La dura verdad
“Si para educar a un niño, hace falta una sociedad, para abusar de él, también”, dice el digno abogado que interpreta Stanley Tucci en “Spotlight”, reconocida por los Oscar como la mejor película del año pasado. Hace tiempo que no veía a alguien que representara tan dignamente su profesión como este personaje. Lo mismo que los periodistas que forman el equipo de investigación del periódico que sacó a la luz en el 2002, las asombrosas cifras de abuso infantil que había en la archidiócesis de Boston – ¡un millar de niños por nada menos que 249 curas! –. Sin embargo, todo en esta película es tan riguroso y contenido, que hasta la crítica católica se ha rendido a los píes de este film, que es probablemente lo mejor que el cine nos ha brindado el año pasado.
Es difícil no hablar de esta película con superlativos, galardonada ya con multitud de premios, pero en esta época tan mediocre que nos ha tocado vivir, producciones como esta son tan insólitas que parece que el reloj del tiempo se ha debido parar. La modesta obra independiente de Tom McCarthy, que con tanto esfuerzo ha logrado sacar adelante –después de años de luchas con un sistema que la había condenado a la “lista negra”, por tratar un tema tan espinoso–, no tiene nada que envidiar a los grandes clásicos del cine liberal de los setenta, como “Todos los hombres del presidente” –la película de Pakula con la que todo el mundo la compara–.
Curiosamente, el periodista judío que viene de Nueva York y Miami para dirigir el Boston Globe –tan contenidamente interpretado por Liev Schreiber–, es hoy el responsable del periódico del Watergate, que inspiró la película protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman en 1976. Por si esto fuera poco, el subdirector que hace el inolvidable Roger Sterling de Mad Men (John Slattery) es también hijo del que fuera director del Post cuando se publicó el escándalo que hundió a Nixon. Como ha dicho su autor, la película tiene algo también del sentido agónico del impresionante “Veredicto final” (1982) con que Lumet enfrenta a un envejecido y alcoholizado Paul Newman con otro caso de corrupción católica, en este caso en un hospital.
El equipo que ganó el premio Pultizer en el 2003 guió a los actores en un meticuloso trabajo. Así Rachel McAdams pasó días estudiando la forma de hablar de la periodista real, escuchando decenas de sus grabaciones. El interés no es, sin embargo, en la vida privada de los personajes, sino en la investigación. La película tiene una sólida puesta en escena, que sigue una narrativa limpia y clara, sin perderse en subtramas. Todo ello con un preciso manejo de la cámara, a través de planos generales y medios, guardando los primeros planos para los momentos dramáticos que se producen con cada nuevo descubrimiento, o el testimonio trágico de las víctimas. El tempo es lento, pero va aumentando en intensidad, sin caer en el efectismo, hasta crear un relato magnético e impecable, realmente brillante, como no se suele ver hoy en día.
¿INFORMACIÓN U OPINIÓN?
El cine ya no es lo que era, pero tampoco el periodismo. Cuando vemos a este equipo de investigación a principio del milenio, tomando notas a mano, revisando anuarios, rescatando viejos recortes e intentando poner orden a todos esos datos en unas listas, nos damos cuenta lo lejos que estamos de aquellos medios de comunicación. Al reducir al mínimo, las plantillas de prensa y pensar que toda la información estaba en Internet, caímos en la mentira de pensar que no sólo el conocimiento era ahora más accesible a todos, sino que la verdad ya no podía ser manipulada. Los resultados son evidentes. La opinión ha sustituido a la información y la red está llena de comentarios pontificando sobre lo humano y lo divino, como si todo el mundo supiera de todo.
Cuando se trata además, el tema de la religión, entramos en terreno minado. No importa lo que digas, siempre ofendes a alguien. Si como protestante, escribo sobre esta película, ya sé lo que dirán mis amigos católicos: “¿qué va decir él?” ¡No es extraño! Al hablar de creencias y convicciones profundas, las reacciones se hacen todavía más radicales. Lo único que se quiere saber es si uno está a favor, o en contra. Todo es opinión. No hay términos medios.
