José de Segovia Astérix resiste todavía
El final de los cómics de Astérix nos recuerda a la historia por antonomasia, la Biblia. Las fiestas judías iban acompañadas de banquetes.
Astérix cumple 60 años. Esta semana se publica un nuevo álbum de la popular serie de cómics francesa en todo el mundo, La hija de Vercingétorix. Sien Estados Unidos tienen a los superhéroes y en Japón, el manga, los europeos llevan medio siglo fascinados por la “línea clara” del cómic franco-belga.
“Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía…”. Así comienza cada álbum de Astérix. Su rebeldía al Imperio no es fácil de entender para el público norteamericano, donde el lector se identifica más con Roma que con la pequeña aldea. Los japoneses, sin embargo, lo que no comprenden es su individualismo e indisciplina. No todo el mundo entiende Astérix.
Si la Tercera República francesa reinventó a sus “antepasados galos”, para fomentar el laicismo de izquierdas, frente a la derecha legitimista católica, Astérix reescribe la historia con el caos y la insubordinación de estos insumisos galos que hacen añicos la sabia planificación de los ejércitos romanos. Así Vercingétorix no arroja sus armas a los pies de César, sino sobre ellos, teniendo que marcharse cojeando a otras conquistas. Las guarniciones se resignan a la “paz gala” con una dejadez insólita para el orden romano.
Cuando en el verano de 1959 se encerraron en Bobigny, los autores de Astérix en el apartamento de Uderzo (1927) –un dibujante francés de origen italiano–, para crear una serie que identificara a la nueva revista Pilote, revisaron las diferentes épocas de la Historia de Francia. “La aldea nació antes que los personajes –dijo el guionista judío de origen ucraniano-polaco, criado en Buenos Aires, René Goscinny (1926-1977) –, una aldea donde unos pocos galos medio locos resisten a sus enemigos, los romanos”.
UN HOMBRECITO
Su antihéroe es “un hombrecito –dice Goscinny–, enclenque y canijo, un “tapón tan perceptible como un signo de puntuación”. Nada de galos rubios y corpulentos, altos y fuertes, como los que aparecían en los libros de Historia. El autor de Lucky Luke, Iznogoud o El Pequeño Nicolás, no quería que nadie le acompañara, pero Uderzo le convence dibujando a un Obélix que no es hercúleo, sino gordo, aunque piensa que no lo es – “solo un poco metido en carnes” –. Su fuerza viene de una poción mágica, cuando cayó de pequeño en una marmita.
Obélix tiene una profesión desconocida para los historiadores de la época gala, cantero y repartidor de menhires, un anacronismo voluntario que no hay que atribuir a la ignorancia de Goscinny. Aunque estaba muy bien documentado, le apetecía inventarse cosas, para irritación de los muchos académicos que hoy se ocupan de sus historias –en Francia hay profesores universitarios cuya especialidad es Astérix–.
Así también Goscinny traslada la práctica merovingia de portar al jefe en un pavés, a los galos, para que se caiga de él Abraracourcix, constantemente. O introduce a los godos, cuyo militarismo prusiano es un claro antecedente del totalitarismo nazi. El guión mismo dice que desfilan como los ejércitos del Tercer Reich. En su estandarte sustituye la cruz gamada por el águila negra, que sí aparece en los insultos. Y aunque descuartizan a sus oponentes en la arena del circo, idean una “olla a presión” que “¡te cuece a un hombre en dos minutos y silba cuando está listo!”.
JUDÍO ARGENTINO
Aunque Goscinny es considerado la quinta esencia de lo francés, sus padres eran judíos ucraniano-polacos, que no se nacionalizaron franceses hasta unos meses antes de nacer René. El exilio argentino libró a la familia de la ocupación nazi. Tres de sus tíos murieron en Auschwitz. Cuando tenía solo dos años, sus padres le llevan a Buenos Aires, donde estudia en el Colegio Francés. Los maestros y niños de El Pequeño Nicolásno son por lo tanto franceses, sino argentinos. Los personajes de estos libros –que no son cómics, sino literatura infantil, acompañada por las ilustraciones de Sempé– recuerdan a preceptores y alumnos de la escuela que está en la calle Pampa.
