José de Segovia El legado de Stott (y 23)
Al llegar al final de esta serie –la más larga que recuerdo haber hecho nunca–, me doy cuenta de que se ha vuelto algo tan personal, que Stott es parte de mi vida.
| José de Segovia José de Segovia
En John Stott (1921-2011) se une la urgencia del evangelista con la convicción del teólogo dogmático, la gracia del pastor con la amplitud de la generosidad del que ve más allá de la capilla. Tenía la precaución del diplomático británico, que pudo ser por formación, junto al encanto de su amable sonrisa, pero decía lo que pensaba con valor y amabilidad desarmante. Te persuadía con la genuina humildad, que venía de saberse “un pecador a los pies de la Cruz”. Era su amor cristiano, el que le llevaba a intentar descubrir afinidades inesperadas en sus más implacables oponentes.
Al llegar al final de esta serie –la más larga que recuerdo haber hecho nunca–, me doy cuenta de que se ha vuelto algo tan personal, que Stott es parte de mi vida. Son tantos los aspectos de su vida y obra sobre los que podría escribir, que si no fuera porque el año de su centenario está a punto de acabar, esto sería interminable. Ya que Stott tenía esa cualidad que tan pocos maestros tienen: no era monotemático. Podía hablar de cualquier cosa. Todo le interesaba. Con él siempre había algo que aprender. Y te lo mostraba no sólo con palabras, sino también con su vida.
“Líder ejemplar”
Muchos se han preguntado qué hace de alguien un dirigente ejemplar. El profesor Howard Gardner ha intentado describir la anatomía sociológica y psicológica de los que suelen llamar con ese anglicismo que tanto aborrezco, como líderes. Ese “liderazgo ejemplar” –lo llaman hasta con abreviatura, EL– tiene rasgos bastante coincidentes con la biografía de Stott. Según Gardner, el futuro líder suele perder sus padres a una edad temprana, o tener una relación difícil con uno de ellos. Los problemas de Stott con su padre marcaron su vida desde la adolescencia. Todos parece que tienen al principio, “la voluntad de confrontar a individuos en autoridad”. Lo que te hace pensar en la obstinada resistencia del “tío John” a su familia, para no ir a la Segunda Guerra Mundial, o su solitario rechazo a la teología liberal que le enseñaron en Cambridge.
La “expansión de experiencias y puntos de vista por viajar fuera del país” es evidente. Pocos predicadores han viajado tanto como él, por todo el mundo, durante tanto tiempo. No visitas ocasionales, como incursiones furtivas, para hacer una campaña o ir a una conferencia, para volver inmediatamente a casa. Él pasaba meses fuera, recorriendo todos los continentes, guiado por la gente de cada país, no con misioneros extranjeros, solo e inmerso en la cultura local. Incluso cuando yo le conocí en los años 80, viajaba todavía tres meses al año, aunque pasaba ya diez semanas enseñando en el Instituto que había fundado en Londres para el Cristianismo Contemporáneo. Casi todos los estudiantes estábamos becados y éramos extranjeros, muchos del mundo de los Dos Tercios, que venían incluso de la Iglesia perseguida.
Stott buscaba siempre la “oportunidad de reflexionar”, que caracteriza al “líder”, sobre todo en su apreciado refugio en la costa de Galés en The Hookses. En cuanto tenía unos días libres, iba allí a pensar y orar. Era un tiempo de meditación, donde pasaba horas leyendo y escribiendo. Se relajaba mirando pájaros y preparaba la agenda de los próximos meses e incluso años. Su pensamiento hizo que “su obra cambiara las mentes de muchos”. No hay duda de que fue “el representante evangélico de su tiempo”, junto a Billy Graham, quien a pesar de los conflictos que tuvieron, dijo que “incluso con aquellos que estaba en desacuerdo, nadie puede negar que hablaba con profunda convicción, amor y espíritu caritativo”.
Modelo histórico
Stott tenía una gran conciencia de la importancia de la Historia. Cualquiera que estudie su obra, observará la centralidad de la Escritura, pero también las referencias históricas que anteceden siempre en sus libros a la interacción con autores contemporáneos. Algo que siempre recuerdo de él son sus palabras de advertencia a una interpretación novedosa de la Biblia. Te decía: ¿cómo es que durante dos mil años, leyendo tantos, el mismo Libro en tantos lugares, nadie haya llegado a la conclusión, a la que ahora algunos llegan? La originalidad en la teología despierta más sospechas que confianza, la verdad.
