José de Segovia Stott en Latinoamérica (20)
Como dice Samuel Escobar, Stott nos ha dejado el ejemplo de su vida, pero también el legado de una teología “evangélica”.
| José de Segovia José de Segovia
“Una de las cosas que más admiré en John Stott (1921-2011) fue su convicción evangélica fundamental en la que no hacía concesiones –dice Samuel Escobar–, unida a su apertura a dialogar con todas las posturas teológicas y a escuchar a todos con respeto y consideración: lo que yo llamaría un evangelicalismo abierto”.
El primer contacto del teólogo peruano con su obra fue cuando se publicó Cristianismo básico en inglés en 1959, que su amigo y mentor Roberto Young le regaló un ejemplar. Todavía recuerda cómo lo leyó aquel mes de marzo en un viaje en autocar, entre saltos, por una carretera pedregosa, sin pavimentar de Quito (Ecuador) a Ipiales (Colombia). Ese verano le conoció personalmente, cuando fue con René Padilla (1932-2021) a un curso en Inglaterra de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES) y les enseñó Stott la Universidad de Cambridge, donde estudió.
A Escobar le impresionaron sus predicaciones, elegancia, amabilidad, pero sobre todo, “su profunda convicción evangélica y piedad sin afectación”. Y a Padilla, “la profundidad y claridad de su pensamiento”. El domingo visitaron la iglesia de All Souls, donde, como bautistas, tuvieron su primer contacto con la liturgia anglicana. Samuel se acuerda de su exposición bíblica: “Clara, bella y aplicable”. A partir de ese momento intentaba leer todo lo que llegaba a sus manos de Stott.
Tardaron varios años en volver a verle, pero Padilla visitó de nuevo la iglesia en 1964 con su esposa Catalina, cuando hacía su doctorado en la Universidad de Manchester. Como a todos los que le conocimos, le sorprendió al teólogo ecuatoriano, residente en Argentina, que recordara su nombre, después de varios años, cuando conocía a tantas personas. Él también creía, como Escobar, que era porque oraba por ellos.
Berlín, 1966
Billy Graham pasó gran parte del año 1960 fuera de Estados Unidos, según su biografía autorizada de 1966, porque no quería tomar partido en la campaña presidencial de Nixon contra Kennedy. La lucha partisana no le iba tanto como a su hijo, que hizo campaña abiertamente por Trump. El padre siempre quiso ser “el pastor de América” y no participar en la “guerra de culturas” que ha dividido ahora el país. Justo antes de que se levantara el Muro de Berlín, Graham invitó a 33 dirigentes cristianos de diferentes países en Montreux. Stott habló allí de “la estrategia de Satanás”.
En la reunión de Suiza se decidió organizar un Congreso Mundial de Evangelismo en Berlín en 1966, convocado por la revista que había fundado Graham, Christianity Today. Padilla y Escobar estuvieron allí, además de José Grau, que publicó en Barcelona en 1969 las tres exposiciones de Stott sobre la Gran Comisión. A Escobar y Padilla les impresionó, sobre todo, la última sobre Juan 20:21, que presentaba la Gran Comisión, no sólo como un mandato de Jesús, sino también como un modelo. René recordaba una conversación que tuvo con él sobre la resurrección y la vida después de la muerte.
Samuel estaba haciendo el doctorado en pedagogía en la Universidad Complutense de Madrid cuando le invitaron a Berlín. El congreso tenía una sección sobre “Obstáculos a la evangelización”, dedicada a los “Totalitarismos”, donde estuvo Escobar. “Los organizadores, mayormente americanos, pensaban que el totalitarismo era igual al comunismo, pero en Latinoamérica los totalitarios no eran los comunistas, que no habían llegado todavía al poder, sino los generales, que eran totalitarios, pero de derechas, digamos –me cuenta Samuel en una entrevista que le he hecho, todavía inédita, para la radio–. Yo traté de mostrar eso, pero era un poco difícil en el 1966”.
