En la rosa de los purpurables también figura Julián Barrio, arzobispo de Santiago El capelo para el arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez

(José Manuel Vidal).-Se acerca la fecha del anuncio del consistorio para la creación de nuevos cardenales. Podría ser mañana, domingo, o el próximo día 20, en la audiencia general. En cualquier caso, el anuncio está al caer. Y, como siempre, sobran mimbres para confeccionar el cesto de los 120 príncipes de la Iglesia. Benedicto XVI tendrá que hacer cálculos. Hay mucho curial con capelo asegurado. Y grandes diócesis, cuyos titulares también lo tendrán. ¿Habrá púrpura esta vez para España? Aún siendo muy apretado el reparto, a nuestro país podría caerle un birrete. Con destino a Valladolid.

Los cinco arzobispos españoles con posibilidades de entrar en la rosa de los purpurados son: Carlos Osoro, arzobispo de Valencia; Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo; Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla; Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid, y Julián Barrio, arzobispo de Santiago de Compostela.

Si descartamos (por ahora) a Asenjo, Osoro y Braulio, porque sus respectivas sedes cuentan todavía con purpurados en activo, nos quedan dos posibles destinatarios del birrete: Blázquez y Barrio.

Dos arzobispos muy parecidos. Por su forma de ser y de actuar: dulces, pero sólidos. Bien preparados, no suelen hacer mucho ruido, pero son de los prelados que le gustan especialmente a Benedicto XVI. De los que no buscan el poder ni escalar puestos en el escalafón a costa de lo que sea. Obispos entregados, con celo pastoral y con hondura espiritual. Como dice un amigo mio, "de los que creen en Dios".

El nombre de Barrio se barajó, y mucho, en Roma, pero, dados los pocos puestos disponibles y la gran cantidad de aspirantes, por ahora se quedará en capilla.

El que cuenta con más posibilidades parece ser Ricardo Blázquez. Roam se ha decicido por él en virtud de una serie de circusntancias personales y sociales.

Primero, por su consolidado prestigio y ascendiente entre los mitrados españoles. Es un líder que reparte juego, que dialoga y consensua. Un líder democrático, corresponsable y sin ínfulas controladoras.

Sin ser ni siquiera arzobispo, fue elegido presidente del episcopado, cuando era obispo de Bilbao. Eso habla a las claras del aprecio con el que cuenta entre sus compañeros de mitra. Y le ganó al cardenalazo español, Rouco Varela, que, desde entonces, no le perdona que aceptase presentarse contra él. Y encima, para ganarle.

Tras un largo y fructífero pontificado en Bilbao (plaza nada fácil) y como reconocimiento a su labor, Roma le ascendió a un arzobispado fácil (en comparación con Bilbao), el de Valladolid.

Otra prueba evidente del aprecio que el papa siente por él es que le ha nombrado primero visitador y, después, comisario del Regnum Christi. Una encomienda delicada. La prueba del algodón para el Papa barrendero de Dios. De la refundación de los Legionarios puede depender, incluso, la mayor o menor rapidez con la que suba a los altares Juan Pablo II.

Un cardenal es, entre otras cosas, un amigo del Papa, que promete dar su sangre por él, si fuese necesario. Y Ricardo Blázquez es amiglo de Ratzinger, con el que conceta tamibén por su forma de ser (ambos son tímidos) y por su sintonía teológica. El arzobispo de Valladolid es un teólogo de raza, puntal, en su época, de la Pontificia de Salamanca. Y ya se sabe que este Papa suele nombrar a sus colaboradores entre teólogos amigos y nada carreristas.

Y ésa es otra característica en la que descuella monseñor Blázquez. Un obispo que no aspira a medrar ni a subir en el escalafón ni a conquistar cuotas de poder ni a crear una corte de aduladores a su lado ni a condicionar la carrera episcopal de los demás prelados.

