David, Juan Carlos Cruz y el 'hombre de blanco' 'Monseñor Camilo', una historia criminal que atañe a un jerarca de la Iglesia peruana

Pedro Salinas
Pedro Salinas

"La carta, dirigida al papa Francisco, comenzaba diciendo: «Con mucho respeto, y algo de temor, quiero contarle una experiencia adolescente de abuso sexual que he guardado por años entre un grupo muy pequeño de amigos y familiares»"

"El abuso se perpetraba durante el sacramento de la confesión. Esta era semanal o quincenal. Pero él fue su único confesor durante unos cinco meses, aproximadamente, cuando «David» apenas era un muchachito imberbe, menor de edad"

En mi último libro “Sin noticias de dios” (Autopublicación, 2022), hay varias subtramas que no se conectan, necesariamente, de forma directa con el Caso Sodalicio, pero que no dejan de ser reveladoras. Una de ellas tiene que ver con una historia criminal que atañe a un jerarca de la iglesia peruana. Si tienen un tiempo en esta holgada semana santa, les dejo algunos extractos para la ocasión. La historia completa se encuentra a partir de la página 543:

(…)

Luego de la publicación de Mitad monjes, mitad soldados, Pao y yo recibimos incontables llamadas, correos electrónicos, whatsapps, mensajes por el inbox del Facebook, y hasta cartas físicas sobre casos de abusos sexuales perpetrados por religiosos de no pocas organizaciones católicas, y también de curas diocesanos de diferentes parroquias. Solamente atinábamos a decir: «Lo siento mucho. Estamos enfocados en el Caso Sodalicio». Porque era la verdad. No había forma material ni tiempo para investigar lo que pasaba en otras congregaciones católicas.

‘Informe RD’ con análisis y el Documento Final del Sínodo

Pedro Salinas
Pedro Salinas

Sí es verdad que hubo un caso que me interesó sobremanera, pues tenía que ver con una autoridad eclesiástica. El caso me lo habían adelantado dos personas, MC y G, que (…)  tenían la versión de primera mano. Esta información llegó a mí entre el 2016 y el 2017. A través de ambos quise contactar a la presunta víctima, pero en ningún caso quería conversar con el autor de estas líneas. Y ahí lo dejé.

Hasta que, hacia fines de junio del 2018, una amiga, «Rosa de Lima» (nombre falso) lo convenció de hablar conmigo, y me lo derivó. Esta persona -a quien conocía, cosas del azar, desde que teníamos edad escolar y con quien teníamos no pocos amigos en común, porque Lima es así, un pañuelo-, finalmente se decidió a contactarme. Había visto la película El Bosque de Karadima, de Matías Lira, y eso cambió todo para él. «Rosa de Lima» me había escrito por el WhatsApp.

—Tengo que preguntarte algo, Pedro. ¿Alguna vez te llegó alguna denuncia sexual contra el obispo «Camilo» (nombre falso)? Es importante. Estoy ayudando a una víctima y esa información es clave

—Sé que existe por lo menos una supuesta víctima de «Camilo». Dos personas distintas me contactaron para ver cómo ayudarlo. Hasta donde sé, nunca lo denunció. Lo conozco desde que era un chiquillo y ambos estábamos en el colegio. Pero no quiere hablar conmigo ni por joder.

—¿Te puedo llamar?

—Sí, claro.

En la comunicación telefónica, constatamos que hablábamos de la misma persona. Fue ella, «Rosa de Lima», quien me contó el impacto que le causó la película sobre Karadima. Que conocía a su familia y que le extrañó mucho cuando la llamó, hasta que le contó parte de lo que había vivido. Le dije entonces que lo persuada de ponerlo todo por escrito y que, a través de nuestros amigos chilenos, en particular Juan Carlos Cruz (…), podíamos tratar de llegar al «hombre de blanco». Eso de hablar como espías del Mossad, era una exótica y huachafosa costumbre gremial, que saltaba automáticamente en este tipo de conversaciones, cada vez que se compartía información sensible.

Le dije también que no le prometía nada, pero que ese podía ser el camino más expeditivo. Por lo menos más expeditivo que el de una denuncia ante el peripatético Tribunal Eclesiástico, donde, además, probablemente se truncase el asunto. Por razones obvias. «Camilo» era un pez gordo. Y ya sabíamos cómo se comportaban algunos jerarcas de la curia cuando el escándalo asomaba la cabeza.

