“Es un gran honor trabajar cerca del Papa y ser uno de sus colaboradores más cercanos” Miguel Ángel Ruiz Espínola, de misionero de frontera al corazón de la Curia romana

Miguel Ángel Ruiz Espínola
Miguel Ángel Ruiz Espínola

“No me lo esperaba en absoluto. Fue una sorpresa total y, más aún, para un misionero como yo”

“Los misioneros nos dejamos el corazón allá donde vamos”

“Siempre he sido misionero y en Roma seré tan misionero como lo fui en Pakistán, en Kenia o en Algeciras”

“Presumo, a veces, de ser un buen cocinero. Para mí, cocinar es una terapia”

“Creo que los extremos son peligrosos y que hay que luchar por lograr la armonía en nuestras vidas”

“Hay que dialogar no sólo con el Islam, sino con todas las religiones. Las religiones no son el problema”

“La jerarquía tiene que defender la verdad y, para ello, a veces, no puede ser políticamente correcta”

“Los pastores tenemos que hacer un acto de humildad y ponernos a caminar con la gente, que es lo más bonito y lo que, personalmente, más ha llenado mi vida sacerdotal”

Madrileño de nacimiento, salesiano de convicción y, sobre todo, misionero en la frontera y un hombre bueno, bien formado, con experiencia de gobierno y de diálogo. Éstas son las características principales de la personalidad de Miguel Ángel Ruiz Espínola (Madrid, 1972), que acaba de ser llamado por el Papa, para ocupar un puesto en la Secretaría de Estado, el corazón de la Curia romana. Muchos califican su llamada a Roma como un ascenso. El habla de “servicio” de “otro tipo de misión”, que aceptó “por obediencia”, aunque también considera que es “un gran honor trabajar cerca del Papa y ser uno de sus colaboradores más cercanos”.

Misionero de ida y vuelta, estuvo en Filipinas, Pakistán y Kenia, para aterrizar, hace sólo un año, como párroco en Algeciras. En cada etapa de su periplo, su corazón va menguando, porque dice que “los misioneros nos dejamos el corazón allá donde vamos”. Ahora, tendrá que dejar otro trocito en la sala de máquinas del gobierno de la Iglesia.

Con sobrada experiencia misionera y bien preparado en el ámbito canónico (su licenciatura en derecho sobre 'las lagunas legislativas del derecho canónico en la administración de las diócesis y algunas posibles soluciones' es de referencia obligada), el misionero salesiano, que presume de ser un buen cocinero, va a Roma con humildad y sin pretensiones de hacer carrera.

En plena sintonía con el Papa Francisco, le gusta la armonía, el equilibrio, huye de los extremismos, apuesta a fondo perdido por el diálogo y cree que los pastores deben ser valientes, para defender la verdad, y, al mismo tiempo, humildes, “para caminar con la gente que es lo más bonito”. Con todo este bagaje, es fácil pronosticar que Miguel Ángel se convertirá pronto en uno de los 'pesos pesados' españoles en la Curia vaticana.

Miguel Ángel Ruiz, en su parroquia de Algeciras

¿Le cuesta dejar su parroquia y su gente de Algeciras, para irse a la Secretaría de Estado de la Curia romana?

Por supuesto que me cuesta dejar Algeciras, un sitio donde he aterrizado en España, después de haber pasado 25 años fuera, en un contexto social muy rico, por lo que supone tener un gran puerto, ser un lugar de cruce entre España y África, un gran colegio, un gran amor a María Auxiliadora y muchos antiguos alumnos salesianos. En definitiva, un espíritu de familia muy intenso, donde se me acogió con gran cariño, no por ser yo, sino por ser salesiano. Allí quieren mucho a los salesianos. Además, como párroco, tuve la oportunidad de realizar un tipo de trabajo y de ministerio, que no había hecho nunca. Pasé muchos años centrado en escuelas profesionales, en proyectos educativos y visitando empresas. Aquí, en cambio pude preparar a niños para la primera comunión, trabajar con grupos de 30 catequistas a lo largo del año, organizar grupos parroquiales, celebrar la 'misa del pueblo' cada semana. Aquí pude vivir la fe en comunidad no solamente con jóvenes, sino también con adultos o mayores a los que había que acompañar, un trabajo en el que me he visto muy lleno como sacerdote y una gran alegría.

