólo servidores y artistas de ella, y que al dercho lo miran y ven como instrumento –el más cualificado- de la misma y de su entera razón de ser en una sociedad de hombres.
El espacio se acaba por hoy. Tiempo al tiempo que mañana, o al día siguiente, será otro día.
SANTIAGO PANIZO ORALLO