No hay duda de que Stott fue ejemplo para muchos, pero ¿qué seguidor de Jesús sería su modelo, aparte del Maestro mismo? Son muchos los que creen que el precedente histórico más claro, para Stott, era Charles Simeon (1759-1836). Los paralelos son sorprendentes. Ambos fueron hijos de familias privilegiadas, que pudieron ser educados en la elitista educación privada británica, por la importante posición social y económica de sus padres. Los dos estudiaron en Cambridge y tuvieron una experiencia de conversión a Cristo que les transformo radicalmente. Por ella se enfrentan a la educación teológica liberal que recibieron, para llevar a cabo un ministerio centrado en una iglesia local, toda su vida.
Stott escribe sobre la “pura autenticidad personal” de Simeon con su “religión de pecador a los pies de la Cruz”. La conocida humildad del “tío John”, él decía que no venía más que de la honestidad de “intentar vivir con este espíritu de aborrecimiento de uno mismo”, que buscaba Simeon, como “marca habitual de tu vida y conducta”. Cuando le preguntaron al predicador de Cambridge, cuál era “la marca principal de la regeneración”, no habló de la experiencia del nuevo nacimiento, sino de “odiarse a sí mismo”. Ya que es al “quebrantado de corazón” que recibe Dios y cuya compañía, Simeon prefería. En una ocasión alguien se acercó a Stott, admirado de lo “santo” que era. Él le dijo que si le conociera como era realmente, le escupiría en la cara.
Los dos eran ministros anglicanos y evangélicos, que tenían el raro don de la soltería, un llamado poco habitual en el mundo protestante. Llevaron a la fe a multitud de jóvenes, para los que fueron tutores y consejeros, aunque no hacían exhibición de su espiritualidad. Se levantaban a las cinco de la mañana para orar y estudiar la Escritura, pero cuando a Stott le alababan por su disciplina, él siempre decía: “No soy tan disciplinado como creen”. No era una frase para quedar bien. Era lo que creía realmente. Como Simeon, cuando hablaban mal de él, pensaba que peor hablarían de él, si supieran como realmente era.
Predicación expositiva
Tanto a Stott como a Simeon, se les atribuye el redescubrimiento de la predicación expositiva en su generación. Fue algo que transmitieron con su arte y ejemplo. Tenía una visión mundial de la misión. Su amor por los libros los llevo a desarrollar una obra, que en el fondo, no era más que una extensión de su ministerio de predicación bíblica a la palabra impresa. Aunque son muchos los libros de Stott desde los años 70, sus contribuciones más populares son comentarios a la Escritura, muchos de ellos en la serie que llamó “La Biblia Habla Hoy”.
Originalmente, un proyecto para diez años, que se extendió hasta treinta, para completar el Nuevo Testamento. Sus tres principales características son la “exégesis cuidadosa, la aplicación contemporánea y un estilo fácil de leer”. El primero de ellos se publicó realmente en 1960. Era como el piloto de la serie. Es su comentario a “El mensaje de Gálatas”. Al que sucede un segundo volumen sobre “El mensaje de 2 Timoteo”, llamado al principio “Guarda el Evangelio”, que se conocía en castellano como “Guarda el buen deposito” por la versión Reina-Valera. Nace de unas exposiciones que hace en la conferencia de Urbana y Keswick.
La regla que sigue es la de Simeon: “sacar de la Escritura lo que está ahí, no lo que pienso que podría estar”. Para ello busca un plantel de autores internacionales con dones “pastorales” de “predicación”, más que “académicos”. La idea es la de Dick Lucas: “¡No escribas nunca sobre un libro que no hayas predicado!”. El estilo hace que la lectura fluya de una manera que no es habitual en los comentarios.
De los mensajes que hace en Keswick en 1971 nace “Contracultura cristiana: El mensaje de El Sermón del Monte”, que aparece como el tercero de la serie “La Biblia Habla Hoy”. Es significativo comentar que como Lloyd-Jones, Stott no aceptaba publicar transcripciones de las grabaciones de sus mensajes. Los reescribía totalmente, porque pensaba que no era lo mismo, la palabra escrita que hablada. Un año después hace su comentario a “El mensaje de Efesios”, que en inglés se llama “La nueva sociedad” y en español “La nueva humanidad” –todos ellos publicados por la editorial Certeza–. A ellos le seguirían los libros que nacen de sus conferencias a estudiantes, como el que ahora se llama “Creer es también pensar” y el que nace de los sermones ocasionales en su iglesia sobre temas actuales, “La fe cristiana frente a los desafíos contemporáneos”.
