Vivir el misterio pascual desde el horizonte de la misericordia
Nos preparamos nuevamente para celebrar el misterio pascual: la muerte y resurrección de Jesús. Pero esto no lo podemos hacer al margen de la realidad concreta que vivimos. Por eso la Semana Santa no puede quedarse en el cúmulo de celebraciones litúrgicas que ocupan esos días sino que han de estar cargadas de la vida misma donde la fe se hace acto y la resurrección es la meta que esperamos.
Por eso nos preguntamos: ¿cuáles son las cruces que traemos? ¿Quiénes los crucificados de este tiempo presente? ¿cuáles las causas de estas cruces? En Colombia la construcción de la paz alienta nuestra esperanza pero no deja de estar cargada de cruces que hemos de saber llevar para superar y transformar. Implementar los “Acuerdos de Paz” no es tarea fácil. Son muchas las exigencias que supone y se necesita muy buena voluntad de todas las partes para ir poniendo en práctica lo acordado y para no detener la marcha, por muchas dificultades que surjan. Por eso esta realidad que vivimos no puede ser ajena a esta semana santa sino que, por el contrario, ha de llenar nuestras celebraciones de manera que encontremos en ellas la ocasión precisa para fortalecer este empeño por la paz y tener más confianza en que la resurrección es posible.
Pero también están todos los demás problemas en los que se juega la vida de los más pobres. Hace falta más voluntad política para que los planes de desarrollo busquen transformaciones estructurales que cambien, en primer lugar, la vida de los últimos de cada momento. Los beneficios para unos no pueden sacrificar la vida de la mayoría. Pero así, por desgracia, sucede muchas veces. Ahora bien, desde la experiencia de fe, no puede imperar la lógica de la mayor ganancia o de la eficacia por sí misma. Lo que interesa es la vida de la gente y la cruz de Jesús nos lo recuerda incesantemente.
Si a Jesús lo crucificaron fue por poner en primer lugar a la persona. Para él no contaba la ley, ni lo establecido, ni lo que siempre fue así, cuando algo de esto atacaba la dignidad del ser humano. Pero a veces no parece, que los cristianos hubiésemos entendido ese mensaje que Jesús nos da con su propia vida. Muchas veces por una conciencia ingenua o irresponsable o egoísta –cada uno puede ver en donde se sitúa- apoyamos gobiernos que no piensan en los más pobres sino en la lógica del mercado, la competencia y la ganancia para los más ricos. Así se explica el avance del neoliberalismo o, como el Papa dice, “de esta economía que mata” y de gobiernos que siguen enarbolando esas banderas, acabando una vez más, con los derechos sociales que deberían llegar cada vez a más gente.
¡Nada de lo que pasa en el mundo es ajeno a la fe y al misterio pascual que celebramos! ¿cuándo lograremos entenderlo? Y si ampliamos la mirada no podemos dejar de lado el drama de la inmigración, sobre todo en Europa, por lejos que este en cierto sentido esa realidad, ni mucho menos la situación de Estados Unidos donde los inmigrantes están amenazados no sólo por medidas efectivas que se quieren implementar contra ellos, sino también por la mentalidad que se alimenta de fomentar el nacionalismo viendo a los otros como peligro y causa de los problemas que les aquejan.
Esas y muchas otras realidades -que no alcanzamos a nombrar aquí- son las cruces de este siglo XXI, cruces que esperan la resurrección que Cristo nos trae. ¿Cómo vislumbrar, trabajar, abrir caminos para que la resurrección sea posible? Lógicamente la resurrección es don de Dios, gracia suya, que no podemos alcanzar por nuestros méritos ni esfuerzos. Pero mirando a Jesús si podemos seguir su camino, confiados de que por ahí se hace posible la vida resucitada.
¿Cuál es este camino? Fidelidad al amor de Dios por la humanidad, por toda ella, buscando la vida digna y plena para todos. Atención preferencial por los más necesitados de su tiempo. Es decir, saber mirar la realidad desde ellos y con ellos. Desde abajo y no desde arriba. Desde el servicio y no desde el poder. Desde la lógica del reino y no desde la lógica de la libre competencia o del poder del más fuerte. De esta manera se abren caminos para la resurrección.
Y una nota más: con la misericordia como horizonte para acercarnos a todas las realidades. Este es uno de los aspectos que el Obispo de Roma más ha señalado y no por capricho personal sino porque responde a la esencia más honda del evangelio del reino. ¿Es esta la actitud que dirige y sostiene nuestra vida cristiana? No olvidemos que el Papa en la Carta Misericordia et Misera con la que se concluyó el Jubileo extraordinario de la Misericordia, invita “a dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos ‘muchos otros signos’ que Jesús realizó y que ‘no están escritos’ (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él” (MM No. 18).
