Terminó la visita del Papa a Sudamérica dejando ese grato sabor a “Evangelio” (parte 2)
El discurso a los movimientos populares, tal vez fue el discurso que más trascendió a la prensa internacional, por su carácter social y sus afirmaciones contundentes de cara a la realidad política y económica que vivimos. De alguna manera fue la puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia que tiene valiosos documentos pero que no se conocen suficientemente o que no se pronuncian con tono profético, como esta vez, lo hizo Francisco. El reconocimiento del valor que tienen estos movimientos fue el inicio del discurso: “me alegra verlos de nuevo aquí, debatiendo los mejores caminos para superar las graves situaciones de injusticia que sufren los excluidos de todo el mundo”. Además dice que al estar con ellos siente “fraternidad, garra, entrega, sed de justicia” y que se alegra que muchos cristianos articulen esfuerzos con ellos. Sólo estas afirmaciones ya abren un horizonte muy distinto al que se predica en algunas otras instancias para quienes toda preocupación social parece traición al evangelio y desvío de la misión de la Iglesia. Por el contrario, Francisco siguió insistiendo en una iglesia de puertas abiertas capaz de una colaboración real, permanente y comprometida con los movimientos populares. Continuo reforzando los tres derechos sagrados de todas las personas: tierra,techo y trabajo y señaló que vale la pena luchar por ellos.
Aclarando que su mensaje es global, para que no se sienta que habla por una realidad particular, hizo caer en la cuenta, que se necesita un cambio. Y se refirió a la necesidad de un cambio de estructuras. En primer lugar lo revela el cambio climático que muestra la urgencia de trabajar por una ecología integral. Pero también invita a reconocer que detrás de tanta miseria que hay en el mundo está el “estiércol del diablo” que puede interpretarse como esa ambición desenfrenada de dinero que gobierna al mundo. A toda esta realidad no se puede responder más que comprometiéndose con ser gestores de ese cambio. Vivirlo como proceso, cambiando la mente y el corazón, porque el cambio que se requiere supone todas las dimensiones humanas. Y, buscando concretar su mensaje les propuso tres tareas: (1) Poner la economía al servicio de los pueblos y no al servicio del dinero que solo propicia exclusión e inequidad. Por el contrario la economía está llamada a propiciar ese “vivir bien” de los pueblos indígenas; (2) Unir a los pueblos en el camino de la paz y la justicia y se refirió a los esfuerzos latinoamericanos por la construcción de la “Patria Grande” que ayudan a liberarse de los nuevos colonialismos que vienen del ídolo dinero con sus corporaciones, prestamistas, tratados de libre comercio, imposición de medidas de austeridad, etc., o que bajo el ropaje de lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo se imponen medidas a los Estados que poco tienen que ver con una verdadera solución de estos problemas. La concentración monopólica de los medios de comunicación social, imponen un colonialismo ideológico, con sus pautas de consumo y uniformidad cultural. Con relación al colonialismo, el Papa pidió perdón por loa abusos cometidos con los pueblos originarios de América en tiempos de la colonia por parte de la Iglesia; (3) Defender la Madre tierra. Terminó su discurso señalando que los cambios no vienen solamente de los grandes dirigentes sino de los propios pueblos, de su capacidad de organizarse y trabajar para no haya ningún pueblo sin soberanía, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Como ya lo ha hecho en otras intervenciones, se despidió con un lenguaje coloquial pidiéndoles “que me piensen bien y me manden buena onda”.
Con los presos del centro de Rehabilitación en Santa Cruz su discurso fue sencillo, poniéndose delante de ellos como el primero que ha sido perdonado y salvado de sus muchos pecados. Los alentó a que crean que se puede volver a comenzar y a los encargados del centro les invitó a darse cuenta de la responsabilidad que tienen en ese proceso de inserción de los presos a la sociedad, buscando que sus acciones ayuden a dignificar y no humillar, a animar y no a afligir.
En Paraguay, en el saludo a las autoridades, recordó la cruel y difícil historia que ese pueblo ha tenido, entre otras causas por las guerras y otras violaciones a los derechos humanos, y destacó el papel de la mujer paraguaya en la reconstrucción de ese país y en la capacidad de sembrar esperanza. En estos esfuerzos de reconstrucción del país, no se deben olvidar que los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario.
En la visita a los niños del hospital pediátrico, de nuevo con su lenguaje coloquial les habló de la vez que Jesús se enojó o le dio “bronca” y fue cuando no dejaban que los niños se acercarán a Él. Así les alabo diciendo que los mayores tendrían que aprender de los niños la confianza, alegría y ternura y su capacidad de ser “luchadores” frente a su enfermedad.
