En tiempos de “clericalismo” -como lo anota tanto el papa Francisco- conviene resaltar figuras que lo contrarresten Pedro Poveda: "Soy sacerdote de Jesucristo". A propósito del aniversario de su ordenación sacerdotal
"Hace falta cambiar mucho en la Iglesia para lograr esta Iglesia Pueblo de Dios, esta Iglesia Sinodal. Pero la historia nos muestra que hay muchas personas que, desde la fidelidad a su vocación particular, se abren a la libertad que siempre da el espíritu, para proponer obras nuevas"
"Su visión sobre el protagonismo laical, a través de la obra teresiana, es verdaderamente visionaria frente a lo que será la iglesia de Vaticano II como Pueblo de Dios, donde el laicado ya no es más depositario pasivo de la enseñanza del clero sino miembro activo, corresponsable de la misión evangelizadora de la iglesia"
En tiempos de “clericalismo” -como lo anota tanto el papa Francisco- conviene resaltar figuras que lo contrarresten. De ahí que hoy queramos recordar el aniversario de la ordenación sacerdotal de Pedro Poveda, santo y mártir, fundador de la Institución Teresiana (Asociación Internacional de fieles laicos -mujeres y varones-). Poveda nació en Linares en 1874 y fue ordenado en Guadix, un 17 de abril, de 1897. Lo interesante que podemos señalar es que dicho ministerio no se centró, exclusiva ni primariamente, en el culto, sino en la integralidad del servicio que ha de prestar el ministerio presbiteral a la población en la que se ejerce. Por eso fue tan importante para él, preocuparse por la gente más pobre de Guadix, los llamados “cueveros”, por vivir a las afueras de la ciudad, en los cerros, que no contaban con los mínimos recursos para una vida digna. Poveda consigue fundar las “Escuelas del Sagrado Corazón”, con las que brinda educación y recursos básicos a los niños y niñas de ese lugar. Sin embargo, su labor fue vista con malos ojos por algunos sectores de dicha sociedad y tuvo que abandonar Guadix, tan querido para él, con el ánimo de evitar mayores conflictos.
Enviado al Santuario de Covadonga, como canónigo, en 1906, lugar donde parecería debería dedicarse exclusivamente al servicio de dicho santuario, fue precisamente la oportunidad para pensar en la “idea buena” -como la solía llamar- de una labor educativa que respondiera a la sociedad laicista de su tiempo. Consistía en convocar a varones y mujeres que quisieran ejercer el magisterio en las escuelas públicas, como mediación privilegiada para realizar la evangelización, pero con las características que exigían esos tiempos: excelente preparación académica para conseguir un nombramiento en dichas escuelas estatales, pero una fe sólida capaz de vivirla, sin ningún proselitismo y sin exclusión de las ideas liberales del momento, al modo de los primeros cristianos. Poveda invitaba a las primeras teresianas (los varones no respondieron a este llamado, en un primer momento) a “ser crucifijos vivientes”, en una España donde se quitaban los crucifijos de las paredes para fomentar el Estado laico, pero de donde no podían quitar las vidas de quienes, desde la fe, seguían trabajando por un mundo mejor. Cuando estalla la guerra civil española, Poveda es detenido en Madrid y fusilado. Fue canonizado en 2003, reconociéndolo como mártir de la fe. Años antes, en 1924, la Institución Teresiana había sido aprobada por el Vaticano.
Pero lo que nos interesa destacar en este día, es la fidelidad de Poveda a su vocación sacerdotal y su capacidad de adelantarse a su tiempo, a través de su obra apostólica, a una Iglesia más parecida a la de Vaticano II que a la de su tiempo. Sin duda, Poveda es hijo de la Iglesia concebida como “sociedad de desiguales”, donde el clero tenía la primacía de honor, acción y poder en la Iglesia. De hecho, en alguna enseñanza a las integrantes de su naciente obra teresiana, recomienda la obediencia al sacerdote porque es “el hombre de Dios”, a quien se le debe respeto como un hermano mayor, sin oponérsele nunca; aunque en esa misma recomendación les invitaba a “las relaciones cordiales, afectuosas, de mutua ayuda, de consejo mutuo”.
Sin embargo, su visión sobre el protagonismo laical, a través de la obra teresiana, es verdaderamente visionaria frente a lo que será la iglesia de Vaticano II como Pueblo de Dios, donde el laicado ya no es más depositario pasivo de la enseñanza del clero sino miembro activo, corresponsable de la misión evangelizadora de la iglesia. Sabemos también que Vaticano II deja de considerar la vida religiosa como un “estado de perfección”, por la misma razón de una iglesia donde todos los miembros son de la misma dignidad por el bautismo que reciben, participando del sacerdocio, profetismo y realeza de Cristo, donde las diferencias no vienen del mayor estatus o poder, sino de diversos ministerios para el bien de la comunidad. Tal vez, Poveda era consciente del “mayor valor” que parecía tener la vida religiosa en su tiempo, de ahí que recuerda a las primeras teresianas, una vez aprobada la obra como asociación de fieles laicos, las palabras que San Vicente de Paúl dirigía a sus primeras discípulas: “ustedes hijas mías no son religiosas y si hubiera entre ustedes algún espíritu inquieto que esto pretendiera … entonces la compañía estaría en la extremaunción”. Por eso afirma que la aprobación pontificia de la Institución Teresiana, como institución laical, es lo que él desea y así quiere que permanezca. Claro que no faltan algunos miembros que, en una interpretación literal de esta voluntad fundacional, no solo quieren mantener la identidad laical sino la organización dada en aquellos tiempos a la Obra. Cuando se cae en estas fidelidades fundamentalistas, se pierde el espíritu de lo que en realidad pensó Poveda y se deja de percibir la capacidad de creatividad y cambio para cada tiempo presente.
Pero volvamos a lo importante de este día: Poveda vivió con fidelidad su ministerio, centrado en una espiritualidad profundamente cristocéntrica, donde Jesucristo fue su cimiento, su método, su regla, su todo. Vivir el sacerdocio como lo entendía en su época fue para él su identidad más profunda y por eso cuando en la mañana del 27 de julio, llegan a su casa a detenerlo, no teme decir: “Soy sacerdote de Jesucristo”. Ese testimonio valiente y transparente lo convierte en mártir de la fe, a los 61 años de edad, el 28 de julio de 1936.
Hace falta cambiar mucho en la Iglesia para lograr esta Iglesia Pueblo de Dios, esta Iglesia Sinodal. Pero la historia nos muestra que hay muchas personas que, desde la fidelidad a su vocación particular, se abren a la libertad que siempre da el espíritu, para proponer obras nuevas, distintas, capaces de responder a necesidades de su tiempo que muchos otros no perciben. Poveda supo vivir un ministerio más allá de la “dignidad sacerdotal” propia de su tiempo, en la medida que se comprometió con una Obra donde el laicado asumió el protagonismo, sabiendo él disminuir para que creciera la naciente Institución Teresiana.
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