Otra vez dando la nota



Ayer, 1 de octubre de 2016, fue día pródigo en noticias, contradictorio en juicios y confuso de apreciaciones. Mientras el socialismo colorista y punto menos que desnortado y bronco montaba en la madrileña calle de Ferraz el numerito y tenía a la gente del fin de semana en un suspiro por ver, no más, en qué paraba de puertas adentro la película de enredo protagonizada por la ejecutiva del PSOE, allá en Georgia se andaba el incansable papa Francisco repitiendo que todos los seres humanos « son parte de una única familia y son llamados a vivir en fraternidad y amistad ».

En el séquito, dos nombres púrpura: el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales y el cardenal Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, indicando la importancia ecuménica del viaje, en el caso de Georgia, e interreligiosa en el de Azerbaiyán. Los católicos en Georgia son el 2’5%. Los de Azerbaiyán, el 0’01%. El lema de la visita -Pax Vobis- es, por otra parte, un intento por subrayar la coincidencia del viaje con el Año Santo de la Misericordia y una llamada a la pacificación del mundo y de aquella región asiática en particular.

En Georgia viven unos 10 mil cristianos pertenecientes a las comunidades caldea y asiria. Sus raíces iniciales en el Cáucaso se remontan a los flujos migratorios de mediados del siglo XIX y principios del XX como consecuencia de las persecuciones sufridas por asirios y caldeos durante la Primera Guerra Mundial. La Iglesia ortodoxa georgiana es la nacional de Georgia y una de las quince autocéfalas de la comunión ortodoxa, con unos 4,75 millones de fieles, mayoritariamente en Georgia y la antigua URSS. Y aquí es donde quiero yo poner el acento. Porque resulta que esta Iglesia es una de las cuatro que se negaron a participar en el Santo y Gran Concilio Panortodoxo, celebrado el pasado mes de junio (18-22.6.16) en Creta.



Francisco tuvo ayer por la tarde un encuentro con su beatitud Elias II, el Catholicos de toda la Georgia, quien le expuso los desafíos actuales de la región: problemas territoriales y migratorios, así como su cercanía hacia la Iglesia de Roma y su emoción por recibirlo en su país. Francisco, le recordó que su visita al Vaticano había abierto una nueva página en las relaciones entre ambas Iglesias. «El amor del Señor –agregó– nos eleva, porque nos permite alzarnos por encima de las incomprensiones del pasado, de los cálculos del presente y de los temores del futuro. Quiero ser un amigo sincero de esta tierra y de este querido pueblo. Con la paz y el perdón estamos llamados a vencer a nuestros verdaderos enemigos, que no son de carne y hueso, sino los espíritus del mal que están dentro y fuera de nosotros».

Ya en la catedral patriarcal, Francisco hizo notar que, pese a nuestros límites y diferencias históricas y culturales, estamos llamados a ser uno en Cristo Jesús. Porque es mucho más lo que nos une de lo que nos divide. Indicó, por otra parte, que es un camino paciente, que es necesario cultivar la confianza en los demás y con humildad, sin miedo y sin desalentarse, sino más bien con la alegre certeza que la esperanza cristiana nos hace pregustar. E invitó a no desperdiciar las ocasiones de diálogo y llevar adelante el que ya existe, como el de la comisión mixta de ortodoxos y católicos.

Del proselitismo dijo que se vuelve un pecado contra el ecumenismo, y que los ortodoxos son nuestros hermanos, hijos de Jesucristo y que fue por situaciones complejas que hemos quedado divididos. Porque creemos en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo y en la Santa Madre de Dios. Invitó también a hacer obras de caridad junto a ellos cuando se pueda. Este es el ecumenismo, dijo.

Pero quedaba la jornada del 1 de octubre. Empezó con la santa misa en el estadio de M. Meskhi. Asistieron muchos fieles ortodoxos, comprendidos el presidente y su esposa, aunque no una delegación oficial de la Iglesia ortodoxa. Tras adelantar en la homilía que « la Iglesia es la casa del consuelo», Francisco dejó en el aire unas preguntas que vienen de perlas: «¿Soy portador del consuelo de Dios? ¿Sé acoger al otro como huésped y consolar a quien veo cansado y desilusionado?». Informan algunos medios de que los esfuerzos de Francisco por mejorar las relaciones con la Iglesia ortodoxa de Georgia sufrieron ayer un revés público cuando el patriarcado decidió no enviar una delegación oficial a la misa oficiada por el pontífice justificando que los fieles ortodoxos no pueden participar en ceremonias católicas.

No estoy en absoluto de acuerdo con esa idea. Francisco no sufrió revés alguno. Fue, más bien, el propio patriarcado el que sufrió el revés. Que los medios se vayan metiendo bien esto en la cabeza: en ecumenismo, comportamientos así no tienen cabida. Tampoco la tienen, claro es, en el estricto ámbito de la cortesía. Pero en el ecumenismo del Ut unum sint (Jn 17,21) mucho menos. El portavoz del Vaticano anunció en vísperas de la visita que el patriarcado ortodoxo estaría representado en la misa oficiada en un estadio de Tiflis «en señal de entendimiento entre las dos Iglesias». La portavoz del patriarcado luego, Nato Asatiani, señaló que la delegación ortodoxa no había acudido a la homilía «de mutuo acuerdo». ¿Y qué iba a hacer el Papa, protestar ante un trágala de este calado? El Vaticano aceptó la decisión ortodoxa, y en paz.



El patriarcado esgrimió como causa que «mientras haya diferencias dogmáticas entre nuestras Iglesias, los creyentes ortodoxos no participarán en sus oraciones». Esta sola frase deja a dicha Iglesia fuera de juego. Denota que tiene su eclesiología en el pleistoceno. La frase basta para comprender por qué no asistió al Santo y Gran Concilio Panortodoxo. Ninguna de las que sí estuvieron en el Concilio de Creta hubiera hecho algo semejante. Y son tan Iglesias ortodoxas como ella. Diré más: por lo visto, más despiertas y puestas al día que ella. Ya se ve que lo del Concilio va a traer cola para rato.

Tampoco es de recibo lo de Tiflis: manifestantes conservadores ortodoxos mostrándose horas antes de la visita en contra de cualquier iniciativa ecuménica de su Iglesia. «Es el típico proselitismo», dijo el padre David Klividze que, junto a un centenar de personas de la conservadora Unión de Padres Ortodoxos, protestaba en el exterior del estadio. «¿Puede imaginar qué pasaría si un predicador suní fuese al Irán chií y rezase en un estadio o en otro lugar? Esto no podría ser. Por lo tanto, nosotros estamos en contra de esto». La comparación es de pata de banco, desde luego. De modo que no confunda churras con merinas. Ese reverendo debe saber que una cosa son las religiones y otra las Iglesias, esencialmente cristocéntricas. Que se vaya aprendiendo un poco qué es el ecumenismo, por favor. Una cosa es ecumenismo y otra el diálogo interreligioso. El patriarcado de Georgia, en conclusión se comportó de una forma grosera, descortés y anticristiana.



El Papa tenía previsto saludar a los representantes ortodoxos después de la ceremonia, pero solo unos pocos miles de fieles ocupaban las gradas en el estadio Meskhi. A excepción del presidente del país, Giorgi Margvelashvili, ningún otro alto cargo acudió a la misa. Esto sugiere que, ante las elecciones parlamentarias de la próxima semana, los políticos habrían intentado evitar molestar a votantes conservadores ortodoxos con su presencia. ¡Ya me contarás! Lo dicho: otra vez dando la nota. Y qué nota, Señor.

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