La Biblia en las tentaciones de Jesús
La Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua.
«En Cristo estabas siendo tentado tú porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación […] de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria» (San Agustín).
La Cuaresma pide mantenernos en espíritu de conversión a base de austeridad penitencial y de combate cristiano contra las fuerzas del mal.
La Cuaresma pide mantenernos en espíritu de conversión a base de austeridad penitencial y de combate cristiano contra las fuerzas del mal.
Adentrarse en la muy sagrada Cuaresma significa emprender un tiempo litúrgico de particular compromiso en el combate cristiano contra el mal en el mundo y en cada uno de nosotros. Denota, por otra parte, afrontar ese mal cara a cara, lo que no es fácil aunque sí necesario, y dirigir la lucha contra sus causas -Satanás es la última- y sus efectos, no menos numerosos que las causas y a cuál más dañino. Exige además, por supuesto, no descargar el problema en los demás, en la sociedad o en Dios, sino reconocer las propias responsabilidades y proceder en consecuencia con nuestras limitaciones.
Considerada en sí misma, la Cuaresma es el tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua. Un tiempo litúrgico fuerte, claro es, a la escucha de la Palabra de Dios y en conversión incesante, de preparación y de memoria bautismal, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente y más intenso a las «armas de la penitencia cristiana», esto es: a la oración, el ayuno y la limosna (cf. Mt 6,1-6. 16-18). La teología concluye que las tentaciones de Jesús, como la misma Transfiguración, vienen a ser a la postre como un fármaco contra el escándalo de la Cruz que, de allí a poco, iban a padecer los discípulos.
Dicen los Evangelios que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el diablo después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches (Lc 4, 1-13; Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13). Y bien, uno de los aspectos más significativos del pasaje de las tentaciones dichas es que el Tentador hablaba desde la Biblia y que que Jesús, en una especie de sucesiva y rauda réplica, le respondía también desde la Biblia. No basta, pues, con recurrir a la divina Palabra para entenderse con Dios. Es preciso también saber interpretarla.
Lo que digo fue verdad total en la disputa entre católicos y donatistas en tiempo de san Agustín: compartían el hecho fundamental de admitir la Biblia toda entera, pero luego disentían a la hora de su interpretación. Los estudios arrojaron análogo resultado en 2017 con el caso Lutero, hombre de Biblia y trabajador incansable de las Escrituras Sagradas. Interpretar correctamente la Biblia, por tanto, equivale a llegarse hasta ella con humildad y espíritu de verdad y confianza. De lo contrario, esta, escurridiza, ofrecerá resistencia y no se dejará manejar así como así.
Reflexionar sobre las tentaciones de Jesús en el desierto constituye una invitación a responder esta pregunta fundamental: ¿Qué cuenta de veras en mi vida? Nótese que Jesús nuestro Señor se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo!
Comenta deliciosamente san Agustín: «Pero en Cristo estabas siendo tentado tú porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria» (In Ps. 60,2-3).
Hemos sido, pues, tentados en él. También por él, entonces, y en él, venceremos al diablo ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no, más bien, en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él.
Satanás tentó a Jesús pidiéndole convertir las piedras en pan, lanzarse al vacío desde el alero del templo y obtener el poder sobre todas las naciones. ¿Qué sentido cabría dar hoy, en nuestra sociedad posmoderna y globalizada, a estas tentaciones?
Digamos abriendo marcha que conforman los tres frentes más comunes por donde el Maligno suele asaltar a los humanos. Se trata de tentaciones análogas, que no idénticas, puestas de relieve por las citas bíblicas: 1) Buscar el alimento fuera de Dios (Dt 8,3; cf. Ex 16). 2) Tentarle por propia satisfacción (Dt 6,16; cf. Ex 17,1-7). 3) Renegar de él para seguir a los falsos dioses que procuran el poder de este mundo (Dt 6, 6,13; cf. Dt 6,10-15; Ex 23, 23-33).
Al igual que Moisés, Jesús ayuna en el desierto cuarenta días y cuarenta noches (Dt 9,18; cf. Ex 34,28; Dt 9,9). Contempla, como él, «toda la tierra» desde la cima de una elevada montaña (Dt 34,1-4). Dios le asiste por sus ángeles (Mt 4,11) según lo tiene prometido al Justo (Sal 91,11-12) y, según Mc 1,13, le guarda de las bestias salvajes, como al Justo (Sal 91,13), y antaño a Israel (Dt 8,15). El poder, el egoísmo y la apostasía y la prevaricación vienen a resultar, ello es evidente, como los desfiladeros por donde el Príncipe del Mal espera al acecho para cercar a su presa.
Tiene escrito el papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret (primera parte) este sutil y elevado pensamiento: «Es propio de la tentación adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo». O sea, que utiliza sobremanera una sibilina sugerencia por donde todo empieza.
Son muchos en la historia los ejemplos de ideologías que van por este camino. Asegura una, recordémoslo, que la religión es el opio del pueblo, un engaño a los pobres para el conformismo. Otra, que el perdón es inútil; la humildad, nociva; el poder, lo importante, y el Estado, quien puede resolver los problemas. Una tercera, en fin, sentencia que el capital y el mercado son el verdadero dios que mueve el mundo, el juego de las voluntades individuales en busca del placer de cada uno formando un equilibrio que funciona. No es preciso extenderse con más ejemplos.
El núcleo de toda tentación es, en definitiva, erigirnos como protagonistas y dar a Dios un papel secundario en nuestra vida, como si no fuera más allá del actor menor en la película de nuestra existencia. La enseñanza de Jesús, sin embargo, es muy otra, discurre por otro camino: primero, amar a Dios; y en segundo lugar, al prójimo. Es la llave de la superación de todo engaño, el quid de la felicidad que sólo hallamos cuando la buscamos en Dios y en el servicio a los demás.
La Cuaresma, concluyendo, pide mantenernos en espíritu de conversión a base de austeridad penitencial y de combate cristiano contra las fuerzas del mal. Un programa litúrgico, éste, para cuyo cumplimiento se hace necesario e insustituible el recurso a la Sagrada Escritura. Sea por eso mismo la Biblia nuestra hoja de ruta para hacer frente y vencer al Maligno como nos enseñó Jesús en el desierto. Con ella en mano podremos comprender sin riesgo de error el mensaje de la Cuaresma.