Dios no necesita “defensores” sino “seguidores”

Una noticia en el 2011, hablaba de la quema del Corán -libro sagrado de los musulmanes- por el pastor Terry Jones en la Florida. Ante este hecho, los disturbios y muertes causados por musulmanes en Afganistán como represalia ante ese hecho, no se hicieron esperar. Noticias como estas y otras que tenemos en la actualidad, nos invitan a pensar en la violencia que se ejerce tantas veces en nombre de Dios. En efecto, el Pastor Jones aducía “que algunas partes del Corán si se toman literalmente llevan a la violencia y actividades terroristas, promueven el racismo y los prejuicios contra las minorías, contra cristianos y contra mujeres”. Pero, lamentablemente, él parecía no darse cuenta de la violencia que suscitó con el “juicio” que según dice, le hizo al Corán y por lo cual decidió quemarlo. Y así el espiral de violencia creció de un lado y de otro, todos creyéndose “salvadores” de Dios, cuando con certeza Él no necesita ninguna defensa y menos desea que en su nombre se produzcan tales situaciones absurdas.
Los cristianos podemos entender esa situación porque la muerte de Jesús que conmemoramos en cada Semana Santa fue fruto también de esa intolerancia religiosa. A Jesús lo matan por anunciar un Dios que no se mueve por estas pretensiones humanas de acabar con los “malos” y determinar quiénes son los “buenos”, sino por el Dios que opta por los más necesitados, que se inclina siempre a favor del más débil, que gratuitamente da su amor y gracia a todos, sin excepción. Pero los líderes religiosos de su tiempo no pudieron aguantar ese Dios que los privaba de sentirse poseedores de la verdad y les cuestionada su autoridad basada en su seguridad personal de ser garantes hasta de “Dios mismo”. Así deciden matar a Jesús. Pero ante esa violencia, Jesús no responde con más violencia. Él, como profetizó Isaías: “No clamó, no gritó, no alzó en las calles su voz. No rompió la caña quebrada, ni aplastó la mecha que estaba por apagarse” (Cfr. 42, 2-3) y bien sabemos que “fue maltratado y El se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan” (53, 7).
Y fue su fidelidad al Dios que anunciaba, la que nos posibilitó experimentar la resurrección. A ese actuar de Jesús sin violencia y sin pretender acabar con los “malos”, fue al que Dios le dio su “SI”, resucitándolo y haciéndonos partícipes de su misma resurrección. Desde entonces, la vida de “resucitados” que estamos llamados a testimoniar, ha de mostrar al Dios que no teme morir con tal de no engendrar enfrentamientos en su nombre o descalificación mutua en defensa de principios divinos que ni Él mismo defiende. Para Dios lo verdaderamente importante es salvar la dignidad de los seres humanos, respetando su libertad y sus convicciones.
La vida de resucitados hoy, a la luz de los signos de los tiempos, nos llama a mantener una verdadera apertura a la diversidad religiosa, un auténtico respeto a la pluralidad teológica, una actitud profunda de conversión frente a la verdad que nadie posee en plenitud sino que se revela a través de todo el pueblo de Dios con sus luchas, desafíos y nuevas realidades que afronta continuamente. Necesitamos pedir sabiduría para discernir sin enfrentarnos con los que piensan diferente, para aceptar la pluralidad sin renunciar a la fidelidad personal, para caminar todos tras el Dios de la historia que no teme que exista la diferencia cuando se trata de favorecer el amor, la libertad, la paz, la dignidad de las personas y de los pueblos.
Y lo que es más importante: no olvidemos que Dios no necesita “defensores” ni “cruzadas” de
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