A un ignoto y lejano amigo 31-I-2019

El pasado 23 de enero, mis Notas del Día reflejaban –casi a vuela-pluma- el escueto comentario de un lector de mi ensayo del 6 de enero, cuyo título era Igualdad-Libertad-Fraternidad.
Con ocasión de la Epifanía del Señor –fiesta de los Reyes Magos-, ese día -al aire de la “universalidad” de destino del “mensaje cristiano- indicaba cómo –al ser la Iglesia guardiana y propulsora de tal mensaje, con centro en el hombre libre y liberado, y experta, por tanto, en humanidad- ha sido ella –históricamente- pionera, matriz, adelantada mayor en todo lo que al hombre y a su dignidad y derechos se refiere.
Concretamente pretendía mostrar la solera cristiana de esas palabras “Igualdad-Libertad-Fraternidad”; y cómo la fastuosa divisa que forman las tres no es un invento de la Revolución de 1789, sino tan sólo el escenario al que se suben y en el que se hace cristalizar como aspiraciones y metas del proyecto revolucionario lo que eran ya principios anclados desde hacía siglos en el mensaje cristiano que promulga y esencia el Evangelio de Jesús e interpreta de primera mano la restante literatura neotestamentaria. Principios y raíces que, con el devenir de la Historia, han sido –se quiera o no reconocer- columna vertebral de la civilización de Occidente.
El comentario del Sr. Rawandi al referido ensayo se reduce a esta sola frase: "Desde una perspectiva ilustrada, el gran inconveniente del cristianismo es su extrema irracionalidad". Escueto, cortante y dogmático, pero llamativo sin duda y por supuesto incitante. No me avenía a callar, pero tampoco a chillar. De hecho y casi a bote pronto, ese mismo día, consignada en mis diario de notas una primera impresión ante la frase y prometía para fecha más tarde algunas observaciones.
Esa primera impresión decía textualmente lo siguiente:
“Sr. Rawandi. Me sorprende mucho su contundente frase de comentario a uno de mis pequeños ensayos, el titulado Igualdad-Libertad-Fraternidad. Se limita a comentarlo con esta sola frese: "Desde una perspectiva ilustrada, el gran inconveniente del cristianismo es su extrema irracionalidad". MI sorpresa no deriva de que usted piense del Cristianismo como lo hace con esta frase -la libertad de pensar es respetable sin duda. Deriva más bien de su entera falta de matices, lo que -en una materia tan sobada y con tanta diversidad de opiniones y puntos de vista. se hace sospechosa -a mí se me hace sospechosa- de "poco ilustrada"; que es precisamente la perspectiva desde la que usted dice hablar. Y como la dialéctica -o contraste razonable del si y el no- me encanta, me apunto al reto que me tiende usted y le prometo (con todo el respeto, como le digo) dedicar un próximo ensayo a comentar más ampliamente su frase. Entre tanto, mi saludo más cordial por la oportunidad, sobre todo, que me brindan sus palabras, a pesar de su seco esquematismo”.
No sé quíen es el Sr. Rawandi; si es nombre o apellido; si es real real o ficticio. NI me importan demasiado su figura, sus ademanes o sus maneras. Son accidentes. Me importan sólo en este momento las palabras de comentario a mi ensayo. Aunque no sepa quién es, ni me importen demasiado, como anoto, su figura, sus ademanes o sus maneras, y ni quizás sus ideas y creencias me importen mucho, me interesa su persona y me interesa sobre todo ese juicio tan rotundo, esquemático y hasta dogmático –pudiera decirse- que dedica al Cristianismo.
La frase es tan rotunda como una rueda de molino y tan absolutista como la monarquía del Rey Sol. “Desde una perspectiva ilustrada, el mayor inconveniente del Cristianismo es su extrema irracionalidad”. Vista la frase en su fondo, representa realmente una enmienda a la totalidad del mensaje cristiano. Lo absolutamente “irracional” se queda en animalesco, en vegetal o mineral, o dicho de otra forma, en pura farsa, cuento o ficcion. Sin embargo, lla literalidad del aserto –bien mirada también la frase-, al hablar de “gran inconveniente” parece dejar fuera del “inconveniente” algunos aspectos de “lo cristiano”. De todos modos, y como quiera que se mire, me causa una cierta perplejidad. Me sorprende, como acabo de mostrar.
