II LUNES DE ADVIENTO/ CICLO C/10-12-2018

II LUNES DE ADVIENTO/ CICLO C/10-12-2018

EVANGELIO DEL DÍA: Lc 5,17-26.

Un día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.
En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él, viendo la fe de ellos, dijo:
«Hombre, tus pecados están perdonados».
Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:
«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?».
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo:
«¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”».
Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios
El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían:
«Hoy hemos visto maravillas».


COMENTARIO:

Celebramos el Lunes de la Segunda Semana de Adviento. Hoy la Iglesia celebra la memoria de Santa Eulalia de Mérida. Nació en Emerita Augusta (Mérida) en el año 292.
Cuando Eulalia tenía doce años se presentó ante el gobernador Daciano y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían a Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos, y Eulalia murió quemada.

En el Evangelio de este Lunes de la Segunda Semana de Adviento leemos el Evangelio de San Lucas (Lc 5,17-26). Jesús estaba enseñando y unos hombres traen a un hombre paralítico. Ante tanta multitud de gente, superan toda clase de obstáculo para ver a Jesús y le acercan, confiados en Él, al enfermo para que le cure. Y Jesús le concede el perdón, algo que escandaliza a los escribas y fariseos, porque el conceder el perdón de los pecados era un atributo solamente atribuido a Dios.

Abrámonos a la acción del Espíritu Santo, y repitamos con San Agustín: Respira en mi, Oh Espíritu Santo, para que mis pensamientos puedan ser todos santos. Actúa en mí, Oh Espíritu Santo, para que mi trabajo, también pueda ser santo...
Guárdame, pues, Oh Espíritu Santo, para que yo siempre pueda ser santo. Amén.

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