Escobar recuerda cómo su amigo Michael Cassidy, un sudafricano, se atrevió en Berlín a hablar del “apartheid” como un obstáculo para la evangelización: “Le cayeron encima, los sudafricanos, le acusaron de comunista y menos mal que los que dirigían el congreso tuvieron sensibilidad para darse cuenta de que no se podía proceder de una manera tan cruel y extremista, como proponían los blancos sudafricanos”. Hay que darse cuenta de que Stott todavía decía en 1966 que la misión de la Iglesia “no era reformar la sociedad, sino predicar el Evangelio”. Para él, entonces todavía, “la Comisión no es curar al enfermo, sino predicar el Evangelio”. Luego confesó, treinta años después, que le parecía que su mensaje “estaba desequilibrado al afirmar que la Comisión del Señor resucitado era enteramente evangelística, no social”.
Visita latinoamericana
Stott se vuelve a encontrar a Escobar en la conferencia estudiantil de Urbana en 1970, donde ya hay un inquieto activismo social, resultado del espíritu del 68 y el testimonio del evangelista afroamericano Tom Skinner. En 1972, el teólogo peruano era secretario general del movimiento evangélico estudiantil canadiense (IVCF), que organizaba un “banquete” anual en un Holiday Inn con 825 invitados. Stott estuvo en la cena sentado al lado de Samuel y en su diario menciona por nombre a su esposa Lilly, que le pareció “encantadora”. Ella le dijo a Samuel: “¡Este hombre es un santo!”. A Stott le animó mucho un comentario de Samuel sobre su libro Cristianismo básico, que había recibido comentarios favorables en tres periódicos católico-romanos.
En 1974 visita Stott Latinoamérica, invitado por la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y la Fraternidad Teológica Latinoamérica, que habían fundado Escobar y Padilla con Pedro Arana, Ismael Amaya y Andrés Kirk en Cochabamba (Bolivia), en 1970. José Grau publicaría en Barcelona el libro, en 1972, con las ponencias acerca de El debate contemporáneo sobre la Biblia. Kirk era un anglicano que enseñaba en Argentina y forma, con Escobar y Padilla, la Comunidad Kairos. El año 1976 se reúne Stott con Kirk para formar, con All Souls y la iglesia de Dick Lucas (St. Helen´s), la Escuela de Estudios Cristianos, que sería el germen del Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo, donde estudié yo con Stott y Kirk, pero enseñaban también Samuel Escobar y Pablo Martínez.
Stott viaja a México desde Chicago a principios de enero de 1974, poco después de la Conferencia de Urbana, donde hablaba por cuarta vez a estudiantes evangélicos sobre “La autoridad de la Biblia”. Dio tres conferencias en una iglesia bautista del centro del Distrito Federal con Padilla como interprete. De allí fueron a Lima, donde hizo una corta serie sobre la predicación expositiva, antes de marchar a un retiro al pie de los Andes. En su diario escribe sobre cinco cóndores que vio y un buitre enorme. El siguiente destino era Santiago de Chile, donde dio unas conferencias y habló con estudiantes. Allí le regalaron dos volúmenes en inglés sobre las aves de Chile, que apreció especialmente, dada su enorme afición a los pájaros.
Dictaduras militares
Tras comer con el embajador británico en Chile, católico-romano, Stott se enfrenta a la difícil situación que vivía el país bajo la dictadura de la Junta militar. “Había soldados por todas partes –escribe en su diario–. Estaban de pie en las esquinas, escuadrones de 17 o 18 con armas cargadas, como metralletas. El toque de queda se extendió desde las once a la medianoche, justo antes de llegar, pero se imponía rígidamente. Conduciendo al aeropuerto, nos encontramos con un guardia armado listo para disparar en medio de la carretera. Resultaba muy amenazador hasta que nos dio la señal de pasar”. En el aeropuerto de Santiago, Stott tiene un incidente con el equipaje. Cuenta que le libra Padilla al decir a los funcionarios la verdad, que era uno de los capellanes de la Reina.
