"La escucha y el alivio de los quejidos de la humanidad doliente no forme parte esencial de la espiritualidad de muchos miembros de la Iglesia", critica
"Aún nos duele más que, con ojos que no ven y oídos que no oyen, perciban como molestos o injustificados los clamores de la humanidad doliente"
| Jesús L. Sotillo
El pasado día 17 de junio el Foro “Curas de Madrid y Más”celebró su 6º Coloquio abierto. El saludo inicial corrió a cargo de Jesús Copa, miembro de la Comisión Permanente. “Muchos o pocos, comenzó diciendo, lo importante es que volvemos a estar juntos”. Juntos y dispuestos, añadió, a que el grueso del encuentro lo empleemos en expresar y en escuchar lo que queramos decir sobre las cuestiones planteadas.
Y así fue. Antes, sin embargo, hubo unos minutos de oración en común, dirigida por María Jesús (Chus) Martínez. La escucha de un pasaje del Evangelio de San Juan y de un texto de José Antonio Pagoda nos trasladó al ámbito de la fiesta de Pentecostés, entonces recientemente celebrada, y a reflexionar sobre esos “dones del Espíritu” que enardecen e iluminan. Además de los que mencionan los textos bíblicos, Chus nos habló de otros con los que les gustaría verse enriquecida y pidió al resto de los asistentes que, en forma de oración de súplica, manifestara cuáles son los que le gustaría recibir. A la reflexión nos ayudó la música del grupo de religiosas AIN KAREN, cuya canción Ruah, del disco “Alégrate”, oímos y tatareamos juntos.
Acto seguido, Jesús Sastre, miembro también de la Comisión Permanente, con una breve intervención, llevó a cabo la tarea de recordarnos cuál era el asunto sobre el que debíamos hacer girar nuestras reflexiones. Para ello fue comentando el contenido del cartel de convocaría: las frases del Éxodo que van insertas en la imagen que contiene y las dos preguntas que, por encima y por debajo de ella, quedan formuladas:
“He observado la aflicción de los israelitas en Egipto. Su clamor ha llegado hasta mí”
"Ahora, pues, ¡anda! Te envío a faraón: ¡Saca de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel!"
¿Qué clamores de dolor lanzamos al Cielo los hombres y las mujeres de hoy?
¿De qué “Egiptos” habríamos de ayudarnos a salir?
Nos dijo que, a su juicio, Moisés, antes de vivir la experiencia de la zarza, ya debía andar sumido en su propia reflexión sobre qué postura tomar ante el padecimiento de su pueblo, del que estaba empezando a ser consciente. Ajeno durante años al mismo, por haber vivido bajo la protección de la hija de Faraón en su palacio, se ha topado con él y piensa que debe hacer algo para aliviarlo.
La voz ardiente de Yahveh que escucha tras la zarza le lleva a la conclusión de que ha de asumir como una misión divina la tarea de librar de la esclavitud a Israel, para cuyo éxito espera contar con su auxilio.
Es, continuó explicando Jesús Sastre, una esperanza similar a la de Jesús de Nazaret, cuando, desde su fe en Dios, del que cree y enseña que es Abba, asume el reto de aliviar a los cansados y agobiados, cuyos lamentos escucha y le hacen llorar. Y lo hace siendo consciente de que a él y a quienes le sigan les va a costar sudor y sufrimiento.
¿Qué clamores son los que hoy brotan de las gargantas de los hombres y de las mujeres que sufren? ¿De qué esclavitudes deberíamos ayudarles a salir? Moisés y Jesús, en sus diferentes circunstancias históricas escucharon los gemidos de las personas sufrientes y se pusieron en macha para ayudarlas.
¿Qué tareas liberadoras deberíamos emprender también nosotros? El coloquio quedaba planteado y abierto.
Hubo muchas intervenciones, cerca de veinte. Se consiguió, pues, que ocuparan la mayor parte del encuentro. No pudimos, sin embargo, pasar de la expresión y la escucha de respuestas a la primera de las cuestiones planteadas, la relativa a los clamores de dolor y súplica que brotan hoy de nuestras gargantas.