En el discurso a los representantes de la sociedad civil en el estadio León Condou, refiriéndose a los jóvenes y con un lenguaje del mundo futbolístico les invitó “a jugársela por algo, a jugársela por alguien, no tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio y la lucha. No coimeen al réferi”. También fue respondiendo varias preguntas que le habían hecho, invitando al diálogo sincero y franco y a tener un objetivo común: el amor a la Patria, sin ahogar la riqueza que da la diversidad pero sabiendo escucharse y buscando articular fuerzas. Con respecto a los pobres hizo una llamada a incluirlos pero sin usarlos desde una mirada ideológica. Se puede caer en decir que se están haciendo cosas por el pueblo pero sin contar con él. Por el contrario, a los pobres hay que valorarlos en su bondad propia y estar dispuestos a aprender de ellos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad. Y esto es más claro para los cristianos porque nuestra fe nos dice que en los pobres vemos el rostro y la carne de Cristo. Ante la necesidad de generar crecimiento económico no se debe olvidar que este siempre ha de tener rostro humano. La economía no puede sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y la rentabilidad. Siempre ha de buscarse el bien de las personas y, especialmente, de los más pobres.
La misa en el Campo Grande de Un Guasú habló de las actitudes que Jesús pide para sus discípulos que algunos consideran exageradas o absurdas pero que, por el contrario, son la cédula de identidad del cristiano. Basándose en la cita de Mc 6, 8-11 invita a no llevar para el camino más que un bastón; no hace falta llevar pan, ni alforja, ni dinero. Pero además de esto hay una actitud que debe caracterizar a todo cristiano: la hospitalidad. Ser capaces de hospedar, de alojar. El discipulado no es para sentirse poderoso, dueño, jefe, cargado de leyes y normas. El discípulo ha de transformar comenzando por su propio corazón y el de los demás. La misión no consiste en miles de programas y estrategias sino en seguir la lógica del evangelio que va por la línea del alojar, del hospedar. Y ¿a quienes? Al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso, al leproso, al paralitico. Hospedar a los que no piensan como nosotros, a los que han perdido la fe. Hospitalidad con el desempleado, el perseguido, el de culturas diferentes.
En el encuentro con los jóvenes en la costanera, dejo el discurso que tenía preparado y respondió con espontaneidad las preguntas que le habían hecho. Se refirió a la libertad. Y a que los jóvenes puedan conocer a Jesús para que tengan esperanza y fortaleza capaces de vivir las Bienaventuranzas que son el plan de Jesús para nosotros. Finalizó diciendo que un sacerdote le dice que él manda a los jóvenes a hacer lío y luego los sacerdotes son los que tienen que arreglar el lío. Pero el Papa les volvió a decir: hagan lío pero arreglen después el lío que hacen. Un lío que les dé un corazón libre, solidario, con esperanza.
Muchos otros aspectos podrían relatarse y, seguramente, otras síntesis pueden ser más completas. Pero a lo largo de estas palabras se percibe “sabor a evangelio”, “a los preferidos del reino”, desde este estilo latinoamericano acostumbrado a la calidez, la sencillez, la espontaneidad y la conciencia de ser pueblos con ansias de libertad y de transformación, desde una fe profunda, que por gracia del Espíritu, el Papa Francisco está testimoniando desde su voz profética y audaz y su actuar coherente con la misión que Jesús nos encomienda.
Aclarando que su mensaje es global, para que no se sienta que habla por una realidad particular, hizo caer en la cuenta, que se necesita un cambio. Y se refirió a la necesidad de un cambio de estructuras. En primer lugar lo revela el cambio climático que muestra la urgencia de trabajar por una ecología integral. Pero también invita a reconocer que detrás de tanta miseria que hay en el mundo está el “estiércol del diablo” que puede interpretarse como esa ambición desenfrenada de dinero que gobierna al mundo. A toda esta realidad no se puede responder más que comprometiéndose con ser gestores de ese cambio. Vivirlo como proceso, cambiando la mente y el corazón, porque el cambio que se requiere supone todas las dimensiones humanas. Y, buscando concretar su mensaje les propuso tres tareas: (1) Poner la economía al servicio de los pueblos y no al servicio del dinero que solo propicia exclusión e inequidad. Por el contrario la economía está llamada a propiciar ese “vivir bien” de los pueblos indígenas; (2) Unir a los pueblos en el camino de la paz y la justicia y se refirió a los esfuerzos latinoamericanos por la construcción de la “Patria Grande” que ayudan a liberarse de los nuevos colonialismos que vienen del ídolo dinero con sus corporaciones, prestamistas, tratados de libre comercio, imposición de medidas de austeridad, etc., o que bajo el ropaje de lucha contra la corrupción, el narcotráfico o el terrorismo se imponen medidas a los Estados que poco tienen que ver con una verdadera solución de estos problemas. La concentración monopólica de los medios de comunicación social, imponen un colonialismo ideológico, con sus pautas de consumo y uniformidad cultural. Con relación al colonialismo, el Papa pidió perdón por loa abusos cometidos con los pueblos originarios de América en tiempos de la colonia por parte de la Iglesia; (3) Defender la Madre tierra. Terminó su discurso señalando que los cambios no vienen solamente de los grandes dirigentes sino de los propios pueblos, de su capacidad de organizarse y trabajar para no haya ningún pueblo sin soberanía, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez. Como ya lo ha hecho en otras intervenciones, se despidió con un lenguaje coloquial pidiéndoles “que me piensen bien y me manden buena onda”.