En el sur de Chile, la prensa informa de su visita en primera página. Allí va con un joven asistente del obispo anglicano y tres pastores bautistas a la cárcel de Temuco. Los evangélicos que visitaban la prisión dos veces a la semana distribuían Nuevos Testamentos. Como resultado de su lectura y predicación, varios se habían convertido. Noventa de los internos eran presos políticos que habían quedado del Golpe del 11 de septiembre, la mayoría eran miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Unos sesenta estaban en el grupo donde uno de los pastores bautistas dirigió unos cánticos. René tradujo a Stott sobre la Revolución de Jesús, que cambia a las personas, no sólo las estructuras, trayendo paz y amor, no violencia y odio.
Uno de los prisioneros hizo una oración y Padilla les habló sobre el amor de Dios. Escuchaban con atención. Muchos eran estudiantes y uno era un profesor universitario. La mayoría habían sido interrogados con torturas por ser comunistas, escribe Stott en su diario. La visita final fue a Argentina, donde habló sobre “la madurez cristiana” a congregaciones con varios cientos de personas, antes de pasar seis días en un campamento nacional de estudiantes. Le llevó al aeropuerto de Córdoba uno de los primeros asesores de la obra evangélica en las universidades argentinas. Le impresionó que le dijera que había conocido al Che Guevara cuando tenía 12 años, pero no tuvo oportunidad de darle testimonio. Ese día escribió Stott en su diario qué diferente habría sido la Historia si el Che hubiera llegado a ser cristiano.
Dios encarnado
Cuando volvió tres años después a Latinoamérica, ya había sido el Golpe de Estado en Argentina, en 1976. Stott estaba allí cuando apareció en Inglaterra el libro El mito del Dios encarnado (1977). En esta obra, una serie de académicos y ministros anglicanos dicen que el Nuevo Testamento expresa culturalmente una realidad mitológica, poéticamente. No pasó uno o dos días, antes que le preguntaran en Argentina “si la Iglesia de Inglaterra ya no era cristiana”. Varios de los autores eran de hecho, miembros de la Comisión para la Doctrina de la Iglesia de Inglaterra. Uno de ellos, Don Cupitt, se declaró un par de años después como ateo en su libro Dejando a Dios.
Esa vez visitó siete países: México, Guatemala, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú y Argentina. En cuatro de ellos habló para pastores sobre “La predicación en el mundo moderno”. En sus notas personales, Stott observó que en sus conversaciones con estudiantes y ministros había “un considerable desencanto con las iglesias institucionales”. Se da cuenta de que “los latinoamericanos se consideran un continente oprimido”. Escribe que han pasado de la independencia del gobierno español y portugués a una dependencia económica de Norteamérica y regímenes opresivos de extrema derecha, todo en medio de una extrema pobreza. Lo que había hecho crecer una “teología de la liberación”. Cree que la “liberación” que anhelan, sólo Dios puede darla. El Creador que ha hecho la humanidad está en contra de todo lo que deshumaniza al ser humano, pero se opone a la violenta revolución que esos teólogos defienden.
Al volver a Inglaterra se reúne con los autores de El mito del Dios encarnado para defender la realidad de la Encarnación de Dios en Jesucristo. Como había hecho antes con el obispo Robinson, tras publicar su libro Sincero para Dios, Stott prefiere enfrentarse cara a cara a aquellos que se oponen. No le interesan las “guerras de palabras desde posiciones atrincheradas”. Quiere ganarlos para el verdadero Evangelio. Observa que “los herejes son resbaladizos” y “los juicios crean mártires”. Piensa que hay que mostrar sus errores y pide a los obispos que impidan predicar a quienes niegan la Encarnación. “Eso no infringe libertades civiles o académicas”, puesto que “alguien puede creer, decir y escribir lo que quiera, pero en la iglesia es razonable y se tiene derecho a esperar que sus maestros enseñen la fe que los formularios oficiales confiesan y que ellos mismo han prometido mantener”.
Lausana 1974
Tras el éxito de Berlín, la organización de Billy Graham decide convocar un congreso en Lausana en 1974. Se establece un comité para redactar el Pacto que allí se hará. Junto a Stott está Samuel Escobar, rodeados de una serie de dirigentes estadounidenses cercanos a Billy Graham, como es el presidente canadiense de Wheaton (Hudson Armerding), el vicepresidente de su organización (Leighton Ford) y el británico Jim Douglas. La visión de la misión que tenían Stott y Escobar chocaba frontalmente con la de los norteamericanos.
