Las malicias del señor fiscal -A modo de Carta abierta-
La duda ofende, Sr. Fiscal de los belgas. Resultan poco razonables sus dudas sobre las buenas o normales condiciones de las cárceles en España, al igual que el trato respetuoso y humano que en ellas reciben los encarcelados. Por varias razones, jurídicas y de las otras, parece poco razonable su reciente requisitoria oficial sobre la cuestión.
Aunque pudiera llevar las reflexiones de hoy por el mismo cauce de las de ayer y poner en solfa las tretas seudo-jurídicas del abogado belga de Puigdemont y sus cuatro aventureros -letrado, al parecer, muy versado en urdir intrigas y argucias ante jueces y fiscales de aquel país y conocido “perro viejo” en amamantar clientes –antes de la ETA, ahora del separatismo secesionista y quizás mañana de cualquier otro impresentable pelaje-, con el loable fin de hurtarlos a la justicia natural que les corresponde, hoy prefiero irme hacia la risa o el asombro –por no decir asco- que ha de causar en cualquier espectador medianamente avispado la requisitoria de la fiscalía de los belgas sobre las cárceles españolas, como parte del “affaire” montado con ocasión de la extradición demandada por España a la Justicia belga.
Un fiscal, el que fuere, puede tener fallos de visión, de oído, de olfato y hasta de cacumen o sindéresis como cualquier hijo de vecino; y equivocarse o cometer errores.
Cualquiera –aunque sea fiscal- puede tener un mal día y disponer de excusas o coartadas ante posibles extravagancias. Los errores en los que, de una u otra forma, sirven al sagrado ministerio social de administrar bien la justicia, no dejan de ser cuitas explicables en seres de carne y hueso. Estos deslices no pasarían de ser “gajes” del oficio.
Voy a ir, sin embargo, más que al fondo, al trasfondo de tan original y sobre todo hilarante iniciativa. Y lo he de hacer de la mano de unas preguntas que se me ocurren a bote pronto ante la ocurrente requisitoria del Sr. Fiscal.
¿Por qué, cuando se trata de España, en casi todo, no se presumen la normalidad y la corrección, sino más bien y casi siempre lo contrario?
¿A qué cuento o estupidez viene –ante un Estado miembro de la Unión europea, con una democracia menos morbosa que la belga por ejemplo… A cuento de qué viene el que un fiscal de Bélgica, ante la demanda de la justicia española de extraditar a un sedicioso más tonto y menos serio que el Patricio Sarmiento de Galdós (v. El terror de 1823), demande información oficial sobre las cárceles de España; si se cumplen con los presos los derechos humanos, si se tortura, si hay salubridad, si hay garantías procesales en España, hasta cuáles son las dimensiones de las celdas, si en las cárceles hay duchas y sanitarios, etc.?.
La duda ofende, Sr. Fiscal, y quizás la malicia más que una simple duda. ¿Por ventura son más de fiar las consuetas argucias de un conocido trapacero abogado o abogados belgas, fértiles en trucos y ardides, que la actual solvencia democrática española reconocida por la práctica totalidad del mundo civilizado?
Yo diría –pienso que con fundamento- en este caso y semejantes, ante los efluvios recurrentes de cierta prensa, de ciertos llamados “intelectuales”, de ciertos “capullos” de las ojerizas y malos quereres hacia España y lo español, que afloran cada vez que asoma en el horizonte de la Historia un problema de España (importa muy poco cuál, aunque sea el causado por un sedicioso, menos selecto y más fachoso –por todos los indicios- que el Patricio Sarmiento de Galdós), que este “mal de ojo” hacia España lo llevan inscrito en el ADN bastantes europeos –los belgas incluidos-, para los que la Leyenda Negra antiespañola es dogmática pura, de tal modo infalible que, en España y en los españoles, la normalidad no se presume, como debería ser por principio elemental de lógica y también de lógica jurídica, sino que la tenemos que demostrar que no somos como nos pintan. A parte de ser un síntoma de cretinismo malicioso este proceder, se carga principios elementales del orden jurídico y del proceso, como que quien afirma ha de demostrar lo que afirma. ¿Acaso se han pedido al abogado o abogados de Puigdemont y sus cofrades que ofrezcan pruebas de lo que dicen sobre las cárceles y la democracia española, para contrarrestar la presunción de normalidad que aboga en favor de España en estos momentos? ¿Tienen bula en Bélgica los marrulleros de la ley si las marrullerías cursan a favor de la infame Leyenda contra España?
