"¿cuál es el lugar real para aquellos que reciben el primer grado del orden sacerdotal?" ¿El problema de la identidad diaconal es que los mismos diáconos no se lo creen?
"Entre los esfuerzos realizados por los padres conciliares tratando de recuperar ciertas realidades de los primeros momentos de la Iglesia, que en el correr de los siglos habían desaparecido, se encuentra la restauración del ministerio diaconal con carácter permanente y distinto del presbiteral y episcopal"
"¿Se conseguirá encontrar el lugar apropiado para que este ministerio goce de una clara identidad?"
"Encontramos en la Iglesia del siglo XXI hombres que inmersos en sus familias y trabajos viven coherentemente el Evangelio llevando la Buena Noticia a los demás"
"Encontramos en la Iglesia del siglo XXI hombres que inmersos en sus familias y trabajos viven coherentemente el Evangelio llevando la Buena Noticia a los demás"
| Francisco José García-Roca
Al realizar una lectura de la historia de la Iglesia encontramos una alternancia entre períodos de cambios y tiempos de consolidación de estos. Un momento muy especial en esta historia reciente fueron las novedades producidas en el Concilio Vaticano II, cambios que hoy en nuestra época, todavía muchos están en fase de consolidación, entre ellos el tema aquí a tratar, la restauración del diaconado.
A pesar de que este ministerio se remonta a los comienzos de la Iglesia al ser de institución apostólica, y que durante buena parte del primer milenio los diáconos fueron figuras cruciales en esos primeros tiempos de la Iglesia, este ministerio tan solo permaneció como tal en las iglesias orientales, llegando en occidente lo hizo como periodo temporal, previo a la ordenación presbiteral.
Entre los esfuerzos realizados por los padres conciliares tratando de recuperar ciertas realidades de los primeros momentos de la Iglesia, que en el correr de los siglos habían desaparecido, se encuentra la restauración del ministerio diaconal con carácter permanente y distinto del presbiteral y episcopal. Esta restauración, unida a la posibilidad de admisión de candidatos casados supuso una profunda novedad que medio siglo después todavía sigue buscando un lugar propio, una identidad diaconal distintiva en la jerarquía, en el ministerio ordenado, en fin, su lugar en el Pueblo De Dios.
En el devenir de las diócesis y parroquias nos encontramos a los diáconos envueltos en problemas baladíes tales como si deben vestir el alzacuellos o si deben ser puente entre el clero y los laicos. Discusiones del día día muy lejanas de lo que debería ser el centro distintivo de este ministerio en el que el obispo impone sus manos y tras la oración consecratoria queda impregnado del carácter sacramental y asume una identificación especial con Cristo Siervo, y por lo tanto al recibir el sacramento ya no es el mismo.
Desgraciadamente se hace palpable que este cambio no lo asumen, ya no solo los obispos y presbíteros ni el resto del Pueblo de Dios, sino incluso no es creído por el propio ordenado diácono. Y aquí surge la pregunta: ¿Se cree el mismo diácono este cambio producido? Y es que no es raro encontrarse a diáconos que con la excusa de que primero está su matrimonio o familia no en pocas ocasiones no ejercen su ministerio litúrgico participando en la misa con el resto del pueblo, o incluso en los encuentros de muchos diáconos y para la Santa Misa solo se revisten dos y al preguntar el porqué se alega que “es una misa para nosotros” como si la Misa fuese algo que dependa del grupo.
También ocurre que cuando un laico acude a él pidiendo consejo, este los derive a un sacerdote como si no estuviese capacitado o incluso le llame la atención encontrarse con diáconos impartiendo la bendición en el nombre de la Iglesia o participando en una celebración de la palabra presidida por un laico y el diácono en el pueblo como uno más.
Es bastante repetido aquello de que los diáconos no son ni sacerdotes de segunda categoría, ni laicos destacados, pero ¿cuál es el lugar real para aquellos que reciben el primer grado del orden sacerdotal? ¿Se conseguirá encontrar el lugar apropiado para que este ministerio goce de una clara identidad? Como cualquier bautizado el diácono es sacerdote en cuanto a su participación en el sacerdocio común de bautizados, a la vez que no deja de estar inmerso en los quehaceres cotidianos laborales, familiares y de vecindad.
Ha sido significativo el señalamiento producido en el Motu Proprio promulgado en 2009 en el pontificado de Benedicto XVI, en lo que no pocos diáconos sufrieron una gran decepción ya que la rectificación de puntos del Código de Derecho Canónico para subrayar que el diácono carece de la facultad de actuar en la persona de Cristo Cabeza, les parecía que convertía al diácono en un clérigo de segunda categoría.
Aunque no son pocos los que sugieren que, para que se tomen en serio a los diáconos, deben ser remunerados como el resto de los clérigos, lo cierto es que gran parte de ellos ofrecen sus servicios de forma totalmente desinteresada y este desprendimiento les da un distintivo característico, que en sí, no debe ser lo que les de la ansiada identidad.
Sobran las palabras porque existen unos hechos que hablan por sí solos, y son el que encontramos en la Iglesia del siglo XXI hombres que inmersos en sus familias y trabajos viven coherentemente el Evangelio llevando la Buena Noticia a los demás. Que María, la sierva del Señor, sea ejemplo y guía en el camino de los diáconos en la búsqueda de un lugar propio en la Iglesia.
Etiquetas