¿Qué sintió cuando le comunicaron del Vaticano que quieren que se vaya a trabajar a Secretaría de Estado? ¿Se lo esperaba?

No me lo esperaba en absoluto. Fue una sorpresa total y, más aún, para un misionero como yo. De hecho, ya había expresado a los superiores la idea de completar nueve años, que es lo que se nos deja a los párrocos en la congregación (en tres plazos de tres años) y, después, buscar un destino similar. Rehuí las grandes ciudades o los cargos. No quise, por ejemplo, ser juez eclesiástico de la diocesis, como me pidió Don Rafael, pero, en diálogo con el inspector, decidimos que este año era para mí también de algo de descanso. Por eso, me limité a dar unas clases de derecho para laicos en una escuela de laicos de Algeciras.

Ha sido, pues, un año muy bonito. Se han llegado a tocar muchos corazones. Me ha tocado vivir experiencias pastorales muy bonitas y muy intensas. De repente, tener que cortar con todo esto y salir cuesta, porque los misioneros nos dejamos el corazón allá donde vamos.

Usted, entonces, lo tendrá muy repartido

Yo me dejé un trocito de corazón en Filipinas, otro en Pakistán, otro Kenia y, ahora, otro en Algeciras. Ya sabes que los misioneros, cuando muramos, debemos tener el corazón muy chiquitito, señal inequívoca de que lo hemos dado todo en los lugares en los que hemos estado.

Miguel Ángel Ruiz

¿Un ascenso en su carrera eclesiástica o un servicio distinto que le pide la Iglesia?

Una de las cosas que más me ha sorprendido estos días es que alguna gente me ha felicitado “por el ascenso”. Y les tenía que contestar: 'Esto no es un ascenso. No me ascienden, cuando me llaman a Secretaría de Estado ni tampoco me van a degradar, cuando termine esa misión y vuelva, de nuevo, a mi trabajo de párroco o de catequista o de confesor en una comunidad'. Eso sí, es un honor, porque para cualquier fiel, para cualquier cristiano y para cualquier sacerdote es un gran honor trabajar cerca del Papa y ser uno de sus colaboradores más cercanos.

¿Qué es la Secretaría de Estado, para los que no conocen demasiado la estructura eclesiástica?

La Secretaría de Estado es el órgano de gobierno de la Iglesia, que está al servicio del Papa, para que éste pueda cumplir su misión. Es, por lo tanto, parte de la misión de la Iglesia y parte también de la misión del Santo Padre como pastor supremo. El entrar a formar parte de esa realidad que asiste al Papa de una manera cercana y el procurar que la Iglesia sea signo y portadora del amor de Dios y de los valores evangélicos allá donde estemos y en cualquier contexto es, pues, un honor. Pero siendo consciente de que es tan honor haber sido llamado a Secretaría de Estado como lo va a ser el regresar, después de haber cumplido mi misión y volver de nuevo a seguir trabajando por la juventud y en nuestro carisma salesiano. Es un honor, es un servicio, pero que no supone ascenso alguno. Para mí, el honor será poder completar la misión con la alegría del deber cumplido y con la cabeza alta por haber sido leal y por haber hecho bien el trabajo que se me encomiende.

Para mí la misión es la misma. Hay un peligro en separar Curia, Secretaría de Estado, Vaticano y Roma de la misión de la Iglesia, cuando la misión es la misma. Siempre he sido misionero y en Roma seré tan misionero como lo fui en Pakistán, en Kenia o en Algeciras. Porque, como Don Bosco le dijo a Don Rua, “a la Iglesia la llevamos en el corazón”.

