¿Cómo tratamos a nuestros enemigos?
Hay muros que parecen imposibles de derribar. Los que crecimos durante la Guerra Fría, sabemos la paranoia que llega a producir el miedo. Estos días en Alemania –que tengo que hablar sobre los reformadores españoles en una conferencia de teólogos evangélicos europeos en Wittenberg–, aprovecho para ver por las noches, la serie “Deutschland 83”. Ese año empecé a estudiar alemán en la Universidad Complutense, apasionado por la cultura de este país. Entonces los lugares donde nació la Reforma, estaban al otro lado del Telón de Acero.
Se ha publicado ahora en DVD la película de Spielberg, “El puente de los espías”. Es una obra a contra corriente, que parece de otra época. Tiene el aire y el ritmo de cuando el cine no era un espectáculo vacuo de entretenimiento para adolescentes, sino un retrato complejo de personajes adultos. La maestría que Tom Hanks demuestra en la interpretación de este abogado de Brooklyn, James Donovan, inmerso en las entrañas de la Guerra Fría, nos demuestra que un actor es algo más que alguien que hace de sí mismo. Se trata de construir una personalidad –en este caso, histórica–, sin los reduccionismos del que recurre a la caricatura de una figura de cartón piedra.
El respetado crítico del New Yorker, Richard Brody, observa en el personaje algo de Spielberg mismo. Muchos le han acusado de acabar con el nuevo Hollywood que aparece a finales de los sesenta, cuando los grandes estudios llegaron a hacer películas tan oscuras como “Easy Rider”, “El Padrino”, “Chinatown” o “Taxi Driver”. Lo cierto es que “Tiburón” sigue siendo una de las obras más estudiadas de la Historia del cine. Spielberg supo jugar con las reglas del sistema, mostrando una táctica y habilidad, no exenta de empatía y bonhomía, que ha ganado el aprecio de directores tan distintos a él, como Scorsese o Paul Thomas Anderson.
La escena que abre el filme, ha sido enormemente elogiada por la crítica, por su ingeniosa expresividad. Un encuadre panorámico, muestra en el centro de la composición a un pintor que acaba su autorretrato de espaldas al espectador. A la izquierda, distinguimos su rostro en el espejo, donde estudia sus facciones y nos devuelve la mirada. Vemos al hombre reflejado dos veces, en el cristal y en la pintura. Se trata del impresionante actor de teatro británico, Mark Rylance, haciendo de un supuesto espía ruso, que intenta escapar a continuación, en una prodigiosa secuencia de persecución en el metro de Nueva York, que recuerda aquellas maravillosas películas de los setenta, como “French Connection”.
DESDOBLAMIENTO
El desdoblamiento del personaje de Rudolf Abel, acusado de espionaje por la CIA –algo que él, nunca reconoció–, nos introduce en la doble vida que hace fascinantes, estos relatos. Como tantos otros, Spielberg admira “El espía que surgió del frío” (1965), la desoladora obra de Martin Ritt sobre la novela de John LeCarré, interpretada por un complejo Richard Burton. Para él, no es sólo la mejor adaptación de un libro de Le Carré, considerado por Graham Greene como la mejor novela de espías, sino que para Spielberg, es su película favorita de espías de todos los tiempos.
Mi pasión por los relatos de espías nace en la adolescencia, cuando la distancia entre lo que uno aparenta, y el mundo interno que ocultas, se agiganta a pasos descomunales. Como ha dicho Javier Marías, el espía encarna la dualidad del ser humano. Si nos interesan, es porque no son lo que parecen. Detrás de la aburrida vida gris de un abogado de seguros como Donovan, hay un mundo oscuro y complejo, donde nada es lo que aparenta. Las historias de espías nos preguntan quiénes somos, cuál es la verdad, qué es la lealtad y si hay alguien realmente inocente.
Donovan no es ningún ángel. Tom Hanks nos lo presenta intentando dividir la indemnización del seguro de un conductor accidentado entre los cinco que han sufrido daños, que deberían recibir cada uno, la misma cantidad. Es en esos términos que busca preservar la vida de su defendido, como posible canje por algún prisionero americano, al otro lado del Telón de Acero. Es alguien que fuerza las reglas, para conseguir el beneficio que busca. No es el devoto padre de familia que al principio imaginamos. La chica que interpreta la hija del cantante de U2 (Eve Hewson), cuando tirotean la casa, su padre se acerca para consolarla, pero ella pasa de largo, corriendo a los brazos de su madre (Amy Ryan), una esposa al estilo de las que hacía Donna Reed en el Hollywood clásico.
