Sobre el II Congreso Continental de Teología: Encuentro, profecía, liberación

Aunque ya han salido noticias sobre el II Congreso Continental de Teología convocado por Amerindia, junto con el apoyo de otras organizaciones, no sobra compartir algo de la propia experiencia, más cuando no se pretende hablar de los contenidos –que ya están disponibles en la página www.amerindiaenlared.org, sino del significado que -desde mi propia visión- un congreso así puede tener para la vida de la iglesia y el caminar teológico.
Este congreso que se llevó a cabo del 26 al 30 de Octubre en Belo Horizonte (Brasil) bajo el Titulo: “Iglesia que camina con Espíritu y desde los pobres” reunió a más de 250 teólogos/as, pastoralistas y otras personas interesadas en esta perspectiva eclesial. Pueden parecer pocas personas para un continente tan grande pero son muchas si se toma en cuenta que son expresión de una línea eclesial definida, de un caminar conjunto que con pluralidad en su seno, busca fidelidad al evangelio de los pobres y no se cansa de seguir buscando caminos para mantener la vigencia y actualidad de su compromiso.
En primer lugar hay que destacar esa línea teológica comprometida con la transformación de la realidad social. Si para algunos la teología de la liberación fue un error, un congreso así desdice tal opinión y muestra su fecundidad y los caminos por los que hoy se sigue transitando. Las conferencias de algunos de los pioneros en este pensamiento teológico –Gutiérrez, Boff, Trigo, Codina, etc.- siguen aportando no solamente unas ideas –aunque están siguen fecundas- sino un testimonio de vida que habla por sí solo. Los aplausos que esas intervenciones despertaron responden, sobretodo, al camino recorrido por ellos, a su fidelidad y a su seguir ahí, sin detener la marcha, manteniendo la esperanza. Las otras intervenciones bien sea de teólogos y teólogas de segunda o tercera generación mostraron también los desdoblamientos de este pensamiento liberador que se compromete con los pueblos indígenas, afroamericanos; con la realidad de las mujeres, los jóvenes; con el cuidado de la casa común y con otros aspectos que tantos y tan profundos desafíos hoy nos suscitan. Siempre queda de todas estas intervenciones el sabor a poco, en el sentido, que sería mucho lo que se quisiera abarcar, que serían muchos otros rostros los que se quisieran escuchar, pero la limitación de lo humano siempre hace que se agradezca lo recibido y se eche en falta todo lo que existe pero no se logra presentar.
En segundo lugar hay que destacar el ambiente fraterno/sororal que se vive. Como se dijo en los comentarios finales, no fue un congreso como tantos otros que se hacen por el mundo y podríamos llamar “académicos”, en los que tal vez las ponencias son excelentes pero los participantes son extraños entre sí. Aquí se reconocen los rostros. Se dan abrazos de alegría por el nuevo encuentro. Se conocen nuevas personas, se intercambian búsquedas y se articulan esfuerzos. Hay encuentro y ¡sincero! Claro que también falta tiempo y sólo queda esperar a algún otro encuentro para seguir compartiendo con tantos que desde tantas latitudes transitan estos caminos liberadores.
En tercer lugar el clima orante y los inicios de cada día con invocaciones al Dios de la vida, con las interpelaciones de la realidad, con las canciones proféticas y los símbolos que hablan más que muchas palabras, llenaban el ambiente de esa sensibilidad por descubrir la voz del Espíritu allí donde él está más presente: en los últimos, los más pobres, los más necesitados de cada tiempo presente. Fueron oraciones de vida, de testimonio, de encuentro, de profecía, de seguimiento.
Y, en fin, tantas cosas se podrían decir, pero queda en el corazón esa experiencia de poder contagiarse de evangelio. Qué bien hace tener cinco días para seguir afirmando la renovación propuesta hace ya 50 años por Vaticano, contextualizada en este continente por Medellín y Puebla y, de alguna manera, las otras conferencias, y hoy con este nuevo aire primaveral que ha logrado colarse en el Vaticano y que parece estarse esparciendo por muchos lugares de la tierra. Vale la pena seguir por este camino de una Iglesia que camina al ritmo del Espíritu, ritmo que siempre es de más amor a los pobres, de más servicio hacia ellos, en definitiva de más evangelio tal y como lo anunció Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mi porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres” (Lc 4,18).
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