¿Es usted un hombre de consensos y de equilibrios?

Creo que los extremos son peligrosos y que hay que luchar por lograr la armonía en nuestras vidas. Tan peligrosa es una Iglesia que se convierte en una ONG y pierde todo el sentido místico y espiritual como una Iglesia centrada sólo en el divino y en lo espiritual, para convertirse en un gueto aislado de la realidad social del mundo. Cuando tendemos a los extremos, nos pueden pasar ambas cosas. Es verdad que a los sacerdotes se nos ve rezar poco. Pedimos a la gente que rece, escribimos muchos libros sobre la oración, pero ¿cuándo se ve al sacerdote rezando? ¿Cuándo entran los fieles en la Iglesia y ven a su sacerdote de rodillas, rezando, igual que ellos, cuando vienen a orar por un hijo que tiene cáncer, por un hijo que no encuentra trabajo o por un padre que ha muerto? En contadas ocasiones, he encontrado en una parroquia a un sacerdote rezando.

De hecho, una vez vino un hombre a la sacristía a pedirme que le confesase y se quedó extrañado de que estuviese rezando, para prepararme para la eucaristía.

MA Ruiz

Por eso, intento armonizar en mi vida estas dos dimensiones. Creo que no debemos perder la dimensión espiritual, de oración. A un sacerdote que no es un hombre de Dios no le vale de nada ser sacerdote. Y un sacerdote que solamente reza puede llegar incluso a convertir la oración en un refugio psicológico, porque no es capaz de enfrentarse a la realidad social que lo rodea. Equilibrio, pues, porque, cuando se es radical, además, no se acepta la postura del otro.

¿Sabe ya algo de cuáles van a ser sus nuevos cometidos en Roma?

Sobre mi trabajo, no me han dicho nada todavía. Sólo me dijeron que me vaya y que, en cuanto pise Roma, hablaremos de mi futuro trabajo. Puedo hacer cualquier cosa, incluso cocinar, porque presumo, a veces, de ser un buen cocinero. Para mí, cocinar es una terapia. En Pakistán, cuando me entraban ganas de llorar, cogía cebollas y me liaba a cortarlas. Si me veía la comunidad, pensaban que lloraba, porque estaba cortando las cebollas.

Pero no creo que ése vaya a ser mi cometido habitual, sino que creo que mi trabajo tendrá más que ver con mi papel como jurista o como canonista que viene de la misión en frontera. Es decir, un perfil de jurista de campo, no de despacho o de gabinete.

Es usted un misionero itinerante. En su curriculum destacan sus 11 años en Pakistán, donde conoció de cerca la amenaza yihadista. ¿Se puede y se debe dialogar con el Islam?

A mi juicio, el problema no es si se puede dialogar con el Islam o no. El problema es si, entre nosotros, hay gente capaz de dialogar con el Islam. Al igual que el problema no es que los jóvenes no vengan a la Iglesia, sino por qué los jóvenes no vienen a la Iglesia y qué les estamos ofreciendo.

En Pakistán, en los momentos de crisis, en los momentos en que te preguntas qué haces allí, en los momentos en que te ves inmerso en el sufrimiento y en el dolor de mucha gente, lo que me ayudaba a seguir adelante era pensar que yo no había elegido ese destino. De hecho, yo había querido ir a China. Incluso lo solicité, pero nunca me mandaron allí. Estuve, pues, en Pakistán, porque allí me mandaron mis superiores y, de esta forma, el Espíritu Santo va conduciendo nuestras vidas.

Miguel Ángel Ruiz, en Pakistán

¿Pakistán le ha marcado mucho como persona y como cura?

