Talitá kum
De Talitá kum sale también a la superficie la necesidad de realizar acciones proféticas, denunciando las causas de la explotación de la vida y la trata de personas con fines económicos.
«Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Benedicto XVI, Spe Salvi: 30.11.2007, n.37).
Jesús sigue repitiendo hoy como entonces Talitá kum: ¡muchacho, (muchacha), levántate! Vuelve a vivir.
Jesús sigue repitiendo hoy como entonces Talitá kum: ¡muchacho, (muchacha), levántate! Vuelve a vivir.
La expresión aramea Talitá kum se encuentra en el Evangelio de Marcos, capítulo 5, versículo 41.Traducida significa: «Niña, yo te digo, levántate». Jesús dirige estas palabras a la hija de Jairo, una pequeña de doce años yacente a la espera de sus funerales. Pronunciadas estas palabras, Jesús tomó su mano y ella inmediatamente se levantó y caminó.
La expresión de marras encierra, por otra parte, el poder transformador de la compasión y de la misericordia, que despierta el deseo profundo de la dignidad y la vida adormecida y herida por las múltiples formas de explotación que sufre el ser humano, y muy concretamente las jóvenes, a quienes esta niña muerta representa.
Del episodio al que dicho sintagma se refiere sale también a la superficie la necesidad de realizar acciones proféticas, denunciando las causas de la explotación de la vida y la trata de personas con fines económicos y promoviendo campañas para cambiar la mentalidad y las malas costumbres atávicas.
De la expresión aramea, con sus variantes gráficas (talitha kum – talitá kum – talita kumi, etc.), existe probada constancia en colegios, liceos, guarderías, iglesias e instituciones benéficas de todo el mundo. Me place traer a este ensayo como ejemplo Talitha Kum: Red Internacional de la Vida Consagrada contra la trata de personas, presente en 92 países. Nació en el año 2009 con el objetivo de coordinar y fortalecer las actividades contra la trata promovidas por las consagradas en los cinco continentes.
San Marcos aporta detalles de mucho fundamento. Dice primero que «se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y al verlo se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva”. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba».
San Marcos interrumpe aquí el relato para introducir el de la Hemorroísa. El cual acabado, reanuda el anterior: «Todavía estaba (Jesús) hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar ya al Maestro?”. Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe”. Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago.
Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Pero Él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando su mano, le dice: Talitá kum, que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». Ella se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años.
Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer» (Mc 5, 35-43) Cuando Cristo descubre la fe de Jairo, no se puede resistir. «La niña no ha muerto, está dormida... Levántate».
Tampoco san Agustín anda escaso de matices. Empieza por decir que «nuestro Señor Jesucristo realizó los milagros para significar algo con ellos de forma que, exceptuando su ser algo admirable, grande y divino, aprendiéramos otra cosa en ellos» (Sermón 98,3).
Y, acto seguido, agrega ese plus de aprendizaje al referirse a las palabras de Jesús arriba dichas: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Afirma el Obispo de Hipona, en efecto: «Y dijo la verdad: dormía, pero sólo para aquel que tenía el poder de resucitar. Una vez resucitada, se la devuelve a sus padres» (Sermón 98, 4).
Dios conoce de antemano lo que le vamos a pedir. Pero de ahí no se ha de sacar la conclusión de que nuestra súplica entonces es inútil. No. El corazón del mismo Dios se conmueve al ver la actitud de sus hijos que acuden a Él como a verdadero Padre. El que ama y se sabe amado, no tiene miedo de pedir y tampoco se reserva nada cuando se trata de dar.
Pidamos conscientes de que Dios nos ama, aunque no lo merezcamos. Aún más, nos ama en nuestra debilidad, que nos acerca a Él. Y así como le pedimos, sepamos ofrecerle el homenaje de nuestra fe y nuestra confianza total. No dudemos de su amor, que quiere darnos cuanto realmente necesitamos, quiere curarnos de nuestra enfermedad, darnos la verdadera vida. Jamás se deja Cristo ganar en generosidad. Si le damos uno, Él nos dará el doble, según nuestra necesidad.
Pidió Jesús a Jairo que no se dejara influir por el ambiente pesimista, diciéndole: «No temas; basta que tengas fe» (Mc 5,36). Le pidió una fe más grande, capaz de ir más allá de las dudas y del miedo. También nosotros debiéramos tener más fe: la que no duda ante las pruebas de la vida; la que sabe madurar en el dolor a través de nuestra unión con Cristo, tal como nos sugiere Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi (Salvados por la esperanza): «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (n.37).
Nuestro Dios es un Dios de vida, que ama la vida y lucha contra la muerte. Y la manera de conectarnos con esta corriente de vida es la fe. Cristo pasa junto a nosotros y lleva dentro toda la vida de Dios y quiere comunicarla. Jairo cayó a los pies de Jesús, rogándole con insistencia que curase a su hija. Luego, cuando le dijeron que la niña estaba muerta, prestó atención a las palabras alentadoras de Jesús: 'Basta que tengas fe'. Y la tuvo. Ya lo creo que la tuvo.
Creer en Jesús, por tanto, es mirarse primero y verse enfermo, y triste, y pobre y desvalido. Y luego dejar que brote y tome cuerpo en uno la sed de otra agua, el hambre de otra vida. Mirarlo después a Él, escucharlo, sentir que lleva la respuesta a todas mis preguntas, la llave de todos mis anhelos, el bálsamo a todos mis dolores. Y al fin, genuflexo mi corazón, tender hacia Él mis manos suplicantes.
Ser capaz de vaciarme de mí mismo y abrirme a Él, su agua viva calmará mi sed, su medicina cerrará mis heridas, su Espíritu me llenará con su fuerza. Y entonces, me levantará de la tierra de los muertos, como a la hija de Jairo, para vivir para siempre en la tierra de la Vida.
No podemos por menos de imaginar a Jesús acercándose al cuerpo inerte de la pequeña. Y tomando la mano de la niña con ternura, con suavidad, con dulce mirada, decirle omnipotente: Talitá kum. La muchacha se incorporó al instante y se puso a andar; tenía doce años. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer.
El retrato de Jairo pidiendo ayuda, la actitud escéptica de los mensajeros hacia Jesús, la tenacidad de Cristo, el clima de la gente que llora a la niña muerta, el mandato del Maestro referido en la lengua original aramea, la conmovedora solicitud de Jesús de que se dé algo de comer a la niña resucitada. Todo ello hace pensar en un relato que remite a un testigo ocular del hecho.
No existe sólo la muerte del cuerpo, también está la del corazón, que existe cuando se vive en la angustia, el desaliento o en una tristeza crónica. Qué triste es ver a la gente triste.
La tristeza, el pesimismo, la desgana de vivir, son siempre cosas malas, pero cuando se ven o se las oye expresar a jóvenes oprimen todavía más el corazón. Y más aún, si cabe, si entra en vigor la eutanasia volviendo las espaldas a los cuidados paliativos…
Jesús, por eso, sigue repitiendo hoy como entonces Talitá kum: ¡muchacho, (muchacha), levántate! Vuelve a vivir.