Samuel recuerda cómo Stott, después de una noche sin dormir –algo raro en él–, se levantó diciendo que dejaba el comité. La organización entró en una crisis tal, que si no es porque Graham se enfrenta a sus asesores, diciendo que Stott va a ser el redactor final del Pacto, el movimiento de Lausana no hubiera sido el factor de renovación que ha supuesto en el pensamiento evangélico de todo el mundo. Stott dijo que fue “gracias a la madurez de discernimiento de latinoamericanos como René Padilla, Samuel Escobar y Orlando Costas, junto a africanos como el obispo anglicano de Uganda, Festo Kivengere, el dirigente de un “ashram cristiano” de la India, Subamma, o el decano de la escuela de teología de Hong Kong, Jonathan Chao”.
El párrafo 5 refleja esa influencia, al decir que “tanto la evangelización como el involucramiento sociopolítico son parte de nuestro deber cristiano, puesto que ambos son expresiones necesarias de nuestras doctrinas de Dios y del ser humano, nuestro amor al prójimo y nuestra obediencia a Jesucristo”. Stott fue nombrado moderador del Grupo de Teología y Educación del Movimiento de Lausana, que se enfrentó a los temas más controvertidos en 1977 y 1982. En el primero, Padilla presentó su crítica al “principio de unidades homogéneas” del “iglecrecimiento”. Los siguientes fueron sobre “Evangelio y cultura” y la “Evangelización y responsabilidad de la iglesia” en Willowbank (Barbados) y Grand Rapids (Michigan). La amistad que se había forjado con Escobar y Padilla continuó durante los años 80 hasta su última visita a Latinoamérica en el 2001.
Vida sencilla
Cuando estudié con Stott en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo no conocía personalmente a Escobar o Padilla. Había leído sus libros desde que era adolescente y admiraba la influencia latina que habían traído al mundo evangélico, siempre tan influenciado por la cultura estadounidense. Como discípulo de Grau, creía que los españoles teníamos mucho que envidiar a la Fraternidad Teológica Latinoamericana. Leía sus artículos y me asombraba el criterio con el que habían publicado tantos buenos autores en Certeza y Caribe. Sin embargo, mi conocimiento del inglés hacía que cada vez leyera menos libros traducidos y me interesara más la cultura anglosajona que la mía propia.
Fue Stott quien me abrió los ojos a la importancia de reconciliarme con mi propia cultura y seguir el ejemplo de “vida sencilla” de Escobar y Padilla. En Inglaterra Stott organiza una Consulta sobre el Estilo de Vida Sencillo con la Unidad de Ética y Sociedad de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Mundial. Comparado con cualquier predicador popular estadounidense, “el tío John” –como le gustaba a Stott que le llamaran sus amigos y discípulos– no es que viviera humildemente, es que parecía no tener nada, cuando veías el lujo en que vivía cualquier pastor norteamericano. En aquel ático donde te invitaba a comer, no había más que libros, que te regalaba en cuanto sacaras uno de la estantería para mirarlo. Era desprendido al máximo. Mi sorpresa fue cuando me dijo que eso lo había aprendido de mis hermanos latinoamericanos, Escobar y Padilla.
Como decía René, Stott fue “un expositor que se esforzó continuamente por mostrar, a la luz de la enseñanza bíblica, lo que significa para los cristianos en términos prácticos, vivir en el mundo sin ser del mundo, tanto a nivel personal como a nivel comunitario”. Él donaba todos los derechos de sus libros. Cualquier ofrenda que le daban, la entregaba para ayudar a otros. La sorpresa de su generosidad me llevó a comprender que él vivía para servir, no de palabra, sino con una vida transformada por la Cruz de Cristo. Ya no era suya, sino de Él.
Stott nos ha dejado el ejemplo de su vida, pero también el legado de una teología “evangélica”, que “une a su fe en Cristo –como dice Samuel–, la necesidad de una conversión personal, de sometimiento a la autoridad de la Palabra de Dios, de militancia en una iglesia local y de obediencia al mandato misionero de Jesucristo”. Me pregunto si seguimos siendo igual de “evangélicos”…