Los once años de misión en Pakistán me marcaron profundamente como creyente, como misionero, como sacerdote y como ser humano. Entre otras cosas, porque allí las vivencias son muy intensas. De hecho, allí me sucedió algo que no me pasó en ningún otro lugar: las amistades que hice allí han perdurado a lo largo de todos estos años. Allí se crea un vínculo muy sólido con la gente, porque Pakistán es un país que saca de ti lo mejor y lo peor. En ese contexto, cuando crees que la amistad de una persona merece la pena, realmente es así. Y, cuando sales de ese contexto, esa amistad permanece a lo largo de los años. Tanto es así que salí de Pakistán y, a los pocos meses, estando en Sevilla al lado de mi padre ingresado en la residencia de San Juan de Dios, recibí la visita de amigos pakistaníes musulmanes, que vinieron a Sevilla para conocer a mi padre.

¿Por qué ese interés en conocer a su padre?

Decían que si yo era tan bueno y había hecho tanto bien en Pakistán, cómo no sería de bueno mi padre, que, evidentemente, era mi referente y siempre hablaba de él y le estaba nombrando. A mí, dos musulmanes me salvaron la vida en Pakistán y la Nunciatura les entregó una distinción honorífica por todo lo que nos habían ayudado y protegido en Lahore.

En el día a día de Pakistán, llegas a la conclusión de que no se puede leer la realidad en blanco y negro. El Islam es una realidad muy compleja y me he encontrado allí musulmanes muy buenos y cristianos muy malos y musulmanes muy malos y cristianos muy buenos. Al final lo que te queda es mirar el corazón de las personas. Siempre recuerdo aquella anécdota de Juan XXIII, al que, en una cena, le pusieron al lado del líder del partido comunista y, al acabar la cena, el Papa hizo el siguiente brindis: “Brindo, porque a usted y a mí solamente nos separan algunas ideas”.

Cuando ponemos el ser humano por delante de todo, nos damos cuenta de que no sólo podemos, sino que debemos dialogar. Y no sólo con el Islam, sino con todas las religiones. Las religiones no son el problema. Las religiones son intentos de acercarnos a Dios a partir de lo que se nos haya revelado y transmitido a través de una tradición en el contexto cultural en que cada uno haya nacido. El pertenecer a una religión y ser creyente de un credo no me puede bloquear en el diálogo, en el acercamiento y en el sentir el corazón de otras personas.

Miguel Ángel Ruiz, en Kenia

¿Cómo tendría que ser ese diálogo?

Hay que hacer un diálogo, pero un diálogo sincero, sin intereses políticos, sin demagogias. Algo así conseguí en Pakistán, donde, por ejemplo, fui a una Universidad, porque necesitábamos un favor para nuestro colegio. Allí, uno de los presentes, con su barba larga, me hizo una pregunta: “¿Cree usted que, como dice el Corán, al final de los tiempos, Mahoma y Jesús van a volver de la mano en el día del Juicio?” Le miré y le dije: “Mire usted, yo no sé quién va a venir el día del Juicio, lo que sí espero es no verlo”. Y el hombre se comenzó a reír y a decir: “Es verdad, tiene usted razón, lo importante es que hayamos vivido nuestra vida...”

Cuando iba a casa de mi amigo y casi hermano musulmán, antes de cenar hacía la señal de la cruz y mi amigo-hermano también. Y cuando le preguntaba por qué la hacía, me contestaba: “Tú eres mi huésped y mi obligación es que te sientas a gusto en mi casa y, si te veo hacer la señal de la cruz, yo también la hago”. Es decir, la señal de la cruz no creaba una barrera entre él y yo. Estas vivencias te acercan a la gente, porque, además, sin esta apertura de mente, un misionero no sería capaz de sobrevivir en un contexto como el de Pakistán.

