La tentación del poder

El fenómeno de la continuidad en el poder bien sea por vía de imposición o de reelección ha acompañado la historia de la humanidad. Hoy aparece de nuevo en los presidentes con segundos mandatos y en los que anuncian la continuidad indefinida. También en niveles menores de decisión se constata la misma tradición. Directores, superiores, coordinadores, etc., muchas veces son reelegidos y se hacen excepciones a las reglas establecidas para alargar sus mandatos. Unas veces porque se considera que se ha realizado una buena tarea y ha de continuarse. Otras porque se siente como una especie de traición con la persona que está ejerciendo el poder si no se le elige una vez más. Más de una vez porque parece que no existieran otros candidatos. En definitiva, cualquiera sea la razón, detrás de todo esto se puede vislumbrar la tentación del poder que ataca no solamente a los que lo ejercen sino también a sus seguidores, haciendo igual daño a unos como a los otros.
Por parte de los que pretenden ejercer el poder indefinidamente, aunque de su parte haya buena voluntad y deseo sincero de hacer las cosas bien, el hecho de buscar permanecer en esa posición eternamente los lleva a creerse “indispensables”, “salvadores”, “mesías”. Fácilmente comienzan a reclamar poderes absolutos. Llegan a creerse capaces de resolverlo todo y se sienten con un poder infinito.
Por parte de los seguidores se da una especie de “ceguera” frente a su líder. Llegan a perder la objetividad y capacidad de crítica. No le ven ningún error y justifican todas sus acciones. Algunas teorías psicológicas afirman que en esos casos se vive un mecanismo de proyección de todo aquello que no somos capaces de realizar y lo compensamos con esa persona en la que depositamos la confianza.
En definitiva, el ejercicio del poder no es fácil y supone un trabajo continuo de desprendimiento y libertad, de reflexión y capacidad de crítica. También supone aceptar que la continuidad indefinida trae abusos del poder y, sin duda, cansancio, rutina, poca visión de las cosas, acomodo, poca creatividad. Por el contrario, el cambio genera nuevas posibilidades que deben explorase.
El evangelio nos dice: “No se dejen llamar Maestro porque un solo Maestro tienen ustedes y todos ustedes son hermanos (…) Que el más grande de ustedes se haga servidor de los demás. Porque el que se hace grande será rebajado y el que se humilla será engrandecido” (Mt 23, 8-12). Es decir, el texto nos invita a no sentirnos superiores a nadie y a vivir la real fraternidad propia de los hijos e hijas del mismo Padre. ¡Difícil tarea en una sociedad que busca organizaciones y jerarquías de las más variadas formas! Pero una nueva práctica puede ir introduciéndose en este sentido y los cristianos deberíamos propiciarla. Asumir de una vez por todas que el poder del evangelio es servicio y, por tanto, no admite jerarquías, exclusiones, abusos, excesos, apegos o cualquier otra actitud que impida la libertad y generosidad que debe acompañar nuestras acciones. El desafío es vivirlo en lo cotidiano pero también llevarlo a las esferas públicas. ¿Cómo evitar que surjan líderes que se creen casi dioses? ¿Cómo valorar lo bueno que se realiza sin perder la objetividad y la crítica frente a otras acciones?
América Latina está pasando por un momento difícil a nivel político que no conocemos bien a dónde nos conducirá. La corrupción ha atacado a los de derecha y a los de izquierda. Se afianzan los gobiernos de derecha y neoliberales. Se condena “sin pruebas” -pero con gran despliegue mediático de mentiras- a los de izquierda. Las polarizaciones crecen y los pobres aumentan. Hemos de ser muy críticos con el ejercicio del poder para que su esencia sea, como nos propone Jesús, el servicio y el desprendimiento y favoreciendo siempre a los últimos. Tal vez así encontremos alguna salida a este ambiente tan enrarecido.
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