"Me confieso… estar muy lejos de un cristianismo católico identitario" Carta a don José Ignacio Munilla Aguirre, obispo de Orihuela-Alicante

José Ignacio Munilla
José Ignacio Munilla EFE

"Hoy sentimos una fuerte tentación –a veces incluso en la Iglesia de España– de cerrar filas. Existe la tentación de contrarrestar lo que se percibe como caos con la respuesta de un catolicismo intransigente e identitario"

"¿No está siendo la sociedad plural una 'oportunidad' para nuevos encuentros y no para construir nuevos muros? ¿Son la secularización y la descristianización de España un signo del fin de los tiempos, como piensa un cierto catolicismo identitario?"

"El hecho de que exista una incertidumbre también indica ya una tensión de «búsqueda» en el hombre de hoy: ciertamente no es el momento de «tratar de imponer nada a los demás», sino más bien de «proponer un camino humano» donde haya algo interesante, algo para vivir lo mejor posible"

El tiempo de la Iglesia es el futuro, el futuro. Cuando el pasado y el presente dominan sin un horizonte de futuro, el mensaje evangélico se convierte en una mercancía para vender, se mercantiliza. Incluso la tradición se convierte en una mercancía. Un comercio de alto nivel, claro está: de conceptos, ideas, prácticas, preceptos, valores…, pero comercio al fin y al cabo.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

El mensaje del Evangelio no está disponible, no es comercializable, no está “al alcance de la mano”, no es utilizable. Se sale de control, escapa a cualquier organización, a cualquier forma de propaganda manipuladora. No digamos de la ideología… incluso de aquella ideología bautizada… El Evangelio se proyecta hacia un futuro desconocido, pero siempre hacia el futuro.

La apertura al Espíritu prospera gracias a la capacidad de pensar en el futuro. Si no somos capaces de pensar en un después, en un mañana, en algo que todavía está por suceder, entonces es imposible hablar de una generación del futuro. Parece obvio pensar en el pasado que ya está cumplido y en el presente que se desarrolla mientras pensamos en él. Y sin embargo, para generar futuro –y por tanto esperanza– es necesario imaginar, proyectarnos hacia un futuro posible, reflexionar sobre lo que no podemos ver con los ojos ni tocar con las manos.

Apertura a la incertidumbre

Para hablar del futuro de la Iglesia es necesaria, pues, una apertura a la incertidumbre. Por supuesto, hay quienes piensan que el futuro es una deducción: dadas ciertas condiciones, se puede deducir algo sobre lo que sucederá. Pero esto no tiene nada que ver con lo que los cristianos llamamos esperanza. El futuro confiado a la estadística de probabilidad no se abre a la esperanza, sino al cálculo, al pensamiento calculador capaz de hacer predicciones más o menos fiables. El futuro -incluido el de la Iglesia- sería así la continuación lógica del presente sobre la base del pasado. No hay salto, no hay brecha, no hay abismo, no hay deseo, no hay inquietud, no hay revolución.

Emily Dickinson
Emily Dickinson RRSS

La esperanza de la Iglesia, en cambio, es la inmersión en una historia que nos llega, a la que estamos llamados, sin ser producto de nuestros cálculos, y mucho menos de “planes pastorales” creados por “especialistas”. Si uno tiene esta actitud de fe, entonces las puertas de la esperanza pueden abrirse. Es posible generar futuro, estar abierto a la “posibilidad”, como escribe Emily Dickinson en un espléndido verso -“Habito en la posibilidad”-. No se trata de creer en la probabilidad, sino en la posibilidad, es decir, en la posibilidad de tener una experiencia no atada a los límites de lo estadísticamente probable. La esperanza es el territorio de lo posible, que va mucho más allá del ámbito de la probabilidad. Es el territorio de la gracia, la única posibilidad de “juventud” para la Iglesia. Implica incertidumbre, indeterminación. No el orden, la codificación, lo sólido, sino lo informe, el devenir, lo que aún no está solidificado y definido.

Es necesario “leer” esta inquietud y valorizarla porque todos los sistemas que intentan “calmar” al hombre son perniciosos: conducen, de una manera u otra, al “quietismo existencial”

El motor de la esperanza es, en el fondo, el miedo a no recibir lo esperado, de ahí la duda, la incertidumbre, la precariedad inquieta. Por eso el Papa Francisco habla tan a menudo de una “sana inquietud”, que es el verdadero estado de ánimo de la juventud. Porque piensa en el futuro, en lo inaudito, en lo impredecible. Es necesario “leer” esta inquietud y valorizarla porque todos los sistemas que intentan “calmar” al hombre son perniciosos: conducen, de una manera u otra, al “quietismo existencial”. El futuro se crea en la inquietud.