Cuando su padre –que era un ingeniero químico de Varsovia– muere de una hemorragia cerebral en 1943, René tiene que ponerse a trabajar a los 17 años. Dos años después se va con su madre a Nueva York. Como tantos inmigrantes judíos que llegaron a la isla de Ellis,los Goscinny huyen de la sombra del Holocausto, atraídos por “el sueño americano”. Su tío vivía en Manhattan, donde encuentra un empleo de traductor.
Huye del servicio militar de Estados Unidos, volviendo a Francia, donde comienza a hacer ilustraciones, hasta volver a Nueva York en el año 47. “Me fui a los Estados Unidos para trabajar con Walt Disney, pero Walt Disney no sabía nada”, decía irónicamente. Estaba solo y deprimido, cuando conoce a Harvey Kurtzman, el dibujante judío que fundaría la revista satírica MAD. Trabaja en su estudio hasta que le presenta al belga Morris. Juntos harán esa parodia del “western”, que es Lucky Luke.
Goscinny comprende que lo suyo es escribir historias, no dibujarlas. El papel de un guionista de cómic no era muy reconocido entonces. Generalmente, no se le acreditaba. Ni siquiera su paga figuraba en la contabilidad editorial. Era el propio dibujante quien liquidaba su parte al escritor. Morris se traslada de Bruselas a París, para pagarle, donde Goscinny comienza a trabajar con Charlier, el autor de “El teniente Blueberry” y hace sus primeros proyectos con Uderzo, el indio Umpa-pay el pirata Juan Pistola.
¡EL CIELO SE NOS CAE ENCIMA!
Aunque nace en la revista Pilote en 1959, el primer álbum de Astérix no se publica hasta el año 61, alcanzando cierto éxito en el 64 con Astérix gladiador, siendo algo excepcional en el 66 con Astérix en Bretañay todo un fenómeno en el 67 con Astérix y los normandos. Es por lo tanto un producto de los años sesenta. En esa década se hacen sus títulos más populares. Su fama se prolonga a principios de los años setenta, para entrar en franca decadencia con la muerte de Goscinny en el año 77, cuando se hacía una revisión médica de rutina en una clínica parisina, tras un viaje a Jerusalén. Falleció de un infarto en la consulta misma del cardiólogo.
La obra de Uderzo a continuación, ha sido básicamente una parodia de la actualidad, cada vez más burda. Lo mismo que hizo Ibáñez con Mortadelo y Filemónen 1979, cuando pasó de hacer historias más o menos intemporales al comentario social y chiste político más grosero, que convierte sus álbumes en algo irrelevante, al año siguiente de su publicación. Uderzo es un gran dibujante, pero un mal guionista. La mejor decisión que ha hecho tras la muerte de Goscinny, es abandonar la serie. ¡El cielo se nos cae encima!(2005) era ya una mezcla de referencias de Disney, manga y los superhéroes, incluso en el dibujo. Los nuevos autores, Ferri y Conrad, han vuelto al estilo original de Goscinny, pero sin dejar de aludir al presente.
Salvat ha publicado este año la colección integral de Astérixcon textos que explican la gestación de cada tomo, así como anécdotas y curiosidades de los personajes. Su mundo ha sido objeto de una gran exposición en la Biblioteca Nacional de Francia, cuyo catálogo se ha traducido también ahora al castellano con el título de Astérix de la A a la Z. Su enfoque es rigurosamente académico. Reúne a un gran número de especialistas en su obra. El cómic se ha convertido ya en objeto de estudio universitario en un país donde se venden tiradas millonarias de las series clásicas de la escuela franco-belga de “línea clara” (bande dessinée).
EL CAMINO MÁS CORTO
“El camino más corto para encontrarse a uno mismo da la vuelta al mundo”, decía el conde de Keyserling en 1919. La cuestión identitaria es esencial para entender el mundo de Astérix, pero no hay relato suyo sin viaje. Cuando Uderzo le pregunta a Goscinny dónde está esa aldea, el escritor le responde: “En cualquier sitio a la orilla del mar, eso facilitará los viajes”. El guionista era un aficionado al mar, desde que a su más tierna edad cruzó el Atlántico para vivir en Buenos Aires y de allí fue a la isla de Ellis, para residir en Nueva York. A Goscinny le gustaban los cruceros. En uno de ellos conoció a su futura esposa, Gilberte, en 1964. De hecho, publicó un libro sobre sus travesías.
