"Viven en su mundo palaciego de Añastro, rodeados de negros gatos y de memorias al Rey Desnudo" Nunca un formulario resultó tan ofensivo

Formulario para la reparación de víctimas
Formulario para la reparación de víctimas

Lo que dicen ofrecer a las víctimas y supervivientes de la iglesia española no es sino delirio, déficit de humildad y en clave del príncipe de Dinamarca, de Shakespeare, “Uno puede sonreír y sonreír, siendo un infame"

La mayoría de las víctimas y supervivientes de pederastia eclesiástica, asociadas y no asociadas, la inmensa mayoría, no creen ya en formularios, en comisiones de atención creadas no se sabe muy bien a qué efecto, y en bucles y más bucles, palabras vacías y peticiones eternas de perdón

Seguir la obra del dramaturgo borgoñón Marcel André Aymé es aprender a compartir magia y realidad, el escenario social y lo cotidiano, por encima de greguerías y celofanes. Aymé, que se encuentra entre mis predilectos creadores, esos a los que cada uno de nosotros acude en busca de aprendizaje y reflexión cuando la vida lo pide, tiene entre sus apuntes superlativos, dos que me competen. “La humildad es la antecámara de todas las perfecciones” y “Algunas personas son tan falsas que ya no son conscientes de que piensan justamente lo contrario de lo que dicen.”

La falsedad es tan antigua como el árbol del Edén, ya lo aventuró el genial realizador cinematográfico del condado de Kenosha, Orson Welles.

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Escribía Vicente Vide Rodríguez, Doctor en Teología por la Universidad de Deusto, en su artículo Análisis Filosófico y Teológico sobre la mentira desde la teoría de los actos de habla (2016), que “La filosofía, la teología y las religiones han de denunciar toda forma de encubrimiento, ocultación de hechos y acontecimientos que constituyan delito, así como todo tipo de hechos que comporten lesiones en la integridad de la dignidad de las personas.”

García Magán, en rueda de prensa
García Magán, en rueda de prensa

Avanzo. El comportamiento de una parte de la Iglesia española, esa que dice no tener obligación jurídica y más bien poca moral, de atender a las víctimas y supervivientes de pederastia, tal y como llegó a afirmar el ensotanado portavoz García Magán, entiendo que aplaudido con vitores por la mayoría de la ejecutiva de la Conferencia Episcopal presidida por Argüello, fan confeso de Isabel La Católica y entiendo que de la bula Si convenit, concedida por el Papa setabense Rodrigo Lanzol y de Borja, Alejandro VI, tiene el arrebato y la impertinencia como protagonistas, la falsedad como sal y pimienta y conculca con premeditación y alevosía, la sabia reflexión de docto Vicente Vide, pero también la lógica, la sinceridad y las buenas formas humanas y cristianas.

Lo que dicen ofrecer a las víctimas y supervivientes de la iglesia española no es sino delirio, déficit de humildad y en clave del príncipe de Dinamarca, de Shakespeare, “Uno puede sonreír y sonreír, siendo un infame.”

La mayoría de las víctimas y supervivientes de pederastia eclesiástica, asociadas y no asociadas, la inmensa mayoría, no creen ya en formularios, en comisiones de atención creadas no se sabe muy bien a qué efecto, y en bucles y más bucles, palabras vacías y peticiones eternas de perdón. Menos cuando el encubrimiento, cuando no incluso la complicidad, queda impune en un camino hacia ninguna parte.

Rueda de prensa en Añastro, sede de la CEE
Rueda de prensa en Añastro, sede de la CEE EFE

Menos aún cuando hace pocos días conocemos que Argüello decide a golpe de decreto, liberar a un pederasta, al cura de Angustias en Valladolid, condenado por abuso sexual a una menor. Podrá dar misa. El escándalo de la falsedad, la cara oculta de la falsa humildad, el descrédito, así de simple.

Pocas son las víctimas y los supervivientes de estos terribles delitos que creen en la actitud de unos príncipes de la Iglesia, parapetados en crucifijos esmaltados, en sellos orondos y en casullas y estolas de larga cola. No son conscientes del daño que causan. De que sus jaulas doradas, alejadas del asfalto, les procuran distancia al mal ajeno. De que resultan poco creíbles.

Viven en su mundo palaciego de Añastro, rodeados de negros gatos y de memorias al Rey Desnudo de Hans Christian Andersen. Solo ellos se lo creen o pretenden que creamos en que se lo creen. Pero en la realidad, en esa que pretenden esquivar, con cantos de sirena tartamuda, no hay espacio para sus delirios y su teatro.

Nunca un formulario resultó ser tan ofensivo. Qui sophistice loquitur odibilis est.

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