Como a lejano e ignoto amigo que es ya o puede ser este señor dirijo estas añadidas reflexiones. No en plan de réplica o “punch” asilvestrado (sería fácil contravenir y decir con la misma rotundidad lo contrario, pues lo que gratis se afirma gratis se niega), sino en amigable intercambio de pareceres, aunque dando razones de lo que se afirma y se tiene como idea o creencias. Civilizadamente, esto es, con la misma cortesía y gratitud con que Ortega –al iniciarse con sus “confesiones”, como dice, de El Espectador- trata al “amigo lejano” que le censuraba quedarse en “espectador” debiendo ser algo más que eso (cfr. Confesiones de “El Espectador”, Perspectiva y verdad, Obras, Alianza Edit. Madrid, 1998, pag. 15).
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No voy a entrar en debate profundo sobre la racionalidad o no de las creencias cristianas, ni en el más que sobado parangón entre fe y razón. Ni he de pugnar con las serias hipotecas científicas que arrastra el “racionalismo” (al que por supuesto diferencio netamente de la “racionalidad”), como sabe cualquiera que haya penetrado un poco en la “dogmática” y “excesos” de este “ismo” referido a la recta razón. Ni he de teorizar sobre el más o el menos de las distintas fuentes y caminos de acceso del hombre a la verdad; uno de los cuales está, sin duda, en la ciencia y la técnica, pero que no es el único. Estos menesteres entrañan unas exigencias más allá de lo que exige una cortés respuesta a la cortés, aunque extremada, aseveración del ignoto amigo.
Me habré de contentar sólo con unos pocos apuntes en aval de mi criterio de que el Cristianismo-Doctrina de Cristo no sólo no es irracional, sino que –apoyado en la condición racional del hombre y sin rebatirla y menos anularla- cumple un cometido de sublimación: llevarla más allá de lo que unas meras posibilidades racionales le permiten.
Por eso, unos pocos y casi simples enunciados van a ser los que aduzca o invoque ante la verbal extremosidad del aserto del ignoto y lejano amigo. Enunciados todos ellos de conductas personales o anecdóticos indicadores de sentires, quereres y haceres de personas poco o nada sospechosas de ser “meapilas” o refugiar sus creencias cristianas en la llamada “fe del carbonero”. Ideas que vienen ya depuradas tras rodajes de experiencias vividas que echan por tierra expectativas que, a fuerza de idealizarse, han resultado fallidas o falsas.
* Don Miguel de Unamuno, con Ortega, Zubiri y J. Marias especialmente, pasa por ser uno de los grandes pensadores de la España del s. XX. Zahorí de sí mismo y de su tiempo, y con problemas de fe toda su vida. muestra más de una vez sus dudas sobre las venturas ilimitadas que se asignan a la ciencia y a la técnica. Por ejemplo, en su carta -de fecha 30-V-1906- a su “muy amigo” don José Ortega y Gasset (así le llama en la carta), se se pued leer este expresivo párrafo: “La subjetiva interpretación de un hecho científicamente inexplicable, etc…, me dice usted”. ¿Científicamente? Mi vieja desconfianza de la ciencia va pasando a odio. Odio a la ciencia y echo de menos a la sabiduría. ‘For nothing worthy proving can be proben nor yel disproben’, dice Tennnyson” (cfr. Revista de Occidente, nro. 19, octubre 1964, p. 4).
El propio Unamuno abre las puertas a la averiguación de la verdad y a la adquisición de certezas por caminos distintos de los de la pura razón, cuando, en idea de su Diario íntimo, saca de su intimidad atormentada la convicción de que, al rezar, reconoce con “el corazón” al Dios que discute o rechaza incluso con “la inteligencia.
** Bertrand Russell –tampoco “meapilas”, ni de fe cristiana siquiera- decía preferir mucho más un mundo convertido al cristianismo que al marxismo. ¿Sería irracional Bertrand Russell al preferir “lo cristiano” a “lo marxista”? O tal vez, entre dos cosas y realidades, ambas “irracionales”, elegía la menos irracional?
*** Esto va de anécdota. Un joven universitario viajaba junto a un anciano que iba rezando el rosario. El joven, atrevido, le dice: “¿Por qué, en vez de rezar el rosario, no se dedica usted a aprender e instruirse un poco más? Yo le puedo enviar algún libro para que se instruya”. El anciano le dijo: “Me encantaría que me enviara usted algún libro a esta dirección”- Y le entregó una tarjeta que decía “Louis Pasteur. Instituto de Ciencias de París”.