Son estos viajes los que les permiten explorar los estereotipos nacionales. A veces las aventuras se desarrollan en lugares cercanos, pero generalmente cruzan las fronteras, para encontrar pueblos amigos o enemigos. Astérix y Obélix van a Egipto, África, Grecia, América, India, Oriente próximo y hasta la Atlántida. Lo interesante es que nunca pierden el punto de referencia, la aldea armoricana que “resiste todavía al invasor”. Y hay cosas siempre recurrentes, el naufragio de los piratas, Obélix privado de la poción mágica, el encuentro con las patrullas romanas y la búsqueda de jabalíes.
Lo que sabemos es que la historia acabará con un banquete. En torno a la mesa, los habitantes de la aldea celebraran el final de la aventura. En los primeros álbumes ocupa sólo una viñeta en la que se ve desde lejos, a través de la puerta entreabierta de una choza o incluso con el bardo todavía tañendo el violín, desgañitándose. La serie no tardará en dar al banquete su forma clásica, un dibujo de media plancha con una mesa redonda, alrededor de la cual se reúnen los hombres de la aldea, a excepción del bardo que se queda fuera, atado y amordazado.
Si el viaje nos remite al modelo épico de los mitos de la antigüedad, que acompaña al héroe en su odisea, el final nos recuerda a la historia por antonomasia, la Biblia. Las fiestas judías iban acompañadas de banquetes, a los que “la viuda, el huérfano y el extranjero, son bienvenidos” (Deuteronomio 16:11). Los sacrificios mismos que prescribía la ley, incluían banquetes (Éxodo 34:15). La celebración no era sólo una muestra de hospitalidad, sino también de generosidad, ya que se enviaba parte de la comida a los pobres (Nehemías 8:10).
EL BANQUETE FINAL
El Evangelio está lleno de fiestas. Jesús comienza su ministerio en la celebración de una boda, pero no sólo disfruta a la mesa en compañía de sus amigos, sino también con personas de dudosa moralidad, a diferencia de muchos de sus seguidores. Eran generalmente cenas, como las llamaban los romanos, ya que se tomaban al final del día. La invitación se enviaba dos veces (Mateo 22:3; Lucas 14:7), hasta que el dueño de la casa cerraba las puertas de la fiesta con sus propias manos (Lucas 13:25; Mateo 25:10).
La esperanza de los judíos era participar de un banquete eterno con Abraham, Isaac y Jacob a la mesa. Jesús habla de él, una y otra vez. Da un nuevo sentido a la celebración de la Pascua e instituye una cena en recuerdo de él. Comemos pan y vino “hasta que él vuelva”. Entonces comenzará la verdadera fiesta (Apocalipsis 19:7). Para ella, manda ahora invitaciones por medio de sus siervos, ya que cuando llegue ese día, los que no vengan preparados para ella, se quedarán fuera. Una vez cerrada la puerta, será inútil dar golpes. Es ya demasiado tarde. Sólo quedarán las tinieblas de afuera.
Recuerdo haber visto la primera película de Asterix en un cine de Logroño. Creo que es la única vez que he ido con mi tío y mis primos a hacer algo así. Era muy pequeño, pero conocía las historias de aquellas revistas infantiles que llamábamos tebeos. En aquella España de televisión en blanco y negro, me fascinaron los colores, pero me acuerdo sólo de una escena, el banquete final. Bañados en la suavidad de la luz reflejada por una luna protectora, presentaba el cuadro de una familia entrañable y la utopía de una comunidad feliz.
Si bien, como explica Panoramix en La residencia de los dioses–el único libro que me regalaron en un cumpleaños, después de tener ya deshojado el de los Juegos Olímpicos–, no siempre será posible “detener el curso de las cosas”, los banquetes de Astérix muestran el anhelo de la humanidad por un final feliz. El Evangelio nos invita a esa fiesta. Es cierto que la iglesia no parece hoy un lugar muy festivo. Y que poco recuerda ya a aquel Jesús amigo de pecadores, pero el Evangelio es la única verdad que merece la pena creer. Por la que lo mejor está todavía por venir.