Catolicismo intransigente e identitario

Hoy, sin embargo, sentimos una fuerte tentación –a veces incluso en la Iglesia de España– de cerrar filas. Existe la tentación de contrarrestar lo que se percibe como caos con la respuesta de un catolicismo intransigente e identitario. Hoy reconocemos que una "fe cristiana y católica" no es una burbuja cerrada en sí misma, ni alimenta el resentimiento hacia un mundo que para algunos parece perdido y a la deriva, abandonado por Dios. La alternativa y propuesta católicas no son una civilización construida sobre la intransigencia de lo puro y de los puros. Eso mata el espíritu. La tentación identitaria es la necrosis del cristianismo.

El papa Francisco
El papa Francisco Vatican Media

En este sentido, el Papa Francisco no rechaza la “utopía” como una mera abstracción. Al contrario, reconoce su carga positiva y su valor social y político. Para el Papa, la utopía es una crítica de la realidad, pero también una búsqueda de nuevos caminos. Aquí se plantea una tarea radical: reconstruir el imaginario de la fe y de la convivencia humana en una sociedad española en cambio, donde los referentes simbólicos y culturales ya no son los que antaño.

Si no hay sensación de vértigo, si no se experimenta el terremoto, si no hay la duda metódica –no la escéptica–, la percepción de la sorpresa incómoda, entonces quizá no hay experiencia evangélica del cristianismo de Iglesia sino otro sucedáneo… El futuro de la Iglesia, en este sentido, vive no sólo como apertura al futuro, suspenso, inquietud, ritmo de armoniosa diversidad,…, sino también como plena reconciliación con todas las dinámicas de lo humano, incluidas aquellas centrífugas respecto a la Iglesia misma e incluso aquellas de los márgenes y desde fuera de la Iglesia.

La Iglesia no es una societas perfecta paralela a la humana, civil. No es un "mundo en sí mismo". Es el Pueblo fiel de Dios en camino

Sólo en el ‘eschaton’ aparecerán en toda su plenitud la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia. La Iglesia no es una societas perfecta paralela a la humana, civil. No es un "mundo en sí mismo". Es el Pueblo fiel de Dios en camino, ‘communio viatorum’. Su juventud y su futuro consisten en reconocer dónde está ya presente el Señor en el mundo, comprender dónde ha sido encontrado y dónde está: ahora animando, ahora llamando, ahora generando creatividad, novedad, sueño… alternativa humana de esperanza. Es necesario releer la experiencia del mundo a la luz de la Providencia y de la Gracia, reconocer los ‘semina verbi’, sin caer nunca en la tentación de la desolación y de la soledad. Tampoco de la crítica gratuita desde ninguna cátedra o púlpito. 

Sí, una Iglesia española más inquieta, inestable, “desinstalada” de ciertos criterios, discursos, horizonte,…, por así decirlo, y que sin embargo, a la luz de la tensión hacia el Reino de Dios y gracias al Evangelio, sabe leer un sentido a los acontecimientos humanos aportando no juicio ni crítica sino sentido y valor. Así descubriremos la verdad de las palabras que Julien Green escribió en su Diario: “Creo que todos estamos en el camino del cristianismo, y eso es todo lo que podemos decir”.

 ¿El fin de los tiempos?

¿Certezas absolutas y dogmáticas contra búsquedas entre luces y sombras? ¿Una clara identidad católica frente a la dispersión del mundo actual? ¿No está siendo la sociedad plural una “oportunidad” para nuevos encuentros y no para construir nuevos muros? ¿Son la secularización y la descristianización de España un signo del fin de los tiempos, como piensa un cierto catolicismo identitario?

En medio de la gente
En medio de la gente Timon Studler

El fin de la civilización cristiana y la dificultad de encontrar un denominador común en los “valores” y la moral “natural”, ¿hacen imposible el diálogo entre creyentes y no creyentes? ¿Cómo conciliar, incluso o precisamente en los mismos creyentes, el clima de incertidumbre actual… con aquella certeza que se ha señalado durante siglos como la característica "autoevidente" de fe? En la era de la duda y la falibilidad científica, "palabras como 'afirmar', y más aún 'saber acerca de Dios', ¿no parecen completamente fuera de lugar? El énfasis en las certezas, propias de cada uno, en el pasado no sólo pero también ha dado lugar a comportamientos contrarios al hombre, y por tanto contrarios a Dios. Las guerras religiosas, todavía no terminadas, están ahí para recordárnoslo.