El Papa y Juan Carlos Cruz

«David», como bautizaré a la víctima, se decidió a hacerlo, confiando ciegamente en «Rosa de Lima», en Juan Carlos Cruz y en mí, por lo que procedió a sentarse frente a su ordenador un 5 de julio del 2018 para escribir su testimonio. Luego de leerlo y releerlo varias veces, se lo envió a «Rosa de Lima» para que lo revise. Al día siguiente, finalmente, «David» me escribió por el WhatsApp para reunirnos.

Casi en paralelo me estaba comunicando con Juan Carlos Cruz. Le conté todo en una videollamada que duró más de cinco minutos, como adivinarán, porque Juan Carlos no dejaba de hacerme preguntas e interrumpirme para conocer más detalles y calibrar bien la gravedad de lo que había ocurrido con «David». Luego de media hora de examinar el asunto, me explicó cómo procederíamos en el hipotético caso de que «David» se atreviese a dar el paso para denunciar a monseñor «Camilo».

Y después cambiamos de tema para ponernos al día. Le conté lo de la obra de teatro. Me dijo que estaba yendo de vacaciones a Santiago hacia mediados de julio y me soltó, como jugando, que le provocaría darse un salto por Lima. Lo convencí de que lo haga y de que, con él acá, podíamos hacer un foro con el equipo de La Plaza después de ver San Bartolo. La idea le fascinó. Ese compromiso y generosidad se harían reiterativos en más de una oportunidad. Juan Carlos sentía el Caso Sodalicio como propio. Y lo demostraría una y mil veces, incondicionalmente.

Al comunicarme nuevamente con él, le dije que todo iba viento en popa. Que en La Plaza estaban más que entusiasmados con su presencia en la obra. Que apenas me ratificara la fecha, le iba a organizar entrevistas con medios nacionales (…) A las dos horas me escribió para confirmarme que vendría, y yo, por mi parte, le comenté que «David» había decidido dar el paso.

En el interregno, hubo una catarata de correos electrónicos. Primero entre “David” y mi amiga, luego entre ella y yo, y finalmente con Cruz Chellew. El objetivo era afinar la carta de «David» que debía llegar a manos del papa. La carta, finalmente, salió de mi bandeja el 9 de julio.

Estimado Juan Carlos,

Con cargo a entregarte la carta física la próxima semana que nos veamos en Lima, te adjunto la carta de «David» dirigida al papa Francisco. Se trata de una denuncia gravísima que acusa al obispo «Camilo» de abuso a un menor de edad. El hecho ocurrió hace treinta y cinco años, pero la víctima recién se atreve a denunciar, como suele suceder en muchísimos casos de víctimas abusadas por clérigos católicos. Como podrás inferir, hemos podido hacer pública la denuncia a través de los medios de comunicación, provocando un terremoto de proporciones inimaginables, como hicimos anteriormente con el Caso Sodalicio, pero la víctima quiere que su denuncia llegue con sigilo al papa. Y estamos respetando su decisión. Espero que, a través tuyo, podamos materializar el deseo de la víctima, porque de otra forma, vía el Tribunal Eclesiástico, no hay manera de que suceda algo.

Cruz y Salinas

Te mando un fuerte abrazo, y agradecemos desde ya tu gestión ante el santo padre, con el deseo de que se haga justicia.

La respuesta de Juan Carlos no se hizo esperar. Ese mismo día, escribió: «Querido Pedro, ya se la envié al contacto que me dio el Papa para estas cosas, y con tu texto. Te aviso apenas sepa algo. Pero qué horror lo que relata en su carta. Qué valiente que es “David”. Abrazos».

Ese día también le escribí a «Rosa de Lima», cuya intervención fue determinante en esta historia: «Ya llegó la denuncia al contacto del “amigo chileno”. Ahora a esperar».

La carta, dirigida al papa Francisco, comenzaba diciendo: «Con mucho respeto, y algo de temor, quiero contarle una experiencia adolescente de abuso sexual que he guardado por años entre un grupo muy pequeño de amigos y familiares». La descripción de lo sucedido estaba contenida en tres folios. Al leer el inquietante y estremecedor texto me di cuenta por qué le había impactado tanto la película sobre Karadima.

El abuso se perpetraba durante el sacramento de la confesión. Esta era semanal o quincenal. Pero él fue su único confesor durante unos cinco meses, aproximadamente, cuando «David» apenas era un muchachito imberbe, menor de edad. Una vez que el depredador se ganó su absoluta confianza, lo conminaba a arrodillarse frente a él, entre sus piernas, sin confesionario de por medio. Y ahí fue cuando el agresor con sotana comenzó a hacer de las suyas, poco a poco, gradualmente, acercándose cada vez más, aprovechándose de la situación de dominio sobre el inocente chiquillo que carecía de una figura paterna.