Porque allí también tuvo que vivir momentos duros

Te cuento una anécdota, para que entiendas un poco lo que era vivir allí. Una vez cogí un autobús público de Islamabad a Lahore, que tardaba un día entero en hacer el recorrido Era la época del ramadán. Delante de mí se sentó un tiarrón pakistaní de barba larga, que me miró con mala cara y reculó el asiento de repente, dándome un golpe que me hizo mucho daño en las rodillas. Pues, cuando llegó la hora de la ruptura del ayuno, toda la gente del autobús, que se había dado cuenta del feo detalle del hombre que iba sentado delante de mí, se levantó y vino a ofrecerme los dátiles que se comen para romper el ayuno. Porque se dieron cuenta de que el gesto de aquel hombre no había sido apropiado. Para dialogar con el Islam, hay que encontrar interlocutores válidos o ésa es mi experiencia como misionero en Pakistán.

¿Cómo es la jerarquía católica en los países en los que ha estado de misionero?

He conocido a auténticos pastores entregados a su grey. Como el que entonces era obispo auxiliar de Lahore, ahora arzobispo, encarcelado por defender a los católicos. Y la misma experiencia tuve en Filipinas, donde viví una misa multitudinaria con cientos de miles de personas recién ordenado, al lado del cardenal Sin. Una misa contra el Gobierno por la corrupción en la que estaba sumido. La Iglesia en Filipinas es muy activa en temas sociales. He visto siempre, pues, una jerarquía al lado del pueblo, una jerarquía que sufre y que está dispuesta incluso a ir a la cárcel por defender los ideales del Evangelio.

MA Ruiz Espínola

¿Y la jerarquía española?

El contexto social de España no requiere este tipo de actuaciones, por lo poco que conozco, porque llegué a España después de estar 25 años afuera y me metí en una parroquia en Algeciras. Sí creo, en general, que la Iglesia debe tener siempre un papel activo y estar siempre dispuesta a dar testimonio cueste lo que cueste. Teniendo en cuenta que Iglesia somos todos, la jerarquía tiene que defender la verdad y, para ello, a veces, no puede ser políticamente correcta. En definitiva, la jerarquía tiene que discernir los momentos en los que, a veces, tendrá que acompañar al pueblo de una manera discreta, y, otras veces, tendrá que actuar y dar la cara de acuerdo al Evangelio. Éste es el discernimiento que nuestra jerarquía está haciendo continuamente.

Como capellán de una Hermandad, ¿la piedad popular es el corazón de la fe del pueblo santo de Dios?

Sin duda alguna que la piedad popular es un elemento que debemos cultivar siempre en todos los ambientes en los que trabajemos. La piedad popular es la expresión de la piedad del pueblo. Además, hay que tener en cuenta que todos los evangelizadores estamos de paso; en cambio, la fe permanece y se vive en el pueblo y esa piedad popular hay que alimentarla, cultivarla, sostenerla y favorecerla. Suelo comparar la piedad popular con una pregunta que se hacía cuando era estudiante de derecho: '¿Por qué pervivió el derecho romano en nuestra sociedad?'. Hubo otras estructuras del imperio romano que, con el paso del tiempo, fueron absorbidas. Sin embargo, el derecho romano se quedó entre nosotros. Quizás porque el derecho romano se enseñaba de cara al pueblo, en los foros. Y como el pueblo absorbió el derecho, aunque cayó el imperio, la gente siguió adelante con ese derecho. Algo parecido pasa con la piedad popular que, en España, reviste forma de procesiones, de hermandades, de vestir a la Virgen, de rifar las andas de los santos...¿por qué vamos a llegar ahora con una fe racional y decirle a la gente que eso no tiene sentido?

¿Respeto total, pues, a las tradiciones de la piedad popular?