Así ocurre que paradójicamente, en la información religiosa, lo de menos es la verdad. Lo que importa es lo que defiendes y lo que condenas, a quién estás dando argumentos a favor, o en contra. Todo es partidista. En los medios religiosos se cuestiona incluso el tema de las noticias: ¿qué sentido tiene hablar de esto?, ¿a qué intereses sirve? Hay muchos temas tabú. Y cuando la noticia molesta, siempre hay el recurso de calificar al medio de sensacionalista. Es por eso que me ha sorprendido la reacción de muchos católicos a esta película.
¿PROBLEMA CATÓLICO?
“¿Por qué los católicos deben estar agradecidos a Spotlight y la denuncia que hacen los medios de comunicación de abusos en la iglesia?” Con este provocativo título publicaba un artículo en el Washington Post, elogiando la película, el director asociado de Voces Católicas USA, Christopher White. El prestigioso crítico católico Steven Greydanus –que escribe sobre Películas Decentes en un popular blog desde un claro punto de vista conservador– había ya orientado la opinión en el Registro Nacional Católico, diciendo que sería demasiado “fácil para los católicos, desechar esta película, atrincherándose a la defensiva, desenterrando el hacha de guerra”. Lo que no le parece “justo ni útil”. Ya que “Spotlight nos confronta con las desastrosas consecuencias de un esquema de negación y engaño”, cuando “la Iglesia es llamada a ser luz del mundo” y no debe “temer estar en el foco de atención” –lo que literalmente, significa Spotlight–.
Así Radio Vaticana califica la película de “honesta” y “convincente”, ya que según Luca Pellegrini, demuestra “la incansable e incontenible fuerza de la verdad”, al “no sucumbir a interpretaciones personales o caer en la trampa del escándalo”. Todos estos comentaristas católicos coinciden en hablar de ello como algo del pasado y lamentan que la historia no cuente lo que ocurrió después, ya que el actual Papa ha establecido una política de “tolerancia cero” ante estos abusos. Lo cierto es que como se dice al final del film, el responsable de esta archidiócesis, el cardenal Law fue trasladado a Roma por Juan Pablo II, que puso a cargo de una de las cuatro basílica pontificias, Santa María Maggiore, la primera que se dedicó a María.
El tema de la reubicación de estos sacerdotes es uno de los asuntos que ha provocado la denuncia de películas como la del chileno Pablo Larraín, “El club”, que ganó el Gran Premio del Jurado del Festival de Berlín en el 2015. Por un lado, hay que reconocer que este intento de rehabilitación, tiene algo de admirable, ya que hay iglesias donde la forma cómo se trata el fracaso moral de sus ministros hace que parezcan el único ejército que remata a sus heridos. La cuestión por otro lado, es quiénes son los heridos. Ya que no hay sólo un abuso físico, sino espiritual. Las víctimas han sufrido el silencio de una institución a la que han entregado su vida, en busca de la salvación eterna. Como dicen los entrevistados por el equipo de Spotlight, si se vieron forzados a hacer estas cosas, es porque era “como si Dios se lo pidiera”.
LA IGLESIA QUE ABUSA
Te asombra el poder que tiene la iglesia católica en Estados Unidos, un país que muchos identifican con el protestantismo, pero como dice el nieto de Billy Graham, Boz Tchidvijian –un profesor de derecho que ha servido como acusador público en la fiscalía de protección de menores–, este no es sólo un problema católico. Según las tres compañías aseguradoras que cubren a la mayoría de las iglesias protestantes en Estados Unidos, el número de demandas recibidas al año por abusos sexuales de menores, que tienen alguna base, es de 260, mientras que la iglesia católica dice haber recibido sólo 228. Más allá de las estadísticas, el abuso de un solo niño en un contexto eclesial, es injustificable.
Contrasta esto, para mí, con la manera en que las iglesias se presentan al mundo, condenando la inmoralidad sexual y afirmando que la religión es la solución de todos los males. Como dice Tchidvijian, “hace falta más humildad para no ser tan rápidos en acusar con el dedo a otros y enfrentarse a la difícil tarea de aprender del autoexamen”. La fuerza del argumento de “Spotlight” está en las sabias palabras del director del periódico: “la gran historia no está en los curas, como individuos, está en la institución, su práctica y política”. Se trata de “apuntar a los males del sistema”.
