José de Segovia La predicación de Stott (18)
Los rasgos principales de la predicación de Stott, decían, son: su base bíblica, el equilibrio con el que trata los temas, la forma intelectual en que lo hace y la manera cómo evita toda teatralidad.
| José de Segovia José de Segovia
“La predicación debe ser con autoridad, al exponer los principios bíblicos, pero tentativa al aplicarlos a los complejos temas del momento”, dice John Stott (1921-2021) en su libro La predicación, puente entre dos mundos (Libros Desafío, 2000). Esa extraña combinación de convicción y apertura, dogmatismo y agnosticismo, por la que Stott enseñaba la verdad con autoridad, pero dejaba a las personas la libertad para pensar por sí mismas, sigue siendo bastante inusual en un medio que suele tender al fundamentalismo o al liberalismo. No hay mucho entre medio. Ese es, sin embargo, el cristianismo evangélico clásico que creo que tendríamos que recuperar entre tanto predicador americano de moda.
Decía el predicador evangélico anglicano Charles Simeon, que llevaba predicando en 1827 cuarenta y cinco años, pero que los primeros siete años, sus sermones no tenían ni pies ni cabeza. A él le ayudó mucho el Ensayo sobre la composición de un sermón, de John Claude. En el 150 aniversario de Simeon, Stott escribió Una apreciación personal, para una antología americana de sus sermones. Él predicó a menudo en su púlpito de la iglesia de la Santa Trinidad de Cambridge, bastión de la fe evangélica que sufrió el desprecio de sus contemporáneos, pero vivió también la conversión de estudiantes como Henry Martyn, que fue pionero de la misión en India y Persia.
En Mansfield Park (1814) un personaje de Jane Austen, Mr. Crawford, define un buen sermón como aquel que produce la “gratificación de la elocuencia del púlpito sin ofender el buen gusto, ni acabar con la paciencia de sus oyentes”. Ese era el ideal del XIX. Tras el Gran Despertar del Avivamiento del siglo XVIII con la predicación de Wesley y Whitefield, la predicación entra en una crisis de la que no había salido todavía en el periodo de entre guerras del siglo XX, cuando nace Stott. Muchos pensaban que había pasado ya la época de los sermones.
De charlas y estudios bíblicos
El evangelista de la Unión Bíblica con el que Stott se convierte cuando estudia la secundaria en el elitista colegio privado de Rugby, Bash, da enseguida oportunidades a este adolescente para hablar de Cristo en las reuniones que hacen en la escuela. En los retiros que organizaba, Stott llega a dominar ese peculiar género que es la “charla de campamento”. Se trataba de conferencias temáticas, más que expositivas, que parten de un texto bíblico, pero que buscan la respuesta práctica de ir a Cristo o dar los primeros pasos del discipulado.
Ya antes de llegar al ministerio en la iglesia de All Souls, Stott se da cuenta de que la predicación expositiva no es tampoco un estudio bíblico en que se sigue verso a verso un libro de la Biblia. Este es uno de los errores más extendidos sobre lo que es la predicación expositiva, ya que sobre todo en Estados Unidos, hay iglesias conservadoras que practican lo que en Gran Bretaña llaman un “running commentary” –o sea recorrer de pasada un pasaje, verso a verso, añadiendo algún comentario a lo que es poco más o menos, una paráfrasis del texto–, que los americanos llaman predicación expositiva.
Este era el modelo de predicación que se enseñaba en Ridley Hall y se hacía en los estudios bíblicos de los grupos evangélicos universitarios en Cambridge. Es así como predicaba también Stott, los primeros años, que iba en bicicleta, los domingos a los cultos de pequeñas iglesias rurales en pueblos como Little Shelford o Six Mile Bottom. Es en la revista de la Comunidad de Estudiantes Evangélicos donde Stott comienza a publicar Algunos pensamientos sobre la predicación expositiva.
Predicación expositiva
“Exponer la Palabra de Dios no es tratar un versículo o un pasaje de la Biblia, sino mostrar su significado, su aplicación y desafío. La exposición es todo lo contrario a la imposición. El predicador expositivo no va al texto con la mente dispuesta a imponer el sentido al texto, sino con una mente abierta a recibir un mensaje que comunicar a otros. El deseo más profundo del predicador expositivo es que las Escrituras hablen por sí mismas, y predicar de tal manera que el brillante esplendor del texto eclipse el sermón que han escuchado.”