Por tanto, que la vivencia del misterio pascual nos regale la creatividad suficiente para impregnar de misericordia nuestro mundo para que la resurrección sea una experiencia fecunda no solo de un tiempo litúrgico sino del día a día donde el reino ha de hacerse presente a través de nuestro testimonio comprometido.
Por eso nos preguntamos: ¿cuáles son las cruces que traemos? ¿Quiénes los crucificados de este tiempo presente? ¿cuáles las causas de estas cruces? En Colombia la construcción de la paz alienta nuestra esperanza pero no deja de estar cargada de cruces que hemos de saber llevar para superar y transformar. Implementar los “Acuerdos de Paz” no es tarea fácil. Son muchas las exigencias que supone y se necesita muy buena voluntad de todas las partes para ir poniendo en práctica lo acordado y para no detener la marcha, por muchas dificultades que surjan. Por eso esta realidad que vivimos no puede ser ajena a esta semana santa sino que, por el contrario, ha de llenar nuestras celebraciones de manera que encontremos en ellas la ocasión precisa para fortalecer este empeño por la paz y tener más confianza en que la resurrección es posible.
Pero también están todos los demás problemas en los que se juega la vida de los más pobres. Hace falta más voluntad política para que los planes de desarrollo busquen transformaciones estructurales que cambien, en primer lugar, la vida de los últimos de cada momento. Los beneficios para unos no pueden sacrificar la vida de la mayoría. Pero así, por desgracia, sucede muchas veces. Ahora bien, desde la experiencia de fe, no puede imperar la lógica de la mayor ganancia o de la eficacia por sí misma. Lo que interesa es la vida de la gente y la cruz de Jesús nos lo recuerda incesantemente.
Si a Jesús lo crucificaron fue por poner en primer lugar a la persona. Para él no contaba la ley, ni lo establecido, ni lo que siempre fue así, cuando algo de esto atacaba la dignidad del ser humano. Pero a veces no parece, que los cristianos hubiésemos entendido ese mensaje que Jesús nos da con su propia vida. Muchas veces por una conciencia ingenua o irresponsable o egoísta –cada uno puede ver en donde se sitúa- apoyamos gobiernos que no piensan en los más pobres sino en la lógica del mercado, la competencia y la ganancia para los más ricos. Así se explica el avance del neoliberalismo o, como el Papa dice, “de esta economía que mata” y de gobiernos que siguen enarbolando esas banderas, acabando una vez más, con los derechos sociales que deberían llegar cada vez a más gente.
¡Nada de lo que pasa en el mundo es ajeno a la fe y al misterio pascual que celebramos! ¿cuándo lograremos entenderlo? Y si ampliamos la mirada no podemos dejar de lado el drama de la inmigración, sobre todo en Europa, por lejos que este en cierto sentido esa realidad, ni mucho menos la situación de Estados Unidos donde los inmigrantes están amenazados no sólo por medidas efectivas que se quieren implementar contra ellos, sino también por la mentalidad que se alimenta de fomentar el nacionalismo viendo a los otros como peligro y causa de los problemas que les aquejan.
Esas y muchas otras realidades -que no alcanzamos a nombrar aquí- son las cruces de este siglo XXI, cruces que esperan la resurrección que Cristo nos trae. ¿Cómo vislumbrar, trabajar, abrir caminos para que la resurrección sea posible? Lógicamente la resurrección es don de Dios, gracia suya, que no podemos alcanzar por nuestros méritos ni esfuerzos. Pero mirando a Jesús si podemos seguir su camino, confiados de que por ahí se hace posible la vida resucitada.
¿Cuál es este camino? Fidelidad al amor de Dios por la humanidad, por toda ella, buscando la vida digna y plena para todos. Atención preferencial por los más necesitados de su tiempo. Es decir, saber mirar la realidad desde ellos y con ellos. Desde abajo y no desde arriba. Desde el servicio y no desde el poder. Desde la lógica del reino y no desde la lógica de la libre competencia o del poder del más fuerte. De esta manera se abren caminos para la resurrección.
Y una nota más: con la misericordia como horizonte para acercarnos a todas las realidades. Este es uno de los aspectos que el Obispo de Roma más ha señalado y no por capricho personal sino porque responde a la esencia más honda del evangelio del reino. ¿Es esta la actitud que dirige y sostiene nuestra vida cristiana? No olvidemos que el Papa en la Carta Misericordia et Misera con la que se concluyó el Jubileo extraordinario de la Misericordia, invita “a dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos ‘muchos otros signos’ que Jesús realizó y que ‘no están escritos’ (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él” (MM No. 18).
Por tanto, que la vivencia del misterio pascual nos regale la creatividad suficiente para impregnar de misericordia nuestro mundo para que la resurrección sea una experiencia fecunda no solo de un tiempo litúrgico sino del día a día donde el reino ha de hacerse presente a través de nuestro testimonio comprometido.