Hasta que un día, que acercó su boca a la suya para besarlo, la sensación de incomodidad fue demasiado fuerte -y ojo que las situaciones de acoso sexual, reiteradas y sistemáticas, narradas en la esquela, son notorias a lo largo del testimonio desarrollado en la copiosa carta-. Ese instante, en el que «David» se sintió fastidiado y súbitamente irritado, en el que sus sistemas de alerta le avisaron que algo raro estaba ocurriendo, fue decisivo. Algo en ese sacerdote no estaba bien y, pese a su vulnerabilidad e ingenuidad, logró percibir el mal.

Las situaciones de abuso eran claras e incontrastables. La carta al papa remataba así:

Esta historia ha permanecido en secreto por años (…) (Como consecuencia de todo ello), me alejé por completo de la fe y de los sacramentos. No quise confesarme más (…) Ver la película “El bosque de Karadima” gatilló en mí muchos recuerdos dolorosos. Me gustaría recuperar mi fe. Me hace mucha falta, y siento mucha tristeza (…) No quiero hacerle daño a la Iglesia (…) La razón de esta carta es muy sencilla. Creo que Usted debe conocer estos hechos. He visto con sana envidia lo que está sucediendo en Chile y pensé que esta era la oportunidad de darle a conocer esta historia. No hay ninguna posibilidad de sanción penal (todo prescribió hace años). Tampoco busco un juicio eclesiástico, y mucho menos una reparación económica. Me hubiera gustado una disculpa, pero esa debió darse hace más de treinta años. Lo único que quiero es que Usted sepa la verdad, y que la tenga en cuenta.

La conmovedora y contundente misiva terminaba con la firma de «David» y su número telefónico.

***

El Papa y monseñor Eguren
El Papa y monseñor Eguren

(…)

(El 20 de julio), llegamos a La Mula donde nos esperaba Rolando Toledo y su equipo de producción. Las cámaras estaban en sus sitios y los micros puestos sobre la mesa. Juan Carlos vestía una impecable chompa azul y una camisa a cuadros, y lucía un porte aristocrático, mientras que el entrevistador, este servidor, o sea, exhibía unas ojeras de zombi, la mirada líquida, y una panza que parecía un bombo. Desde que llegué no dejé de tomar café y agua debido a la espantosa resaca que tenía.

Rolando se había encargado de convocar a varios periodistas para que participen con preguntas hacia el final. Juan Carlos, quien es un magnífico y eficaz comunicador, hizo un repaso sumamente didáctico y ágil de lo que había pasado en Chile durante los últimos ocho años. Habló de sus amigos y colegas de lucha, Jimmy Hamilton y Jose Murillo. De su visita a Roma para conversar con el papa Francisco. Del Caso Sodalicio. De San Bartolo, a la que calificó como «una joya del teatro peruano».

Antes de la conversación, todo hay que decirlo, le pregunté si le parecía que debíamos abordar la denuncia que involucraba a monseñor «Camilo», solamente de refilón, sin dar nombres ni nada. «No lo sé, se lo deslicé a El Comercio, pero hoy no publicó nada de eso». Efectivamente, el día anterior ya se lo había soltado a la periodista del decano, de una manera sutil pero clara. Lamentablemente, la periodista simplemente no la vio, se le pasó lo más importante de sus declaraciones. O, quizás, su editor prefirió omitir esa parte. Nunca lo sabré. «Dejémoslo ahí nomás. Hagamos que la entrevista fluya, y punto», le dije. Y así fue.

Pero a la hora de la rueda de prensa, hacia el final de la Mesa Mulera (así le decíamos a las entrevistas en La Mula), aprovechando una pregunta de un periodista del diario Correo, se mandó con todo: «Yo sé de un obispo peruano que tiene una denuncia bastante grave. Se trata de alguien de la jerarquía». La resaca se me fue del todo en ese momento, y solo atiné a decir, siguiéndole la cuerda: «Eso sonó fuerte». Y sin poder contenerme, volví a meter mi cuchara, interrumpiendo al periodista de Correo y al propio Juan Carlos, para preguntar:

—¿Y esa información la tiene el papa?

—Puede ser -me dijo, tras unos segundos sin responder, con una mirada cómplice y un tono misterioso que sonó a un sí.

—¡Guau! -acoté, y solo volví a intervenir para despedir el programa.

Esa explosiva revelación de Juan Carlos, que era como para un titular de primera página, insólita e inexplicablemente, no fue rebotada por ninguno de los medios que asistieron a La Mula. No obstante, por lo que supimos luego, sí agitó el cotarro en el gremio episcopal. Y de qué manera.