Con los presos del centro de Rehabilitación en Santa Cruz su discurso fue sencillo, poniéndose delante de ellos como el primero que ha sido perdonado y salvado de sus muchos pecados. Los alentó a que crean que se puede volver a comenzar y a los encargados del centro les invitó a darse cuenta de la responsabilidad que tienen en ese proceso de inserción de los presos a la sociedad, buscando que sus acciones ayuden a dignificar y no humillar, a animar y no a afligir.
En Paraguay, en el saludo a las autoridades, recordó la cruel y difícil historia que ese pueblo ha tenido, entre otras causas por las guerras y otras violaciones a los derechos humanos, y destacó el papel de la mujer paraguaya en la reconstrucción de ese país y en la capacidad de sembrar esperanza. En estos esfuerzos de reconstrucción del país, no se deben olvidar que los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario.
En la visita a los niños del hospital pediátrico, de nuevo con su lenguaje coloquial les habló de la vez que Jesús se enojó o le dio “bronca” y fue cuando no dejaban que los niños se acercarán a Él. Así les alabo diciendo que los mayores tendrían que aprender de los niños la confianza, alegría y ternura y su capacidad de ser “luchadores” frente a su enfermedad.
En el discurso a los representantes de la sociedad civil en el estadio León Condou, refiriéndose a los jóvenes y con un lenguaje del mundo futbolístico les invitó “a jugársela por algo, a jugársela por alguien, no tengan miedo de dejar todo en la cancha. Jueguen limpio, jueguen con todo. No tengan miedo de entregar lo mejor de sí. No busquen el arreglo previo para evitar el cansancio y la lucha. No coimeen al réferi”. También fue respondiendo varias preguntas que le habían hecho, invitando al diálogo sincero y franco y a tener un objetivo común: el amor a la Patria, sin ahogar la riqueza que da la diversidad pero sabiendo escucharse y buscando articular fuerzas. Con respecto a los pobres hizo una llamada a incluirlos pero sin usarlos desde una mirada ideológica. Se puede caer en decir que se están haciendo cosas por el pueblo pero sin contar con él. Por el contrario, a los pobres hay que valorarlos en su bondad propia y estar dispuestos a aprender de ellos en humanidad, en bondad, en sacrificio, en solidaridad. Y esto es más claro para los cristianos porque nuestra fe nos dice que en los pobres vemos el rostro y la carne de Cristo. Ante la necesidad de generar crecimiento económico no se debe olvidar que este siempre ha de tener rostro humano. La economía no puede sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y la rentabilidad. Siempre ha de buscarse el bien de las personas y, especialmente, de los más pobres.
La misa en el Campo Grande de Un Guasú habló de las actitudes que Jesús pide para sus discípulos que algunos consideran exageradas o absurdas pero que, por el contrario, son la cédula de identidad del cristiano. Basándose en la cita de Mc 6, 8-11 invita a no llevar para el camino más que un bastón; no hace falta llevar pan, ni alforja, ni dinero. Pero además de esto hay una actitud que debe caracterizar a todo cristiano: la hospitalidad. Ser capaces de hospedar, de alojar. El discipulado no es para sentirse poderoso, dueño, jefe, cargado de leyes y normas. El discípulo ha de transformar comenzando por su propio corazón y el de los demás. La misión no consiste en miles de programas y estrategias sino en seguir la lógica del evangelio que va por la línea del alojar, del hospedar. Y ¿a quienes? Al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al preso, al leproso, al paralitico. Hospedar a los que no piensan como nosotros, a los que han perdido la fe. Hospitalidad con el desempleado, el perseguido, el de culturas diferentes.
En el encuentro con los jóvenes en la costanera, dejo el discurso que tenía preparado y respondió con espontaneidad las preguntas que le habían hecho. Se refirió a la libertad. Y a que los jóvenes puedan conocer a Jesús para que tengan esperanza y fortaleza capaces de vivir las Bienaventuranzas que son el plan de Jesús para nosotros. Finalizó diciendo que un sacerdote le dice que él manda a los jóvenes a hacer lío y luego los sacerdotes son los que tienen que arreglar el lío. Pero el Papa les volvió a decir: hagan lío pero arreglen después el lío que hacen. Un lío que les dé un corazón libre, solidario, con esperanza.
Muchos otros aspectos podrían relatarse y, seguramente, otras síntesis pueden ser más completas. Pero a lo largo de estas palabras se percibe “sabor a evangelio”, “a los preferidos del reino”, desde este estilo latinoamericano acostumbrado a la calidez, la sencillez, la espontaneidad y la conciencia de ser pueblos con ansias de libertad y de transformación, desde una fe profunda, que por gracia del Espíritu, el Papa Francisco está testimoniando desde su voz profética y audaz y su actuar coherente con la misión que Jesús nos encomienda.