En 1947, el evangelista Charles Fuller, conocido por su programa de radio “La Hora del Avivamiento Estilo Antiguo”, había fundado un seminario con su nombre en Pasadena (California). Como muchos predicadores, tenía complejo de no haber estudiado y su sueño era formar un centro de educación teológica superior que llevará su propio nombre. Para ello contrató a algunos de los profesores de seminario más conocidos, ofreciéndoles el doble de sueldo, tres meses de vacaciones de verano y el sol de California, a cambio de escribir un libro cada año que fuera tan comentado, que hiciera pronto famoso el seminario. Lo logró, y tras del debate interno de “la batalla por la Biblia” entre varios de sus profesores, Donald McGavran lanza el movimiento del “iglecrecimiento” en 1961, cuando invitan a Stott ese año, a dar las primeras conferencias con el nombre de los padres de la esposa de Fuller, Payton, sobre un tema homilético.
Stott decide hacer para las Conferencias Payton, una serie de estudios sobre las palabras del Nuevo Testamento que constituyen El Cuadro Bíblico del Predicador. Los mensajes se publican luego en un libro que traduce en 1987 el médico psiquiatra evangélico de Barcelona, Pablo Martínez Vila, amigo íntimo y colaborador de Stott, publicado por Clie en Terrassa. Luego aparece con Nueva Creación/Eerdmans en Buenos Aires (Argentina) como Imágenes del predicador en el Nuevo Testamento y ahora lo edita Libros Desafío en Grand Rapids (Michigan, Estados Unidos) con el título de Facetas del Predicador, desde el año 2000. La obra es un estudio magistral sobre las imágenes bíblicas del predicador como mayordomo, heraldo, testigo, siervo y padre.
En 1971 Martyn Lloyd-Jones publica también las conferencias sobre La predicación y los predicadores, que hace en el Seminario Teológico de Westminster (Filadelfía, Estados Unidos) –traducido por la editorial Peregrino de Ciudad Real en el 2003–. El enfoque de Lloyd-Jones no es tan sistemático y contemporáneo como el de Stott, pero se basa en la tradición galesa de “la unción” que llega de los puritanos a los Avivamientos del siglo XVIII.
Puente entre dos mundos
El profesor y evangelista anglicano evangélico carismático Michael Green publicaba en los años 70 una colección de libros para la prestigiosa editorial de Londres, Hodder & Stoughton, que encabezaba cada título con las palabras de “Yo creo”. La editorial Caribe publicó en Miami algunas traducciones de la serie –como fueron los volúmenes dedicados a la Revelació por el australiano Leon Morris, la Resurección por el profesor americano de Fuller, George Eldon Ladd, la Gran Comisión, por Max Warren, o el Espíritu Santo, del propio Michael Green–, pero el dedicado a la predicación de John Stott no se publicó en castellano hasta el año 2000 con el título que tiene en Estados Unidos, Puente entre dos mundos, en vez del original de Creo en la predicación.
Stott firmó el contrato para el libro en 1977, pero se molestó cuando la editorial publicó el libro del miembro británico de la comisión de Qumrán, John Allegro, que perdió la cabeza y empezó a especular en la época psicodélica que Jesús podía ser un alucinógeno que usara la comunidad de supuestos esenios que tenía los manuscritos de los rollos del Mar Muerto. El hongo sagrado y la cruz es uno de esos libros que demuestran cómo se puede ser un científico reconocido y no decir más que tonterías –una advertencia para tantos “conspiranoicos” que citan para sus teorías delirantes a individuos que fueron autoridades académicas, pero que en algún momento perdieron la cabeza– como Allegro o su colega Strugnell –otro miembro de la comisión de Qumrán, que acabó alcoholizado con su divorcio–. Ser científico no te libra de la excentricidad, el sensacionalismo, o la enfermedad mental.
Stott trabaja en su libro sobre la predicación desde finales de los años 70, pero no lo publica hasta 1982 en la editorial con la que había firmado el contrato, Hodder. Es un libro que conozco bien, porque coincide con la época en que me dio clase en el Instituto de Londres para el Cristianismo Contemporáneo, que fundó ese mismo año para difundir el concepto de “doble escucha”. La primera parte tiene un bosquejo histórico como el de Lloyd-Jones, pero más sistemático. Luego contesta a las objeciones que consideran la predicación como algo ya desfasado. Y, a continuación, desarrolla su visión de ella como “puente entre dos mundos”. La segunda parte es eminentemente práctica. Es un llamado a estudiar y preparar bien el sermón, pero también se centra en la persona del predicador, destacando la necesidad de sinceridad, seriedad, valor y humildad.