Muy reconocido también por sus pares, el arzobispo de Santiago ha conseguido que el Papa venga a Compostela como peregrino del Año Santo. Todo un sueño y un premio para Galicia, para Compostela y para su arzobispo. Para conseguirlo, Barrio se alió con el cardenal de Barcelona, Martínez Sistach y ambos (con el inestimable apoyo del gallego embajador de España ante la Santa Sede, Francisco Vázquez) movieron los hilos en Roma al unísono. Y consiguieron lo impensable: que el Papa venga a Compostela y a Barcelona.

Un viaje movido por los dos prelados y decidido en Roma, sin el apoyo del cardenal Rouco Varela, enfrascado en la preparación del siguiente viaje papal a España, para la celebración de la JMJ. Rouco siempre pensó que el viaje a Compostela y Barcelona podía distraer la atención del viaje a Madrid y podía levantar recelos entre la opinión pública.

Dos viajes papales tan seguidos y con un coste muy elevado en plena crisis económica...Por mucho retorno publicitario que sus visitas provoquen...De ahí que Rouco primero se opusiese y, después, no moviese un dedo para apoyarlo. La visita papal a Compostela y Barcelona es, pues, pura cortesía y atención de Benedicto XVI y de su secretario de Estado, cardenal Bertone, hacia Barrio y Sistach.

Si el viaje sale bien, que saldrá (los viajes del Papa siempre salen bien), Roma podría premiar con un capelo a Julián Barrio, el arzobispo humilde y sabio, guardián de las esencias del Camino de Santiago y de la tumba del Apóstol. Pero no en este consistorio que se va a nunciar, sino en el próximo.

Barrio y Blázquez. Uno, ahora. El otro, más tarde. Los dos se lo merecen. Por lo que son, por las diócesis que rigen, por los servicios prestados a la Iglesia y por lo que representan. ¿Como estará de escorada la Iglesia española, que tanto Blázquez como Barrio pasan por ser, en estos momentos, del sector moderado, es decir del sector que no lidera Rouco Varela?

Elegido para el capelo, Blázquez será, por el mismo hecho, el designado por el dedo de Roma para capitanear el postrouquismo. Un guiño incluso para las próximas elecciones a la presidencia de la Conferencia episcopal.

Con la sutileza al uso en Roma, parece que se ha iniciado la etapa de cambio de manos del poder eclesiástico español en Roma. De Rouco a Cañizares con la ayuda de Monteiro y Ladaria. Algo que se haría todavía más patente con la designación de Blázquez para el capelo cardenalicio. Porque, de esta forma, Roma vendría a poner las cosas en su sitio y a recolocar a cada cual.

Y es que, para suceder a Cañizares en Toledo, el universo eclesiástico español pedía (casi clamaba) que se optase por Blázquez, como premio a su callada pero eficaz labor en Bilbao y en la Casa de la Iglesia de la calle Añastro de Madrid. Pero Rouco no quería, en Toledo, a su lado, a otro obispo (futuro cardenal) que pudiese hacerle la más mínima sombra, como ya le había ocurrido con Cañizares.

Y Rouco puso toda la carne en el asador para que el nombrado fuese Braulio Rodríguez, un arzobispo sin más mérito que ser de su total confianza y sumisión. Un prelado sin grandes dotes y sin carisma ni personalidad suficientes para emsombrecerle.

Y lo consiguió, imponiéndole con calzador. Eso sí, con la inestimable ayuda del entonces prfefecto de Obispos, cardenal Re.

Pero, ahora,  sustituido Re por Ouellet, la Curia parece decidida a enmendarle la plana a Rouco con hechos. Y Blázquez parece destinado a acceder al capelo antes que Braulio y superar, así, al mismísimo Primado, promovido por Rouco, en la carrera por el birrete. Blázquez, desde Valladolid, adelanta a Braulio, el primado y amigo de Rouco. Sic transit...El de Blázquez es el triunfo de la humildad.

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