Se toparon con la oposición frontal de la comunidad benedictina de Cuelgamuros Ernesto Dolado, abad del Valle, y Clemente Serna, abad de Silos, intentaron exhumar a Franco en los 90
Cantera no goza de autoridad moral entre los monjes. Algunos de sus compañeros aseguran que “no es un prior de gobierno”
Franco puso como objetivo de la comunidad benedictina en el Valle “perpetuar la memoria de los Caídos en la Cruzada de Liberación”
Sus dos primeros abades, Justo Pérez de Urbel, Luis María de Lojendio, fueron insignes franquistas
Aun siendo casi todos los monjes de ideología ultraconservadora, están enfrentados por “problemas de celos y egos”
Sus dos primeros abades, Justo Pérez de Urbel, Luis María de Lojendio, fueron insignes franquistas
Aun siendo casi todos los monjes de ideología ultraconservadora, están enfrentados por “problemas de celos y egos”
Mientras Santiago Cantera, el prior de la Abadía del Valle de los Caídos, se oponía con armas y bagajes a la exhumación de Franco, sabía perfectamente (no en vano presume de ser historiador) que un abad (rango superior al de prior) de su propia abadía intentó exhumar a Franco en los años 90. Se llamaba Dom Ernesto Dolado Pablo y fue el tercer abad de Cuelgamuros desde 1988 hasta su muerte en 2004.
Según cuentan fuentes cercanas al monasterio de Silos, del que salió en 1958 la comunidad que fundó la abadía del Valle, los benedictinos españoles dependiente de Solesmes estaban convencidos de que había que reconducir el carisma fundacional de la abadía de Cuelgamuros, desvincularla de su decreto fundacional y, sobre todo, separarla del dictador, enterrado en la basílica.
Para comenzar esta reconversión, el entonces abad del Valle de los Caídos, Ernesto Dolado, se apoyó en el Abad de Silos, que regía por aquel tiempo los destinos del cenobio burgalés, Clemente Serna. Y ambos pusieron en marcha una iniciativa para exhumar a Franco y enterrarlo en Mingorrubio, donde yace precisamente ahora.
Los dos abades, representantes del ala más espiritual de los benedictinos españoles, no lo consiguieron. Primero, porque el Gobierno socialista de turno no lo creyó oportuno, la jerarquía eclesiástica, presidida primero por el cardenal Suquía y, después, por monseñor Elías Yanes, también optó por la clásica prudencia eclesiástica. Después y sobre todo, porque la propuesta se topó de bruces con la oposición frontal de la comunidad de monjes del Valle de los Caídos, mientras recibía el apoyo incondicional de la comunidad-madre de Silos.
Y es que, a pesar de ser hija de Silos, la comunidad del Valle nació marcada desde el principio por el franquismo y sigue fiel a sus señas de identidad. De hecho, los primeros 20 monjes que salen de Silos con destino a Cuelgamuros, saben que los pilares fundacionales de su nueva comunidad están marcados por un decreto-ley netamente fascista.
En efecto, mediante decreto-ley de 23 de agosto de 1957, Franco ordena que se alcen una basílica, un monasterio y un cuartel de juventudes en la finca conocida como ‘Cuelgamuros’, "para honra de quienes dieron sus vidas por Dios y por la Patria y para ejemplo de las generaciones venideras”.
Y añade: “La fe religiosa de nuestro pueblo, el sentido profundamente católico de la Cruzada y el signo social del nuevo Estado nacido de la Victoria exigen que el Monumento Nacional a los Caídos no sea una simple construcción material, sino también un lugar de oración y de estudio, donde a la vez que se ofrezcan sufragios por las almas de los que dieron su vida por su Fe y por su Patria, se estudie y se difunda la doctrinal social católica, inspiradora de las realizaciones sociales del régimen”.
Y, por si quedaba alguna duda sobre la finalidad de la presencia de los monjes benedictinos en el Valle, el artículo primero del decreto especifica: “Sus fines serán rogar a Dios por las almas de los muertos en la Cruzada Nacional”. Ni una palabra sobre la reconciliación ni sobre el deseo de que la gracia de la oración se derramase también sobre todos los allí enterrados, y no sólo sobre los mártires de la Cruzada.
La Abadía del Valle nació, pues, franquista. Muestra clara de ello es que varios de sus abades fueron insignes franquistas. Éstos son los cinco abades del cenobio hasta ahora: Justo Pérez de Urbel, Luis María de Lojendio e Irure, Emilio Aparicio Olmos, Ernesto Dolado Pablo -todos ellos ya fallecidos- y fray Anselmo Álvarez Navarrete.