Además, se vio enseguida que no es posible dar una respuesta única y simple. Aunque no fue la primera en intervenir, María Ángeles Rodríguez Grajera cuando tomó la palabra señaló con exactitud este problema. Nos dijo que son perceptibles numerosos y muy distintos gritos de queja lanzados a lo alto, porque son muchas y diversas las causas que los provocan. Pero que hay algo que comparten, todos tienen que ver con “la dignidad” o, más exactamente, con la falta de respeto a la dignidad de quienes los profieren. Gritamos lo seres humanos cuando percibimos que nuestra dignidad está siendo mancillada. Gritan, aunque lo hagan sin palabras o con las que nosotros empleamos en su nombre, los otros seres vivos, a los que los humanos masacramos, y la naturaleza, a la que expoliamos o contaminamos.
Rafael Rojo Sastre compartió con nosotros el elenco de “retos” o “propuestas urgentes y necesarias” que recoge Miguel Ángel Vázquez, Director de Publicaciones de la revista Alandar, en su “Carta al nuevo Gobierno”, que acababa de aparecer publicada en el número de junio, el nº 359. La mayor parte de ellos son retos vinculados a problemas de nuestros contemporáneos más pobres, débiles, marginados o maltratados.
El resto de las intervenciones, sin embargo, pronto dejé de moverse en esa línea. Enseguida quienes fueron tomando la palabra comenzaron a referirse no a lamentos de “los otros” sino a sus propios lamentos. A uno, sobre todo, que muchos de los presentes también manifestamos sentir como propio.
Es un clamor que comenzó a cobrar cuerpo en nuestro interior hace ya mucho tiempo, a finales de los años setenta del siglo pasado, cuando Juan Pablo II asumió el máximo poder eclesial y comenzó a ejercerlo. Es un clamor que día tras día, con palabras o sin ellas, brotando del fondo de nuestras entrañas cristianas, elevamos a lo alto, a modo de queja y súplica deseando que pudiera ser escuchado y atendido por el Padre nuestro, que está en los cielos. Es un lamento que tiene que ver con la manera con que numerosos miembros de la jerarquía eclesial, obispos y clérigos, nos tratan o con la que vemos que tratan a otros hombres y a otras mujeres, personas la mayoría que forman parte del grupo que más razones tiene para quejarse por su situación personal y social.
Es una queja que planteamos en muchas ocasiones, es una queja conocida, como expresó algo airado Rafael Rojo, al que antes he mencionado. Pero es una queja, como también queda dicho, muy compartida en el grupo que constituye el Foro “Curas de Madrid y Más”. Es, desdichadamente, además, una queja que no parece que pronto vaya a dejar de tener sentido. Tiene mucha importancia para nosotros y para las personas a las que amamos o por cuyo sufrimiento sufrimos. Por eso siempre está lista para brotar de nuestros labios. Aunque a muchos jerarcas, obispos o curas, y también a muchos seglares católicos les canse y hasta moleste seguir escuchando.
Nos duele que, aparte de tener Los evangelios, que son muy claros al respecto, teniendo como tenemos la Gaudium et Spes, con su famoso comienzo, Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”, cincuenta y tres años después de su publicación, la escucha y el alivio de los quejidos de la humanidad doliente no forme parte esencial de la espiritualidad de muchos miembros de la Iglesia.
Nos duele que piensen y enseñen y establezcan como verdad cierta e incontrovertible que la esencia del cristianismo es otra, más vinculada al culto que se debe dar a Dios en la liturgia y a refrenar lo que llaman nuestra natural inclinación a obrar el mal. Pero aún nos duele más que, con ojos que no ven y oídos que no oyen, perciban como molestos o injustificados los clamores de la humanidad doliente y que condenen como pecaminosas e ilegítimas las vías que la sociedad y, dentro de ella, algunas personas y grupos eclesiales vamos buscando y poniendo en uso para remediar o para, al menos, hacer más llevaderos los sufrimientos personales, familiares y sociales de los hombres y de las mujeres de nuestro tiempo.
Habremos de seguir reflexionando sobre todas estas estas cuestiones, pero nuestro 6º Coloquio, con el que cerramos este curso, sirvió para ponerlas sobre la mesa una vez más.