"Dios en medio de nosotros como fuente de esperanza de una vida mejor" Nostalgia, esperanza y fe

Nostalgia, esperanza y fe
Nostalgia, esperanza y fe

"El  ser humano es por naturaleza un ser nostálgico y por lo tanto  siempre con un grado de insatisfacción. Es un buscador por  naturaleza"

"La esperanza es lo que mueve al mundo y sin  ella la vida no tendría mucha razón de ser porque sería siempre y  sólo instantes sin perspectiva alguna"

"Por ello postulo que, en el fondo, toda búsqueda en el ámbito de lo  finito no es otra cosa que una búsqueda de infinito"

Me llama gratamente la atención ver cada mañana a cientos de miles  de hombres y mujeres que se levantan de madrugada para ir a trabajar. Lo mismo pasa con tantos jóvenes para ir al colegio y a la  universidad y se preparan, muchos con grandes sacrificios, para  lograr un futuro más próspero.  

¿Por qué a pesar de las dificultades de la vida, que a veces son  muchas y nada fáciles, los hombres, las mujeres, ignorantes y doctos,  niños, jóvenes y adultos, creyentes y no creyentes, se mueven, se  movilizan, trabajan, estudian, se casan, etc.? Porque en el fondo de  nuestro ser hay nostalgia. Sí, mucha nostalgia. El diccionario de la  Lengua Española la define como la pena de verse ausente de la patria  o de los deudos o amigos. También la define como tristeza  melancólica originada por el recuerdo de una dicha, pérdida o  añoranza. Yo la definiría como la presencia en lo más íntimo de  nuestro ser de una cierta ausencia que nos duele y nos moviliza con  la ilusión, a veces vana, de recuperarla. Una presencia que se nos  aparece cada día como necesidad, deseo. Es como un “hacer falta" y queremos lograr porque nos mueve la certeza de que es aquello lo  que le da sentido a nuestra vida. 

Nostalgia

No hay nada más propio del hombre que aspirar a tener más, pero  sobre todo a ser más, es decir a crecer en lo que él intuye como una  humanidad plenamente vivida y realizada. Esa es la vida del ser  humano: por un lado se comprende inacabado, es decir por hacerse, y por otro lado intuye que algo bueno puede pasar tanto gracias a su  esfuerzo, a los demás y, para los creyente, a Dios.  

Incluso he conocido personas que, al hacer actos claramente  reprobables, en el fondo lo que buscaban era un bien para ellos. El  ser humano es por naturaleza un ser nostálgico y por lo tanto  siempre con un grado de insatisfacción. Es un buscador por  naturaleza. El asunto está en saber qué buscar y dónde hacerlo. Allí  podemos lograrnos o malograrnos, ser felices o desdichados. 

Esta realidad lejos de hacer pobres nuestras vidas se nos presenta como condición de posibilidad de crecimiento personal, es decir de  crecimiento en humanidad y le entrega al futuro una perspectiva nueva. Esta búsqueda de lo que sacia, y que uno percibe como  posible de alcanzar, es la esperanza. Así, la vida se presenta ante  nuestro ser como una espera de algo que colma nuestra existencia y  a la que no podemos renunciar si queremos ser fieles a nosotros  mismos. En mi opinión, la esperanza es lo que mueve al mundo y sin  ella la vida no tendría mucha razón de ser porque sería siempre y  sólo instantes sin perspectiva alguna. Santo Tomás postula que el  objeto de la esperanza es un bien infinito, es decir la felicidad eterna.  Dice además que no sabemos precisamente en qué consiste, pero la  concebimos como un bien perfecto. En efecto el que se casa lo hace con la esperanza de que va a ser feliz, lo mismo acontece con el que  inicia una carrera, o ingresa al Seminario, o adquiere un bien. Todo  movimiento es hacia algo que no tenemos y que deseamos y que lo  vemos como posible fuente de plenitud y de felicidad, es decir como  un bien.  

Dejar paso a la esperanza…
Dejar paso a la esperanza…

Aquí va una conclusión llena de alegría y optimismo, si alguien cree  que el mundo no tiene horizonte alguno y ninguna posibilidad de  mejorar, se equivoca. Mientras haya un ser humano que se movilice  en busca de algo o de alguien significa que algo bueno puede pasar.  Y me atrevo a decir, pasa. El mundo dejará de ser un bien cuando se  acabe la esperanza y la nostalgia que nos mueve día a día a  levantarnos, y ello, a pesar de todo.  

Hace años atrás visité a una anciana gravemente enferma por  padecer un cáncer terminal. Al saludarla me pidió que por favor  cerrara la ventana de su pieza porque se podía resfriar. ¡Qué  maravilla!, pensé. Esta mujer, sabiendo que se va a morir tenía razones muy potentes para cuidarse de un resfrío. Sin una cuota de  nostalgia y mucha esperanza es muy difícil vivir.  

Una de las bellezas de la fe cristiana es que la esperanza del ser  humano y su búsqueda siempre difícil de saciar ha sido plenamente  colmada. Lo interesante es que esta plenitud no llegó como una idea, un proyecto humano, o una cosa, sino que llegó con el mismo Dios.  Por ello postulo que, en el fondo, toda búsqueda en el ámbito de lo  finito no es otra cosa que una búsqueda de infinito. Por ello tiene  tanto sentido la irrupción de Dios por medio de Jesucristo en la  historia humana porque no es otra cosa que la respuesta del mismo  Dios a ese anhelo profundo que tenemos de más, de infinito, de plena felicidad. San Agustín decía que su corazón estará inquieto  hasta que no descanse en Dios y Santa Teresa que moría porque no  moría dado que solamente en Dios encontrará la plenitud que en la  tierra solo puede intuir y pregustar.  

En este contexto, la fe, la opción creyente, adquiere plena carta de  ciudadanía en nuestras vidas porque nos recuerda que las búsquedas de todos los días tienen una respuesta contundente que el hombre  hubiese sido incapaz de considerar: Dios en medio de nosotros como fuente de esperanza de una vida mejor porque está llena de Él

Esperanza

Aquí es dónde la labor de la Iglesia encuentra pleno sentido y plena  realización. Actualizar en medio de la historia y las vicisitudes de la  vida que Dios nos ama y nos guía por el sendero del amor, de la paz que es la condición de posibilidad para ser felices. Así, la vida se  presenta, para el que cree, en la consumación de la promesa ofrecida  por el mismo Dios de ser testigos de su amor y dar testimonio de él.  En este contexto, la fe, la opción creyente, no se comprende como una mera moral o como un conjunto de mandamientos que hay que  cumplir por cumplir, sino como la posibilidad de vivir en plenitud  después de haber encontrado la respuesta a las preguntas que  anidan en el corazón y las hace vida viviendo en consecuencia de  acuerdo a lo bueno, lo bello, lo justo, lo correcto.

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