San Romero de América ¡Ruega por nosotros!
Por fin llega el día de la canonización de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Sabemos que su martirio, ocurrido el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la eucaristía, fue dejado en la sombra por la porción de Iglesia que, llena de temores y de intereses particulares, no ha sido capaz de acompañar la evangélica articulación -fe y justicia social- y ha estigmatizado todo aquello que pueda parecer de “izquierda”, incluida la teología de la liberación y sus principales representantes. Es la misma porción de iglesia que hoy se siente “incómoda” con el papa Francisco y no acaba de secundar su mensaje. Tal vez muchos obispos y cristianos de mentalidad más conservadora, estarán presentes en la canonización pero tendrán que hacer un esfuerzo cuando oigan pronunciar el nombre de Romero porque en el pasado lo invisibilizaron y hasta hablaron en su contra, y buscarán justificar su presencia allí, con la canonización de los otros santos, especialmente, la del Papa Pablo VI que no despierta controversia como Romero. De hecho el propio papa Francisco afirmó que Romero fue mártir dos veces: cuando lo asesinaron y cuando sus propios hermanos obispos lo “difamaron, calumniaron y arrojaron tierra sobre su nombre”.
Pero desde su muerte, también una porción de iglesia lo reconoció como santo –sin esperar hasta esta declaración oficial- y no ha dejado de inspirarse en su vida y reconocer su martirio. Personalmente, en los años seguidos a su martirio, aproveché mucho la película de Romero para mis clases de teología, destacando la conversión que Romero vivió cuando se dejó tocar por la suerte de su pueblo y la voz profética que no temió enfrentarse a los poderes de este mundo cuando atacaban a sus hermanos, especialmente, a los más pobres e indefensos. Lamentablemente en las últimas décadas, cada vez llegaban estudiantes más renuentes a su figura y formados, incluso en contra, de este caminar eclesial latinoamericano comprometido con la justicia y la vida digna de los pueblos.
Ahora bien, por fin, San Romero de América estará en los altares y podremos invocarlo con todas las letras para que su vida inspire la nuestra. Y ¡ojala lo hagamos mucho y sin descanso! De nuevo nos enfrentamos a un sistema neoliberal galopante que se arraiga en nuestra América Latina y roba más y más la vida digna para todos. Se fortalece también una visión de “derecha” y hasta “fascista” –como es el caso de Brasil en estos días- que enceguece la razón y revela el “dominador” introyectado que tantas personas parecen tener, dando su voto a candidatos tan alejados de la democracia y de la suerte de los pobres. Para nuestro país ¡qué difícil está siendo apostarlo todo por la paz! Inconcebible que tantos cristianos sean los más renuentes, los que más obstáculos ponen, los que dejan toda sensatez y no son capaces de apostar por políticas más sociales, por ministros más honestos, por una iglesia más comprometida con los más necesitados.
La opción por los pobres y la voz profética frente a todas las injusticias vuelve a primer plano con la canonización de San Romero de América. Las canonizaciones tienen sentido porque los santos y santas son modelos de vida y santidad. Y la santidad siempre ha pasado por la justicia social: -profetas del Antiguo Testamento, El reino anunciado por Jesús, primeras comunidades cristianas y tantos y tantas mártires que han sabido “dar su vida hasta el extremo” (Jn 13, 1)-. Alegrémonos por Romero pero, sobre todo, arriesguémonos a secundar sus pasos en esta historia que vivimos y en esta Iglesia que aún está tan lejos de ser servidora y “pobre y para los pobres”, como lo señaló el Papa Francisco al inicio de su pontificado.
Pero desde su muerte, también una porción de iglesia lo reconoció como santo –sin esperar hasta esta declaración oficial- y no ha dejado de inspirarse en su vida y reconocer su martirio. Personalmente, en los años seguidos a su martirio, aproveché mucho la película de Romero para mis clases de teología, destacando la conversión que Romero vivió cuando se dejó tocar por la suerte de su pueblo y la voz profética que no temió enfrentarse a los poderes de este mundo cuando atacaban a sus hermanos, especialmente, a los más pobres e indefensos. Lamentablemente en las últimas décadas, cada vez llegaban estudiantes más renuentes a su figura y formados, incluso en contra, de este caminar eclesial latinoamericano comprometido con la justicia y la vida digna de los pueblos.
Ahora bien, por fin, San Romero de América estará en los altares y podremos invocarlo con todas las letras para que su vida inspire la nuestra. Y ¡ojala lo hagamos mucho y sin descanso! De nuevo nos enfrentamos a un sistema neoliberal galopante que se arraiga en nuestra América Latina y roba más y más la vida digna para todos. Se fortalece también una visión de “derecha” y hasta “fascista” –como es el caso de Brasil en estos días- que enceguece la razón y revela el “dominador” introyectado que tantas personas parecen tener, dando su voto a candidatos tan alejados de la democracia y de la suerte de los pobres. Para nuestro país ¡qué difícil está siendo apostarlo todo por la paz! Inconcebible que tantos cristianos sean los más renuentes, los que más obstáculos ponen, los que dejan toda sensatez y no son capaces de apostar por políticas más sociales, por ministros más honestos, por una iglesia más comprometida con los más necesitados.
La opción por los pobres y la voz profética frente a todas las injusticias vuelve a primer plano con la canonización de San Romero de América. Las canonizaciones tienen sentido porque los santos y santas son modelos de vida y santidad. Y la santidad siempre ha pasado por la justicia social: -profetas del Antiguo Testamento, El reino anunciado por Jesús, primeras comunidades cristianas y tantos y tantas mártires que han sabido “dar su vida hasta el extremo” (Jn 13, 1)-. Alegrémonos por Romero pero, sobre todo, arriesguémonos a secundar sus pasos en esta historia que vivimos y en esta Iglesia que aún está tan lejos de ser servidora y “pobre y para los pobres”, como lo señaló el Papa Francisco al inicio de su pontificado.