No es cuestión por lo tanto, de unas “manzanas podridas”, como dice el abogado que defiende a la iglesia, pero luego arrepentido, confirma los datos. Es como observa el admirable letrado de origen armenio, un esfuerzo colectivo, por el que igual que se educa al niño, se puede abusar también de él. Es ahí donde está la gravedad de un sistema religioso que en vez de revelar el mal, lo esconde. Esto lo que ha hecho el moralismo en muchas iglesias. Las ha convertido en centros de hipocresía, donde se pretende juzgar al mundo, cuando en realidad se forma parte de él.
¿POR QUÉ VER ESTA PELÍCULA?
Esta es una película que creo que todos debieran ver. No suelo decir esto a menudo. Mucho del cine que comento, no creo que sea para todos los públicos, pero en este caso, la sobriedad y el decoro con que se trata este delicado tema, hace que no dude en recomendar su visión a cualquier espectador adulto. Aquellos que creemos que el cine es más que un medio de entretenimiento, o un modo de expresión personal, vemos en “Spotlight” un instrumento de denuncia que renuncia a la tentación de un efectismo escabroso, para enfrentarnos a la verdad que el público religioso no quiere escuchar.
Los periodistas que investigaron esta historia, tenían una educación católica. “A mí me gustaba ir a la iglesia –dice el personaje de Ruffalo–. Pensaba que un día volvería. Me aferraba a eso, pero me lo han quitado”. Hay un sentido de culpa, porque “todos sabíamos que había algo, pero no hicimos nada”. Ese es el lamento del jefe del equipo que hace Michael Keaton, informado de los hechos, antes que ningún otro: “¿por qué no hice mas?”.
Varios actores tienen educación católica. John Slattery, conocido por su papel de publicista de los años sesenta en Mad Men, creció en la comunidad irlandesa de Boston. Fue monaguillo, como Michael Keaton. De adolescente, había oído historias sobre cosas así, al ir a un colegio católico, pero creía que eran bromas. No podía imaginar la magnitud de ello, ni que pudiera estar encubierto tanto tiempo.
LA LUZ QUE ILUMINA LAS TINIEBLAS
Decía Shakespeare que el mal que hacemos, nos sobrevive. Muchos hemos sufrido a causa del mal de otros. Así como somos responsables de haber hecho daño a otros. Como Lady Macbeth, podemos seguir frotándonos las manos, o lamiéndonos las heridas, pero nada de eso va a cambiar el pasado. Cuando reconocemos el mal y lo confesamos, lo que cambia es el presente.
Cuando el periodista que interpreta Keaton, se lamenta de su complicidad con el silencio que ha rodeado este mal, su jefe le dice: “a veces, es fácil olvidar que pasamos la mayor parte del tiempo dando tumbos en la oscuridad, y cuando alguien enciende la luz, hay mucho a lo que culpar alrededor”. Vivimos en una sociedad en que todos se consideran víctimas de algo, o alguien. Nadie quiere asumir su responsabilidad. Otros tienen siempre la culpa de lo que nos pasa.
Así muchos culparán a Dios de las maldades de sus representantes. ¿Dónde está el Dios de justicia que permite estas cosas? Como el personaje de Ruffalo, nos gustaría pensar que el cristianismo debería ser diferente, pero nosotros mismos hemos dejado de ponerlo en práctica. Rechazar a Dios por la maldad de sus siervos, es como dejar de comer porque algo te haya sentado mal. Nadie puede acusar a Dios de tratar el mal con ligereza. El lo ha juzgado con tal severidad, que su Hijo ha pagado por él. Así vemos también su misericordia.
La luz que expone la maldad de otros, pone en evidencia también la nuestra. “Dios es luz y en Él no hay ninguna oscuridad”, dice Juan (1 Jn. 1:5). “Si afirmamos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos” (v. 8). Si lo confesamos, Él es fiel y justo para perdonarnos. Es más, nos limpia de toda maldad (v. 9). ¡Esta es nuestra única esperanza!