Incertidumbre y búsqueda

El hecho de que exista una incertidumbre también indica ya una tensión de «búsqueda» en el hombre de hoy: ciertamente no es el momento de «tratar de imponer nada a los demás», sino más bien de «proponer un camino humano» donde haya algo interesante, algo para vivir lo mejor posible. San Agustín diría que “buscar y encontrar van siempre juntos”. No es que sólo porque alguien pueda decir "lo encontré" la búsqueda haya terminado. El cristianismo siempre ha vivido dentro de esta paradoja: “Uno busca encontrar, de lo contrario nunca buscaría”… pero encontrar es siempre el paso hacia “tratar de comprender más”.

En el centro del descubrimiento de la fe no está la Verdad que surge en la historia proclamándose así misma desde la cátedra o del púlpito, sino siempre la relación entre verdad y libertad humana: en el fondo, ¿qué son los Evangelios sino el relato de este encuentro que se hace realidad en una red de relaciones, donde la identidad del propio Jesús sale a la luz sólo después de la percepción de su atractiva humanidad? ¿O no ha aprendido aún la Iglesia después de XX siglos que no hay relación con la verdad que no sea en libertad?

Conferencia Episcopal Española
Conferencia Episcopal Española

No, no creo, en contra de algunas declaraciones de algunos Obispos en España, que “nuestra identidad esté en peligro”. No creo que haya que considerar los valores cristianos, católicos, eclesiales… como “un patrimonio”, una realidad cerrada y no en cambio un factor dinámico de la experiencia humana. Un patrimonio es siempre algo a defender, respecto de lo cual los demás están fuera, no deben mezclarse con nosotros. Una señal de que cualquier cosa que pudiera poner en riesgo nuestra identidad era considerada negativa.

Esta me parece una actitud contraria a lo que Jesús nos enseñó. Concebir la identidad cristiana, católica, eclesial,…, como un patrimonio puesto en riesgo por otras presencias, otras voces,…, significa, en última instancia, considerarla una "cosa" que hay que enterrar bajo tierra para protegerla de los ladrones, no una presencia dinámica y viva en la historia.

Los Evangelios también enseñan que una concepción “patrimonial” del cristianismo “va contra el “método” elegido por Jesús de Nazaret, que es el cara a cara con la libertad humana

¿No existe ninguna relación, incluso confrontación, con otros pensamientos que no pueda ser enriquecedora al menos potencialmente? El otro y lo otro no son una amenaza. Los Evangelios también enseñan que una concepción “patrimonial” del cristianismo “va contra el “método” elegido por Jesús de Nazaret, que es el cara a cara con la libertad humana. Jesús no tenía una identidad cerrada. Él fue al encuentro de los pecadores: cuanto más uno es él mismo, más es capaz de abrir el horizonte estrecho, cuando no cerrado, del fariseísmo. Desde hace dos mil años hasta la actualidad.

La identidad cristiana… puede jugarse en un sentido incluso negativo de oposición… Pero también puede ser una manera de acercarse al otro con libertad. Nadie hoy se quejaría si hubiera muchas más Madre Teresa de Calcuta. Y sin embargo no se puede decir que aquella mujer no tuviera un rostro concreto, definido, preciso. No es que para ser “de todos” no haya que ser de nadie ni de nada. Todo lo contrario. Una identidad cristalina como la de la Madre Teresa, ninguna cultura, ninguna religión la percibe como una amenaza.

Hay un tipo de identidad que, en un clima de pluralismo de concepciones y de estilos de vida como es el de nuestra sociedad, es capaz de ampliar el espacio para todos, de abrir o de ensanchar aún más la tienda

Hay un tipo de identidad que, en un clima de pluralismo de concepciones y de estilos de vida como es el de nuestra sociedad, es capaz de ampliar el espacio para todos, de abrir o de ensanchar aún más la tienda (cf. Isaías 54, 2ss). La prueba es si nosotros, allí donde estamos, creamos esta nueva humanidad en la que pueda brillar la novedad de Cristo, o si, por el contrario, nuestra identidad es utilizada simplemente como escudo para defendernos.

Las nuevas generaciones de nuestro país nacen en una sociedad que ya no es cristiana y que no comparte ciertos valores ¿del Evangelio?, ¿de la Iglesia?, ¿de la tradición católica? … Pero el peligro, en mi opinión, es que si te sientes víctima, tiendes a ser más ‘identitario’. Y, además, cierta agresividad, yo la interpreto así, en algunas declaraciones no ayuda sino a generar y alimentar una mentalidad un poco victimista. Sí, lo confieso, estoy lejos de un cristianismo católico “identitario” tan conservador como con mentalidad de víctima y con talante -en gestos y palabras- agresivo.

Volver arriba