He de suponer que las gentes belgas y las cosas belgas son, como en todas partes, normales, con excepciones que no sirven para otra cosa que para confirmar la regla. Así lo presumo y así lo creo, y creo presumir bien.
Tal vez, en este concreto episodio, al ver a este fiscal y mirar a estos abogados, hayamos de convenir que estamos metidos en la excepción que confirma la regla. Pase que el letrado o letrados del Sr. Puigdemont, con la bien ganada fama de “ratoneros” y “procaces” que orla su curriculum profesional, puedan alegar en su descargo alguna excusa por mor de la “pela” o la “carrera”. Tal vez… Pero ¿el Sr. Fiscal?
¿No hubiera sido menos embarazoso para su buen hacer darse una vueltecilla por alguna cárcel de España y así matar sus dudas comprobando “in situ” las condiciones y el trato que en ellas se dispensa al detenido?.
Y puesto que el Sr. Fiscal parece poco ducho en estas lides de habérselas con las malas artes de abogados expertos en ofuscar a base de negar lo obvio ¿por qué no toma lecciones de aquel lord inglés -Lindshurts-, quien, preguntado por las cualidades de los que visten atuendo jurisdiccional, acuñó la sabia y sugestiva frase según la cual los hombres de hacer justicia han de ser, “en primer lugar, honestos. En segundo lugar, han de poseer una razonable dosis de habilidad. A ello han de unir valor y ser unos caballeros”, para cerrar su respuesta con esta otra perla de la mejor ironía británica: “Y si a todo esto se añade alguna noción de derecho, les será muy útil”.
En ironía dejemos, pues, la sin par requisitoria del señor fiscal de los belgas para limpiar sus dudas sobre las condiciones y trato a los penados en las cárceles españolas y –de refilón- sobre la rectitud general de la administración de la justicia en España. Las ironías, a veces, dejan las cosas más claras que las mejores oratorias. No se trata de herir, sino de intentar llamar a las cosas por su nombre, aunque sea por vía de indicios.
Hace muy pocos días oía referir –en una situación similiar- a uno que dudaba de los demás sin haberse mirado antes, él mismo, al espejo- un castizo refrán español: “Consejos vendo que para mí no tengo”.
En fin. La duda ofende, Sr. Fiscal de los belgas. Resultan muy poco razonables sus dudas, al menos desde mi punto de vista. Dispense, de todos modos…
Aunque pudiera llevar las reflexiones de hoy por el mismo cauce de las de ayer y poner en solfa las tretas seudo-jurídicas del abogado belga de Puigdemont y sus cuatro aventureros -letrado, al parecer, muy versado en urdir intrigas y argucias ante jueces y fiscales de aquel país y conocido “perro viejo” en amamantar clientes –antes de la ETA, ahora del separatismo secesionista y quizás mañana de cualquier otro impresentable pelaje-, con el loable fin de hurtarlos a la justicia natural que les corresponde, hoy prefiero irme hacia la risa o el asombro –por no decir asco- que ha de causar en cualquier espectador medianamente avispado la requisitoria de la fiscalía de los belgas sobre las cárceles españolas, como parte del “affaire” montado con ocasión de la extradición demandada por España a la Justicia belga.
Un fiscal, el que fuere, puede tener fallos de visión, de oído, de olfato y hasta de cacumen o sindéresis como cualquier hijo de vecino; y equivocarse o cometer errores.
Cualquiera –aunque sea fiscal- puede tener un mal día y disponer de excusas o coartadas ante posibles extravagancias. Los errores en los que, de una u otra forma, sirven al sagrado ministerio social de administrar bien la justicia, no dejan de ser cuitas explicables en seres de carne y hueso. Estos deslices no pasarían de ser “gajes” del oficio.
Voy a ir, sin embargo, más que al fondo, al trasfondo de tan original y sobre todo hilarante iniciativa. Y lo he de hacer de la mano de unas preguntas que se me ocurren a bote pronto ante la ocurrente requisitoria del Sr. Fiscal.
¿Por qué, cuando se trata de España, en casi todo, no se presumen la normalidad y la corrección, sino más bien y casi siempre lo contrario?
