Nacido en un viaje

Vivirá marcado para siempre con el sello de la itineranciay el desplazamiento

Nacerá en una bodega entre viajeros clandestinos./Lo calentará el vapor de la sala de máquinas./Lo acunará el balanceo del mar a través./Cortarán con los dientes el cordón umbilical./Lo arrojarán al mar, a la misericordia./ (…) No existe mundo para él./ A estos hijos/ que nunca han llevado un vestido o un nombre/ los marineros los llaman Jesús/ porque nacen en un viaje, sin llegada./ Está con aquellos que viven el tiempo de nacer./Va con aquellos que duran una hora”. (Erri de Luca)

“Va-con-aquellos-que…” Es una buena traducción del nombre Emmanuel,  llegado al mundo bajo el signo del desplazamiento y marcado para siempre con el sello de la itinerancia. O del caos, como los niños que nacieron en la noche de la dana y siguen naciendo en Gaza, Sudán o Ucrania.

               Cuando el recién llegado llegue a adulto, se pondrá instintivamente del lado de los que carecen de un techo seguro, de los que dependen del reconocimiento o la hospitalidad de otros, de quienes no pueden dar la vida por supuesta. Será uno más de los huéspedes del aire, de los que viven como pájaros sin nido. Amigo de sus amigos, caminará con ellos a pie,   durmiendo al raso a veces  o en la popa de una barca;  buscará la proximidad   de la gente más diversa, sostendrá sus vidas, les será fiel hasta el final.

“Va-con-aquellos-que…” Lo encuentro expresado de manera sorprendente y cautivadora  en un pintor ruso actual,  Andrei Bodko, que – oh dichosa ventura – he descubierto hace poco (https://www.instagram.com/andrei_bodko/?hl=es). Licenciado por la Universidad Ortodoxa de Moscú y artista callejero hasta los 25 años,  en su colección de cuadros Siempre cerca, presenta a Cristo con los rasgos tradicionales  de los iconos,  pero pegado a gente que está en las más diversas situaciones: come con un grupo de obreros, descarga un camión de ayuda humanitaria, pide junto a un vagabundo en la calle, espera turno con otros en el ambulatorio, ofrece agua a un corredor de maratón, acompaña a un preso en su celda, sostiene en sus rodillas el gato de una anciana…

Al verlos, se me ocurre proponer un “Photoshop a lo divino”: imaginar que somos uno de esos a los que se ha arrimado El-que-va-con-nosotros y preguntarnos cómo nos afecta Su presencia a nuestro lado.  Posiblemente experimentemos una repentina des-coincidencia  con lo que creíamos ser, una des-conexión de lo que otros ven, piensan o dicen de nosotros y una liberadora des-preocupación por todo eso. Rendirse al reconocimiento incondicional de El-que-va-con-nosotros,  despeja el camino a nuestra verdadera identidad que emerge con la frescura de la primera mañana de la creación.

Empezamos a entender algo de lo que decía Pablo de la vida “escondida en Cristo Jesús” y nos sentimos  plenamente contemporáneos del mundo,  pero sin perder el ánimo ante sus catástrofes porque está junto a nosotros, sosteniéndonos,  el Experto en fracasos, el  Maestro en resistencias,  el Garante de esperanzas, el Vencedor de la muerte.

En una escena emocionante de la película Los destellos de Pilar Palomero, un hombre cercano a la muerte y su hija bailan abrazados tarareando la canción “A tu vera, siempre a la verita tuya, hasta que por ti me muera”.

No sé si hay himno litúrgico o villancico que acierte mejor a dar noticia  cabal del Dios que se nos acerca en Navidad para estar siempre a la verita nuestra.

Dolores Aleixandre rscj ALANDAR Diciembre 2024

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