**** Darwin -1809-1882- el abanderado mentor de la teoría de la evolución, acuña un párrafo que parece dedicado a los ciegos cuya ceguera consiste en “ver donde no hay”. “Jamás he negado la existencia de Dios Pienso que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia de Dios está en la imposibilidad de demostrar y sobre todo comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre hayan sido frutos del azar”. Se me ocurre –al leer estas palabras finales de Darwin- rememorar al irónico León Bloy, que define al “destino” y al “azar” como “la providencia de los imbéciles” (Cfr. G. K. Chesterton, El amor o la fuerza del sino, Rialp Madrid 1995, pag. 21).
***** Habla en su frase mi lejano e ignoto amigo de “perspectiva ilustrada” como si quisiera poner por testigo y apoyo de su criterio a favor de la “extrema irracionalidad” del Cristianismo al “movimiento de ideas” –de los ss. XVII-XVIII- llamado Ilustración.
Como el fenómeno de la Ilustración es también muy complejo y asimétrico, y es por ello discutible a mi ver -histórica y científicamente- utilizarlo como única razón para fundar afirmaciones tan rotundas y aplomadas como la de mi querido lejano e ignoto amigo (en España, por ejemplo, un pivote ilustrado y de primera fue el benedictino P. Feijoo, a quien la Iglesia –a la de entonces me refiero- nunca condenó ni en sus obras ni en sus ideas) tan sólo, en este ensayo, me permito esta leve observación.
El “Aude sapere”-“Atrévete a saber”, con que Kant saluda las esencias de la Ilustración no avala, ni de lejos, ninguna pretendida “extrema irracionalidad” del Cristianismo. La Ilustración fue ciertamente un movimiento de ideas a favor del peso de la razón, una reivindicación de su fuerza y valor; pero no –en sí- cerró al hombre a toda trascendencia. Hubo una Ilustración anticlerical, secularizadora e incluso atea; pero no todos los “ilustrados” clásicos fueron ateos ni mucho menos. Hasta el propio Voltaire, que pasa por ser ”el ilustrado ateo” por excelencia, se deja decir en carta a un amigo que, si no existiera Dios, habría que inventarlo.
Y además, otro movimiento de ideas, tan experimentado como el de la Ilustración de los ss. XVII y XVII, tras las sombras y los holocaustos del siglo XX, tuvo que reconocer que los sueños y promesas magnificantes de la Ilustración se habían achicado hasta verse puestos en tela de juicio. Por otro lado, no es difícil convenir que hay una Ilustración que puede llamarse de la modernidad y otra que yo no dudaría en titular de la “posmodernidad”. Y creo que las semejamnzas entra la una y la otra son -casi solo- de nombre.
Lo de “ilustrado” –por tanto- referido a algo puede alegarse, pero ha de probarse y no sólo presumirse.
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“Desde una perspectiva ilustrado, el gran inconveniente del cristianismo es su extremada irracionalidad”.
Mi querido, lejano e ignoto amigo. Es su frase; la que –rotunda y aplomada- dedica en comentario escueto a mi ensayo del 6 de enero pasado titulado Igualdad-Libertad-Fraternidad. Al respetarle, le dejo a usted con su rotundo y nada matizado criterio. Y –aún consciente de que el Cristianismo –en su perfil humano, que lo tiene – ha dejado que desear, a veces mucho, en su trayectoria terrenal de sus dos milenios de existencia (cosa normal, tratándose de hombres), yo me ratifico en aquel ensayo y no comparto su –quiero pensarlo- subconsciente o inconsciente voluntarismo.
Por cierto, cuando ayer mismo, oía decir a una alcaldesa de las proximidades de Madrid –Getafe, creo que era- que, en sus planes, entraba implantar en el municipio “bautismos civiles”, no pude por menos e echarme a reir. Sólo eso, reir. Porque los absurdos no merecen más respuesta que la risa, o, quizás mejor, la sonrisa y además irónica.
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Para cerrar, el dicho de otro científico sobre Dios y la religión católica. “Lo declaro con orgullo: soy creyente. Creo en el poder de la oración, y creo no sólo como católico, sino también como científico” (Edisson, el inventor de la telefonía sin hilos y Premio Nobel 1909)
SANTIAGO PANIZO ORALLO
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