Proclamando la verdad
El libro recibió mucha atención desde el principio. El arzobispo de Canterbury, Donald Coggan, escribió un comentario elogioso diciendo que “eso es de lo que trata realmente la predicación”. Animó a los consejos parroquiales a comprar a sus clérigos un ejemplar de la obra, que en alguna diócesis regaló el obispo mismo. El periódico oficial anglicano Church Times le dedicó una página entera con extractos durante varias semanas, así como un largo comentario de Michael Hocking.
La crítica que recibió es que era demasiado idealista. Se basan en la conocida excusa de que no hay tiempo para dedicar tantas horas al estudio, cuando es en realidad una cuestión de prioridades. Eso lo entendió claramente su amigo Dick Lucas que, junto a Jonathan Fletcher, comienza en 1981 una pequeña conferencia sobre predicación expositiva para los jóvenes que estaban entrando en el ministerio. Sus mensajes al mediodía en el centro comercial de Londres, en plena City, habían llenado su iglesia de St. Helen´s en Bishopsgate con breves predicaciones expositivas con el Evangelio como centro.
La centralidad de la predicación en el ministerio de Dick Lucas inspira una Asamblea de Ministerio Evangélico que vuelve a unir a los evangélicos anglicanos más jóvenes con pastores de “iglesias libres” –independientes de la Iglesia de Inglaterra, muchos incluso en la línea reformada de Lloyd-Jones– en el mismo lugar donde se produjo la división en la Alianza Evangélica, con Stott de moderador, en el Salón Central metodista de Westminster en 1966. De ahí nace la Fundación para la Proclamación que organiza un curso de formación para predicadores de un año, Cornhill, bajo la dirección del pastor de la Federación de Iglesias Evangélicas Independientes, David Jackman.
La Biblia habla
La Fundación de Stott, Langham, promueve ahora también cursos para predicadores en países como España, bajo la dirección para Europa y el Caribe de Mark Meynell, que estuvo en el equipo del ministerio de All Souls y se encarga ahora de una página web con un podcast por el centenario de Stott. El primer estudio sobre su predicación lo hizo un americano que era “asistente de estudio” suyo, a principios de los años 80, Mark Labberton. Participó en la preparación de la última etapa de la redacción del libro y le acompañó en un viaje a la India y Bangladesh. Escuchó centenares de sermones suyos del archivo de All Souls –disponibles ahora en Internet por la magnífica página web que tiene la iglesia, donde me ha sorprendido escuchar la fuerza de la voz del joven Stott, que no conocí más que en su edad madura–.
Labberton dice que los rasgos principales de la predicación de Stott son: su base bíblica, el equilibrio con el que trata los temas, la forma intelectual en que lo hace y la manera cómo evita toda teatralidad. El editor en los años 80 de la revista estadounidense que fundó Billy Graham y dirigió Carl Henry, Christianity Today, Kenneth Kantzer, se sorprende de que “su mensaje es siempre el mismo, pero siempre resulta nuevo y fresco”. Se da cuenta de que “simplemente enseña la Biblia”. Su método es buscar –como observa Labberton– “el pensamiento que domina” un pasaje de la Escritura y presentarlo con la mayor claridad posible.
En una entrevista del año 1995, Stott lo explica muy bien: “Queremos que la congregación descubra el secreto de cómo llegamos a las conclusiones de lo que dice la Biblia”. Así que “lo que haces gradualmente desde el púlpito es formar a la congregación, no sólo en lo que la Biblia enseña, sino cómo llegamos a la conclusión de lo que dice”. La hermenéutica deja de ser así la especialidad de los eruditos para convertirse en la herramienta con la que todo creyente puede leer la Escritura por sí mismo.
Es “el libre examen” de la “Sola Escritura”, por la que se trata en definitiva de dejar que la Biblia hable por sí misma. Y ella es “viva y eficaz” (Hebreos 4:12). Al “discernir los pensamientos y las intenciones del corazón”, ya no leemos nosotros el Libro, el Libro nos lee a nosotros.