Su última entrevista, ese mismo viernes por la noche, fue en Canal N , con Mijael Garrido-Lecca. En silencio, sentado en una silla, a unos metros del set, estaba escuchando el diálogo entre Mijael y Juan Carlos, quien hablaba con ímpetu, cuando de pronto, y sin aviso, soltó una frase que sonó como un disparo: «Sé que hay una denuncia grave contra un jerarca de la Iglesia peruana».

***

Mons. Miguel Cabrejos en el Sínodo
Mons. Miguel Cabrejos en el Sínodo

(…)

En la columna diaria de Augusto Álvarez Rodrich, del 7 de agosto, el periodista de La República, quien fue uno de los que siguió el Caso Sodalicio desde sus inicios, hubo una alusión a la visita de Juan Carlos Cruz. Fue el único que advirtió la gravedad de la denuncia que había deslizado en La Mula y en Canal N, y que fue invisibilizada por los medios, ya sea por falta de atención o por lo que sea.

Se debe dilucidar a quién se refirió el chileno Juan Carlos Cruz en su paso por Lima cuando a unos periodistas distraídos les dijo que «un miembro importante del episcopado peruano tiene una grave denuncia ante el Vaticano».

Entre tanto, el 17 de agosto, en las páginas de La República, el presidente de la Conferencia Episcopal, Miguel Cabrejos, respondió a los cuestionamientos que hice en una de mis columnas y en otros medios sobre las débiles respuestas de los obispos peruanos. Monseñor Cabrejos se defendió señalando que nunca se callaron ni ocultaron nada. Y para demostrarlo, le mostró a La República ocho documentos, entre comunicados y notas de prensa que emitieron entre los años 2015 y 2017. También informes que enviaron a la Santa Sede. «Yo no voy a responder a las personas. Simplemente quiero decir una gran verdad: que la Conferencia Episcopal nunca ocultó nada. Todo esto demuestra que sí hemos hecho», dijo Cabrejos.

Era una verdad a medias, si me preguntan. A lo largo de esta crónica, los lectores podrán juzgar qué tan firme fue la actuación de la iglesia peruana en el Caso Sodalicio. Más todavía. Hasta ese momento, mediados de agosto del 2018, a casi tres años del destape, los obispos no se habían reunido con las víctimas de la organización sectaria creada por Figari.

Por último, dos días antes, el 15 de agosto, se dio a conocer públicamente la denuncia presentada por el arzobispo sodálite José Antonio Eguren contra mí por «difamación agravada», exigiendo una reparación de doscientos mil soles, el equivalente a más de sesenta mil dólares, y una pena de tres años de prisión, acusando una «campaña de desprestigio en su contra». Sobre eso, Cabrejos no dijo nada.

El 18 de septiembre, desde Berlín, Alemania, el cardenal Pedro Barreto volvió a referirse a la situación del fundador del Sodalitium, a quien calificó nuevamente de «perverso». El príncipe de la iglesia indicó que el proceso eclesiástico en su contra ha estado marcado por la «lentitud». Esto se lo dijo a la agencia alemana DW.

El día anterior, 17 de septiembre por la mañana, tuvo una audiencia privada con el papa Francisco nada menos que el arzobispo sodálite José Antonio Eguren, miembro del denominado «núcleo fundacional» del Sodalitium. ¿El motivo de la reunión? No trascendió a los medios. No obstante, en ese momento Juan Carlos Cruz no solo tenía una relación personal y directa con el pontífice argentino, sino con otras autoridades vaticanas del entorno de Jorge Mario Bergoglio. Ergo, pudimos enterarnos de algunas cosas.

Eguren, según estas fuentes vaticanas, habría pretendido solicitarle al papa una suerte de certificado o documento que evidenciara que él no tenía ninguna acusación o señalamiento o proceso eclesiástico o denuncia o algo por el estilo en el Vaticano. El papa Francisco, de muy buenas maneras, le dio a entender que no era costumbre expedir «hojas de buena conducta» a nadie, y que si tenía la conciencia tranquila no tenía que preocuparse de nada. O algo así.

De acuerdo con otra fuente eclesiástica, contactada en Lima, se había esparcido el rumor entre los purpurados peruanos de que aquella autoridad jerárquica a la que se refirió Juan Carlos Cruz en Lima era Eguren.

—¡Pero no es él! Créame que no se refirió a él -le dije a mi fuente con solideo, defendiendo a mi querellante, atropellándome con mis palabras.

—Yo lo sé. ¿Quién cree usted que ha sido el autor del chisme?

—No lo sé, pero me parecería torpe por parte de Eguren irse hasta Roma para decirle al papa: «Por si acaso, no soy yo». Es más. Eso hasta lo haría sospechoso ante el propio Francisco, ¿no le parece?

