Nuestras muchas caras
Uno no tarda mucho en descubrir en la vida, que según la cara que pongas, así reacciona la gente. La persona construye un personaje que varia según esté con familiares, amigos o extraños. Si lo pensamos, no hablamos de la misma manera con nuestros padres e hijos, compañeros de trabajo y estudios, personas que están en la iglesia o fuera de ella. Todos tenemos varias caras...
“Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos para los demás, que al final nos disfrazamos para nosotros mismos”, decía François La Rochefoucauld. El personaje absorbe a la persona. Y cuando tienes muchas facetas, te conviertes en “El hombre de las mil caras”. La película de Alberto Rodríguez se anuncia como “la historia del hombre que engañó a todo un país”. La he visto con subtítulos en inglés, idioma en el que lleva el interesante título de “Smoke and Mirrors”. Nos muestra la necesidad de ver más allá del “humo” y los “espejos”, para descubrir la realidad de las cosas.
Las apariencias engañan. Cuando vemos lo que hay detrás de la imagen de algunos, uno no se da cuenta que no es más que humo. Otras veces lo que vemos es un juego de espejos en que lo que la persona refleja, es lo que otros quieren ver en ella. El peligro de la decepción es que no sólo no somos lo que pretendemos, sino que acabamos pensando que somos otra cosa de lo que somos. No es que uno no quiera ser sincero. Es que acabamos creyendo nuestras propias mentiras...
SOMOS LOS QUE FUIMOS
Uno de los problemas de nuestro tiempo es la falta de perspectiva histórica. Pensamos que todo ha cambiado, cuando “el pasado no está muerto”, como dice Faulkner. Ya que “ni siquiera es pasado”. Lo que hace el sevillano Alberto Rodríguez es ir a la historia reciente de España, para descubrir las claves de lo que está ahora pasando. Tras desvelar la operación de imagen que supuso la Expo de 1992 en “Grupo 7” (2013), se adentró en la Transición española en “La isla mínima” (2014), para considerar ahora la trama de corrupción socialista que supuso el caso Roldán, desde el punto de vista del camaleónico Francisco Paesa.
La historia es la siguiente: afiliado al PSOE desde la muerte de Franco, Luis Roldán fue director general de la Guardia Civil, después de ser delegado del gobierno socialista en Navarra en los años 80. Cuando está a punto de ser elegido ministro del Interior, es destituido en 1993, tras ser acusado por el periódico Diario 16, debido al origen dudoso de su desmedido patrimonio. Comienza entonces un proceso judicial que lleva a su fuga. Durante 304 días fue perseguido en todo el mundo, hasta que apareció en el aeropuerto de Bangkok con unos documentos que pactaban su entrega desde Laos.
En el 94 se ve implicado en el caso Roldán, cuando engaña tanto al cesado responsable de la Guardia Civil, como a los ministros Asunción y Belloch, por medio de unos papeles firmados por un supuesto capitán Khan y un sello que ni siquiera corresponde al gobierno de Laos, país que nunca pisó Roldán. Todo por unos diez millones de euros que le sacó al director de la Benemérita y casi dos del ministro español. En el 98 finge su muerte por un paro cardíaco en Tailandia, publicando sus esquelas y falsificando su certificado de defunción, encargando incluso misas en su nombre. En la actualidad se cree que vive en París, pero su nombre se ha relacionado desde entonces, tanto con ejércitos mercenarios en Guinea, como con la mafia rusa. Su firma aparece hasta en los recientes “papeles de Panamá”...
NUESTRO PROBLEMA
Si la trama de la película resulta algo confusa, es porque como se suele decir, los protagonistas mienten más que hablan. No sólo el sobrecogedor personaje encarnado por Eduard Fernández (Paesa), sino también el mucho más humano y vulnerable, interpretado por Carlos Santos (Roldán), que miente por sistema, hasta cuando ve la televisión y dice que ha estado leyendo una novela de Dumas. La mujer de Paesa le dice en una ocasión, irónicamente, que no es que no quiera decir la verdad. Es que “para eso, ¡hace falta práctica!”