ENEMIGOS
No sé si la nueva película de Spielberg trata sobre Guantánamo, pero nos revela que la humanidad se muestra en la forma en que tratamos a nuestros enemigos. Como Jesús dice, no hay nada especial en ser favorable a los tuyos, hablar bien de los que piensan como tú y ser generoso con tus amigos. Naturalmente, amamos a los que nos aman, pero el amor que Dios nos presenta en Cristo Jesús, alcanza al enemigo, camina la milla extra, pone la otra mejilla y busca la paz, dando la vida por el otro (Mateo 5:38-48).
El protagonista de “El puente de los espías” no sólo cree en el poder de la palabra, sino que también busca reconocerse en el otro, el enemigo declarado. El cristianismo de Jesús tampoco confía en la violencia, sino en el poder del Espíritu que obra con la Palabra, el cambio que te permite amar al enemigo. Al descubrirnos tal y cómo somos, pecadores como los demás, no mejores que otros, nos podemos identificar con aquel que en principio, sólo produce nuestro rechazo. Nos compadecemos de él y podemos amarle, por la obra sobrenatural del Espíritu de Dios.
Eso es lo que hizo Dios con nosotros, al venir a este mundo. Al hacerse hombre, “sufrió nuestra contradicción de pecadores contra sí mismo” (Hebreos 12:3). Por lo que nada humano, le es ahora ajeno. Conoce todas nuestras debilidades, aunque no tuviera falta. Puede identificarse con nosotros y saber lo que pensamos o sentimos. Esa es la maravilla de la Encarnación, algo que ninguna religión conoce, que hace diferente al cristianismo del pensamiento judío o griego. Si nuestra fe no nos hace identificarnos con otros, ni sentir compasión por ellos, tenemos que dudar si nos estamos comportando como discípulos de nuestro Maestro.
¿Por qué los cristianos muestran tanto rechazo y agresividad? Basta navegar las redes sociales, para ver el lenguaje ofensivo con que arremeten contra todo aquel que se desvía del camino correcto. Los defensores de la “sana doctrina” se comportan a menudo, como fanáticos, llenos de odio e intolerancia, para el que no piense como ellos. Cuando alguien tiene un estilo de vida, que no corresponde a la fe cristiana, se complacen en anunciarle el juicio divino y la condenación eterna. No tienen ningún reparo en contradecir la profesión de fe de cualquier persona, por su simple apariencia, o impresión personal. Y si encima se declara ateo, o satisfecho de su conducta no cristiana, no recibirá más que palabras llenas de rencor y enemistad… ¿dónde está el amor por nuestros enemigos?
GRACIA
Si defendemos lo que es justo, tendremos enemigos. Podemos justificar nuestra hostilidad, pero Jesús nos dice: ¡ámalos, de todas formas! Quien te rechaza, espera que te pongas en contra de él. Jesús dice: “¡sorpréndele!, ¡hazle bien!” (Lucas 6:35). Nuestro amor tiene que ser algo más que bonitas palabras. Se ha de mostrar en la práctica. Cuando dices que amas al homosexual, aunque rechazas su pecado, si tu actitud no es más que de juicio y condenación, no sé dónde está ese amor del que hablas.
Si nuestras convicciones políticas son tan excluyentes, que no puedes dejar de denigrar al contrario, tu ideología es de odio y no de amor al prójimo. Cuando tenemos buenas relaciones con las autoridades, porque buscamos algo a cambio, no estamos prestando nada, sino esperando una contrapartida. El amor tiene un coste. Y ese no es esperar nuestra recompensa en este mundo.
Los enemigos tienen poder para quitar, pero no para devolver lo que quitado. Jesús, sí. Nuestro futuro está en sus manos, no en las de ellos. En su amor inmerecido, nos promete el galardón que el mundo no puede darnos. Es paciente y misericordioso para con nosotros. Vemos una y otra vez, su bondad, en que siendo malos e ingratos, se ha entregado por nosotros hasta el final, dándonos a su propio Hijo, hasta morir en la cruz. Así hemos de amar a nuestros enemigos.