—Pienso igual que usted. Pero quien deslizó el rumor, le cuento, fue monseñor «Camilo».

—¡¿En serio?! Esto ya parece salido de una película sobre el medioevo, en la que los cardenales guardaban cicuta en sus anillos. Estaba casi seguro de que eran amigos.

—En esta historia se están jugando muchas cosas, y la amistad es lo último que importa.

—Guau. Qué fuerte. Este «Camilo» es realmente una serpiente. ¿Y es verdad que uno de los motivos principales del viaje de Eguren a Roma ha sido para pedir algo así como una especie de «certificado de buena conducta»?

—Es cierto. Pero yo no le he dicho nada a usted, por si acaso...

—No se preocupe. Lo tengo claro… ¿Y le dieron algo?

—No.

Papa, con Salinas, Ugaz y Allen
Papa, con Salinas, Ugaz y Allen

Al día siguiente recibí una llamada rarísima a mi celular. Me contactó «Ludovico», un periodista medio ahuevado, de escaso humor, con quien había trabajado en mis pininos televisivos. Luego dirigió un diario de corte conservador. Y era tío carnal de un talentoso editor y escritor que trabajaba en Planeta. Ah, y algo no menos importante, era muy cercano a «Camilo».

Me pilló en la oficina, a la hora de mi primer café. Muy afectuosamente, me felicitó -tres años después- por la investigación periodística sobre el Caso Sodalicio, por los premios que habíamos ganado con Pao, por la obra de teatro, y así, sin aterrizar sobre nada. Me dio la impresión de que su voz había envejecido. Después se puso a formular preguntas inocuas, o quizás no lo eran tanto. ¿Cómo estás? ¿En qué andas ahora? ¿Qué otros proyectos tienes entre manos? ¿Qué nuevas revelaciones piensas sacar a la luz? Y cosas por el estilo.

Pasado un buen rato, en el que, pacientemente, me la pasé siguiéndole la cuerda, lo corté afablemente, para precisarlo un poquito:

—Bueno, «Ludovico», y ahora que ya te puse al día sobre mí, cuéntame: ¿Cuál es el verdadero motivo de tu llamada?

—Jajaja. Siempre directo, ¿no? No has cambiado mucho desde aquella vez que hicimos televisión. Jajaja. Sí, bueno, mira, esteee, lo que pasa es que tenía mucha curiosidad sobre los comentarios que hizo el comunicador chileno en la entrevista que le hiciste…

—Pregúntame lo que quieras, «Ludovico». Con confianza.

—Gracias, Pedro. Sí, mira, en algún momento dijo algo así como que sabía o que tenía información de una denuncia sobre una autoridad eclesiástica peruana…

—Sí, recuerdo que dijo eso. Fuerte, ¿no?

—¿Sabes de quién se trata?

—No dijo su nombre. Se lo comentó a un periodista de Correo, no a mí.

—¿Pero te lo dijo a ti en privado? ¿O se lo preguntaste luego?

—Lo que sé es que el papa está al tanto.

—¿Y la denuncia sobre qué es?

—Dijo que sobre algo «bastante grave».

—¿Sabes si era sobre algo de índole sexual?

—Me dio la impresión de que a eso se refería, ¿no?

—Bueno, Pedro, no te quiero robar más tu valioso tiempo. Ha sido un gusto hablar contigo después de tiempo, saber de ti, y nada, hace rato que quería felicitarte por tus logros periodísticos.

—Gracias, querido «Ludovico», eres muy amable. Te mando un abrazo.

—Otro para ti. Nos vemos, chau.

***

El cardenal Cipriani
El cardenal Cipriani Agencias

(…)

Con quien hablé luego fue con Juan Carlos Cruz:

—Tengo noticias sobre “Camilo”. Cuando puedas, coméntale a “David” lo siguiente: cuando “Camilo” cumpla años, tendrá que renunciar formalmente a su condición porque así lo establecen las normas eclesiásticas. Luego de ello, el papa lo dejará como obispo por un rato, pero no por mucho rato. Para (la fiesta de) Reyes (entre el 5 y 6 de enero), comenzará su cuenta regresiva. Díselo por favor de mi parte. De enero no pasa. Díselo así, por favor.

—¡Mierda!

—Sí, lo mismo dije cuando me dieron el encargo. Abrazo grande, amigo.

—Hoy me tomo un whisky por el “hombre de blanco”.

—No busques pretextos para emborracharte. Pero sí. Tómate más de uno. Es como para celebrar.

(…)

Pedro Salinas

5 de abril del 2023

Etiquetas

Volver arriba