En una escena del film, Roldán recuerda a su padre en París, diciendo: “¿sabes cuál es el problema de España? ¡Los españoles!”. Cuando en la sociedad estadounidense se da tanta importancia a que un político mienta, la verdad es que aquí nos arqueamos de cejas y pensamos si hay alguien que no lo haga. No es causalidad que la literatura picaresca naciera aquí, en vez de en Amsterdam. Hasta el sistema jurídico presupone que el acusado miente. Sólo el testigo puede ser acusado de perjurio.
“De todos aquellos polvos, ya lodos, viene el barro actual que salpica España”, comenta Santos. La curiosa capacidad de seducción de este embustero, llega hasta el punto de que después de tantos años, Roldán sigue sin hablar mal de Paesa –comenta Sánchez Dragó en un libro que le dedicó–. Es un auténtico encantador de serpientes. Imaginación, desde luego no le falta. Y hasta sentido del humor, ya que parece que lo del capitán Khan, viene del capitán Tan de los Chiripitiflauticos que veíamos en nuestra infancia de televisión en blanco y negro.
Para guiar al espectador, sólo han inventado un personaje, el piloto al que da vida José Coronado, que estaba ya en el proyecto desde que Enrique Urbizu quería hacer la vida entera de Paesa. Aunque resulte complicada, la trama es apasionante, llena de suspense. Tiene un ritmo contundente, diálogos inteligentes y secuencias devastadoras. Es una película brillante, reveladora y hasta necesaria, que describe el trayecto vital de gente que ha hecho del chanchullo su guarida y hasta su razón de ser. Puesto que si esta es la “historia de un hombre que engañó a todo un país”, es porque podía. Estaba rodeado de mentiras...
ESPERANZA PARA EL MENTIROSO
Estos días estoy en una conferencia en Inglaterra que sigue la vida de Jacob, un personaje de la Biblia que siempre me ha fascinado. No es casualidad que Israel reciba su nombre de un manipulador tan mentiroso como Jacob, que engaña a su padre y a hermano, para conseguir lo que quiere. Cuando todo le sale mal, tiene que huir del embrollo que ha montado. Y ¿qué hace Dios en Génesis 28? Le da las mayores promesas de bendición, confirmando la Alianza que hizo con su padre Isaac y su abuelo Abraham, que tampoco dudan en recurrir a la mentira, cuando les hizo falta...
Desde luego, los que quieren hacer de la Biblia, un tratado de moralidad, lo tienen difícil con la vida de los patriarcas. A la búsqueda de ejemplos positivos, se lían una y otra vez buscando el momento de conversión, o haciendo distinciones absurdas entre el creyente “carnal” y el “espiritual”. La Escritura desafía el concepto religioso del que piensa que el que hace bien y actúa conforme a la verdad, el Señor le dará bien en esta vida, mientras que al malo castigará. Si el Antiguo Testamento se basa en esa ley, ¿por qué bendice Dios a Jacob, cuando era todavía engañador y mentiroso?
El Evangelio según el Génesis nos muestra que hay esperanza para el mentiroso, pero esa no está en nosotros y nuestros artimañas, sino en el Dios que dice a Jacob: “he aquí yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que vayas, porque no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he prometido” (v. 15)... ¡Su favor es inmerecido!
El carácter incondicional de su gracia se pone todavía más en contraste con las palabras de Jacob, que quiere “negociar” con Dios. Ofrece servirle (vv. 20-21) y dice literalmente que le diezmará (v. 22), si le bendice y le guarda, sustentándole en su viaje... ¡Así de miserable es nuestra religión! Cuando Dios es todo lo que necesitamos, lo que buscamos es lo que Él pueda darnos, pero ¿qué es la fe, sino creer que Dios es todo para nosotros, en Cristo Jesús? ¡No hay un Dios como el de Israel!, la única esperanza que tiene el mentiroso.