Como párroco me propuse el respeto máximo a las tradiciones y a las prácticas religiosas populares, que unas permanecerán, otras se transformarán y otras desparecerán. El único juez de todo esto es el pueblo. Nosotros estamos al lado, para acompañar y para ayudar en el discernimiento, pero no para imponer nada. Y no sólo eso, sino que hay que dejarse guiar por la devoción popular y por lo que el pueblo siente. Los pastores tenemos que hacer un acto de humildad y ponernos a caminar con la gente, que es lo más bonito y lo que, personalmente, más me ha llenado. Este año me puse a hacer la procesión de María Auxiliadora y a rezar el rosario de la aurora y, como no sabía nada al respecto, caminaba al lado de la gente que me iba diciendo lo que tenía que hacer. Y yo encantado, respetando a la gente cuando ora. Hay que ser sencillos, humildes y escuchar a la gente, que, en muchas ocasiones, nos puede dar lecciones a los sacerdotes.

MA Ruiz Espínola

Semblanza biográfica

Un salesiano del Barrio de Tetuán en el Vaticano (en la Secretaría de Estado)  Es antiguo alumno del Colegio Salesiano de Estrecho.

Nacido en 1972 en Madrid, de ascendencia extremeña, de Torrehermosa (Badajoz), este salesiano del barrio de Tetuán, fue alumno del Colegio San Juan Bautista de los Salesianos de Estrecho. Comenzó en el colegio siendo Director D. Elías. También participó como monaguillo en las actividades litúrgicas de la parroquia de San Francisco de Sales. A los 12 años (1984) fue al Seminario Menor de Arévalo (Ávila). Hizo su noviciado en Mohernando en 1990-1991 y posteriormente su postnoviciado en Burgos (1991-1994). Tras sus estudios de Filosofía en Burgos, fue destinado a Arévalo como tirocinante-bienal (1994-1996). En septiembre de 1996, con el beneplácito de D.. Pedro López, a la sazón Inspector de la Inspectoría de San Juan Bosco, de Madrid, hace un curso misionero en Roma que le va a marcar su vida posterior. Él, suele decir, en las entrevistas y diálogos, quería ser misionero desde niño. En este curso su sueño comienza a hacerse realidad.

Tras unos meses de estudio del inglés en Irlanda, comienza la Teología en Manila en 1997. Será ordenado en el año 2000 y pasa dos años en las junglas del sur de Filipinas esperando su visado misionero para Pakistán. Este ha sido su destino más significativo. Todos lo recordamos dando entrevistas para la radio y la televisión en tiempos en que la amenaza yihadista arreciaba. De 2001 a 2013 Miguel Ángel trabajará con tesón en esta tierra del Oriente: Director del Internado, Ecónomo, Jefe de Estudios y, finalmente, Director durante los últimos siete años. En esos años ocupó también otros cargos eclesiales, que sin duda han orientado y lo han encaminado a su destino actual: fue miembro del Consejo de la Juventud de la Archidiócesis de Lahore, del Consejo de Administración y, también, Consejero de la Nunciatura (2007-2012). Al finalizar su estancia  en Pakistán,  el embajador de España,  por orden del Gobierno, le concede la Medalla de la Orden de Isabel La Católica.

En el 2013, D. Pascual Chávez le solicita haga estudios de Derecho Canónico en Roma. Tres años dedicó al estudio de los Cánones en la Ciudad Eterna. En 2016, la Congregación le destina a Kenia para colaborar en el proceso de transición de el último inspector misionero al primer inspector keniata. Tras dos años en Kenia, decide regresar a España a poner toda su experiencia al servicio de los jóvenes a los que fuera enviado. El destino fue Algeciras. Durante un año ha trabajado como párroco en esta obra salesiana, y director espiritual de la Cofradía Salesiana de Nuestro Padre Jesús Cautivo (Medinaceli) y María Santísima de la Esperanza.

Ahora la Sede Apostólica requiere sus servicios para alguna tarea organizativa todavía por especificar en la Secretaría de Estado.

La obra salesiana de Estrecho se alegra con Miguel Ángel por este nombramiento y le desea lo mejor al servicio de la Iglesia Universal, confiando en este bagaje experiencial tan rico y todas las cualidades que concurren en este salesiano madrileño, antiguo alumno de este colegio.

Miguel Ángel Ruiz, en una procesión

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