Profunda humanidad
El afecto con el que muchos recordamos a Stott, creo que no se debe sólo a sus libros, predicaciones y ejemplo, sino a su profunda humanidad. Lo que le diferencia de tantos predicadores que he conocido es su cercanía y generosidad. Comparado con la mezquindad y soberbia de tanto personajillo mediocre, Stott sorprendía por la humildad y amabilidad con que trataba a cualquiera. La actitud de servir era algo casi inconsciente en él. René Padilla recuerda cómo llegaba, literalmente, a limpiarle los zapatos del barro de los caminos que recorrían por Latinoamérica, como si fuera su forma de “lavarle los pies”, siguiendo el ejemplo de su Maestro.
Detrás de su afabilidad se vislumbraba a veces, la profunda tristeza de sus relaciones familiares, ya que no sólo rompió con su padre, que nunca apreció su vocación al ministerio –ni entendió su objeción de conciencia–. Su padre murió en 1958 y su hermana Lily en 1966, que era mucho mayor que él y su hermana Joy. Estando en América en 1979, Stott escucha que Joy había ingresado en el hospital por sobredosis. Tras el fallecimiento de su madre, su hermana entra en una depresión que le lleva a la enfermedad mental –en ocasiones fue diagnosticada como esquizofrénica–. Joy escuchaba “voces”, que probablemente le llevaron a tomar el exceso de pastillas que le llevó a su muerte, un frío día de invierno. Stott pudo verla antes de morir en el hospital, pero era ya incapaz de mantener una conversación racional con él. La investigación forense declaró la muerte como accidental, no como suicidio.
Tras su militancia comunista, Joy se hizo católica-romana durante un tiempo, pero el vicario de su iglesia local en Chapel-en-le-frith escribió a Stott que ella le dijo que había tenido “la devastadora experiencia de que la fe ya no significaba nada para ella”. Sin embargo, confiaba que hubiera muerto “en el amor de Dios”. No puedo ni imaginar la tristeza que ha supuesto todo esto para él. Entiendes así, como su compasión no venía de un conocimiento abstracto del dolor, sino de la impotencia y soledad con la que puedes amar sin comprender. No tuvo la familia que otros tienen, pero adquirió una familia aún mayor en todo el mundo, que le quería como un padre y un hermano. Aunque como él prefería, por respeto, era nuestro “tío John”.
Herencia generosa
Si dicen que “no hay mal que cien años dure”, espero que el bien que Stott ha hecho para la Iglesia y el mundo, dure aún más, pero el cristianismo evangélico clásico que él representa empieza a mostrar claros indicios de crisis. Los predicadores americanos de moda no tienen la visión amplia de Stott y el extremismo reinante hace que en muchos países ya sea inseparable cierta agenda sociopolítica conservadora del cristianismo evangélico. Parece haberse perdido su visión de la Iglesia en el mundo, no como una proyección internacional de lo que ocurre en Estados Unidos, vía Internet, sino como el testimonio de Dios acerca de Cristo por su Santo Espíritu en cada cultura con toda su diversidad.
El que era pastor de su iglesia cuando yo era adolescente, el también ahora fallecido Richard Bewes, le hizo una entrevista antes de su retiro a la residencia de ministros anglicanos jubilados. Allí partió de este mundo hace diez años, mientras le leían la Biblia y escuchaba “El Mesías” de Händel, acompañado de su fiel secretaria Frances Whitehead y algunos amigos íntimos. Los últimos años fueron particularmente duros para él. Estaba tan trastornado, que no se le podía ni visitar. Cuando todavía estaba lúcido, Bewes le preguntó en público: “¿No has tenido nunca la tentación de dejar de ser evangélico, pasarte al lado liberal y no tomarte la Biblia tan en serio?”
Stott le contestó: “La mayor tentación que he tenido, no es dejar la fe evangélica, sino huir de la constante controversia, escapar de esta batalla continua por la verdad, que es tan agotadora”. ¡Gracias a Dios, no lo hizo! “Peleó la buena batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12), hasta el final. Firme en la Palabra y por el poder del Espíritu, se hizo fuerte en la debilidad. Y por su testimonio, muchos hemos sido fortalecidos en la fe y esperamos esa vida eterna por la que esperamos esa “gracia para todos los que aman al Señor Jesucristo con amor inalterable” (Efesios 6:24).