¿A qué cuento o estupidez viene –ante un Estado miembro de la Unión europea, con una democracia menos morbosa que la belga por ejemplo… A cuento de qué viene el que un fiscal de Bélgica, ante la demanda de la justicia española de extraditar a un sedicioso más tonto y menos serio que el Patricio Sarmiento de Galdós (v. El terror de 1823), demande información oficial sobre las cárceles de España; si se cumplen con los presos los derechos humanos, si se tortura, si hay salubridad, si hay garantías procesales en España, hasta cuáles son las dimensiones de las celdas, si en las cárceles hay duchas y sanitarios, etc.?.
La duda ofende, Sr. Fiscal, y quizás la malicia más que una simple duda. ¿Por ventura son más de fiar las consuetas argucias de un conocido trapacero abogado o abogados belgas, fértiles en trucos y ardides, que la actual solvencia democrática española reconocida por la práctica totalidad del mundo civilizado?
Yo diría –pienso que con fundamento- en este caso y semejantes, ante los efluvios recurrentes de cierta prensa, de ciertos llamados “intelectuales”, de ciertos “capullos” de las ojerizas y malos quereres hacia España y lo español, que afloran cada vez que asoma en el horizonte de la Historia un problema de España (importa muy poco cuál, aunque sea el causado por un sedicioso, menos selecto y más fachoso –por todos los indicios- que el Patricio Sarmiento de Galdós), que este “mal de ojo” hacia España lo llevan inscrito en el ADN bastantes europeos –los belgas incluidos-, para los que la Leyenda Negra antiespañola es dogmática pura, de tal modo infalible que, en España y en los españoles, la normalidad no se presume, como debería ser por principio elemental de lógica y también de lógica jurídica, sino que la tenemos que demostrar que no somos como nos pintan. A parte de ser un síntoma de cretinismo malicioso este proceder, se carga principios elementales del orden jurídico y del proceso, como que quien afirma ha de demostrar lo que afirma. ¿Acaso se han pedido al abogado o abogados de Puigdemont y sus cofrades que ofrezcan pruebas de lo que dicen sobre las cárceles y la democracia española, para contrarrestar la presunción de normalidad que aboga en favor de España en estos momentos? ¿Tienen bula en Bélgica los marrulleros de la ley si las marrullerías cursan a favor de la infame Leyenda contra España?
He de suponer que las gentes belgas y las cosas belgas son, como en todas partes, normales, con excepciones que no sirven para otra cosa que para confirmar la regla. Así lo presumo y así lo creo, y creo presumir bien.
Tal vez, en este concreto episodio, al ver a este fiscal y mirar a estos abogados, hayamos de convenir que estamos metidos en la excepción que confirma la regla. Pase que el letrado o letrados del Sr. Puigdemont, con la bien ganada fama de “ratoneros” y “procaces” que orla su curriculum profesional, puedan alegar en su descargo alguna excusa por mor de la “pela” o la “carrera”. Tal vez… Pero ¿el Sr. Fiscal?
¿No hubiera sido menos embarazoso para su buen hacer darse una vueltecilla por alguna cárcel de España y así matar sus dudas comprobando “in situ” las condiciones y el trato que en ellas se dispensa al detenido?.
Y puesto que el Sr. Fiscal parece poco ducho en estas lides de habérselas con las malas artes de abogados expertos en ofuscar a base de negar lo obvio ¿por qué no toma lecciones de aquel lord inglés -Lindshurts-, quien, preguntado por las cualidades de los que visten atuendo jurisdiccional, acuñó la sabia y sugestiva frase según la cual los hombres de hacer justicia han de ser, “en primer lugar, honestos. En segundo lugar, han de poseer una razonable dosis de habilidad. A ello han de unir valor y ser unos caballeros”, para cerrar su respuesta con esta otra perla de la mejor ironía británica: “Y si a todo esto se añade alguna noción de derecho, les será muy útil”.
En ironía dejemos, pues, la sin par requisitoria del señor fiscal de los belgas para limpiar sus dudas sobre las condiciones y trato a los penados en las cárceles españolas y –de refilón- sobre la rectitud general de la administración de la justicia en España. Las ironías, a veces, dejan las cosas más claras que las mejores oratorias. No se trata de herir, sino de intentar llamar a las cosas por su nombre, aunque sea por vía de indicios.
Hace muy pocos días oía referir –en una situación similiar- a uno que dudaba de los demás sin haberse mirado antes, él mismo, al espejo- un castizo refrán español: “Consejos vendo que para mí no tengo”.
En fin. La duda ofende, Sr. Fiscal de los belgas. Resultan muy poco razonables sus dudas, al menos desde mi punto de vista. Dispense, de todos modos…