El primer abad del Valle, fray Justo Pérez de Urbel, fallecido en 1976, antes de ser monje había sido consejero del Movimiento, consejero de Falange y procurador en Cortes. El segundo abad, Luis María de Lojendio, que murió en 1987, militante de la CEDA junto a Gil Robles y ultracatólico a machamartillo, había sido director de la Oficina de Información Diplomática en los años más cerrados de la dictadura. Franquismo puro y duro.
Los dos abades siguientes, Emilio María Aparicio (fallecido en 1988) y, sobre todo, Ernesto Dolado (fallecido en 2004) tratan de desideologizar a la comunidad, para imprimirle un sesgo más espiritual. Es, precisamente, en el época de Dolado, cuando se intenta, por vez primera, exhumar a Franco, sin éxito.
Con el último abad, Anselmo Álvarez, la abadía volvió a alinearse con los sectores más ultras del catolicismo español. De hecho, uno de los monjes-fundadores más famosos del cenobio, Manuel Garrido Bonaño, que llegó a ser prefecto de estudios de la Abadía, publicó, en 1985, un libro titulado 'Francisco Franco, cristiano ejemplar'.
Una tendencia ultra que se afianzó, a partir de 2014. Ese año, el padre Anselmo renuncia al cargo de abad, a los 82 años y por motivos de salud. Inmediatamente, como manda la regla de San Benito, la comunidad se reúne para elegir a su sucesor.
Y sale elegido Santiago Cantera, pero no como abad, debido a que no reunió "suficiente consenso" por parte del resto de monjes. Así que está un escalón por debajo, teniendo que conformarse con ser prior-administrador. Un cargo que, además, tiene carácter temporal. De hecho, Cantera lleva ya cinco años en él y lo más probable es que, en 2020, se tengan que convocar votaciones para elegir un nuevo abad.
Cantera no consiguió entonces que le eligiesen abad (el máximo rango en el monacato, con poderes similares a los de un obispo y vitalicio, a no ser que se renuncie expresamente), porque la comunidad del Valle “está muy dividida”, según cuentan los que la conocen por dentro. Aun siendo casi todos los monjes de ideología ultraconservadora, están enfrentados por “problemas de celos y egos”. Una comunidad “fría y dividida”.
Cantera, que es muy franquista y muy monje y defiende su ideología con pasión, no goza de autoridad moral a nivel interno. Algunos de sus compañeros aseguran que “no es un prior de gobierno, no sabe mandar y es tan tímido que no es capaz de plantearse, levantar la voz o echar una bronca, cuando hace falta”.
Y si últimamente Cantera se ha convertido en una especie de “héroe” de la Cruzada hacia afuera, en el interior de la comunidad suenan voces disconformes con su gestión de le exhumación, que podría provocar la salida de toda la comunidad de su actual abadía, que recibe del Estad más de 350.000 euros a año.
Precisamente por eso, se la conoce entre los benedictinos como “la abadía rentista”, porque sus monjes tienen asegurado el sustento y no cumplen, como los demás benedictinos, con la segunda parte de su regla: el famoso 'ora et labora'.
Los monjes del Valle saben que, una vez que salgan de Cuelgamuros, ya no podrán vivir de las rentas. Por eso, pondrán todas las pegas posibles a la decisión del Gobierno socialista, si gana las elecciones. Además, en los genes del monacato está el “voto de estabilidad”, que vincula a los monjes a una determinada abadía para toda la vida.
¿La comunidad del Valle podría volver a Silos? En teoría, sí, pero la realidad es que, en la actualidad, son comunidades tan diferentes, que tendrían muchas dificultades, tanto ideológicas como de convivencia, para encajar juntas. De hecho, durante toda la crisis de la exhumación, ni Silos, ni Leyre ni Solesmes salieron en defensa de Cantera, algo que, según cuentan, “ha dolido mucho al prior del Valle”.
Eso sí, algún monje del Valle podría ser acogido individualmente en Silos, si lo solicita, mientras los demás seguramente pedirán a Solesmes permiso para fundar una nueva abadía de nueva planta u ocupar alguna antigua y deshabitada, como la de Valvanera en La Rioja. Dinero para la construcción o la reconstrucción no les va a faltar, dado que se han convertido en la comunidad religiosa de referencia para todos los nostálgicos del franquismo.
En cualquier caso, todas las fuentes consultadas por RD están convencidas de que Cantera y los suyos “darán la batalla hasta el final y con todas las armas legales y canónicas a su alcance, para no ser desalojados del Valle”. Entre otras cosas, aducirán que allí, en un cementerio en la montaña, cerca de la abadía, yacen los restos mortales de unos 20 monjes, que tendrían que dejar allí o exhumarlos también. Y eso, sería, para ellos, una nueva profanación.